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lunes, 23 de marzo de 2009

Colosio para principiantes: Agustín Basave Benitez

Colosio para principiantes
Agustín Basave
23-Mar-2009

Hay ya en México una generación a la que esa tragedia le pasó de noche. Mis alumnos, quienes nacieron a mediados de los ochenta y eran niños en el annus horribilis de 1994, algo han escuchado o leído sobre el asesinato de Luis Donaldo Colosio pero poco saben sobre lo que representó su candidatura presidencial. Y ellos estudian Ciencia Política. Qué decir de los demás jóvenes, o de los adolescentes que ni siquiera habían nacido cuando el magnicidio de Lomas Taurinas cimbró al país. A todos ellos les dedico este artículo. Quiero relatarles algunas cosas para que sepan quién fue esa rara avis de la política mexicana que apuntó al vértice del poder cargado de bonhomía y no marrullería, y para que estén conscientes de que el camino que tenemos por delante no es menos largo y sinuoso que el que dejamos atrás.

Colosio fue un norteño sencillo y franco. Varias veces se describió a sí mismo como un producto de la cultura del esfuerzo y no del privilegio, en una frase que trascendió la retórica. Nacido en 1950 en Magdalena de Kino, Sonora, en una familia sin recursos para pagarle una educación privada, obtuvo becas que le permitieron estudiar economía en el Tecnológico de Monterrey y desarrollo regional en la Universidad de Pennsylvania. Perseverante y disciplinado, presto a trabajar más de 15 horas diarias, ingresó por vocación de servicio público a la hoy extinta Secretaría de Programación y Presupuesto. A contrapelo de la tendencia imperante y a diferencia de la mayoría de sus colegas, sin embargo, no sucumbió al canto de las sirenas tecnocráticas y optó por el trabajo político. Fue sucesivamente diputado federal y senador, oficial mayor y presidente del PRI, en el cual encabezó un movimiento renovador que llegó hasta donde las condiciones lo permitían y acaso un poco más lejos. Pese a que el régimen la combatía, tendió puentes con la izquierda. Pasó al gabinete como secretario de Desarrollo Social para luego convertirse en candidato a la Presidencia de la República. Hoy hace exactamente 15 años, en un acto de campaña en Tijuana, recibió un tiro en la cabeza de un hombre que se le acercó en medio de la multitud. La verdad oficial es que el autor del crimen fue “un loco solitario”.

Donaldo conocía México, desde abajo hasta arriba. Por eso le dolía. Su inconformidad con la situación política y social del país no era una pose políticamente correcta —la hipocresía y la demagogia se le atragantaban— porque estaba auténticamente persuadido de que nuestra transición democrática era un imperativo impostergable y porque era suficientemente sensible para indignarse ante la injusticia social. Van dos anécdotas ilustrativas: tras de asumir el liderazgo priista me dijo que su posición era muy difícil, porque sus derrotas serían avances para México; poco después lo vi enfurecerse, lejos de los reflectores, ante las condiciones de vida en una comunidad marginada. Y es que buscaba un cambio real y urgente, como su propio sino. Su carrera fue meteórica, en ascenso al principio y en caída al final, pero siguiendo el consejo de su padre no perdió piso cuando tuvo el mundo a sus pies ni cuando se le vino encima. Fue amigo de sus amigos, cercano a la lealtad y lejano de la soberbia. Y nunca se quebró, ni siquiera en los últimos tres meses de su vida cuando, a raíz del alzamiento del EZLN y en medio de una terrible presión política y mediática, era cotidianamente asediado por los rumores de que se preparaba una candidatura alterna. Lo quebraron, que es distinto.

Admito que no puedo hablar con plena objetividad de alguien de quien tuve el privilegio de ser colaborador y amigo. No obstante, creo que el mejor homenaje que se puede hacer a un gran hombre es demostrar que fue grande sin dejar de ser hombre. Colosio no fue un santo ni un funcionario perfecto pero sí un político de buenas entrañas, honesto, que jugaba limpio porque no concebía el servicio público como un botín ni el ejercicio del poder como perfidia. Y quienes nos hemos asomado al estercolero de la politiquería nacional sabemos del enorme valor que eso entraña. A su calidad humana aunaba sagacidad política, siempre en ese orden. Porque, contra lo que algunos creen, fue un idealista disfrazado de pragmático que soñaba a golpes de realismo.

Evocar olvidos es redimir. Una generación avanza cuando la que le precede le entrega, junto con su libertad, la estafeta de la memoria. Por eso dirijo estas líneas a quienes desconocen nuestro pasado mediato. Alguien dijo, con razón, que Luis Donaldo Colosio fue víctima de las perversidades del sistema. Tomen nota, muchachos: ese sistema y esas perversidades siguen ahí. El poder sin contrapesos que la pluralidad le tumbó al presidente fue cachado por los gobernadores, y la corrupción prevalece enquistada en todas partes. No es sólo un problema de élites: nada va a cambiar si no cambia la sociedad, que participa en corruptelas y juzga ingenuos a los políticos ajenos a la perversión. Si algo hubo de ingenuidad en la desventura de Colosio, él la pagó con su sangre y México con el envilecimiento de la continuidad. Con su muerte, los mexicanos perdimos una gran oportunidad de sentar las bases de una transición incluyente e irreversible, una que nos hiciera incapaces de engañarnos a nosotros mismos y capaces de construir un país para todos. Con su muerte renegamos del derecho a forjar nuestras propias utopías y de la obligación de hacerlas realidad. Con su muerte, en fin, todos morimos un poco.

abasave@prodigy.net.mx

kikka-roja.blogspot.com/

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