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viernes, 6 de noviembre de 2009

Refundar la República

Refundar la República
Acentos
Epigmenio Carlos Ibarra

2009-11-06•Acentos

Tiene razón el doctor José Narro, rector de la UNAM, cuando llama, y con urgencia, a refundar la República. Tanta desigualdad, tanta injusticia, tanta corrupción, tanta ineficiencia, tanta simulación han de terminar ya antes de que la suma de todas ellas termine con nosotros.

La tarea nos corresponde a todos; no a un partido, una facción, una tendencia ideológica, sino a la sociedad que, harta, consciente, unida y decidida, se despierta y actúa. Ya, como decía León Felipe, nos han contado y nos sabemos todos los cuentos.

Los signos ominosos de la debacle están ahí; sólo los ingenuos, los necios, los complacientes o los que han resultado beneficiarios de la catástrofe se empeñan en no verlos.

Y para darnos cuenta de la profunda descomposición que vive el país y que, en el ejercicio de lo políticamente correcto, las buenas conciencias se esfuerzan en negar basta tan solo mirar al norte.

Ahí, exactamente como lo hizo Adolfo Hitler, Mauricio Fernández, un siniestro personaje, se aprovecha del miedo que invade a la población, explota los instintos más primitivos y se atreve a vanagloriarse de la acción criminal de escuadrones de la muerte.

Basta también escuchar la radio, ver la tv o leer la prensa para darse cuenta de que la trivialidad, en este asunto tan grave, ha terminado por imponerse.

“Folclórico”, “loco”, “singular” resulta, según muchos, Mauricio Fernández, un personaje que debiera, en otras condiciones, provocar y más allá de la más justificada indignación general, una reacción contundente de condena por parte del gobierno federal y una acción inmediata de las instituciones de procuración de justicia.

Nada se hace; en chiste local se convierte el hombre y sus dichos. En indiferencia y olvido sus atrocidades.

Intolerancia ante quienes piensan distinto. Tolerancia ante el crimen si éste se comete desde el poder para, supuestamente, preservar la seguridad de los ciudadanos. Profetas que prometen limpiar la sociedad de criminales e indeseables. Bienestar económico de corto alcance para unos cuantos. Sobre estas bases se edificó el fascismo.

También sobre el consenso, la uniformidad de los miedos más bien, resultado de la acción implacable de un formidable aparato de propaganda oficial, se levantó la dictadura nazi.

Todo comenzó con el desempleo y el miedo; después la ley y las instituciones, en defensa de las cuales supuestamente se actuaba, se vinieron abajo. ¿Es que acaso a eso nos acercamos sin siquiera darnos cuenta?

Nos hundimos. La República, tal como está, no da más.

El crimen organizado, por ejemplo, le cobra a Fernández, que además de todo es imbécil, un general brigadier y su escolta por la osadía. Así es la guerra; si escalas el conflicto has de estar prevenido para la respuesta de tu enemigo que, por fuerza, ha de ser proporcional.

¿Cuántas vidas más tendrá entonces que segar Fernández o sus homólogos para, más allá de sus atribuciones, vengar la afrenta?

No digo, sin embargo, que no debe combatirse al crimen organizado. Ni rendirse ni negociar es el camino. Esta guerra no puede dejar de librarse pero hay que hacerlo siempre dentro del marco de la ley y el más estricto respeto a los derechos humanos. Sólo así puede ganarse.

Quien fuera de ley lucha se vuelve tan asesino como a los que combate, sin tener, además, la ventaja estratégica. Eso habrá de pasarle a Fernández y a los de su calaña. Asesinos habrá de heredarnos ese alcalde. Quienes hoy lo festejan deberían saber que mañana serán ellos las víctimas.

Las décadas del PRI en el gobierno instauraron la corrupción y la impunidad como forma de vida en el país. Es la desigualdad social resultado del régimen autoritario y la convivencia con el crimen organizado la garantía de la paz hasta entonces vigente.

Vicente Fox entregó el país a los poderes fácticos, ensanchó aún más la brecha entre los pobres y los ricos y cedió amplias zonas del país al crimen organizado. Felipe Calderón, empeñado en ganar una legitimidad que de origen no tiene, no ha podido hacer nada más que tratar de recuperar el terreno cedido por su antecesor, mantener una alianza con quienes lo llevaron al poder y empeñarse en un formidable e inédito esfuerzo propagandístico para decirnos que hoy vivimos mejor.

Los partidos, de izquierda o derecha, por otro lado, ensimismados defienden sólo sus prebendas y privilegios mientras, como pueden, tratan de repartirse lo que queda del botín.

Somos los ciudadanos, son, creo yo, la UNAM y las otras universidades públicas, sus rectores, catedráticos, investigadores y alumnos a quienes toca la tarea de reinventar la nación. No hay tiempo que perder.

Entre los barbajanes como Mauricio Fernández y el crimen organizado, entre la avaricia sin fin de los poderosos y la corrupción y sumisión de los gobernantes, entre la indiferencia y la ineficiencia de los políticos y los partidos ante los grandes problemas nacionales, estamos a punto de perderlo todo.

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