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jueves, 26 de enero de 2012

AGUSTIN BASAVE: AMLO, dos PRDs y tres apuestas


Agustín Basave es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford. Su libro más reciente es Mexicanidad y esquizofrenia...
26 de enero de 2012

Desde su origen, en el PRD se han cruzado dos apuestas para llegar a la Presidencia de la República, la de los radicales y la de los moderados. Ambas se plantean en el marco de la democracia, pero una de ellas gira en torno a la movilización social y la confrontación con el gobierno mientras la otra prioriza la lógica electoral y la negociación. Los primeros sostienen que hay dados cargados contra la izquierda y que sólo jugando la carta de la presión popular podrán arrancar la aceptación de su triunfo a la élite económica y a sus representantes políticos; los segundos proponen jugar con las reglas de la casa y ganar con una ventaja a prueba de trampas. En otras palabras, unos buscan asustar al gobierno y otros no asustar a la sociedad; unos quieren consolidar su voto duro y movilizarlo para intimidar al establishment aunque ahuyenten electores de la clase media, y los otros pretenden atraer al electorado independiente mostrando un talante mesurado e institucional aunque mermen el apoyo de su base militante.


Dejo de lado en este análisis mi postura personal, que ya he manifestado en este espacio, para analizar lo más objetivamente posible el supuesto que vislumbro detrás de cada apuesta. El PRD radical parece confiar en que un pueblo pobre como el nuestro es consciente o inconscientemente izquierdista y que tarde o temprano votará por quienes esgrimen la lucha y la resistencia. El PRD moderado, por su parte, piensa que la mayoría de los mexicanos es culturalmente conservadora y refractaria a la polarización y a la rijosidad, porque tiene mentalidad y aspiraciones clasemedieras. El primero argumenta que no ha llegado a la Presidencia porque ha sido víctima de dos grandes fraudes electorales. Juzga ingenuos a quienes suponen que es posible la victoria por las buenas —a menos que se traicionen los principios del perredismo volviéndolo aceptable para los intereses de la derecha— y está convencido de que ha de doblegar al poder cupular con la movilización de la gente que está justificadamente enojada. Escéptico de un orden legal al que percibe como garante de un veto en su contra, prefiere luchar y resistir a aceptar un sistema excluyente, y no ve mayor utilidad en tratar de convencer a los veleidosos switchers. El segundo arguye que la estrategia radical ha sido tan predominante como ineficaz puesto que México no ha tenido un presidente perredista. Aduce que sólo desde el gobierno es posible forjar un país más justo, y que la mayoría de campañas exitosas de candidatos de izquierda en elecciones estatales se han caracterizado por ganar el voto de los esperanzados subordinando la movilización al análisis de costo-beneficio electoral. Su ejemplo paradigmático es Oaxaca: alianza de amplio espectro encabezada por un candidato de centro izquierda, focalizada en la consecución de votos por vía de la inclusión, sumó a todos los partidos opositores y a muchas organizaciones ciudadanas y derrotó con una ventaja irrevertible nada menos que al zar de los mapaches priístas.

Si bien como presidente del PRD y como jefe de Gobierno del DF López Obrador se moderó y adoptó una actitud pragmática y negociadora, a partir de 2006 se decantó hacia el radicalismo. Ignoro qué tanto enfado y cuánta racionalidad incidieron en su radicalización poselectoral; lo que sí sé es que endureció su discurso y regresó a sus orígenes de luchador social. En su primer círculo se vaticinó que Calderón no terminaría su sexenio y que, en el improbable caso de que lograra llegar al 2012, el país estaría en tal grado de descomposición que los mexicanos enojados dejarían de ser minoría y votarían masivamente por el líder combativo que desde el principio advirtió el desastre. Aunque aún están por verse los efectos de la crisis de Europa, hasta ahora los cálculos han fallado: México enfrenta gravísimos problemas, pero las instituciones siguen funcionando y los mexicanos esperanzados junto con los atemorizados siguen siendo mayoría. Esa realidad ha llevado a AMLO a correrse hacia el centro y a proyectar una imagen más conciliadora e incluyente. El viraje, que los moderados interpretan como su triunfo cultural, es explicado por los radicales como una nueva etapa que no descalifica la beligerancia original, sin la cual habría habido violencia o desbandada.

Dentro de unos seis meses saldremos de dudas. Sabremos si se repitió la suciedad de la contienda del 2006, si el cambio táctico en la campaña de AMLO fue tardío y la alienación del voto blando provocada por su radicalización lo llevó a la derrota, o si le alcanzó para revertir sus negativos y ser electo presidente. Quizá entonces termine la esquizofrenia y los dos PRDs acierten a formalizar su escisión o a integrarse en un partido coherente. He aquí una tercera apuesta, donde yo pongo mis fichas: la de un paradigma socialdemócrata nuevo, libre del gen marxista y del maquillaje del actual izquierdismo europeo, que sea opción real de poder y que consume nuestra transición democrática. 

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