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lunes, 23 de noviembre de 2009

Herencia revolucionaria: José Antonio Crespo

23-Nov-2009
Horizonte político
José Antonio Crespo
Herencia revolucionaria

Aun año del centenario de la Revolución Mexicana, historiadores, politólogos, economistas y escritores reflexionan sobre ella. A mi juicio, se trató de una auténtica revolución social, como lo fueron la francesa, la china, la rusa, y otras del siglo XX. Pero como toda revolución, generó sus propios mitos y fue idealizada antes y después de tener lugar. Antes, porque el proyecto mismo parte de una utopía; una vez derrocado el antiguo régimen, la sociedad florecerá en progreso, modernidad, justicia, libertad e igualdad. Y después, porque se insiste en que, gracias a la revolución, se consiguieron avances sociales profundos que de otra forma no se hubieran podido alcanzar.

A esta generación le toca evaluar si el México de hoy sería sustancialmente distinto (más atrasado o más desigual) de no haber experimentado esos diversos levantamientos armados entre 1910 y 1920. Me parece que después de un siglo no somos muy distintos de lo que hubiéramos sido sin revolución. De lo contrario, no se podría explicar cómo otros países, incluso con una historia y cultura similares (como los latinoamericanos), muestran niveles de desarrollo parecidos al nuestro (o incluso con cierta ventaja). En cambio, muchas naciones del orbe han dado pasos significativos hacia el desarrollo, la modernidad y la libertad a partir de una democratización exitosa.

Pero también, al preguntar qué tanto se logró realizar del ideario revolucionario, encontramos un panorama desalentador. Seguimos siendo uno de los países más injustos del planeta (el 15°, de abajo hacia arriba). No tenemos, por otro lado, una democracia eficaz de la que podamos ufanarnos ni un Estado de derecho cabal, dos aspiraciones centrales del movimiento maderista. Y el aparato económico está sumamente rezagado. Por eso mismo parece haber coincidencia en la necesidad de impulsar, otra vez, esos valores de la revolución. Mismos que, o bien quedaron pendientes o bien se lograron de manera insuficiente. Tenemos ahora, cien años después, esencialmente las mismas aspiraciones que las de 1910.

Lo que sí fue un producto innegable de la revolución fue el peculiar régimen político que de ahí surgió: uno altamente centralizado, no democrático (como el porfiriato), pero sumamente sofisticado y con un grado de institucionalización tal que permitió preservar la estabilidad por el resto del siglo, alejándonos por décadas de la oscilación típica latinoamericana entre democracias inestables y dictaduras militares. Pero ese modelo —funcional dentro del autoritarismo— ya también se desgastó, por más que partes significativas del mismo sigan prevaleciendo, aunque ahora de manera disfuncional a la gobernabilidad y, desde luego, a la democracia. Y también son legado de la revolución una serie de mitos e intocables tabúes ideológicos, con los cuales se puede o no estar de acuerdo, pero no nos permiten siquiera discutir racional y abiertamente sobre el rumbo económico y social del país, dado su carácter de anatemas. Auténticas camisas de fuerza que otros países no sufren.

Finamente, a la pregunta de si en la fecha cabalística de 2010 surgirá un nuevo estallido social, muchos historiadores, con conocimiento de causa, señalan que las revoluciones sociales (incluida la de 1910) estallaron en contra de regímenes autocráticos. Y que lo que tenemos hoy, aunque no sea la democracia perfecta, dista mucho de ser una autocracia. Sin embargo, quizá la variable clave sea menos el centralismo político y más la falta de legitimidad de las instituciones. Hay autocracias o regímenes centralizados que, mientras gozan de legitimidad, son estables (como el propio régimen priista o el comunista chino). También hay democracias deslegitimadas que pueden dar paso a graves estallidos sociales (así no sean revolucionarios) y acciones desestabilizadoras. Y de no darse un golpe de timón político en México (acompañado de expectativas razonables de mejoría social), no estamos exentos de que eso ocurra (sea en 2010 o más adelante). Muchos esperábamos que ese viraje se diera en el año 2000 (y pudo haberse dado, pero quienes estaban al mando del timón ni siquiera lo intentaron ). Tanto Felipe Calderón como Andrés López Obrador hablan ahora de una especie de “revolución pacífica”, que permita alcanzar lo que no se pudo en 1910. La pregunta clave ahora es con quién puede darse ese viraje. Yo, al menos, no veo a nadie (ni partido ni liderazgo) que pueda conducir exitosamente esa faena. Ojalá me equivoque.

El aparato económico está sumamente rezagado. Parece haber coincidencia en la necesidad de impulsar esos valores de la Revolución.

kikka-roja.blogspot.com/

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