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jueves, 15 de febrero de 2007

Sergio Aguayo Quezada

El desengaño

sergioaguayo@infosel.net.mx
www.sergioaguayo.org

Hace cinco semanas el gobierno federal desplegó a miles de soldados y policías en Tijuana. Decidieron enfrentar al crimen organizado disputándole el control del territorio. La apuesta fue grande y los riesgos empiezan a aparecer en la medida en la que se hace evidente la falta de resultados. Presidente débil y Estado anoréxico. La ecuación captura la esencia del sexenio pasado en asuntos de seguridad. Se trata de un problema mayúsculo porque al menos el 22 por ciento de la población y 40 por ciento del territorio fueron dejados a merced del crimen organizado; la sociedad se defendió con silencios, evasiones y soluciones individuales. Los secuestros, los asaltos a mano armada y las ejecuciones hicieron insoportable la existencia e imposible la indiferencia. Y en ciudades como Tijuana se desataron las protestas. Jesús Alberto Capella es un hombre joven y claridoso que tomó la riesgosa opción de combatir a los sicarios y a quienes los arropan o patrocinan desde los diferentes niveles de gobierno. Como presidente del Consejo Ciudadano de Seguridad Pública de Baja California, Capella ha movilizado a la sociedad y organizado marchas por el territorio y publicado desplegados; "lo único que me falta es encuerarme enfrente del palacio de gobierno en Mexicali o en el Zócalo", dice.

Cuando la Federación envió la tropa a Michoacán, Capella provocó un alboroto al exigir públicamente que Los Pinos ordenara el despliegue de militares en Baja. Y en medio del estruendo de las trompetas y las panderetas de una legión de comunicadores gubernamentales nació, el 2 de enero, la "Operación Tijuana"; desde el gabinete se informó que a esa ciudad llegarían 3 mil soldados y marinos, lanchas rápidas, vehículos artillados... la ciudadanía respiró aliviada. El sábado 10 de febrero el presidente Felipe Calderón continuó con la ofensiva mediática y con motivo de la celebración del día de la Fuerza Aérea lanzó una emotiva consigna a gobierno y sociedad: "rescatemos a México", dijo. En párrafo aparte puntualizó que por lo pronto su objetivo es liberar ocho estados: Guerrero, Michoacán, Baja California, Sinaloa, Chihuahua, Durango, Tamaulipas y Nuevo León. Remachó con uno de los giros retóricos con más solera: se aplicará - aseguró- "toda la fuerza del Estado" para "arrebatar a los delincuentes los espacios públicos". La sonoridad retórica está plenamente justificada porque en los ocho estados - seis de ellos ubicados en el estratégico norte- viven 24 millones de personas en un territorio de 763 mil kilómetros cuadrados. Era absurdo, era riesgoso, que el Estado concediera tanta libertad de acción al crimen organizado que imponía su ley. Dada la corrupción, ineficacia o impotencia de los 350 mil policías, la alternativa estaba en llamar a las Fuerzas Armadas, a la principal reserva que el Estado tiene para salvaguardar la seguridad nacional amenazada. Sacar a la tropa de los cuarteles -me confirman funcionarios de alto nivel- tenía como primer objetivo demostrar la firmeza del Presidente y recuperar el espacio cedido a, y ganado por, el crimen organizado.

Al amparo del mazazo mediático se procedería a captar la inteligencia requerida para la detención de los principales capos y el desmantelamiento de los batallones de sicarios. La estrategia parecía tan sensata como realistas los objetivos. Acabo de visitar Tijuana donde dialogué con una muestra más que representativa de conocedores del submundo criminal y de sus resortes. El entusiasmo inicial ya fue sustituido por el desconcierto y el desaliento de académicos, líderes sociales, periodistas... Con la explicación colectiva puede tejerse una cronología de las cinco semanas pasadas desde el 2 de enero: 40 días después de instalados los retenes, éstos empezaron a relajarse; a las tres semanas se hizo evidente que no se detendría a capos cuyos apodos, manías y lugares de reunión son citados con precisión; al cumplirse el primer mes se reiniciaron los secuestros y 10 días después -12 de febrero- ya son cinco las víctimas. Nadie entiende la tibieza del gobierno federal aunque abundan las especulaciones que convergen en una inquietante conclusión: ¿si ni el Ejército pudo -se preguntan-, qué será de nosotros? Entretanto, el alcalde tijuanense, el ambicioso y rico Jorge Hank Rhon, aprovecha el momento para seguir aplanándose el camino hacia una gubernatura en manos panistas desde 1989. Funcionarios de la presidencia municipal que Hank encabeza contradicen abiertamente a la Federación y aseguran que en lugar de los 3 mil militares prometidos sólo llegaron 400; también difunden spots ensalzando a los policías municipales que el Ejército hiciera famosos quitándoles sus armas. Es un error concluir que las armas nacionales fueron derrotadas; imposible porque nunca hubo una verdadera batalla.

Hasta el momento de enviar esta columna el "Operativo Tijuana" se ha concretado a seleccionar los lugares más lucidores para la imagen. De mantenerse la situación actual se confirmaría la debilidad del Estado que tal vez desplegó a sus efectivos sin contar con una estrategia integral o con la inteligencia requerida para desmantelar a los cárteles. Las carencias se confirman porque nada se está haciendo para reducir el preocupante incremento en las adicciones; más del 90 por ciento del presupuesto sigue dedicándose a la erradicación y la interceptación de narcóticos que son, por cierto, las principales metas de una estrategia elaborada en Washington hace ya varias décadas. En Tijuana el crimen organizado sigue entero y la sociedad digiere como puede lo que está pasando, mientras espera inquieta el regreso de sicarios alebrestados por las pérdidas monetarias, las extradiciones y las molestias causadas por un operativo cuyo rasgo más distintivo ha sido la búsqueda del brillo mediático. El desengaño.

La Miscelánea
El Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Berkeley, en California, acoge en su biblioteca, desde el pasado 29 de enero, una exposición que los grandes museos estadounidenses se han negado a exhibir por razones más allá de las artísticas: se trata de 47 pinturas de Fernando Botero sobre las torturas de soldados estadounidenses a presos iraquíes en Abu Ghraib. Además de Berkeley, la muestra que cosechó éxitos en Europa, sólo se ha presentado en una pequeña galería privada neoyorquina. La batalla por las libertades básicas no reconoce fronteras.
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Kikka Roja

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