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lunes, 17 de julio de 2006

Participar, Esclarecer, Resistir


Los mexicanos están gobernados por los grandes medios masivos y, en su mayor parte, apenas si se dan cuenta de ello. La prensa, en particular las cadenas de radio y televisión privadas, cumplen su papel de fábrica de comunicación. Como ha explicado Noam Chomsky, su función es manufacturar el consenso: vaciar las mentes de la gente en un molde uniforme y asegurar el alineamiento de cada individuo aislado con el modelo de dominación impuesto; el modelo de la clase dominante. Televisa ha jugado un papel clave en la conformación de una multitud de telespectadores de signo conservador, reaccionario. Individuos atomizados, crédulos, despolitizados, maleables, que componen la nación y también son ciudadanos y votan en las elecciones. Un público que recibe de manera simultánea las mismas imágenes e informaciones y, por lo tanto, las mismas ideas. Los programas y noticieros transmitidos están concebidos a partir de la sicología y los prejuicios corrientes de la mayoría de la población y se da una interacción en el sentido de una uniformidad cada vez mayor. Esa masificación, que muchas veces en tiempos de campañas electorales el telespectador no identifica como propaganda política, se instala en la conciencia de la gente y, gracias a ella, por un efecto de repetición, los que mandan y sus empleados hipnotizan a la multitud. La repetición homogénea de falacias, mitos y eslogans como "noticia", tiene, siempre, valor de confirmación. La repetición obstinada fija la idea, aunque esa idea haya sido producto de una maniobra de simulación. El arte del camuflaje es practicado por la clase dominante y sus "comunicadores" de masas para controlar y domesticar a la población. No quieren que la gente piense ni participe. Y explotan, a través de los medios, la sicología y los prejuicios de las masas. Explotan la necesidad de odiar a alguien, la búsqueda de un chivo expiatorio. Suscitan ese odio y a veces apasionan a la gente, la sublevan y le conceden una actividad. Por ejemplo, votar. Durante las campañas políticas, revelarle, entregarle tal objeto de aversión y escándalo a las masas es permitirles que den libre curso a su agresividad latente. Un objetivo es predisponer al público contra un adversario, un personaje, una idea. Incluso por la vía de la difamación y la mentira. Eso ocurrió aquí. El Consejo Mexicano de Hombres de Negocios; su grupo de choque, el Consejo Coordinador Empresarial; jerarcas de la Iglesia católica, el gobierno de Vicente Fox, Acción Nacional, sus aliados del PRI, la ultraderecha yunquista y las grandes cadenas electrónicas privadas participaron en una campaña de odio contra Andrés Manuel López Obrador. Mediante una estrategia de persuasión, inducción y coacción hicieron revelaciones, generaron escándalos y reprodujeron hasta el cansancio exageraciones y mentiras para afirmar ideas y dogmatizar a una multitud pasiva a la que después se pidió sufragar por su candidato, Felipe Calderón. El voto del miedo funcionó, aunque muchos de quienes sufragaron por el candidato del PAN conservan la ilusión de haber decidido por sí mismos, sin darse cuenta de que fueron influidos o manipulados. En buena medida, la sugestión compulsiva -la guerra sucia mediática con eje en la sentencia "AMLO es un peligro para México"- fue ejecutada por un puñado de hipnotizadores a distancia, conductores "estrellas" de los medios electrónicos que practican a diario la disimulación. Además, los canales del duopolio televisivo -Televisa y Tv Azteca, cuyos dueños integran la plutocracia y se han convertidos en actores políticos- fueron protagonistas del show electoral, y autoerigidos en "suprema corte mediática" siguen ejerciendo su privilegio de mandar. El 5 de julio, mientras "fluía" el conteo distrital, el vocero de la Casa Azcárraga (Joaquín López Dóriga) realizó una entrevista con José Woldenberg para reasegurarle al populacho lo impecable de la maquinaria del Instituto Federal Electoral (IFE) y la imposibilidad de fraude. Era obvio qué iba a pasar. No en balde Calderón cerró su campaña en el Estadio Azteca, propiedad de Televisa, y en el capítulo del 28 de junio de la telenovela La fea más bella, dos protagonistas, José Luis Cordero y Eric Guecha, invitaron a la audiencia a votar por el candidato del PAN. Ahora López Dóriga, en su papel de cuico o policía del pensamiento -como antes Brozo-, sigue con su tarea mercenaria de convencer a los mexicanos de que Calderón ya ganó y que López Obrador debe reconocer su derrota. Habla por la voz de su amo, cuya empresa utilizó el último capítulo del programa de sátira política El privilegio de mandar para atacar a AMLO y enviar un mensaje siniestro a todo México. A través del personaje Canti, parodia de Cantinflas, interpretado por Carlos Espejel, la "posición institucional" de la televisora -según reconoció el guionista Manuel Rodríguez Ajenco ante Carmen Aristegui- fue que "en la democracia se gana y se pierde (...) no hubo vencedores ni vencidos, aquí todos somos México (...) no es hora de dividir, es hora de sumar". Lo que previa descalificación de López Obrador, sin que todavía se defina legalmente quién resultó vencedor, quiere decir que Televisa ya decidió: ganó Calderón. Asistimos, pues, a otro 88. A otro fraude patriótico en nombre del "pueblo de México". ¿Qué sigue? ¿Un nuevo autoritarismo? ¿Una dictablanda? ¿Un fascismo a la mexicana? Ante esos escenarios, la movilización social, la resistencia popular, la desobediencia civil son armas legítimas. Pero no se trata sólo de la defensa del voto, sino de construir una patria nueva sin mentiras, sin capuchas, sin torturas, sin cadenas. Sí al voto por voto. Pero más importante es la acción política permanente. Participar, sí. Pero también esclarecer. Lograr que la comunidad tome conciencia de la lección que proporcionan los hechos. Los propios y los ajenos.

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