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La versión oficial, la que repite la televisión a ver si se cumple la máxima de una mentira repetida hasta el cansancio, establece que desde el presidente hasta el correveidile de cualquier subjefatura trabajan para el país. Que trabajan, vaya. La versión oficial afirma siempre que los recursos, los presupuestos, las recaudaciones, que son tantas y que invariablemente a los recaudadores les saben a tan poco sirven para sostener las diferentes instancias que las reclaman, que nunca para que secretarios, ministros, almirantes, directores, jefes, coordinadores, asesores, inspectores, oficiales y dilectas compañías, que suelen ser damas que mal pasan como secretarias, se lo quemen en Las Vegas, en viajes a Europa, que ya sería mucho de aplaudir porque supondría alguna avidez de conocimiento aunque fuese meramente geográfico, pero no porque ámonos mejor a Cancún, a Ixtapa, a Acapulco, Veracruz o Vallarta, que ya se sabe que en el mar la vida es más sabrosa y más sabrosa, también, la putería. O ya de perdis, hablando de meretricidios presupuestales, en cualquier puticlub del Distrito Federal.
La versión oficial señala –antes lo hacía, diría Bryce Echenique si fuera mexicano, sacando pechito encendida de rubores patrios, y la verdad es que últimamente lo hace como más tímida, porque revísese en los últimos treinta años cómo nos ha ido– que los funcionarios son siempre probos, íntegros y severos señores de sedeñas corbatas y recios discursos pronunciados detrás de una valla infranqueable de mal encarados guardaespaldas, y que esos señores de ninguna manera, óigame desgraciado comunista, infeliz perredista, rojillo trapisondista, perverso artífice de apátridas filfas y agente del diablo Chávez, son incapaces de vender puestos públicos o enquistar familiares, amigotes y amiguitos de ocasión en el panal del presupuesto, y mucho menos de chingarse los recursos públicos para, digamos, construirse una casa que siempre es una de muchas.
La versión oficial jura que en las escuelas del Estado hay verdaderos maestros, y que éstos cuentan con todo el apoyo de la Secretaría de Educación, ja-ja, ésa que terminó, quién sabe cómo, en manos de una señora que quiso ser secretaria, sí, pero no de Educación, sino de la apanicada diplomacia mexicana ensartadora de izquierdistas dragones en esa pobrecita Latinoamérica tan cerca de la teología de la liberación y tan lejos de Estados Unidos, pero resulta que la tal señora ni siquiera sabía hablar inglés, y como la cosa parece estar cargada de simbolismos, pues precisamente por su adolescencia idiomática –y presupone esta prejuiciosa columna, también adolescencia cultural– pues cuás, a regir la educación y la cultura. Porque desde luego que la versión oficial, si algo no nos da, es una explicación coherente y honesta ya no de la realidad nacional, que ésa nos abofetea todos los días, sino de toda la porquería que se cocina debajo de la mesa, es decir, con las patas, de por qué criterio se nombró a cierto funcionario en carteras de enorme responsabilidad y dedicación, o de las razones verdaderas, origen y despliegue de una guerra sucia en medios masivos contra la izquierda y contra cualquier iniciativa progresista en este que ellos, los señoritos de las corbatas importadas, han convertido en un país que parece marchar hacia atrás.
Allí, de ejemplo, la versión oficial. La que dice en anuncios del gobierno y en comentarios de locutores de la televisión y en todos los espacios presuntamente informativos, que la policía militarizada que anda en las calles, las tanquetas, los retenes, los mal encarados soldados que nos increpan en las calles y en las carreteras, están haciendo un buen trabajo policíaco para defendernos del crimen organizado, ése que tantos aquejados de sospechosismo siempre hemos sostenido que se llama gobierno, que se llama policía corrupta; ese crimen organizado que se llama corrupción en todos los niveles de gobierno y contra el que buenamente nadie va a hacer nada. Y mientras, la versión oficial seguirá callando verdades, las verdades de la calle, de los malos modos de los uniformados con armas que detienen al ciudadano en los retenes, los que humillan migrantes en los autobuses, los que le roban a la gente pobre porque saben que además de pobre es débil, y tiene miedo, o está tan mal acostumbrada a los abusos, como la inmensa mayoría de nuestro pueblo, que solamente queda, diría don Pío Baroja en uno de sus incontestables, literarios vilipendios, esta como enfermiza resignación.
Kikka Roja
La versión oficial señala –antes lo hacía, diría Bryce Echenique si fuera mexicano, sacando pechito encendida de rubores patrios, y la verdad es que últimamente lo hace como más tímida, porque revísese en los últimos treinta años cómo nos ha ido– que los funcionarios son siempre probos, íntegros y severos señores de sedeñas corbatas y recios discursos pronunciados detrás de una valla infranqueable de mal encarados guardaespaldas, y que esos señores de ninguna manera, óigame desgraciado comunista, infeliz perredista, rojillo trapisondista, perverso artífice de apátridas filfas y agente del diablo Chávez, son incapaces de vender puestos públicos o enquistar familiares, amigotes y amiguitos de ocasión en el panal del presupuesto, y mucho menos de chingarse los recursos públicos para, digamos, construirse una casa que siempre es una de muchas.
La versión oficial jura que en las escuelas del Estado hay verdaderos maestros, y que éstos cuentan con todo el apoyo de la Secretaría de Educación, ja-ja, ésa que terminó, quién sabe cómo, en manos de una señora que quiso ser secretaria, sí, pero no de Educación, sino de la apanicada diplomacia mexicana ensartadora de izquierdistas dragones en esa pobrecita Latinoamérica tan cerca de la teología de la liberación y tan lejos de Estados Unidos, pero resulta que la tal señora ni siquiera sabía hablar inglés, y como la cosa parece estar cargada de simbolismos, pues precisamente por su adolescencia idiomática –y presupone esta prejuiciosa columna, también adolescencia cultural– pues cuás, a regir la educación y la cultura. Porque desde luego que la versión oficial, si algo no nos da, es una explicación coherente y honesta ya no de la realidad nacional, que ésa nos abofetea todos los días, sino de toda la porquería que se cocina debajo de la mesa, es decir, con las patas, de por qué criterio se nombró a cierto funcionario en carteras de enorme responsabilidad y dedicación, o de las razones verdaderas, origen y despliegue de una guerra sucia en medios masivos contra la izquierda y contra cualquier iniciativa progresista en este que ellos, los señoritos de las corbatas importadas, han convertido en un país que parece marchar hacia atrás.
Allí, de ejemplo, la versión oficial. La que dice en anuncios del gobierno y en comentarios de locutores de la televisión y en todos los espacios presuntamente informativos, que la policía militarizada que anda en las calles, las tanquetas, los retenes, los mal encarados soldados que nos increpan en las calles y en las carreteras, están haciendo un buen trabajo policíaco para defendernos del crimen organizado, ése que tantos aquejados de sospechosismo siempre hemos sostenido que se llama gobierno, que se llama policía corrupta; ese crimen organizado que se llama corrupción en todos los niveles de gobierno y contra el que buenamente nadie va a hacer nada. Y mientras, la versión oficial seguirá callando verdades, las verdades de la calle, de los malos modos de los uniformados con armas que detienen al ciudadano en los retenes, los que humillan migrantes en los autobuses, los que le roban a la gente pobre porque saben que además de pobre es débil, y tiene miedo, o está tan mal acostumbrada a los abusos, como la inmensa mayoría de nuestro pueblo, que solamente queda, diría don Pío Baroja en uno de sus incontestables, literarios vilipendios, esta como enfermiza resignación.
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