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viernes, 31 de octubre de 2008

Mi vecino tiene un gorila, un tigre blanco y un león… EPIGMENIO IBARRA

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Mi vecino tiene un gorila, un tigre blanco y un león…
EPIGMENIO IBARRA

Viernes, 31 Octubre, 2008

…y aquel licenciado y ese comandante que trabajan en la SIEDO de la Procuraduría General de la República son narcos, o más bien trabajan con los Beltrán Leyva que viene a ser lo mismo o casi porque trabajan para ellos al mismo tiempo que, supuestamente, los persiguen. El General Fulano de la zona militar renta unas parcelas donde siembra marihuana, esas que nunca fumigan los aviones, las que no ven los pilotos que andan buscando los sembradíos auque estén en el llano, casi pegadas al cuartel y el dueño de ese rancho de al lado es del cártel del Golfo y los que se reúnen en esa discoteca son sobrinos del Chapo Guzmán. La casa grande de la esquina es de su socio y esa tienda de refacciones y la farmacia y la agencia aduanal también son de los narcos igual que aquel hotel y la gasolinera. Aquel señor, el de la Hummer roja y los escoltas de negro, lava dinero y a esa agencia de autos de lujo de Aguascalientes llegan hombres con pilas de billetes y se llevan a veces dos o tres automóviles de golpe. También allá en Chihuahua, en Ciudad Guzmán, pasa lo mismo en la BMW o en Baja California con las trocas. En aquella casa de cambio y en ese negocio de la esquina se lava dinero y esos oficiales de la PFP –los que eran antes de la Federal de Caminos– son guardaespaldas de aquel capo. Los de la ministerial le cubren la espalda a su enemigo y los judiciales ya saben que les toca voltear para otro lado cada vez que pasa el señor, el dueño de la plaza, en su Suburban blindada seguida, eso sí, de otras cuatro o cinco camionetas igualitas. Ese juez es ciego cuando se trata de mirar hacia el Pacífico y aquel otro magistrado presta siempre oídos sordos a los alegatos del fiscal; para él no existen flagrancia, ni evidencia que valga si se habla de alguien del cártel de Juárez y aquel candidato, ese el de los conciertos, es compadre de aquel al que le dicen el Nuevo Señor de los Cielos. El apellido de aquel otro –para que me entiendas– se escribe con Z, con Z mayúscula y hay que tenerle miedo. Y el cura aquel; el que bautiza, el que casa en la sierra y en la casa grande, el de los responsos de la familia del otro capo; el que está levantando, gracias a las limosnas, la torre de la iglesia, el dispensario y, claro, la nueva casa parroquial y tiene su Cheyenne para ir a la sierra a bautizar chamacos y atender a las viejitas; a ese cura hay que pedirle que nos proteja; ¿no sé si me entiendas? Y la cantante y el cómico y la banda, esos tan famosos, los que salen en la tele; no fallan en las fiestas del otro señor, no le hacen el feo al efectivo, menos todavía si se habla de centenares de miles de pesos y a veces de millones; nada más van a actuar; están trabajando pues; tienen derecho ¿no? Igual que el presentador de televisión y que aquel otro protagonista de telenovelas. ¿A quién le hacen daño? Van a las fiestas nomás; las engalanan como el campeón o el goleador o el del brazo de oro.

Vaya usted a Michoacán, a Jalisco, a Sinaloa, a Guerrero, a Chiapas, a San Luis Potosí. No importa el rumbo; tampoco el estrato social en que se mueva. Ponga sólo atención; un poco, no mucha, así de pasada, a lo que la gente dice, a lo que es de todos conocido. Aventúrese por los pasillos del Palacio de Gobierno en Tamaulipas o por los de la SIEDO, aquí en el DF o los del cuartel de una zona militar en casi cualquier estado de la República. Visite un barrio residencial en Aguascalientes o recorra los campos de Culiacán o Coahuila. Ponga atención a los susurros de los funcionarios de nivel medio en las más altas dependencias federales o estatales; en Hacienda, en los Tribunales, en las procuradurías. Escuche lo que chismean las secretarias del presidente municipal. Ponga atención a los gestos de los federales destacados en un retén o en una aduana cuando pasa la camioneta del jefe o del comandante o del licenciado. Acérquese al corrillo de agricultores en una fiesta en el noroeste o ponga oído a lo que conversan unos ganaderos en el palenque de la feria estatal cuando, ante ellos, se cruzan apuestas multimillonarias. Mézclese entre los campesinos que disfrutan el espectáculo de una carreras parejeras y ven llegar al dueño de un caballo de 50 o 60 mil dólares o más; Rolex de diamantes en la muñeca, esclava de oro, cruz de brillantes al pecho y cientos de miles de pesos para apostar en la bolsa o vaya a la boda de postín en el club campestre y échese unos tragos con los notables del lugar.

Infiltró el narco ahora a la SIEDO, leímos en los periódicos esta semana. ¡Carajo, que indignación! Que la cosa está podrida lo sabemos todos. La estela de corrupción de quienes se venden al narco es tan visible y escandalosa como los rugidos del león que no dejan dormir a los vecinos. Prueba de confianza habría que hacerle a los responsables de la inteligencia policiaca; a aquellos a los que esos rugidos no perturban y también, por cierto, a aquellos otros que en la misma PGR ocultan las mañas del señor Mouriño.


eibarra@milenio.com


Kikka Roja

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