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martes, 18 de septiembre de 2007

Guadalupe Loaeza : Rafael Tovar


Rafael Tovar, se llamaba mi abuelo. Ayer pensé mucho en él. Sí, me acordé mucho de mi papá grande, como lo llamábamos, porque a su nieto quien lleva su mismo nombre se le ha encomendado una misión importantísima, la cual consiste en coordinar las tareas de conmemoración del Bicentenario del inicio del movimiento de Independencia y del Centenario de la Revolución. “Es una enorme responsabilidad que asumo con la certeza de que en ambos movimientos libertarios surgieron los principios éticos de nuestra convivencia y nuestros rasgos fundamentales como nación que se mantienen vigentes al paso del tiempo”, decía Rafael Tovar y de Teresa muy serio. Yo lo observaba desde mi lugar con atención y pensaba en lo orgulloso que hubiera estado nuestro abuelo de haber estado sentado allí entre tantos intelectuales, artistas, empresarios, científicos, escritores, funcionarios, gobernadores….” Aprovecho para agradecer especialmente la asistencia y compromiso de los miembros del consejo asesor de esta Comisión Organizadora. Por la amplitud de los objetivos de estas tareas nacional en los distintos ámbitos de la vida del país deberemos escuchar y atender la participación activa de universidades, asociaciones estudiantes, empresarios, profesores, organizaciones sociales y fundaciones. La reflexión conjunta nos permitirá asumir a cabalidad la oportunidad histórica de revalorar el significado que al paso de los años tienen la Independencia y la Revolución”. Al escuchar la palabra com-pro-mi-so, dicha por el orador con tanto énfasis, recordé lo comprometido que siempre estuvo el abuelo tanto con la vida, como con su familia. Una de sus obsesiones era sacar adelante, a sus seis hijos; darles carrera a como diera lugar, tal como fue el caso. Rafael, el hijo mayor del abuelo, (después de mi madre), era el padre del ahora coordinador. He de decir, que durante la ceremonia también pensé en él, en mi tío. Un tío a quien quise mucho, en primer lugar porque era médico y en segundo, porque me salvó la rodilla derecha, la cual se había impregnado de pólvora y esquirlas por haberme aproximado demasiado al “Torito” (un artefacto de cohetería) infaltable en las posadas del club Vanguardias. Nunca olvidaré aquel domingo por la noche en que llegué hecha un mar de lágrimas a su consultorio de las calles de Xalapa. No obstante la hora, allí estaba mi tío con su bata blanca impecable y su corbata rayada de regimiento, esperándome con unas pincitas para retirarme los restos de pólvora, madera y vidrio que se me habían incrustado en la rodilla. Con qué cuidado lo hacía. A pesar de mis gritos, mi tío, nunca se impacientó y naturalmente, nunca me cobró las seis consultas que tuvo que dedicarme hasta dejar mi rodilla totalmente sana y funcionando. Como mi abuelo, él, también hubiera estado sumamente orgulloso al escuchar a su hijo, decir: “Se trata de conmemoraciones donde debemos participar todos los que forjamos cotidianamente la memoria del país. Lo que hoy hacemos mañana será historia. No hay nadie que no pueda aportar algo porque no hay nadie que no sea parte de la historia de nuestra patria. Nuestro punto de partida será tener presente en todo momento que Hidalgo y Morelos nos legaron nuestras ideas de lo que es la libertad, la igualdad y la justicia; ellos concibieron un país con un buen gobierno, con buenas leyes que combatieran la pobreza y fomentaran la educación”. Es evidente, que a este acto tan importante que presidiera ayer el Presidente, no podía faltar el biznieto de mi abuelo, el nieto de mi tío y el hijo mayor del coordinador. Este muchacho de tan solo 26 años, también se llama Rafael Tovar. Es decir que en el espléndido salón de Tesorería de El Palacio Nacional se encontraban cuatro Rafaeles Tovar; dos moralmente hablando y el otro par, vivito y coleando.

Pero volvamos al abuelo, de quien hoy quiero hablar especialmente porque lo conocí bien. Porque sabía que le gustaba los limones reales y los arrayanes. Porque aún en los sesentas usaba sombrero “cannotier” de paja con su cinta negra muy ancha. Porque era un hombre sumamente vital y un hombre de deber que nunca faltó a su casa a comer. Todavía lo recuerdo llegar a, Roma 21, con las manos llenas de bolsas de pan dulce de Tinoco y con las revistas políticas de la semana como: “Siempre”, “Jueves” y “Hoy”. Es cierto que no hablaba mucho, pero cuando intervenía en las conversaciones, lo hacía con una voz tan fuerte, que hasta daba miedo. De hecho, era un hombre sumamente autoritario, se “traía a raya” a toda la familia. Siempre se sentaba en un sillón de cuero especial en la cabecera de la mesa del comedor; era el típico pater familias como vemos en las películas mexicanas de Fernando Soler.

“Rafael Tovar y Avila, originario de la hacienda de Estipac (Cocula, Jalisco), hijo de José Angel Tovar y de la señora Tiburcio Avila de Tovar, se casó a los 27 años con la Señorita Dolores Villa y López Portillo se casaron el 24 de febrero de 1911”, dice su acta de matrimonio civil expedida en Guadalajara. Al otro día mis abuelos se casaron por la iglesia. Todavía conservo el vestido de novia de mi mamá grande, en la misma caja china de laca negra con incrustaciones en concha nácar, en donde siempre lo guardó. Ella hubiera estado así misma muy orgullosa cuando su nieto, hijo de su hijo predilecto, cuando dijo: “Todos pensamos de manera diferente, todos sentimos de manera distinta, y por esa gran riqueza de formas de vida y de culturas, todos estamos en aptitud de aportar algo a México. No hay nadie que no pueda hacerlo, porque no hay nadie que no sea parte de la historia de nuestro país. Si bien el pasado nos pertenece a todos por igual, cada uno tiene la potestad de enjuiciarlo y apreciarlo de distinta manera. Cada generación posee una idea del pasado conforme a su experiencia en el presente, a sus aspiraciones y su cultura”.

Mi abuelo murió a los 83 años de edad, pero estoy segura que desde el cielo, donde seguramente se encuentra escupiendo los huesitos de los arrayanes, le aplaudió a su nieto de pie, tal como hicimos todos los que nos encontrábamos presentes, cuando al terminar su discurso el orador dijo: “Pero el propósito se cumplirá en el momento que cada mexicano, con el pleno respeto que significa su pensamiento en el entramado de nuestra diversidad, conozca de mejor manera nuestra historia y así pueda valorarla a cabalidad, cuando suene la última campanada del año 2010 y los valores de unidad y justicia que encarnan la Independencia y la Revolución sean una celebración permanente en cada uno de nosotros”.

Que así sea y que vivan este cuarteto de Rafaeles.


Kikka Roja

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