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jueves, 9 de abril de 2009

Lorenzo Meyer: Una sopa de su propio chocolate

AGENDA CIUDADANA
Una sopa de su propio chocolate
Lorenzo Meyer
9 Abr. 09

No estaría mal que Estados Unidos mostrara, con el ejemplo, que las recetas del Fondo Monetario también se pueden y deben aplicar allá

Ilusiones

¿Y si Estados Unidos recibiera hoy el mismo trato que por años han impuesto a través de las organizaciones internacionales, a los países que, como México, se han visto obligados a pedir ayuda externa cuando sus problemas económicos alcanzan el punto de crisis? Es claro que eso no puede ser, entre otras cosas, porque Estados Unidos es una superpotencia, pero no está de más hacer un ejercicio de imaginación para subrayar el doble rasero que ha habido en este campo.

Simon Johnson, economista en jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) entre 2007 y 2008, acaba de escribir un artículo donde hace justamente el ejercicio propuesto: someter a Estados Unidos al rigor que por decenios el FMI ha usado con sus "clientes". La idea está desarrollada en "The Quiet Coup" ("El golpe silencioso"), artículo que aparecerá en la revista The Atlantic y que puede ser consultado en: http://www.theatlantic.com/doc/200905/imf-advice

El punto de partida

Johnson encuentra que son más las similitudes que las diferencias entre los países que acuden al FMI en busca de ese gran préstamo que les permita salir de un atolladero de balanza de pagos que, finalmente, es resultado de algún exceso cometido en el pasado no muy lejano. La receta, los mexicanos la sabemos bien, consiste en disminuir las importaciones, aumentar las exportaciones y seguir una política fiscal austera. Se trata de obligar al país en cuestión a ser frugal, a "vivir dentro de sus verdaderas posibilidades", a cambio de abreviarle su recesión.

Si la receta del FMI es conocida, también lo es su diagnóstico. Se trata, invariablemente, de los efectos que produce la captura del gobierno por un grupo oligárquico que usa los privilegios del poder en contra del interés general. Si hasta no hace mucho ese tipo de política económica corrupta se asociaba con las "repúblicas bananeras", resulta que hoy también, con Estados Unidos donde el infame pero muy redituable "crony capitalism" ("capitalismo de compadres") está más extendido de lo que se ha querido admitir.

Simplificando

Para Johnson, el camino típico hacia la crisis en las economías emergentes es así: la alianza gobierno-grandes empresas lleva a que éstas diseñen planes muy ambiciosos de expansión, de ganancias enormes y fáciles mediante la obtención, por ejemplo, de contratos para obras públicas o de saltarse los reglamentos para lograr "oportunidades" de alto riesgo. Para los empresarios con las conexiones adecuadas es relativamente fácil obtener recursos del sistema bancario nacional y extranjero para acelerar su acumulación de beneficios pero, tarde o temprano, la confianza excesiva les lleva a mal invertir, malgastar y endeudarse más allá de lo razonable.

Es entonces cuando el riesgo aumenta y alguien empieza a dudar de la conveniencia de seguir adelante, se retira y el crédito disminuye. Ante la amenaza de recesión el gobierno echa mano de sus reservas para ayudar a los favoritos en riesgo y, además, mantener la semblanza de normalidad, pero finalmente las reservas se agotan y es entonces cuando se acude, sombrero en mano, a pedir auxilio al FMI, socializar los costos, pasar la carga al ciudadano de a pie y sacrificar a algunos de los beneficiados. Esos sacrificados son los grupos oligárquicos más incompetentes o con las conexiones políticas más débiles, lo que crea tensiones dentro de la élite además de conflictos entre gobierno y sociedad.

Casos viejos y nuevos

La contrapartida real a lo descrito por Johnson se puede encontrar lo mismo en las varias experiencias mexicanas desde 1982 a la fecha -ejemplos actuales son los problemas de Cemex y Comercial Mexicana, el uso de las reservas para facilitarles dólares y el préstamo preventivo contratado con el FMI por 47 mil millones de dólares más la caída del PIB para este año, entre 2 por ciento y 4 por ciento- que en las crisis recientes de Rusia, Argentina, Corea del Sur, Malasia, etcétera.

Sin embargo, a esa lista hay que añadir hoy a Estados Unidos. En el caso de nuestro poderoso vecino, fue su élite financiera la que jugó el papel central en la creación de la actual crisis económica norteamericana -los créditos "tóxicos" ligados a la orgía de hipotecas sin sustento real- que en todo el proceso tuvo el respaldo implícito del gobierno, especialmente del de George W. Bush. Los encargados de vigilar la legalidad de las operaciones hipotecarias en Estados Unidos simplemente "se quedaron dormidos al volante" y los banqueros de Wall Street aprovecharon al máximo ese descuido. Si entre 1973 y 1985 el grupo financiero norteamericano recibió el 16 por ciento de las ganancias del sector corporativo, en los 1990 su tajada fluctuó entre el 21 por ciento y el 30 por ciento para, a inicios de este siglo, superar el 40 por ciento. Si entre 1948 y 1982 la paga de quienes trabajaron en la actividad financiera en el país del norte osciló entre el 99 por ciento y el 108 por ciento respecto al promedio imperante en el sector privado, a partir de 1983 empezó a crecer más que el resto y para las vísperas de la crisis ya era de 181 por ciento respecto del promedio. Para entonces la fuente de la riqueza en Estados Unidos no estaba en producir -la desindustrialización fue vista con indiferencia e incluso como algo positivo- sino en especular: en crear y vender paquetes de documentos sin sustento económico real, los famosos "derivados". La divisa dejó de ser "lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos" y fue sustituida por otra: "lo que es bueno para Wall Street es bueno para Estados Unidos". Finalmente, la voracidad de los banqueros llegó a su límite, la economía insignia del capitalismo entró en recesión y lo que fue bueno para Wall Street hoy no sólo es dañino para Estados Unidos sino, como un resultado no esperado de la globalización, para el resto del mundo.

La relación tan íntima entre los oligarcas de Wall Street y los políticos de Washington se ilustra bien, dice Johnson, con los casos de Robert Rubin, que de copresidente de Goldman Sachs pasó a secretario del Tesoro para regresar a Wall Street como presidente del comité ejecutivo de Citigroup, el de Henry Paulson, que de CEO de Goldman Sachs también pasó a secretario del Tesoro o el de John Snow, que tras entregar esa secretaría a Paulson se convirtió en presidente de Cerberus Capital Management. Desde luego está el caso del famoso Alan Greenspan -gran arquitecto del desastre actual-, que de jefe de la Reserva Federal, pasó a ser consultor de Pimco, la mayor firma en el mercado internacional de bonos. En 1956 el sociólogo norteamericano C. Wright Mills publicó su famosa obra La élite del poder, donde sostuvo que quien controlaba la política, la riqueza y la cultura de Estados Unidos era apenas un puñado de personas que intercambiaban sus puestos al frente de la estructura institucional. Medio siglo más tarde la tesis de Mills se sostiene.

La medicina

Hasta ahora, el gobierno norteamericano ha respondido a la crisis como lo han hecho los de las "repúblicas bananeras": tratando de salvar a los grandes culpables -AIG, Bank of America, Citigroup, etcétera- recapitalizándolos con dinero público. Sin embargo, apenas si se empezaría a hacer justicia si se aplicara a la inepta oligarquía financiera la receta que el FMI ha impuesto a muchos otros países irresponsables y que hoy Johnson o Paul Krugman -el economista, premio Nobel e intelectual público que desde hace años advirtió sobre las consecuencias del mal camino tomado por la economía norteamericana- proponen: nacionalizar todos los bancos en problemas, sanearlos -deshacerse de sus valores sin valor y de sus gerentes y directivos ineptos-, dividirlos en tantas partes como sea necesario para evitar que se repitan los males que acarrea la concentración excesiva de riqueza y venderlos. La banca norteamericana se opone a la nacionalización menos por principio y más porque se pondría al descubierto la enorme magnitud de sus pérdidas y su insolvencia, por eso prefiere endeudarse con el gobierno. Pero eso no resuelve de raíz su problema ni permite que la banca vuelva a asumir su papel esencial, que no es especular sino facilitar crédito a las partes sanas de la economía para iniciar la recuperación.

Dada la interdependencia de la economía mundial y la centralidad en ésta de Estados Unidos, a todos nos va algo en el drama económico norteamericano. No estaría mal que finalmente el país vecino predicara hoy con el ejemplo y tomara esa sopa de su propio chocolate que por tanto tiempo nos dijo que era la única receta económica y moral que podía funcionar.

kikka-roja.blogspot.com/

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