jenaro villamilMoreira, su nombre es escándalo
México, D.F., 17 de octubre (apro).- Mandatario estatal de la generación golden boy tricolor, promotor de un nuevo estilo de narcisismo político difundiendo su imagen en la televisión estatal, en la prensa, en los espectaculares, en la documentación oficial, en spots radiofónicos, Humberto Moreira no sólo aspira a aventajar a otros correligionarios en la carrera de la sucesión del 2012 con el culto a su propia imagen. Está dispuesto a crear un nuevo estilo de saturación mediática para convertirse en referencia obligada. Una rara mezcla de la rebeldía superficial de Vicente Fox y de los desplantes autoritarios de Hugo Chávez.
En algunos casos, su papel rebelde o aventurado ha sido clave en conflictos de primera índole. Defendió a las viudas y deudos de la tragedia de Pasta de Conchos frente a la indolencia del gobierno federal y la actitud criminal de la empresa Minera México; promovió una ley estatal para permitir las uniones civiles entre personas del mismo sexo (las PAC) que lo colocó al mismo nivel “progresista” que el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard; denunció los abusos de elementos del Ejército acusados de violar a 14 mujeres, entre otros temas.
Por supuesto, no le preocupa nadar a contracorriente o ser incongruente si esto le genera rédito mediático. Moreira se convirtió en el gobernador más crítico a la reforma constitucional en materia electoral y ordenó al Congreso –les llamó “mis diputados”-- local que votara en contra. Sus argumentos fueron endebles, pero demostró que tenía el control suficiente de las fuerzas políticas en el Congreso. Se estrenó como investigador histórico al presentar la “auténtica imagen” del cura Miguel Hidalgo, en medio de la discusión sobre los festejos del Bicentenario. Si puede o le hacen caso, opina lo mismo de futbol que de literatura, de educación –él tiene carrera magisterial-- que de creencias religiosas.
Ahora vuelve a colocarse en el ojo del huracán después de acusar a dos senadores panistas –Guillermo Anaya y Ernesto Saro-- de estar vinculados con el narcotráfico. Sin aportar una sola prueba, Moreira, famoso ya por el control férreo que ejerce en su entidad, se colocó como posible víctima:
“No he recibido amenazas, pero ahorita que destapo que están vinculados con el narcotráfico, como lo dijo la revista Proceso, ellos van a estar atacando; además, son unos rateros y lo podemos demostrar.”
El problema no son sólo las “causas” que utiliza Moreira para colocarse en el centro del escándalo, sino la ausencia absoluta de continencia, de consistencia y de congruencia entre su pretensión de gobernador rebelde y liberal, por un lado, pero autoritario y caciquil, por el otro.
Las formas de control que ejerce Moreira en su entidad están documentadas, un día sí y otro también, por los pocos medios locales que escapan de su ejercicio censor. Como cree en la familia única y no en el partido único, Moreira ha colocado a sus hermanos en posiciones claves: uno controla el PRI, otro el sindicato de maestros y un tercero aspira a ser diputado local para tener el mando familiar del Congreso local.
A Moreira no le preocupa en demasía que se transforme en una caricatura de sí mismo. Lo importante –como le aconsejan algunos asesores especiales-- es transformarse en una figura nacional con miras a la sucesión presidencial. Si su correligionario Enrique Peña Nieto –otro precandidato priista adelantado-- cuenta con exceso de recursos y de buenos tratos con Televisa y TV Azteca, Moreira prefiere la ruta del escándalo. Como un Fox de nuevo cuño, se ha transformado en adicto de las referencias: “que hablen mal, pero que hablen”.
Sólo que ahora, ha decidido entrar a un tema no sólo caliente sino delicado. Su acusación puede transformarse en un boomerang no sólo para él sino para su partido. Utilizar la acusación de “narco” para estigmatizar a rivales políticos es la nueva ruta nada deseable que Moreira inaugura con su alegato.
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