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martes, 22 de septiembre de 2009

CRÓNICA: Noam Chomsky Sala Nezahualcóyotl

  • Es el más importante intelectual gabacho que va contra todas las reglas, señala un estudiante
  • La sencillez, principal divisa que Chomsky ofreció a un público rendido ante su obra
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A decenas de jóvenes no les importó hacer fila durante dos horas para escuchar al pensador estadunidenseFoto María Meléndrez Parada
Arturo Cano

Noam Chomsky entra puntualmente a la repleta Sala Nezahualcóyotl. Se cuela por ahí un ¡Zapata vive, la lucha sigue! Pero lo que domina es la lluvia de aplausos a ese hombre que, de lejos y de cerca, más parece un viejo profesor de preparatoria provinciana que un prestigiado académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés). La sencillez es su divisa, vaya. Eso, y su resistencia a trabajar de faro luminoso, de oráculo de los progres. Al finalizar su conferencia magistral, por ejemplo, una entusiasta muchacha le pregunta cómo construir un discurso mexicano útil en las confrontaciones propias de la globalización. No soy la persona indicada para responder a eso, suelta Chomsky, acostumbrado a que le reprochen que sus implacables análisis no se acompañen de la receta para la acción, de la línea.

La presentación institucional corre a cargo del secretario general de la Universidad Nacional Autónoma de México, Sergio Alcocer, con una pieza breve, obligada cortesía del anfitrión que, sin embargo, recuerda que La Jornada, con ocasión de sus primeros 25 años, decidió compartir la visita del pensador con la máxima casa de estudios.

Carmen Lira, directora general de La Jornada, reconoce a Chomsky como una referencia moral de este diario, al lado de otro gran maestro, el polaco Ryszard Kapuscinski, de quien aprendimos la manera ardua de ir a buscar la verdad. Chomsky, de su lado, nos ha enseñado, dice Lira, a evitar las trampas de los medios para neutralizar la verdad.

Los análisis del profesor del MIT han ayudado a los jornaleros, expone Lira, a develar las miserias de un periodismo que se describe a sí mismo como objetivo y profesional, a no olvidar las filiaciones inconfesables de medios que en lugar de informar se dedican a ocultar y a recordar, por ejemplo, el papel que los llamados grandes medios jugaron en sucesos como la guerra de Irak, conflicto en el cual pusieron su parte para que el gobierno de George Bush obtuviera un remedo de popularidad y un respaldo inventado.

Cierra Carmen Lira su breve presentación del profesor que no necesita presentación: de Chomsky... hemos aprendido a evitar las trampas tendidas por el sistema político y económico para cooptar a los medios, neutralizar el sentido profesional de nuestros formadores y, en última instancia, imponerle al público nociones distorsionadas. No siempre lo conseguimos, pero día tras día mantenemos la fidelidad a estos principios, inspirados en buena medida por el análisis de nuestro oficio que Noam Chomsky ha venido desarrollando.

Muchos de los asistentes han hecho fila un par de horas, pese a contar con un registro previo, pero sólo hay calma en el público que escucha: El ejercicio de esos principios éticos nos ha dado credibilidad, nos ha permitido vincularnos con el mejor lectorado del mundo, un lectorado lúcido, solidario, activo y crítico, incluso ante nuestros errores.

Del ansia de militancia a la gramática generativa

Chomsky toma la palabra. En la primera fila lo miran y escuchan sus hijas Diane y Aviva, una de ellas residente en México, donde trabaja en una fundación internacional. Funcionarios y trabajadores de La Jornada, invitados especiales del diario, están desperdigados por toda la sala. El grueso de los asistentes es, claro, de estudiantes y profesores universitarios.

En las primeras filas están, por ejemplo, varias jovencitas enviadas por su maestra de Introducción al estudio del lenguaje. Más allá anda Karla Morales, quien por estos días llena su tesis de citas de Chomsky: “Se llama La noticia como acto espectacular y es sobre cómo los medios abordaron los disturbios juveniles de 2005 en París”. A Carmen, la tía de Karla, le interesa más el Chomsky de la gramática generativa que el intelectual que denuncia las injusticias, que es el imán que trajo a José Alavez, un joven barbado que quiere estudiar antropología y admira a Enrique Dussel.

Silvia Torres, técnica académica, se coloca una palomita más en su asistencia a conferencias importantes. Es mujer mayor y hace fila con una sonrisota: Me da gusto que haya muchos jóvenes; los viejitos somos pocos.

Entre ese público juvenil está un grupo de estudiantes del Instituto Tecnológico Autónomo de México: Nos volamos clases para venir, dicen sin empacho.

Les gusta la transgresión a los muchachos itamitas. Vengo para entender lo que estoy estudiando (ciencia política), dice Mariana Acevedo. Y completa: Tiene ideas a veces un poco conspiradoras que se podrían aplicar. Uno de sus compañeros les echa sal a las ideas conspiradoras: Es medio socialista ¡y es gringo!

Lo que a unos parece raro para otros es motivo de empatía. Es el intelectual emblemático de mi generación, dice Armando Casas, director del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos.

Marcos Cuevas y Manuel Olguín, comerciante y estudiante de actuaría, se llevan 20 años de edad pero comparten su idea de Chomsky: Es el más importante intelectual gabacho que va contra todas las reglas; nos interesa como intelectual de izquierda porque conoce al monstruo desde dentro.

Al lado de Marcos y Manuel, quienes están a punto de entrar a la sala, tres solitarios reparten un periódico en inglés, vocean su reproche al lingüista no por su reciente visita a Hugo Chávez sino por un asunto más denso: Noam Chomsky apoya a los imperialistas en Irak, lea una crítica troskista a su literatura.

Nadie los confronta, nadie les agarra el panfleto.

De todo hay, pues, en este público de asistencia multicasual que comparte los cinco lustros de La Jornada: lo ha traído desde la obligación escolar hasta el ansia de militancia, pasando por el interés meramente académico.

Apenas suficiente para un hombre universal, como define Carmen Morales, la seguidora de la gramática generativa.

Del puesto de periódicos al MIT

Chomsky es didáctico, no un orador que inflame auditorios, ni un activista en busca de la frase de efecto. Menos el típico “orador americano”, que llena su discurso de chistes o analogías supuestamente ingeniosas para mantener la atención de su público.

Chomsky ofrece un retrato de los resortes del poder, su anatomía del imperio, pero se resiste a la respuesta fácil, y más a brindar una receta a sus oyentes. Los que han ido a foros internacionales han oído propuestas muy buenas.

El hilo conductor de su conferencia es el mundo del dominio unipolar. Desfilan de Kennedy a Obama, de Nixon a Bush, de la guerra fría a la guerra contra las drogas, para aterrizar en la más reciente fórmula de la intervención por razones humanitarias. Y al concepto de Estado fallido según del color del cristal con que se mire. ¿Estado fallido para quién? (En México) hay multimillonarios, hay gente que está muy bien. Todo mundo debe de pensar en Carlos Slim, porque hay risas y aplausos.

En las preguntas y respuestas, Chomsky habla de los casos de Posada Carriles y de los cinco cubanos presos acusados de espionaje. Juicio ridículo, farsa, suelta.

Los aplausos mayores son, sin embargo, cuando se refiere a los costos del Tratado de Libre Comercio para México y a los esfuerzos exitosos por rechazar las políticas neoliberales: No han sido regalos de Dios, sino resultado de la resistencia.

Lo dice un hombre que hizo sus primeros análisis en un puesto de periódicos de la neoyorquina calle 72, a la entrada del metro. El puesto era de su tío y ahí recibió el niño Noam los rudimentos de una educación política que hoy comparte el profesor Chomsky.

kikka-roja.blogspot.com/

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