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jueves, 24 de mayo de 2007

Miguel Ángel Granados Chapa

Calderón en Yucatán
Plaza Pública

Algo sabemos de fijo, de la boca misma del caballo, como se dice: hubo operadores de Los Pinos en la jornada electoral yucateca del domingo pasado. Que el Gobierno Federal se entrometiera en las elecciones era tenido por muchos como normal en el autoritarismo priista. Hoy nos enteramos que como resabio de esa época la casa presidencial tuvo enviados a la península, no como dice la Secretaría de Gobernación creyéndonos candorosos o algo peor, a asegurar que “las actividades de las dependencias del Ejecutivo se circunscribieran a la vigilancia de los programas del Gobierno Federal en Yucatán, velando puntualmente por su adecuado destino, de modo que ningún partido o candidato obtuviera beneficio alguno”. No, el líder nacional panista Manuel Espino se refirió a otra cosa, cuando el martes informó a la prensa, con toda intención de generar atención pública sobre su dicho, que telefónicamente había reprochado a Juan Camilo Mouriño el que se “manden desde Los Pinos operadores que no se coordinen con la dirigencia del partido”. Tal vez al dirigente del PAN le hubiera parecido menos lesiva la presencia de tales enviados de haber sido en su provecho, en su misma línea de acción, como no le pareció impropia la permanente, abierta y reconocida injerencia de Fox en el proceso electoral del año pasado. Por lo que se ve, la intromisión de funcionarios del Estado en elecciones molesta a Espino sólo cuando no corresponde a su interés, no porque la considere violatoria de la neutralidad estatal.

Espino habló con Mouriño porque sabe que con él debe entenderse, dada la creciente presencia del jefe de la oficina de la Presidencia en la esfera de acción del Ejecutivo, no sólo por el género de funciones establecidas en el decreto que recreó esa oficina (vigente en los días en que José Córdoba la ocupaba, a la vera de Carlos Salinas) sino por que la operación política cotidiana del presidente le ha sido confiada también. Mouriño, según sabe Espino, concibió o puso en práctica la captura del consejo nacional por la corriente opuesta al líder nacional mismo, que ha generado incidentes durante la elección de los integrantes de ese órgano. Enrique Navarro, miembro del comité nacional encabezado por Espino denunció a fines de marzo la injerencia gubernamental en ese proceso, algo que finalmente se decidió discutir en privado, pero cuya evidencia había quedado expresada.

Mouriño habría sido también quien el sábado pasado organizó la ausencia de los consejeros afines al presidente de la República para que se abstuvieran de acudir a la sesión de Consejo donde se discutirían reformas estatutarias en que Espino tiene interés, porque favorecen a su corriente. Si suponemos que las acciones de Mouriño son las del presidente y que hubo operadores de la casa presidencial en Yucatán, es posible conjeturar –a reserva de saberlo con precisión más adelante— quiénes fueron y cuál era su encomienda. Uno, al parecer, es el eficaz Jorge Manzanera, que acaba de ser elegido consejero en Chihuahua y que llegó a Mérida en los días inmediatamente anteriores a la elección. Su misión, que desagradó a Espino, pudo consistir en fortalecer en el tramo final las acciones que hicieran ganar a Xavier Abreu Sierra, para suplir la inercia de la dirección nacional, que no era activa en tal propósito o al contrario, en preparar el ánimo y las acciones del candidato para la derrota.

Espino apoyaba la aspiración de Ana Rosa Payán en pos de la candidatura al Gobierno Estatal, resuelta en diciembre pasado a favor de Abreu Sierra, lo que significó un revés para el dirigente nacional panista, pues el elegido se había manifestado a favor de Calderón en la contienda interna y coordinó la campaña del candidato presidencial en el proceso constitucional. Es presumible que el estrecho vínculo de Espino y Payán hubiera permitido al líder disuadir a la aspirante derrotada de su conducta posterior: la denuncia del proceso interno, su renuncia al partido y su búsqueda de abrigo en partidos ajenos. No se conoce intento público alguno en tal dirección. Siendo obvio el intento de Payán no de ganar la gubernatura sino de evitar que se hiciera con ella su antagonista interno y siendo obvio también que Espino mostró al menos escaso entusiasmo por hacer que triunfara Abreu Sierra, la misión de los operadores de Los Pinos consistiría en contrarrestar esa abulia o al menos testificar que esa negligencia y el activismo de Payán contribuyeron a la debacle del domingo pasado.

Pudo ser también que la operación confiada a los enviados de Los Pinos fuera avenirse al resultado lo más pronto posible. De modo expreso, el PRI demandó de Calderón “sacar las manos de Yucatán” o de lo contrario quedaría en riesgo la virtual alianza que permitió al panista tomar posesión y desarrollar sus tareas cotidianas (no digo gobernar, que es mucho decir). De ese acuerdo no faltó quien extrajera la conclusión de que Yucatán sería entregado en prenda de buena voluntad a los priistas. En esos términos estrictos, de seguro la versión es falsa. Pero aceptar el resultado con premura y casi con fruición podría indicar algún acuerdo en tal sentido. Antes de que se consolidaran las cifras preliminares Calderón felicitó a Ivonne Ortega Pacheco y Abreu Sierra anunció que no acudiría a las instancias judiciales, como si se recurriera a ellas sólo para dilucidar triunfos y no también para garantizar a los ciudadanos que su voto contó. ¿O es que fue impecable la jornada del domingo?


Kikka Roja

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