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viernes, 20 de noviembre de 2009

'Egmont': Juan Villoro

'Egmont'
Juan Villoro
20 Nov. 09

En abril de 1788, Goethe concluyó su viaje a Italia. Una noche de luna llena visitó por última vez el Capitolio y el Coliseo. ¿Cómo resumir sus impresiones? El viajero anotó en su diario: "Los excesos suelen producir una impresión extraña, al mismo tiempo sublime y llana, y esta visita fue una especie de gran summa summarum de toda mi estancia en la ciudad. Este resumen suscitó en mi alma ya exaltada un sentimiento que debo denominar heroicoelegíaco, ya que sólo cabía expresarlo en una elegía".

Con este ánimo regresa a Weimar. En su equipaje lleva un manuscrito con el que ha batallado largos años, su principal exploración de las revueltas populares, una obra de teatro sobre Egmont, héroe flamenco del siglo XVI. Al acercarse a los 40 años el escritor parece intuir el clima de insurrección que un año después desatará la Revolución francesa.

Mientras él empaca fósiles y piezas arqueológicas, un joven dramaturgo lo espera en Weimar. Según narra el biógrafo Rüdiger Safranski, Friedrich Schiller llegó a esa ciudad para conocer al autor del Werther. El primer encuentro no fue muy fluido. Aunque Schiller no había cumplido los 30 años, tenía una constitución hipernerviosa y enfermiza. "Cuando lo vi por primera vez, pensé que no viviría ni cuatro semanas", comentó Goethe en sus conversaciones con Eckermann. Por su parte, el autor de Fausto era unos de los casos más singulares de escritor célebre. Prolífico y versátil, seductor impenitente, consejero áulico en Weimar, hacía que sus días mundanos alternaran con la alquimia espiritual. Siempre insatisfecho, criticaba sus obras y se decepcionó de Napoleón cuando supo que uno de sus libros favoritos era el Werther. Al mismo tiempo, tenía clara conciencia de su destino. "No soy yo quien me he hecho", decía con idénticas dosis de modestia y narcisismo. No le atribuía sus méritos a la voluntad sino a una luz distante que se limitaba a atraer al modo de un pararrayos, invento de la época que promovía su amigo Lichtenberg.

Ciertos artistas necesitan caprichos para su imaginación. Goethe visitó el estudio de Schiller, se sentó en su escritorio y advirtió un olor rancio. En un cajón descubrió manzanas podridas. Su amigo sólo podía escribir si respiraba esa suave podredumbre.

El hedonista y robusto autor de Fausto encontraría su complemento en el frágil y austero autor de Los bandidos.

Siempre dispuesto a hacer favores, Goethe recomendó a Schiller para la Universidad de Jena. La cátedra de historia estaba disponible y el joven escritor la conquistó con una disertación sobre la independencia de los Países Bajos.

Curiosamente, Goethe acababa de concluir su obra sobre Egmont, el mártir de la autodeterminación que pretendió que los neerlandeses se gobernaran a sí mismos y que diversas religiones coexistieran. Aquella revuelta reprimida en el siglo XVI era un incumplido ideal de libertad. El tema seguía en el aire.

En 1788 Goethe estrenó Egmont en el teatro que había fundado en Weimar y se acomodó en su asiento en espera del aplauso. La respuesta fue muy tibia.

Schiller, que dominaba el trasfondo histórico de la tragedia, escribió una reseña donde la admiración no ocultaba su desencanto. Goethe lo desafió a aprovechar el material de mejor manera. Convencidos de que la crítica es una forma de la generosidad, los escritores continuaron una de las más admirables relaciones de la historia literaria. Schiller no olvidó el reto y en 1796 Egmont volvió a escena. El texto era de Goethe, rearmado y reducido por Schiller. Los cinco actos se convirtieron en tres, algunos personajes desaparecieron, las inconsistencias históricas se eliminaron. El resultado fue un éxito que intrigaría a Goethe el resto de sus días. Aunque cada palabra era suya, le inquietaba no haber advertido esa lógica al interior de su obra. Su amigo había liberado una escultura de un bloque de mármol.

Schiller murió en 1805. Cinco años después, Goethe probó nueva fortuna con Egmont. Esta vez pidió auxilio a Beethoven. La obra concluida bajo un ánimo "heroicoelegíaco" reclamaba el influjo épico del compositor. Beethoven compuso una obertura, pasajes incidentales, dos canciones y un monodrama. Sin embargo, su relación con el escritor no fue buena. Según relata Romain Rolland, hizo esta inolvidable descripción: "Goethe siempre está en re mayor". Por su parte, el dramaturgo le escribió a su amigo Zelter: "Beethoven es, por desgracia, de una personalidad completamente salvaje; sin duda, él no tiene la culpa de que el mundo le parezca totalmente detestable, pero no logra hacérselo grato ni hacérselo grato a los demás". La colaboración fue un acercamiento sin encuentro.

Egmont ha sido la pieza reacia de Goethe, un texto fulgurante que exige intervención para ser eficaz. Hace un año, Luis de Tavira me propuso traducir y adaptar esta obra rebelde para la Compañía Nacional de Teatro. Fernando Lozano se hizo cargo de entretejer la música de Beethoven con el texto y Mauricio García Lozano de la dirección escénica.

Hoy, día de Revolución, Egmont se estrena en la Ciudad de México.


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