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jueves, 21 de septiembre de 2006

Lorenzo Meyer

El nuevo régimen de los “No” profundos
La transición en México

Lorenzo Meyer
La prueba difícil está por venir. La política siempre ha sido una mezcla de intereses en conflicto y en cooperación; ahora bien, en nuestra actual coyuntura es obvio que el conflicto es el elemento dominante. El espíritu que preside el final del primer gobierno del supuesto nuevo régimen es el propio de los “No” rotundos y de los “Sí” muy condicionados, lo que va a requerir de todos los actores una buena dosis de prudencia para no llevar las cosas al extremo. Hoy queda claro que la etapa más complicada de la transición mexicana a la democracia no fue la elección de 2000, cuando la alternativa era sacar o mantener al PRI en Los Pinos, sino la que está por venir. La opción se plantea en términos contundentes: entre los proyectos de la derecha y de la izquierda. En la cita con las urnas de hace seis años, el ciudadano promedio sólo tuvo que elegir un cambio de partido; en la actualidad, lo que se juega es el rumbo del país. La disyuntiva presente resulta aún más significativa por el contexto de profundas divisiones sociales e históricas. En estas condiciones el marco institucional —herencia de la última etapa del antiguo régimen— simplemente no resistió la presión y varios diques cedieron. El resultado inmediato de esta crisis institucional es un presidente electo de derecha frente a una izquierda que se niega a reconocerlo como tal, acusándolo de ser producto de un fraude. Por eso, la izquierda ha desechado el papel de “oposición leal” que se le quiere asignar (por decenios el PAN sí aceptó jugar ese papel pese a que un PRI autoritario usaba dados cargados) y ha optado por darse su propio presidente simbólico, que va a recorrer el país todo el tiempo para ir determinando dónde, cuándo y cómo la izquierda dará la batalla al gobierno y a sus aliados. Esa decisión promete ser el inicio de una larga movilización social que nadie sabe bien a bien cómo va a desarrollarse pero que, en cualquier caso, se propone mantenerse en el plano de lo pacífico.
Legales pero no legítimos. El espíritu dominante en la vida política mexicana actual es, en buena medida, de carácter negativo. El PAN y sus aliados —notablemente el presidente Fox y los empresarios— tomaron la iniciativa de ir en esa dirección al centrar la parte final y decisiva de la campaña electoral no en sus propuestas sino en convencer al electorado de que el candidato de la izquierda era un contendiente legal pero no legítimo. En efecto, al declarar al abanderado de la Coalición Por el Bien de Todos como “un peligro para México”, implícitamente la derecha lo excluyó del proyecto nacional, pues nadie moralmente correcto puede aceptar y menos negociar con quien, por voluntad propia, ha decidido poner en peligro al país, traicionar a su patria. Desde la derecha se dijo que a ese personaje había que detenerlo “a como diera lugar”, y así se hizo o se creyó que así se haría. Sólo cuando las instancias legales desecharon la posibilidad de revisar a fondo los imperfectos resultados de una elección muy cerrada y declararon presidente electo al candidato de la derecha, éste y los suyos cambiaron de enfoque y ofrecieron su “mano tendida” al otrora “peligro para México”. El cambio resultó tardío pero, sobre todo, ilógico. Si la visión panista inicial era correcta, el líder de la izquierda sigue siendo lo que era; por tanto no es moralmente correcto querer llegar a acuerdos con un riesgo para el país. El que lo respalden millones no le quita lo peligroso, al contrario. La izquierda, por su parte, ha reaccionado a la campaña negativa y a lo que considera una elección fraudulenta, negándole legitimidad y cooperación al gobierno por venir. La oposición usará su negativa como punto de partida para reconstruir la base social de su proyecto alternativo de nación. Esa propuesta está anclada en los 24 “No aceptamos” que enunció Andrés Manuel López Obrador el 16 de septiembre. Se trata de una negación de lo negativo: no cancelar el porvenir de los pobres, tampoco la privatización del petróleo y la industria eléctrica, el abandono al campo, la persistencia de los grandes monopolios privados vinculados al poder y otros aspectos de nuestra realidad que se identifican como resultado del verdadero proyecto puesto en marcha por la derecha desde la crisis de 1982.
Los apoyos. El poder de la derecha en México parece hoy imbatible. Cuenta con el apoyo de todos los gobiernos que le son importantes, empezando por el norteamericano. Obviamente, también tiene el respaldo del capital y de las iglesias y las encuestas de opinión muestran que la mayoría sí acepta al gobierno que tomará posesión el 1 de diciembre. Una radiografía parcial pero interesante de la red de intereses que da forma a la coalición que hoy sostiene a Felipe Calderón y a su proyecto se puede encontrar examinando las congratulaciones que se publicaron en la prensa apenas se le declaró presidente. Quienes felicitaron —y se felicitaron— públicamente por el triunfo de la continuidad son un conjunto representativo de la coalición que ha manejado por decenios a México, aunque hay ausencias notables. Para empezar, y por el lado de la religión organizada, está el Episcopado Mexicano, encabezado por el arzobispo primado de México Norberto Rivera (el obispo de Saltillo, Raúl Vera, es una interesante excepción en este bloque). A ello hay que sumar docenas de asociaciones con connotación religiosa, algunas de larga y clara trayectoria política, como Provida o la Unión Nacional de Padres de Familia. En su felicitación, el Consejo Nacional de Laicos incluyó ya líneas de política a seguir, pues dijo a Calderón: “Conocemos su formación personal… por eso esperamos en Usted un férreo defensor de los valores universales, pidiéndole que esto se refleje, concretamente, en los programas y contenidos de la educación nacional”. No podía faltar la vieja Unión Nacional Sinarquista. Por el lado del gran capital, destaca el aliado abierto del PAN: el Consejo Coordinador Empresarial, pero también la Asociación de Bancos de México, la Cámara Nacional de Telecomunicaciones por Cable, la Asociación Mexicana de Intermediarios Bursátiles, los fabricantes de medicamentos, las instituciones de seguros, los de la industria electrónica, las financieras, cadenas de cines, gasolineras, casas de cambio, ganaderos, agricultores, etcétera. Los viejos apoyos sindicales y corporativos del PRI también se hicieron presentes: la CTM y los otros 33 sindicatos del Congreso del Trabajo, obviamente la nueva directiva del sindicato de mineros, el Suterm, organizaciones indígenas, etcétera. Y si el SNTE no pagó desplegados fue porque no hacía falta. Además, se sumaron algunos gobernadores priístas, como el de Nuevo León, organizaciones de profesionistas, agentes aduanales, músicos y “trabajadores de la industria del entretenimiento” con “Chespirito” a la cabeza. La plutocracia no necesita, ni le conviene, aparecer en la fiesta de los desplegados. A Carlos Slim, cabeza del grupo empresarial más poderoso de México, le bastó con dejar saber que se había reunido en privado con el presidente electo. Y la lista de poderosos que ha dejado saber en el lugar apropiado su respaldo al hoy presidente electo incluye, según la prensa, a María Asunción Aramburuzabala (Grupo Modelo), a Bernardo Garza Sada (Alfa), a Ricardo Guajardo (BBVA), a Lorenzo Servitje (Bimbo), a Claudio X. González (Kimberly Clark) y a otros de igual calibre (Proceso, 10 de septiembre). Por su parte, los dueños de televisoras y radio refrendan con su labor cotidiana su membresía en este selecto grupo. La izquierda no tiene nada que se compare a la élite que hoy arropa al presidente electo. El Frente Amplio Progresista es su núcleo institucional —PRD, PT y PCD—, junto con los gobiernos del D. F. y de un puñado de estados. En realidad, el poder de la izquierda es hoy más potencial que real y, sobre todo, descansa en una incógnita: la capacidad de AMLO y de la Convención Nacional Democrática para sostener una campaña permanente de agitación y propaganda, que no sólo desgaste al panismo en el poder sino ensanche y fortalezca la base social de sus futuras acciones electorales.
El horizonte. La transición mexicana ya no fue de terciopelo, pero la consolidación pacífica de la democracia aún es una meta digna de perseguir. Hoy el signo político de México es el choque de proyectos y el intento de cambio por la vía de la movilización social extensiva e intensiva. En tales condiciones, el reto colectivo ya no es evitar la discordancia sino reformar las instituciones y la naturaleza misma de la sociedad. Sólo así aseguraremos una vía pacífica de desarrollo.— México, D.F.

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