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martes, 24 de abril de 2007

Guadalupe Loaeza

Por los suelos...

Guadalupe Loaeza
PARÍS.- Todo estaba bajo control, hasta que descubrí, el mismo miércoles 18 en que viajaba a París, que no me iba por la noche, como pensaba, sino que tenía que estar en el aeropuerto a las 11:00 de la mañana. Mi vuelo salía a las 2:10 de la tarde. Cuando mi siempre oportuno y sabio marido confirmó, antes de irse a trabajar, que viajaría a las 2:00 de la tarde, me quise morir. Eran casi las 9:00 de la mañana y yo apenas me estaba despertando. Al enterarme del error, se me nubló la mirada y se me vinieron encima todos mis pendientes: ¡no tengo dólares!, ¡no he escrito mi texto!, ¡no me he lavado el pelo!, ¡no he hecho la maleta!, ¡no he ido al súper!, ¡no mandé el coche a arreglar!, ¡no he ido a la tintorería!, no esto, no lo otro... Ante la premura del tiempo y de todo lo que me faltaba por hacer, por un momento, quise volver a la cama y meterme bajo los cojines, pero la idea me pareció un poquito irresponsable. Lo que tenía que hacer, lo hice tan a la carrera, que todo lo hice mal. Puesto que me iría tres semanas, antes de salir de la casa y de encargársela de todo corazón a Blanca Estela (así se llama la nueva muchacha a quien de cariño le digo "Pavón"), hice quién sabe cuántos cheques para quién sabe cuántas cosas y cuántos acreedores. Todavía me di tiempo para sugerirle a Blanca Estela distintos menús para las meriendas de Enrique. "No se le olvide, ponerle siempre la botellita con la salsa picante". Camino al aeropuerto, hice mis últimas llamadas telefónicas, cancelé algunas citas que tenía al mediodía y le llamé a Enrique para decirle que todo estaba bajo control.

Afortunadamente a esas horas no había mucho tráfico. Eran las 1:00 en punto cuando estaba frente al mostrador de Aeroméxico. Allí me encontré a Raúl y a Nina Cremoux, quien viajaba a Francia para reunirse con su padre enfermo. "El avión está a la hora. La salida es en la sala 22", nos dijo la responsable de boletos. En efecto, abordamos el vuelo 005, 15 minutos antes de las 2:00 de la tarde. El avión estaba lleno. Mi lugar se encontraba al lado de un adolescente, que escuchaba su iPod, con la mirada totalmente perdida. Una vez que acomodé el cinturón, me dispuse a leer todas las revistas francesas que había comprado en el aeropuerto. Pasaron 20 minutos y nada que despegábamos. Treinta, 40, hasta que de pronto se escuchó la voz de la aeromoza de un altoparlante que decía: "Nos hemos encontrado con un foquito rojo y el capitán considera que para su propia seguridad es mejor que se lleven el avión al hangar para que se revise. Les rogamos abandonen el aparato, llevándose consigo todos sus objetos personales. En el aeropuerto se les entregará un cupón para la comida y se les estará indicando a qué hora será la salida". Todos los pasajeros obedecimos. Nos pusimos de pie, recuperamos nuestras pertenencias y nos regresamos al aeropuerto. A los primeros que les dieron atención fueron a los pasajeros que tenían conexión, a los demás, nos abandonaron por completo. No nos daban ni el cupón para comer, ni ningún tipo de información. Nadie sabía nada, ni decía nada. Unos se fueron a la cafetería más cercana, otros se sentaron en la sala de espera y los demás, empezaron a deambular de un lado a otro. Nina y yo nos fuimos a comer un sándwich que nosotras mismas pagamos. Pasaron las 4:00 y las 5:00 de la tarde, sin que tuviéramos la más mínima información. No fue sino hasta las 5:45 de la tarde, que nos anunciaron que ya podíamos regresar al avión.

Al llegar a nuestros respectivos asientos, ni el capitán, ni las sobrecargos se disculparon. A las 7:00 de la noche, aproximadamente, empezaron a servir una comida fría, insípida y de una calidad lamentable. "Cada vez más, Aeroméxico está por los suelos", me dije mientras estábamos por las nubes. El adolescente que se encontraba a mi lado no dejaba de tomar whisky, tras whisky. Creo que llegó a tomarse cerca de 10 vasos. El joven no leía, tomaba y tomaba, escuchaba su iPod y miraba hacia el infinito. Empecé a imaginar su vida, sus dudas, su relación con sus padres, su novia, pero sobre todo, su vacío. Comencé a deprimirme. No sabía si hacerle conversación o no. Me pasé todo el viaje preguntándome sobre el destino de este pobre muchacho y si el capitán no encontraría, en pleno vuelo, otros "foquitos rojos" encendidos. "¿Por qué no habré viajado mejor por Air-France o al menos por Delta?, ¿por qué beberá tanto este joven?, ¿por qué habrá chafeado tanto Aeroméxico?, ¿ganará Ségolène Royal las elecciones de Francia?, ¿habrá entendido bien Blanca Estela todos los menús que le dejé para las meriendas?, ¿pasará la ley contra la despenalización del aborto?, ¿por qué servirán tan mal de comer en Aeroméxico?, ¿y si se cae el avión? Que no se olviden enterrarme con mi condecoración de la Légion d'honneur... ¿En qué soñarán los que viajan en primera clase?, ¿les habrá tocado mejor comida que a nosotros?, ¿cuántos foquitos habrá en un avión de este modelo?, ¿y si de pronto se funden todos al mismo tiempo?, ¿hace cuánto tiempo que no me he confesado? A lo mejor ya me excomulgaron y nadie me lo ha notificado.

¿Qué le diré a San Pedro cuando llegue al cielo? "Sí, San Pedro, yo soy una de tantas que está por la despenalización del aborto". ¿Y si también él estuviera a favor?, ¿cuántas horas faltarán para que lleguemos a París?, ¿y si nos estuviéramos regresando a México, por aquello del foquito rojo?, ¿hace cuánto que no le habrán hecho mantenimiento a este avión?, ¿por qué nunca nadie se queja cuando pasan este tipo de cosas?, ¿dónde estarán los cupones que nos iban a dar para comer en el aeropuerto?, ¿por qué beberá tanto mi compañero de viaje, si apenas tiene como 18 años? A lo mejor en estos momentos hay miles de foquitos rojos encendidos y nadie sabe nada. Los mexicanos nunca sabemos nada. Siempre nos cuentan mentiras. ¿Será por eso que bebe el muchacho que viaja a mi lado? Ya no vuelvo a viajar por Aeroméxico... Ésta es una línea de aviación que no respeta a sus pasajeros... Están por los suelos", me decía entre sueños. Curiosamente, en el momento de aterrizar en el aeropuerto Charles De Gaulle, prácticamente todos los pasajeros aplaudieron al piloto, supuestamente por un buen aterrizaje. ¿Por qué aunque nos traten mal, seremos tan agradecidos?, ¿dónde estará el muchacho que llegó a beberse como 15 whiskys? Finalmente, el joven tenía razón. Con tantos "foquitos rojos", lo único que nos quedaba por hacer era emborracharnos y ponernos en manos de la Providencia. Por cierto, gracias a ella sigo viva... y puedo contarles acerca de las elecciones en Francia.

gloaeza@yahoo.com


Kikka Roja

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