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jueves, 3 de septiembre de 2009

Juanito, de combatiente a pobre diablo: Humberto Musacchio

Juanito, de combatiente a pobre diablo
Humberto Musacchio
03-Sep-2009
Candidato a jefe delegacional en Iztapalapa, las encuestas y otras estimaciones no le daban más de 2% de los votos, pues era territorio perredista.


En nombre de una causa, hay seres humanos capaces de cualquier sacrificio, incluso el de la propia vida. Los hay que no se doblan ante los embates del chantaje o el soborno, de la represión ni del hambre. Algunos son capaces de resistir las tentaciones del sexo y del dinero, de la fama o del poder. Son siempre una minoría, pero existen y proporcionan ejemplos que acaban por hacer suyos las mayorías. Son personas de esas que imponen una moral distinta y terminan por cambiar la historia.

Como es evidente, a Rafael Acosta, más conocido como Juanito, le falta consistencia para ser de esa minoría. No es que carezca de mérito, pues no es poca cosa ganarse el sustento cuando la vida niega oportunidades básicas como la educación o el empleo. Juanito ha tenido que multiplicarse en diversas actividades para sobrevivir y lo ha hecho tan bien que ahora, según se ha informado en los diarios, posee por lo menos dos puestos callejeros.

Juanito sabe lo que es no tener techo ni pan, carecer de atención médica y de un lugar en este mundo. Es de los prisioneros de la necesidad, pertenece a la numerosa hueste marginada de todo bienestar. Pero es también un luchador, uno de esos seres que no se resignan a la desgracia y que si encuentran las puertas cerradas buscan la mínima rendija para meterse, porque pese a todo mantienen la esperanza. Por eso siguió a Andrés Manuel López Obrador, entusiasmado con la política social del ex jefe de Gobierno capitalino, que más allá de su voluntad y de sus malquerientes, representa la posibilidad de la justicia social.

Juanito, como lo sabe todo el mundo, es flor de asfalto, carne de barricada, parte del ejército industrial de reserva que ha ganado medallas en la lucha callejera. Junto a López Obrador aguantó los embates de la infamia bien pagada, las amenazas y los intentos de cooptación. Cerrados los caminos de la participación política en su propio partido, buscó otro espacio para hacerse valer. Y lo halló en el Partido del Trabajo, en el que recalaron algunos perredistas y varios miembros del estado mayor de AMLO.

Candidato a jefe delegacional en Iztapalapa, a Juanito las encuestas y otras estimaciones no le daban más de 2% de los votos, pues se trata de una delegación perredista. Pero ocurrió que el TEPJF, empeñado en dilapidar cualquier asomo de credibilidad, le quitó a Clara Brugada la candidatura del PRD y se la dio a una representante del clan de los chuchos, cada vez más cercano a los afectos del establishment. Y entonces todo cambió.

López Obrador, frente a la cínica decisión del TEPJF, llamó a no votar por el PRD, aunque en las boletas apareciera el nombre de Clara Brugada. Pidió que el sufragio fuera para el PT y su candidato Juanito, quien si ganaba iba a renunciar para dejar libre el cargo que la señora Brugada ocuparía si así lo consentía Marcelo Ebrard y lo aprobaba la Asamblea Legislativa.

La jugada tenía un altísimo grado de dificultad, pero aun así, la primera parte, la más difícil, concluyó con un éxito rotundo para López Obrador, que demostró de lo que es capaz. Perdió el PRD y el triunfo fue para el PT y su candidato Juanito. Sin embargo, éste, en un desplante de inmadurez, atribuyó el éxito a su simpatía y arrolladora personalidad y al paso de los días se vio claro que iba alejándose del acuerdo tomado con AMLO y Clara Brugada.

Entonces, el hombre que había resistido heroicamente todos los embates de la vida se desdobló y en lugar del curtido luchador proletario apareció el pobre diablo incapaz de entender lo obvio: que “su” triunfo no era de él, sino de López Obrador, que mandó a su gente, calle por calle y casa por casa a peinar toda la delegación, a convencer y a ganar.

Infatuado por un éxito al que sólo le prestó su cara y su nombre, Juanito se sintió tocado por los dioses. Empezaron a cortejarlo los derrotados, le hicieron ver lo que ganaría como delegado, los muchos cargos públicos que tendría para repartir entre sus amigos, los contratos que podría firmar mediante una jugosa comisión, los fondos disponibles en la tesorería de Iztapalapa y el amplio margen que tiene siempre la autoridad para manejar dinero público. Y cayó en la tentación mientras sus contrincantes se relamían los bigotes.

Es difícil saber en qué acabará este sainete. Lo cierto es que la carne es débil y que la política debe contar con las deslealtades. López Obrador y otros perredistas habrán aprendido que los militantes no están hechos de una pasta especial, que son, como casi todas las personas, seres capaces del mayor heroísmo y de la peor bajeza, de la virtud y de la traición, y que casi todo depende de las circunstancias, como bien lo saben los panistas, que en otro tiempo se persignaban espantados ante las corruptelas del PRI, pero ahora se han convertido en tapaderas o cómplices del enriquecimiento inexplicable de los hijitos de Marta Sahagún o de la podredumbre de varios de sus gobernadores. Es mal de muchos, pero no es, no debe ser, consuelo aceptable.

hum_mus@hotmail.com

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