Conversaciones con Ramón
Lorenzo MeyerAGENDA CIUDADANA
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“Desde Estados Unidos y a contracorriente, Ramón Eduardo Ruiz elaboró una visión de la historia del país de sus padres, más congruente que la de muchos de sus colegas mexicanos”.
Congruencia. Mientras buscaba material para una investigación, me topé con una carta a The New York Times que apareció el 4 de octubre de 1968, pero fechada tres días antes, justo en vísperas de la masacre de Tlatelolco. Su tesis era tan clara como a contracorriente de la opinión dominante de su tiempo y lugar: el movimiento estudiantil de protesta, sostenía su autor, demostraba que tanto el sistema político como el económico de México estaban lejos de ser el modelo a seguir en América Latina que pretendía Estados Unidos. En realidad, el caso mexicano mostraba que: “el progreso industrial sin justicia social sólo agrava los problemas políticos”. Cuatro decenios más tarde y en otro artículo de opinión, el mismo autor sostendría, ya en su calidad de profesor emérito de historia, que las elecciones mexicanas de 2006 habían sido las más cruciales y reveladoras desde los 1860. Y es que la jornada electoral de seis años atrás, la de 2000, no había sido realmente tan determinante como se pretendía, pues finalmente el ascenso de Vicente Fox sólo había servido para que “un PRI conservador fuera reemplazado por un PAN conservador”. En contraste, si bien en 2006 la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador había fracasado por apenas “un margen microscópico”, su desafío al status quo había servido para hacer evidente el fracaso de la oligarquía gobernante al imponer la ortodoxia económica neoliberal elaborada por “el vecino imperial del norte”, (Chronicles, Newsletter of the UCSD Emeriti Association, Noviembre, 2006, Vol. VI, N° 2).
El Personaje. Como consecuencia de la destrucción y disolución del Ejército federal en 1914, Ramón Eduardo Ruiz Urueta -él es el autor de la carta y del artículo que acaban de ser citados-, nació en Estados Unidos en 1921. Su padre, había sido oficial de la pequeña armada federal y por ello se había tenido que exiliar en el país del norte. Ramón Eduardo y su hermano sirvieron como oficiales en la Fuerza Aérea norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial –pocos jóvenes de origen mexicano tuvieron esa condición- y más tarde obtuvo su doctorado en la Universidad de California, en Berckeley, algo igualmente raro entre los mexicoamericanos de la época. A partir de 1955 y ya como académico, fue profesor en varias universidades y centró su trabajo en el análisis histórico de las dinámicas que explican los procesos políticos tanto de México como de Cuba. El libro del profesor Ruiz, The Great Rebellion. México, 1910-1924, apareció en 1980 y la tesis principal de la obra chocó con la ortodoxia que sostenía en torno al fenómeno tanto el mundo académico como el régimen priista. En efecto, lo que había ocurrido en nuestro país entre el levantamiento maderista y el inicio de la consolidación del nuevo régimen no había sido realmente una revolución sino una de las últimas grandes rebeliones populares. La lucha que azotó a México al inicio del siglo XX no correspondía a la definición de revolución, pues finalmente la violencia y las demandas generadas por el levantamiento campesino no llegaron a poner en entredicho la naturaleza capitalista del sistema económico que se estaba consolidando en México. Carranza y los sonorenses derrotaron a la contrarrevolución, pero también aplastaron a las alternativas radicales y terminaron por hacer compatible su muy limitada reforma agraria y la organización del incipiente movimiento obrero, con la profundización del capitalismo mexicano, un capitalismo que como lo quedaría muy claro en otro trabajo –The People of Sonora and Yankee Capitalists, (Tucson: University of Arizona Press, 1988)-, desde sus inicios y hasta el día de hoy resultó dependiente del norteamericano.
Finalmente, sólo durante la Presidencia del general Lázaro Cárdenas la acción gubernamental sirvió para intentar una transformación a fondo de la sociedad mexicana –la primera desde la Independencia y la única hasta la fecha-, pero lo acontecido en los 1930, aunque importante en sí mismo, ya no fue una Revolución, sino una gran reforma social desde arriba y que por lo mismo en el decenio siguiente pudo ser revertida. De entre todos sus trabajos publicados –15 libros- el profesor Ruiz le tiene particular gusto a su interpretación de México: Triunfos y tragedia; una historia del pueblo mexicano, (Triumphs and tragedy. A history of the Mexican people, Norton, 1993), una visión general del proceso histórico desde los Olmecas, pasando por la Colonia y la Independencia hasta llegar a la época contemporánea. Una obra densa, pero de la que no está ausente la ironía que acompaña a la prolongada tragedia de los últimos cinco siglos, donde los triunfos han sido unos cuantos y esporádicos. La tragedia está subrayada por la dureza hacia la población indígena de la dominación colonial, la dependencia e inestabilidad económicas y por la corrupción e ineptitud de las élites que han conducido a México en los últimos doscientos años, que además resultaron particularmente serviles frente a los poderosos vecinos del norte.
La Conversación. El paso del tiempo, el propio, el del país y el del mundo, no han hecho variar el juicio del profesor Ruiz, al contrario, lo han reafirmado. En la actualidad está concluyendo un nuevo libro cuyo título tentativo es una pregunta que ya se había hecho Alexander von Humbolt hace un par de siglos, pero que sigue tan vigente hoy como entonces: “México: por qué los pocos son ricos y su pueblo pobre” (Mexico: why the few are rich and the people poor) que ojalá fuese traducido y publicado en español. Y es aquí donde entra el asunto de mis conversaciones con el mexicanista por voluntad y por raíz familiar. Para el profesor Ruiz, las causas del atraso económico mexicano, sus repetidos fracasos para superar su lastimosa condición actual, están fundamentalmente en las estructuras que se crearon en la época colonial y que en más de un sentido perviven hasta hoy, aunque transformadas para adecuarse a nuevas circunstancias. Se trata de un círculo vicioso –maldito- del que una Nueva España organizada en función del mercado externo –la explotación y exportación de metales preciosos- no ha podido salir a pesar de haberse convertido en nación políticamente independiente. El porfiriato reprodujo la relación subordinada frente al mercado externo y el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN) la ha vuelto a reafirmar. Para el profesor emérito de la Universidad de California en San Diego, que finalmente sería de los primeros en ostentar la doble nacionalidad norteamericana y mexicana y a quien el presidente Bill Clinton entregaría la Medalla Nacional en Humanidades, la historia mexicana se puede resumir en la reproducción secular y sistemática de pequeños grupos económicos muy poderosos ligados al mercado externo o a la protección que les ha dado el Estado en ciertos nichos del mercado interno.
Desde la perspectiva anterior, el juarismo y el porfirismo serían meras variantes de un mismo tema. En todos los tiempos el mercado local ha sido explotado, pero rara vez se ha buscado desarrollarlo –la excepción sería el cardenismo. Desde esta perspectiva, resulta que el conservador Lucas Alamán aparece como un elemento más revolucionario que José María Luis Mora, por citar a su contraparte liberal. Para Ramón Eduardo Ruiz no hay duda que los modelos económicos a lo largo de cinco siglos siempre han sido acompañados de racismo, oficial e institucional en la colonia y soterrado, pero igualmente real y efectivo en el México del siglo XIX o en el de nuestros días. La visión que tiene de los intelectuales mexicano, desde Melchor Ocampo y Guillermo Prieto hasta muchos de los actuales, es que sólo una minoría jugó el papel que Gramci consideraba su misión central: tener su raíz en el pueblo, darle voz a sus demandas y expectativas para terminar siendo un acicate del cambio. En realidad y como bien lo hubiera aceptado Guillermo Bonfil, la clase intelectual mexicana sucumbió a la tentación de alejarse del “México profundo” para ser simplemente la contraparte local –copycats- de las visiones y los enfoques dominantes en Europa o Estados Unidos. Y el mismo fenómeno se volvió a dar en el siglo XX, con notables excepciones, entre los que destacan con especial fuerza y grandeza los muralistas.
No sin tristeza y con una buena dosis de enojo, don Ramón concluye que México pudo haber sido un gran país, pero que finalmente no lo fue. Y es que el cambio real, efectivo, le ha resultado particularmente difícil: la historia ha acumulado innumerables obstáculos a su paso y ha dificultado su remoción. Ése es, hasta ahora, el corazón de nuestros triunfos esporádicos y nuestra tragedia persistente.
Congruencia. Mientras buscaba material para una investigación, me topé con una carta a The New York Times que apareció el 4 de octubre de 1968, pero fechada tres días antes, justo en vísperas de la masacre de Tlatelolco. Su tesis era tan clara como a contracorriente de la opinión dominante de su tiempo y lugar: el movimiento estudiantil de protesta, sostenía su autor, demostraba que tanto el sistema político como el económico de México estaban lejos de ser el modelo a seguir en América Latina que pretendía Estados Unidos. En realidad, el caso mexicano mostraba que: “el progreso industrial sin justicia social sólo agrava los problemas políticos”. Cuatro decenios más tarde y en otro artículo de opinión, el mismo autor sostendría, ya en su calidad de profesor emérito de historia, que las elecciones mexicanas de 2006 habían sido las más cruciales y reveladoras desde los 1860. Y es que la jornada electoral de seis años atrás, la de 2000, no había sido realmente tan determinante como se pretendía, pues finalmente el ascenso de Vicente Fox sólo había servido para que “un PRI conservador fuera reemplazado por un PAN conservador”. En contraste, si bien en 2006 la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador había fracasado por apenas “un margen microscópico”, su desafío al status quo había servido para hacer evidente el fracaso de la oligarquía gobernante al imponer la ortodoxia económica neoliberal elaborada por “el vecino imperial del norte”, (Chronicles, Newsletter of the UCSD Emeriti Association, Noviembre, 2006, Vol. VI, N° 2).
El Personaje. Como consecuencia de la destrucción y disolución del Ejército federal en 1914, Ramón Eduardo Ruiz Urueta -él es el autor de la carta y del artículo que acaban de ser citados-, nació en Estados Unidos en 1921. Su padre, había sido oficial de la pequeña armada federal y por ello se había tenido que exiliar en el país del norte. Ramón Eduardo y su hermano sirvieron como oficiales en la Fuerza Aérea norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial –pocos jóvenes de origen mexicano tuvieron esa condición- y más tarde obtuvo su doctorado en la Universidad de California, en Berckeley, algo igualmente raro entre los mexicoamericanos de la época. A partir de 1955 y ya como académico, fue profesor en varias universidades y centró su trabajo en el análisis histórico de las dinámicas que explican los procesos políticos tanto de México como de Cuba. El libro del profesor Ruiz, The Great Rebellion. México, 1910-1924, apareció en 1980 y la tesis principal de la obra chocó con la ortodoxia que sostenía en torno al fenómeno tanto el mundo académico como el régimen priista. En efecto, lo que había ocurrido en nuestro país entre el levantamiento maderista y el inicio de la consolidación del nuevo régimen no había sido realmente una revolución sino una de las últimas grandes rebeliones populares. La lucha que azotó a México al inicio del siglo XX no correspondía a la definición de revolución, pues finalmente la violencia y las demandas generadas por el levantamiento campesino no llegaron a poner en entredicho la naturaleza capitalista del sistema económico que se estaba consolidando en México. Carranza y los sonorenses derrotaron a la contrarrevolución, pero también aplastaron a las alternativas radicales y terminaron por hacer compatible su muy limitada reforma agraria y la organización del incipiente movimiento obrero, con la profundización del capitalismo mexicano, un capitalismo que como lo quedaría muy claro en otro trabajo –The People of Sonora and Yankee Capitalists, (Tucson: University of Arizona Press, 1988)-, desde sus inicios y hasta el día de hoy resultó dependiente del norteamericano.
Finalmente, sólo durante la Presidencia del general Lázaro Cárdenas la acción gubernamental sirvió para intentar una transformación a fondo de la sociedad mexicana –la primera desde la Independencia y la única hasta la fecha-, pero lo acontecido en los 1930, aunque importante en sí mismo, ya no fue una Revolución, sino una gran reforma social desde arriba y que por lo mismo en el decenio siguiente pudo ser revertida. De entre todos sus trabajos publicados –15 libros- el profesor Ruiz le tiene particular gusto a su interpretación de México: Triunfos y tragedia; una historia del pueblo mexicano, (Triumphs and tragedy. A history of the Mexican people, Norton, 1993), una visión general del proceso histórico desde los Olmecas, pasando por la Colonia y la Independencia hasta llegar a la época contemporánea. Una obra densa, pero de la que no está ausente la ironía que acompaña a la prolongada tragedia de los últimos cinco siglos, donde los triunfos han sido unos cuantos y esporádicos. La tragedia está subrayada por la dureza hacia la población indígena de la dominación colonial, la dependencia e inestabilidad económicas y por la corrupción e ineptitud de las élites que han conducido a México en los últimos doscientos años, que además resultaron particularmente serviles frente a los poderosos vecinos del norte.
La Conversación. El paso del tiempo, el propio, el del país y el del mundo, no han hecho variar el juicio del profesor Ruiz, al contrario, lo han reafirmado. En la actualidad está concluyendo un nuevo libro cuyo título tentativo es una pregunta que ya se había hecho Alexander von Humbolt hace un par de siglos, pero que sigue tan vigente hoy como entonces: “México: por qué los pocos son ricos y su pueblo pobre” (Mexico: why the few are rich and the people poor) que ojalá fuese traducido y publicado en español. Y es aquí donde entra el asunto de mis conversaciones con el mexicanista por voluntad y por raíz familiar. Para el profesor Ruiz, las causas del atraso económico mexicano, sus repetidos fracasos para superar su lastimosa condición actual, están fundamentalmente en las estructuras que se crearon en la época colonial y que en más de un sentido perviven hasta hoy, aunque transformadas para adecuarse a nuevas circunstancias. Se trata de un círculo vicioso –maldito- del que una Nueva España organizada en función del mercado externo –la explotación y exportación de metales preciosos- no ha podido salir a pesar de haberse convertido en nación políticamente independiente. El porfiriato reprodujo la relación subordinada frente al mercado externo y el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN) la ha vuelto a reafirmar. Para el profesor emérito de la Universidad de California en San Diego, que finalmente sería de los primeros en ostentar la doble nacionalidad norteamericana y mexicana y a quien el presidente Bill Clinton entregaría la Medalla Nacional en Humanidades, la historia mexicana se puede resumir en la reproducción secular y sistemática de pequeños grupos económicos muy poderosos ligados al mercado externo o a la protección que les ha dado el Estado en ciertos nichos del mercado interno.
Desde la perspectiva anterior, el juarismo y el porfirismo serían meras variantes de un mismo tema. En todos los tiempos el mercado local ha sido explotado, pero rara vez se ha buscado desarrollarlo –la excepción sería el cardenismo. Desde esta perspectiva, resulta que el conservador Lucas Alamán aparece como un elemento más revolucionario que José María Luis Mora, por citar a su contraparte liberal. Para Ramón Eduardo Ruiz no hay duda que los modelos económicos a lo largo de cinco siglos siempre han sido acompañados de racismo, oficial e institucional en la colonia y soterrado, pero igualmente real y efectivo en el México del siglo XIX o en el de nuestros días. La visión que tiene de los intelectuales mexicano, desde Melchor Ocampo y Guillermo Prieto hasta muchos de los actuales, es que sólo una minoría jugó el papel que Gramci consideraba su misión central: tener su raíz en el pueblo, darle voz a sus demandas y expectativas para terminar siendo un acicate del cambio. En realidad y como bien lo hubiera aceptado Guillermo Bonfil, la clase intelectual mexicana sucumbió a la tentación de alejarse del “México profundo” para ser simplemente la contraparte local –copycats- de las visiones y los enfoques dominantes en Europa o Estados Unidos. Y el mismo fenómeno se volvió a dar en el siglo XX, con notables excepciones, entre los que destacan con especial fuerza y grandeza los muralistas.
No sin tristeza y con una buena dosis de enojo, don Ramón concluye que México pudo haber sido un gran país, pero que finalmente no lo fue. Y es que el cambio real, efectivo, le ha resultado particularmente difícil: la historia ha acumulado innumerables obstáculos a su paso y ha dificultado su remoción. Ése es, hasta ahora, el corazón de nuestros triunfos esporádicos y nuestra tragedia persistente.
Kikka Roja
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