José Agustín Ortiz Pinchetti
En nuestra última sobremesa dominical comenté que Felipe Calderón tenía como enemigo a su propia conciencia. La gente común piensa que los políticos son inmunes a los "remordimientos". Es cierto que algunos, como la maestra Elba Esther Gordillo, tienen que desarrollar un instinto depredador para sobrevivir en un ambiente donde la traición, el robo y la mentira son moneda corriente, pero Calderón y muchos panistas se educaron en una cultura de culpa y creyeron que representaban la conciencia de la gente decente, empeñada en una brega de eternidad para establecer la democracia. Calderón y sus colaboradores son unos hipócritas, pero no tienen la ceguera moral de sus nuevos aliados, los peores especímenes del nuevo régimen. La mala conciencia puede llevarlos por el camino de la insensatez a tomar decisiones autodestructivas.
Esto viene a cuento con relación a la reaparición de Vicente Fox. En lugar de quedarse tranquilo en su rancho, esperando que Calderón cumpla con sus promesas de impunidad, se ha lanzado a la tarea de hacer un museo de su "obra" y a promover la idea de la democracia y del mercado abierto. Una contradicción esquizofrénica a lo que hizo en el poder. Para medir su legado final, recordemos que Fox detuvo el proceso de transición a la democracia. En el sexenio de Zedillo se hicieron reformas muy importantes; se dotó a la Suprema Corte de independencia y pluralidad. Se hizo una reforma electoral incompleta, pero eficaz, para que el PRI perdiera el control del Congreso y de la capital en 1997, y de la Presidencia de la República en 2000. El Poder Legislativo empezó a vivir de nuevo.
Fox, que llegó al poder como parte del cambio, empleó todos sus recursos para detener el proceso: deja una Corte mucho más conservadora de lo que fue después de la reforma de 1994. Detuvo la reforma del Estado y le achacó la responsabilidad al Congreso. Las pocas reformas que propuso, que por fortuna se frustraron, tendían a favorecer a los grupos de interés. Empleó todos los recursos como jefe del Estado para atacar al gobierno de la capital y después intervino, desvió y pervirtió el proceso electoral. La regresión política que propició dio lugar al desgaste total del Instituto Federal Electoral, del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales. A tal punto entregó malas cuentas, que hoy está en proceso una curiosa ley para impulsar la reforma del Estado. Es decir, un ordenamiento para generar nuevos ordenamientos con la esperanza de estabilizar el escenario.
.Esto viene a cuento con relación a la reaparición de Vicente Fox. En lugar de quedarse tranquilo en su rancho, esperando que Calderón cumpla con sus promesas de impunidad, se ha lanzado a la tarea de hacer un museo de su "obra" y a promover la idea de la democracia y del mercado abierto. Una contradicción esquizofrénica a lo que hizo en el poder. Para medir su legado final, recordemos que Fox detuvo el proceso de transición a la democracia. En el sexenio de Zedillo se hicieron reformas muy importantes; se dotó a la Suprema Corte de independencia y pluralidad. Se hizo una reforma electoral incompleta, pero eficaz, para que el PRI perdiera el control del Congreso y de la capital en 1997, y de la Presidencia de la República en 2000. El Poder Legislativo empezó a vivir de nuevo.
Fox, que llegó al poder como parte del cambio, empleó todos sus recursos para detener el proceso: deja una Corte mucho más conservadora de lo que fue después de la reforma de 1994. Detuvo la reforma del Estado y le achacó la responsabilidad al Congreso. Las pocas reformas que propuso, que por fortuna se frustraron, tendían a favorecer a los grupos de interés. Empleó todos los recursos como jefe del Estado para atacar al gobierno de la capital y después intervino, desvió y pervirtió el proceso electoral. La regresión política que propició dio lugar al desgaste total del Instituto Federal Electoral, del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales. A tal punto entregó malas cuentas, que hoy está en proceso una curiosa ley para impulsar la reforma del Estado. Es decir, un ordenamiento para generar nuevos ordenamientos con la esperanza de estabilizar el escenario.
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Kikka Roja
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