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jueves, 1 de marzo de 2007

Guadalupe Loaeza

El maestro Juan
Guadalupe Loaeza
"¿Cómo que los maestros en México no leen?", me pregunté no nada más sorprendida, sino tristísima, al enterarme de las estadísticas del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE): "Un informe que analiza las prácticas docentes y el perfil del maestro mexicano revela que cuatro de cada 10 profesores tienen menos de 20 libros en su casa, y seis de cada 10 afirman haber leído, cuando mucho, un par de libros por año" (Reforma, 28 de febrero, 2007). Para colmo de mi decepción la misma nota de nuestro periódico afirma que el estudio reveló que: "Además, el 80% de los educadores no utilizan internet como medio para acercarse a revistas electrónicas...". Claro que esto último se podría atribuir a que los docentes no estén familiarizados con esta tecnología, o bien por falta de medios económicos, pero de eso a no tener la curiosidad y la voluntad de prepararse a través de la lectura para ser mejores maestros, me parece lamentable. ¿Cómo pedirle a un o a una alumna que lea, si ni sus maestros, y mucho menos sus padres, cuentan con el hábito de la lectura? Hace muchos años, gracias a un maestro, conocí a otro, pero éste "apócrifo", es decir, vivía en la imaginación de Antonio Machado. El profesor se llama Juan de Mairena cuya ilusión consistía en fundar una "Escuela Superior de Sabiduría Popular".

Si mal no recuerdo, Juan de Mairena era profesor de gimnasia, que entendía que enseñar no era adoctrinar, sino hacer con los alumnos "gimnasia mental": "Vosotros sabéis -dice Mairena a sus discípulos- que yo no pretendo enseñaros nada, y que sólo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes, como se ha dicho muy razonablemente, y yo diría, mejor, a sembrar preocupaciones y prejuicios". ¿Cómo podrían los maestros mexicanos desadormecer el pensamiento de sus alumnos o sembrarles la curiosidad en su espíritu, si ellos mismos no leen y no estimulan su gana de enseñar lo que saben?, ¿cómo podrían "sacudir la inercia" de los niños y de los jóvenes, si la suya está totalmente empolvada por la apatía y el desinterés? Cuando el poeta Antonio Machado era muy joven y le preguntaron en una entrevista anónima que le hicieran en 1938 quién era realmente Juan de Mairena, contestó: - ¿Juan de Mairena? Sí... Es mi "yo" filósofo, que nació en épocas de mi juventud. A Juan de Mairena, modesto y sencillo, le placía dialogar conmigo a solas, en la recogida intimidad de mi gabinete de trabajo y comunicarme sus impresiones sobre todos los hechos... En 1927, Antonio Machado es elegido miembro de la Real Academia Española, cuyo discurso de ingreso nunca llegó a pronunciar. Ese mismo año publica Juan de Mairena. Sentencias, Donaires, Apuntes y Recuerdos de un Profesor Apócrifo (Alianza Editorial), un libro que reúne una colección de artículos que hablan de la cotidianidad, de filosofía, de literatura, del amor y de la condición humana.

Basta con abrir la obra en cualquier página para toparse con diálogos humorísticos cortos y monólogos, aforismos y versos cortos en los que el autor pregunta, señala, argumenta, instruye, corrige, reflexiona, explica, justifica y critica los pensamientos en relación a cómo debe ser la realidad humana. ¡Qué maravilloso sería que muchos maestros les leyeran a sus alumnos las enseñanzas de Juan de Mairena! Pero sería aún mejor que estos maestros se las aprendieran de memoria, para después transmitírselas a sus alumnos, con sus propias palabras. Dice Antonio F. Ferrer, gran estudioso del poeta, que si analizáramos detenidamente Juan de Mairena descubriremos cómo Antonio Machado refleja sus lecturas y los autores que admiraba y leía. "Juan de Mairena hace una síntesis de todos ellos para crear un conjunto de ideas que tratan de fomentar, elevar y purificar la relación humana, poniendo como lo más importante el espíritu y la dignidad humana". Hay que decir que Juan de Mairena no pretende proveer una solución ni conclusión concreta. Sus preguntas casuales y pensamientos cortados no son ciertamente definitivos sobre los temas filosóficos y cotidianos. Lo único que quiere Mairena es compartir con sus alumnos su experiencia y curiosidad personal en lo que se refiere a los temas filosóficos. Otro de sus objetivos también es servir como guía en tiempos difíciles. ¿Cómo podrían nuestros maestros mexicanos guiar a estos jóvenes si ellos mismos no se preparan y cuentan con argumentos para ahuyentar los miedos propios de una juventud de por sí confusa y apática?, ¿cómo podrían ayudarlos a combatir sus adicciones, sus fantasmas y fobias?, ¿cómo podrían explicarles el mundo en que vivimos, si sus profesores no tienen las herramientas para analizarlo?

No obstante Juan de Mairena es un maestro optimista, padece una constante angustia; sin embargo, no se refleja tanto en su manera de ser pero sí en los temas que toca a lo largo de la obra, insistiendo siempre en defender la dignidad humana, para así poder lograr "la armonía espiritual". ¿Podrán los maestros mexicanos dormir con la conciencia tranquila, sabiendo que sus alumnos carecen, precisamente, de esa "armonía espiritual", que para buscarla, en lugar de leer, compran drogas afuera de la escuela? Si los profesores saben que en la casa de estos jóvenes les es imposible alcanzarla, ¿por qué entonces no se fortalecen ellos mismos con la ayuda de la lectura para despertar a esos alumnos que parecen como sonámbulos? "Y mientras mayor sea el número de despiertos... Para mí -decía Juan de Mairena- sólo habría una razón atendible contra una gran difusión de la cultura -o tránsito de la cultura concentrada en un estrecho círculo de elegidos o privilegiados a otros ámbitos más extensos- si averiguásemos que el principio de Carnot rige también para esa clase de energía espiritual que despierta al durmiente. En ese caso, habríamos de proceder con sumo tiento; porque una excesiva difusión de la cultura implicaría, a fin de cuentas, una degradación de la misma que la hiciese prácticamente inútil. Pero nada hay averiguado, a mi juicio, sobre este particular. Nada serio podríamos oponer a una tesis contraria que, de acuerdo con la más acusada apariencia, afirmase la constante reversibilidad de la energía espiritual que produce la cultura". Sí, maestros, habría que enseñar al que no sabe, habría que despertar al dormido y tocar la puerta de sus conciencias, que viene siendo como la conciencia del futuro de este país, tan urgido de educación.
gloaeza@yahoo.com

Sangre y sexo

Guadalupe Loaeza

Autosacrificios, crímenes y castigos, suicidios, torturas y violencias, brutalidad religiosa y profana, fanatismo y herejías, accidentes, naufragios y sucesos cruentos, esclavitud, rebeliones, motines y ejecuciones, erotismo y lujuria, costumbres y tradiciones sexuales, prostitución, incestos y adulterios, homosexualidad, profanidades e irreverencias, inmolaciones religiosas, delitos, pecados y enfermedades toda esta lista de tópicos, por brutal que sea, tiene que ver no nada más con el pasado de nuestro país, sino con el presente.

Desafortunadamente llegué a esta conclusión en tanto devoraba el espléndido libro “Ritos de Sangre y Sexo”, (Edit. Grijalvo) de José N. Iturriaga. Entre más avanzaba en la lectura, más se me paraban los pelos de punta con lo narrado por Motolinia o Fray Toribio de Benavente (1491-1569), gracias a quien nos enteramos de que en el México prehispánico las cabezas humanas se consideraban trofeos muy valiosos, especialmente las de quienes eran aprehendidos en la guerra: las desollaban con todo y cabello y las secaban para guardarlas. “Si no fuera porque tenían algunas barbas, nadie juzgara sino que eran rostros de niños de cinco o seis años”. Esta imagen naturalmente me llevó a aquella madrugada del 20 de abril del 2006 en el puerto de Acapulco. No era la primera decapitación que se daba ese años, pero sí la que significó una advertencia clara: el ejecutado era un comandante de la Policía Preventiva de Acapulco, que había participado en un tiroteo con presuntos narcotraficantes el 27 de enero. “Su cabeza fue colocada frente a un edificio público, el de la Secretaria de Administración y Finanzas. Además, llevaba un recado escrito: “Para que aprendan a respetar. Z”, escribió Daniela Rea Gómez, reportera de nuestro periódico.

Pero volvamos al México Prehispánico, en el cual, fray Jerónimo de Alcalá refiere entre otros temas que “un sujeto hizo un tambor con la piel de un muslo humano y lo tocaba con un hueso, “y con la calavera de un hombre bebe vino, y así se ha tornado loco y mal hombre” Dice el autor que el número de sacrificios humanos de la época de la Conquista que realizaron los indios prehispánicos en honor a sus dioses el número fue probablemente menor que los millones de indígenas muertos por los españoles durante la conquista de nuestro país. Según Cortés, aquellos sacrificios “se hacían tantos y en tanta cantidad que es cosa horrible de oír; porque se ha averiguado que sólo en el Templo Mayor, en una sola fiesta de las muchas que hacían cada año a sus ídolos, se mataban ocho mil ánimas en sacrificio de ellos”. ¿De quién habremos heredado la violencia que descubrimos todos los días en los periódicos nacionales, de los españoles o de los indígenas? Porque según información que nos aporta el soldado Francisco de Aguilar: “Viendo el capitán que eran ya en aquello rebeldes (los indios), les mandó cortar las narices y atárselas al cuello, y así los enviaba atemorizados sin matar a ninguno” Igualito querían atemorizar, pero en este caso sí se las pasó la mano, al presunto abogado de narcotraficantes, Elidier Cabuto Tapia, el 31 de enero del 2006, cuando fue encontrado decapitado y con el cuerpo descuartizado en el municipio de Apatzingán, Michoacán. Y por si fuera poco, sus ojos fueron quemados con cera hirviendo.

Respecto a los sacrificios humanos de la Epoca Prehispánica, dice que en su fiesta respectiva, los mercaderes solían ofrecer esclavos en sacrificio. “... cortaban la cabeza y la colocaban en el tzompantli o muro de cráneos, hecho de sucesivos postes verticales donde se clavaban las cabezas”. Pero lo mismo sucedió cinco siglos después; precisamente el 8 de mayo, cuando apareció la cabeza del yerno de la coordinadora de diputados del PRD en el estado de Michoacán, colgada en la entrada del pueblo de Aguaje, Apatzingán. Sigamos describiendo semejanzas, usos y costumbres que no nos abandonan, porque así como Daniel Arizmendi, mochaba orejas, en el año de 1998, igual sucedía en 1570 respecto a los sacrificios que hacían los aztecas y otras culturas mesoamericanas. Cuenta Diego de Landa que “hacían sacrificios con su propia sangre, cortándose unas veces “las orejas a la redonda, por pedazos, y así las dejaban por señal”... Otras veces se cortaban partes de sus cuerpos...” , tal y como sacrificaba a sus víctimas, “El Loncho”,José Alonso Avila Palafox, cabeza de una banda de secuestradores, conocida como la banda de los “mochadedos” (Reforma 1-20-1999). Y así nos podríamos ir a lo largo de muchas cuartillas, cotejando datos de la obra de Uturriaga con los que aparecen constantemente en nuestro diario.

El capítulo que no tiene desperdicio titulado “Delitos y Pecados del Clero” (pág. 114) y cuyo contenido sucedido en 1544, nos recuerda exactamente, lo que pasa hoy por hoy con los escándalos del clero mexicano, ya que consigna las desviaciones morales de la gente de la Iglesia. Muchos de ellos no salían de “las casas donde había mujeres públicas” otros como Fray Tomás de la Torre no “tenía ojos para el sexo bello. He aquí lo que escribió de la Torre: “Todos los naturales de esta tierra de Yucatán son muy lindos hombres, que es placer verlos; andan desnudos....” ¿Acaso no hubiera podido escribir algo semejante, en el siglo XXI, el protegido del Cardenal Norberto, es decir, el padre pedófilo Nicolás Aguilar Rivera? De acuerdo con Julio César Montané, algunos clérigos del siglo XVIII sonorense estuvieron involucrados en el “pecado nefando” y en otro más raro aún: un “religioso” de los descalzos del Señor San Francisco consta haber cometido ambos crímenes: “nefando y bestial, con cuarenta personas, poco más o menos, y con tres o cuatro mulas y dos o tres gallinas”. (Can you imagine....?)

¡Cuántos horrores, cuántas atrocidades y cuánta violencia aparecen a lo largo de las 241 páginas gracias a los testimonios de Bernal Díaz del Castillo, Diego Durán, Bernardino de Sahagún, Cabeza de Vaca (curiosamente el que vivió en el pasado y el de ahora, hacen descripciones muy semejantes a pesar de los cinco siglos que los separan). Dicho lo anterior me preguntó qué diablos soñaba José N. Iturriaga tanto en el proceso de la investigación, como el de la escritura de este libro. Pero afortunadamente no todo es tan sangriento, allí está otro de los capítulos que disfruté enormemente: “Erotismo, Lujuria y Homosexualidad”, en el cual hace múltiples referencias a una bebida cuya virtud es: “confortar el corazón con el estómago, es buena para las mujeres que no les baja bien y es provocadora algún tanto de lujuria”. ¡Claro, el chocolate!

Gracias José por haberme desmitificado la historia oficial del pasado de mi país y por haberme hecho comprender mejor, el por qué suceden las cosas que pasan en México.
Kikka Roja

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