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jueves, 2 de abril de 2009

¿Y por qué estamos donde estamos?: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
¿Y por qué estamos donde estamos?
Lorenzo Meyer
2 Abr. 09

Cuando se pudo no se actuó. Se dijo que eso era política cuando sólo se trató de irresponsabilidad

-Una hipótesis

El dicho popular que sostiene "el que la hace, la paga" es expresión de un deseo pero no reflejo de una realidad. Entre nosotros, lo más frecuente es que quien la hace no la pague y viceversa. Como comunidad política, los mexicanos de hoy estamos pagando lo que otros -una minoría particularmente abusiva e irresponsable- hicieron con total impunidad.

En buena medida, los problemas que hoy nos aquejan, desde la inseguridad hasta la ausencia de crecimiento económico a lo largo del último cuarto de siglo, son un resultado no previsto de la estabilidad autoritaria que se instaló en México a partir de la Segunda Guerra Mundial. La corrupción que caracterizó y benefició a varias generaciones de la clase política posrevolucionaria, a sus aliados -los empresarios- y en menor medida a las clases medias, está pasando hoy su factura y con intereses.

-El 'milagro mexicano'

Al examinar el siglo XX latinoamericano, México contrasta con el resto de la región. La insurrección política que se inició en nuestro país en 1910 se transformó en una guerra civil y, finalmente, en una revolución social sin contrapartida en los otros países del subcontinente. Su coincidencia con la revolución bolchevique disminuyó un tanto la percepción del proceso mexicano como algo radical, pero lo que ocurrió entre 1910 y 1940 en México sí fue un esfuerzo de ruptura de fondo con el pasado. El nuevo régimen, entre otras cosas, echó al basurero histórico a la oligarquía del Porfiriato, se alejó del liberalismo, reafirmó la laicidad del Estado, redistribuyó la tierra, alentó la organización sindical, dio al Estado el control de la riqueza petrolera y reivindicó como nunca antes el pasado indígena. Ahora bien, por lo que respecta a la fórmula política, el nuevo orden no reemplazó la dictadura personal de Díaz con la democracia sino con un autoritarismo organizado en torno a un partido de masas, corporativo y cuyo eje fue una Presidencia centralizadora cuyo único límite, después de 1928, fue la no reelección.

El autoritarismo mexicano posrevolucionario resultó todo un éxito para sus dirigentes pues, hasta 1989, cuando el PRI perdió Baja California, el poder local se mantuvo en manos del partido de Estado y a nivel federal ese monopolio sobrevivió hasta el 2000. Para el conjunto de los empresarios también fue un buen tiempo, pues hasta 1982 el crecimiento del PIB fue del 6 por ciento anual en promedio -el "milagro mexicano"- y la clase media se acostumbró a dar por sentado que su futuro sería siempre mejor que su pasado. Para el gran capital el buen tiempo se prolongó, pues el neoliberalismo que nació en los 1980 afectó a los pequeños y medianos empresarios pero no a las grandes concentraciones de capital montadas en alianzas políticas que se tradujeron en ventajas monopólicas.

Para Estados Unidos, la posrevolución mexicana también fue un buen tiempo pues el vecino del sur se convirtió en el país más predecible al sur del Bravo. El Presidente y el PRI tenían todo bajo control y las diferencias entre La Casa Blanca y Los Pinos fueron más simbólicas que sustantivas; podían ser irritantes pero no peligrosas. En el mundo subdesarrollado donde Estados Unidos y la URSS libraron sus batallas, México resultó un oasis de seguridad.

-Dormirse en laureles

La notable estabilidad de la vida pública mexicana del poscardenismo que tanto benefició a tan pocos -los Alemán, Hank González, Trouyet, Espinosa Yglesias, Garza Sada, Azcárraga, Jenkins, etcétera- estaba cimentada en la ausencia de límites entre gobierno y partido oficial, en la ausencia de la división de poderes y en la presencia de poderes presidenciales metaconstitucionales y anticonstitucionales. Nadie podía llamar a cuentas al jefe del Ejecutivo y éste era el único que podía pedir cuentas a cualquiera, cobrarlas como le apeteciera y cuando le conviniera. Aparte de la no reelección, sólo la falta de divisas limitaba la acción del jefe del gobierno y del Estado.

No es de extrañar que esa peculiar realidad política que México vivió entre 1940 y finales del siglo hiciera que el sistema posrevolucionario -sus dirigentes y sus beneficiarios- se durmiera en sus laureles y no viera o no quisiera ver a tiempo las imperfecciones que hoy han llevado a que, dentro y fuera de México, se hable del país como un Estado con grandes fallas o, incluso, camino de ser fallido.

-Lo que no se hizo

La lista de lo que pudo hacerse durante la Pax Priista y no se hizo es larga y es en buena parte responsable de la desagradable textura de nuestra vida política y social. En teoría, el proteccionismo económico de los 1950 debió de haber sido temporal, pues la teoría elaborada por la CEPAL era que poco a poco el gobierno abriera las fronteras a la competencia del exterior para que los productores mexicanos se hicieran eficientes y generaran las divisas que la industrialización incipiente demandaba cada vez en mayor cuantía. Esto simplemente no se hizo y sólo hasta que estalló la gran crisis de 1982 se rompió la cómoda relación gobierno-productores ineficientes.

Por un tiempo Washington insistió en que México debía renunciar al proteccionismo, pero dejó de presionar cuando sus inversionistas saltaron las barreras arancelarias y se instalaron entre nosotros para explotar directamente el mercado mexicano.

Desde los 1960 resultó claro que las finanzas públicas requerían de una reforma fiscal de fondo, pero ningún Presidente se atrevió entonces ni ahora a imponer o aumentar gravámenes a los que debían pagarlos. La distribución del ingreso era entonces muy injusta pero con el tiempo ha empeorado. La Constitución prohibió los monopolios pero a ciertos presidentes les convino propiciarlos; hoy la OCDE nos dice que es indispensable acabar con ellos para reiniciar el crecimiento pero aún no aparece el político que tenga el valor de hacerlo.

En el Porfiriato se empezó a profesionalizar la policía mexicana, pero el nuevo régimen abandonó la tarea. A la policía sólo se le exigió eficacia contra los enemigos políticos del régimen sin parar mientes en los medios para lograrlo. A ningún Presidente se le ocurrió ir más allá y crear una policía realmente profesional, entre otras cosas porque habría que destinarle recursos y los resultados sólo se verían en sexenios posteriores; además, una policía de verdad podría ser menos fácil de manipular. El resultado es que hoy, cuando el Estado realmente está urgido de profesionales que confronten al crimen organizado -narcotraficantes, secuestradores, bandas de ladrones-, simplemente no los tiene y debe de recurrir al Ejército para que haga las veces de una policía que ya no es parte de la solución sino del problema, pues a su ineficacia suma su corrupción.

Y qué decir de los ministerios públicos y de todo el sistema de justicia. Por decenios, aquellos que el Presidente o los gobernadores deseaban que no fueran tocados y los que podían pagar lograban lo que querían, no importó que el 95 por ciento de los delitos quedaran impunes. Por largo tiempo las élites no se vieron en la necesidad de decirle en público a los responsables políticos: "si no pueden, renuncien" porque el crimen aún no desbordaba los límites clasistas, pero ahora ya lo hizo, los supuestos responsables de la seguridad ni pueden ni renuncian.

El Ejército y la Armada mismos, mientras sirvieron para enfrentar a la oposición partidista -a los henriquistas, por ejemplo-, a la izquierda guerrillera o para aplastar manifestaciones de estudiantes, poco hicieron por mejorar su preparación y su paga y a pocos les importaban las deserciones. Hoy Los Zetas se nutren, en parte, de esos ex militares desafectos.

La educación es hoy otra área de desastre cuya raíz está en un ejército de maestros mal pagados y mal preparados a los cuales la clase política no vio como el primer y gran instrumento para preparar a los jóvenes y crear el capital humano del que hoy carecemos para ganar el futuro. No, a los maestros se les vio y retribuyó en función del SNTE: una sólida falange del PRI; su carácter de educadores fue relegado y el resultado hoy son las pésimas notas de los estudiantes mexicanos cuando se someten a exámenes de carácter internacional.

-En suma

La lista de irresponsabilidades del pasado puede aumentar, pero no es necesario ponerla toda para sostener una conclusión tan sencilla como trágica: durante la segunda mitad del siglo XX los dirigentes mexicanos, al no tener que rendir cuentas ante los ciudadanos, dejaron pasar los momentos en que debieron actuar como estadistas y se comportaron como meros oportunistas, sin sentido de la responsabilidad. Hoy todos estamos pagando por ello.
kikka-roja.blogspot.com/

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