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jueves, 15 de noviembre de 2007

Guadalupe Loaeza : Con Oaxaca...

Con Oaxaca...
gloaeza@yahoo.com
Guadalupe Loaeza
Hablamos de sus fiestas, de su cocina, de su artesanía, de sus pintores; de los aretes de filigrana, de la belleza de sus huipiles, de la música de banda y de marimba...

¡Qué bueno que regresé! De hecho, ya me había prometido que tenía que volver. Es que cuando estoy allí siento que me reconcilio con muchas cosas: con la historia de mi país, con mis antepasados, con la cultura, con el buen gusto y el buen comer, pero sobre todo, con la calidez de los mexicanos. Por eso me gusta tanto ir, siempre que me invitan digo que sí, que claro, que nada más faltaba. Además, quería ver con mis propios ojos si ya se habían calmado las cosas por allá. Afortunadamente, y a pesar del poco tiempo que estuve, creo que las cosas han vuelto a la normalidad. Es decir que al caminar por las calles de su centro histórico reencontré aquella tranquilidad y luminosidad, cuyas características siempre acaban por envolverme como si se tratara de un enorme huipil bordado por manos indígenas. Es cierto que todavía se ven algunas “pintas” de la APPO en algunas fachadas, pero es tan deslumbrante la belleza de la ciudad que pasan desapercibidas. “¡Me quedo con Oaxaca!”, le dije de pronto a la encargada de relaciones públicas de la Feria del Libro, quien tan amablemente había ido por mí al aeropuerto. “Sí, fíjese que de plano me quedo con Oaxaca; aunque también estoy profundamente enamorada de Veracruz, hay algo en esta ciudad que me regresa hacia no sé dónde. Es como si tuviera una cita con alguien que conocí hace mucho tiempo. Ha de ser porque aquí está enterrado mi bisabuelo Juan Antonio y sus hermanos. En 1857 mi bisabuelo era el segundo escribiente de la Tesorería General del estado nombrado por don Benito Juárez. Dos años después, lo nombró ayudante segundo del Cuerpo Médico Militar. Es decir que mi bisabuelo combatió con Juárez en los años 58, 59 y 60. En otras palabras llevo sangre oaxaqueña por las venas. ¿No le parece maravilloso?”, le preguntaba a mi interlocutora quien no dejaba de escucharme de lo más sorprendida. “Ahora bien lo que también puede suceder es que a lo mejor en mi reencarnación soy una de las tantas novias ‘plantadas’ que pintó Rodolfo Morales, o bien, en el siglo XIX me casé vestida de Tehuana en el Istmo o quizá voy a reencarnar en alguna mujer de Juchitán”.

En tanto caminábamos por las calles aledañas a Santo Domingo bajo un cielo azul, azul y una luz brillantísima, le pregunté a mi guía si ella sabía dónde se encontraba la calle de Dolores, conocida también como de Santa Lucía, y que actualmente se llamaba calle de Independencia 1309, muy cerquita del templo de la Merced. Mi joven acompañante me vio con unos ojos tan grandes que de inmediato me di cuenta que no sabía dónde había vivido la familia de Margarita Eustaquia Maza Parada, quien fuera después la esposa de don Benito Juárez. Si sabía donde había vivido la familia Maza era porque había leído la biografía que presentaría esa misma noche en la Feria del Libro. Debo decir que la muy acuciosa investigación de la autora de dicha obra, Alicia Aguilar Castro, me cautivó desde la primera página. Las cartas que intercala a lo largo de su relato lleno de datos históricos, nos muestran el verdadero sentir tanto de Juárez como de su esposa. Después de la muerte de sus dos hijos (unos años antes también había muerto su hija María Guadalupe), Margarita le escribe a su marido desde Washington donde se había exiliado a principios de 1866: “Ten mucho cuidado, si te vuelves para Chihuahua, de no ir hasta que estés seguro de que esos hombres están lejos, no te vayan a coger, que es su único interés. Por mí no te apures, que yo hago lo que está de mi parte por distraerme, pero tú sabes que en mis pesares sólo el tiempo es el que mitigará el dolor que tiene mi corazón con la pérdida de mis hijos. Sólo le pido a Dios para volverte a ver, porque es lo único que podrá tranquilizarme; porque tengo la desgracia, desde que mis hijos han muerto, de que todas las noches los sueño, unas noches a uno y otras a otro, de manera que ni dormida descanso y no sé si es de los nervios, un horror que me da mentar los nombres de los muchachitos que no es posible. Y otras veces, cuando estoy sola los llamo, les digo sus nombres: pero otras veces me horrorizo y al querer decir sus nombres me parece que los veo y quisiera en aquel momento morirme por no sufrir lo que siento”. Dice la autora que la memoria de sus hijos afloraba a la menor provocación, causándole honda pena. Lo que no sabía y ahora sé gracias a Alicia es que el entonces presidente de Estados Unidos, Johnson, y su secretario de Estado, Seward, le ofrecieron a doña Margarita una súper recepción en la Casa Blanca. La recibieron como a la verdadera primera dama de México. “Se cuenta que en este baile el salón estaba adornado con los retratos de don Benito Juárez y Santa Anna”. Lo más curioso de todo es que la noticia de la recepción se publicó en el Herald que contaba que “Doña Margarita se había presentado a la recepción presidencial elegantemente vestida y adornada con costosas joyas, lo cual retomaron en grande los periódicos conservadores de la Ciudad de México”. Esto, naturalmente no era cierto, como se lo escribe doña Margarita a Juárez el 26 de marzo de 1866. “Eso no es cierto, toda mi elegancia consistió en un vestido que me compraste en Monterrey poco antes de salir y con tantos cuidados y pesares no me había puesto el único vestido que tengo regular y lo guardo para cuando tenga que hacer alguna visita de etiqueta no más; respecto de brillantes, no tenía más que más que mis aretes que tú me regalaste un día de mi santo...”. Todas las recepciones que le hicieron a doña Margarita en Estados Unidos, mientras que su marido estaba en constante peregrinar por el país, más que distraerla, la hacían sufrir doblemente por el contraste que hacían con su estado de ánimo. “Soy muy desgraciada”, repite prácticamente en todas sus cartas, las cuales siempre empieza con un “Estimado Juárez” y termina: “recibe el corazón de tu esposa que te ama y desea verte”.

Después de las dos presentaciones en el Parque Juárez tanto de la biografía de doña Margarita, como el de Parejas de mi autoría, fuimos a cenar a casa de Alicia Aguilar. Allí se encontraba un grupo de oaxaqueños muy nostálgicos y bohemios. El tema de conversación fue Oaxaca y sus múltiples tradiciones. Hablamos de sus fiestas, de su cocina, de su artesanía, de sus pintores; de los aretes de filigrana, de la belleza de sus huipiles, de la música de banda y de marimba, de sus pirámides, del carácter inquebrantable de don Benito Juárez, de la posibilidad de traerse los restos de Porfirio Díaz y de Margarita Maza. Al despedirme de Alicia le dije muy quedito al oído: “Me quedo con Oaxaca...”.

gloaeza@yahoo.com

Kikka Roja

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