Carlos Fernández-Vega
cfvmx@yahoo.com.mx • cfv@prodigy.net.mx
- Política de avestruz
- Parálisis oficial ante el impacto negativo de la apertura del agro
- Depauperización
Mientras el gobierno calderonista no encontró mejor política que la de avestruz para “hacer frente” a los efectos negativos de la total apertura del sector agropecuario mexicano en el marco del Tratado de Libre Comercio, organizaciones campesinas y de productores se preparan para tomar las calles como única alternativa para que la supuesta autoridad reaccione, desentierre la cabeza y, por fin, haga algo para evitar el previsto colapso económico y social del agro nacional.
Al igual que sus tres antecesores en la silla, el actual inquilino de Los Pinos ha permanecido inmóvil, dejando correr el reloj, sin estrategia alguna para amortiguar, ya no se diga frenar, el negativo impacto de la apertura total del de por sí golpeado agro nacional.
Allá por sus tiempos de coordinador de la bancada panista en San Lázaro, el entonces diputado Felipe Calderón advertía que el país “tuvo la oportunidad de adaptar gradualmente al campo mexicano a las nuevas condiciones de competencia y sin embargo no lo hizo; los gobiernos de Salinas y Zedillo poco o nada hicieron para establecer las condiciones de adaptación que hicieran competitivo al campo mexicano”. Le faltó mencionar a Fox, desde luego, pero una vez instalado en Los Pinos simplemente ha hecho lo mismo que sus antecesores.
A escasas horas de que el capítulo agropecuario del TLCAN se haga efectivo al 100 por ciento, el balance de casi tres lustros no resulta nada satisfactorio, salvo para las grandes agroempresas exportadoras pertenecientes a la famiglia tradicional instalada en el poder.
Las cosas, pues, no han marchado bien, y, en este sentido, una ayuda de memoria, con su respectiva numeralia, nos las brinda la Cepal, institución que sintetiza los resultados agropecuarios en esos casi cinco lustros: la evolución del sector en cuanto a producción, productividad y comercio exterior fue de modesto crecimiento; los precios reales declinaron drásticamente, afectando los ingresos y el bienestar rural, que se deterioraron; el empleo y los salarios reales se redujeron, mientras las remesas del exterior desempeñaron un papel compensador de estas tendencias, al igual que los apoyos al productor y las transferencias a los hogares pobres.
El empleo en el sector agroalimentario se redujo 22 por ciento de 1993 a 2004, lo que comprendió a un millón 900 mil personas, sobre todo subempleadas. Parte del aumento de la productividad, apunta el organismo, obedeció a esta disminución. El desempleo abierto y la ocupación parcial rural se elevaron a 32 por ciento en 2004. El incremento del empleo remunerado de los trabajadores asalariados agrícolas que reciben menos de tres salarios mínimos varió de 51 a casi 70 por ciento del total, en tanto que el grupo de personas que no reciben ingresos bajó 18 por ciento. Se modificó la estructura de la población ocupada, se amplió el número de asalariados, aunque buena parte por debajo del salario mínimo, y se contrajo la participación de los que no reciben ingresos.
Los salarios reales promedio agrícolas se derrumbaron 28 por ciento entre 1994-1997; los años siguientes presentaron una recuperación parcial; no obstante, en 2005 fueron 10 por ciento menores que en 1994. La evolución de los salarios agrícolas se dio a tasas similares a la de los salarios reales promedio del conjunto de la economía. En el periodo, el salario agrícola, el más bajo, equivalió a un 60 por ciento del salario real nacional.
La pobreza rural, subraya la Cepal, es el gran desafío acumulado durante décadas. La severa crisis financiera que estalló a finales de 1994 repercutió en los ingresos reales rurales. La fuerte inflación de 1995-1998, la contracción del crédito público rural y las secuelas de fenómenos naturales incidieron en el aumento de la pobreza rural, que se elevó en los primeros años. En 1996 más de la mitad de la población rural (52 por ciento) no pudo cubrir sus necesidades alimenticias y ocho de cada 10 eran pobres.
El ingreso rural de los pobres ha tendido a descansar más en el trabajo no agrícola, cuya proporción respecto del total pasó de 42 por ciento en 1992 a 61 por ciento en 2002, lo que ha generado mayores demandas de educación y conocimientos, pues las posibilidades de insertarse productivamente en otros sectores de la economía o de emigrar están vinculadas con la posesión de activos educativos.
La migración en el periodo continuó a tasas elevadas. Las remesas contribuyeron a mitigar tanto la pobreza como el descenso del bienestar rural. Para el primer y segundo quintil de los hogares rurales las remesas constituyen 20 y 7 por ciento de sus ingresos, respectivamente, y alcanzan a 13 por ciento de los hogares rurales. Parte importante de estos ingresos fueron utilizados en la adquisición de servicios de educación y salud, y vivienda.
México muestra elevados niveles de desigualdad. En 2000 mientras que el 10 por ciento más rico de la población participaba del 43 por ciento del ingreso, y el 20 por ciento más pobre apenas recibía 3.1 por ciento. Durante el periodo 1994-2002 en el medio rural el coeficiente de Gini aumentó de 0.43 a 0.51. La modalidad de ejecución de algunos programas ha contribuido a mantener esta tendencia. Así, una estimación muestra que 47 por ciento de los apoyos del Procampo en 2002 se canalizaron al 9.2 por ciento de los productores, y 44 por ciento de los agricultores beneficiados recibieron apenas el 15 por ciento de los apoyos.
La concentración del ingreso se elevó entre 1994 y 2002: el primer quintil de los más pobres que captaban el 5.4 por ciento del ingreso rural redujeron su participación a 4.7 por ciento; en tanto, el quintil mayor de los más ricos elevó su participación de 51 a 56 por ciento, concluye la Cepal.
Y así, con la cabeza enterrada, el gobierno “enfrenta” la apertura total en el sector agropecuario.
Al igual que sus tres antecesores en la silla, el actual inquilino de Los Pinos ha permanecido inmóvil, dejando correr el reloj, sin estrategia alguna para amortiguar, ya no se diga frenar, el negativo impacto de la apertura total del de por sí golpeado agro nacional.
Allá por sus tiempos de coordinador de la bancada panista en San Lázaro, el entonces diputado Felipe Calderón advertía que el país “tuvo la oportunidad de adaptar gradualmente al campo mexicano a las nuevas condiciones de competencia y sin embargo no lo hizo; los gobiernos de Salinas y Zedillo poco o nada hicieron para establecer las condiciones de adaptación que hicieran competitivo al campo mexicano”. Le faltó mencionar a Fox, desde luego, pero una vez instalado en Los Pinos simplemente ha hecho lo mismo que sus antecesores.
A escasas horas de que el capítulo agropecuario del TLCAN se haga efectivo al 100 por ciento, el balance de casi tres lustros no resulta nada satisfactorio, salvo para las grandes agroempresas exportadoras pertenecientes a la famiglia tradicional instalada en el poder.
Las cosas, pues, no han marchado bien, y, en este sentido, una ayuda de memoria, con su respectiva numeralia, nos las brinda la Cepal, institución que sintetiza los resultados agropecuarios en esos casi cinco lustros: la evolución del sector en cuanto a producción, productividad y comercio exterior fue de modesto crecimiento; los precios reales declinaron drásticamente, afectando los ingresos y el bienestar rural, que se deterioraron; el empleo y los salarios reales se redujeron, mientras las remesas del exterior desempeñaron un papel compensador de estas tendencias, al igual que los apoyos al productor y las transferencias a los hogares pobres.
El empleo en el sector agroalimentario se redujo 22 por ciento de 1993 a 2004, lo que comprendió a un millón 900 mil personas, sobre todo subempleadas. Parte del aumento de la productividad, apunta el organismo, obedeció a esta disminución. El desempleo abierto y la ocupación parcial rural se elevaron a 32 por ciento en 2004. El incremento del empleo remunerado de los trabajadores asalariados agrícolas que reciben menos de tres salarios mínimos varió de 51 a casi 70 por ciento del total, en tanto que el grupo de personas que no reciben ingresos bajó 18 por ciento. Se modificó la estructura de la población ocupada, se amplió el número de asalariados, aunque buena parte por debajo del salario mínimo, y se contrajo la participación de los que no reciben ingresos.
Los salarios reales promedio agrícolas se derrumbaron 28 por ciento entre 1994-1997; los años siguientes presentaron una recuperación parcial; no obstante, en 2005 fueron 10 por ciento menores que en 1994. La evolución de los salarios agrícolas se dio a tasas similares a la de los salarios reales promedio del conjunto de la economía. En el periodo, el salario agrícola, el más bajo, equivalió a un 60 por ciento del salario real nacional.
La pobreza rural, subraya la Cepal, es el gran desafío acumulado durante décadas. La severa crisis financiera que estalló a finales de 1994 repercutió en los ingresos reales rurales. La fuerte inflación de 1995-1998, la contracción del crédito público rural y las secuelas de fenómenos naturales incidieron en el aumento de la pobreza rural, que se elevó en los primeros años. En 1996 más de la mitad de la población rural (52 por ciento) no pudo cubrir sus necesidades alimenticias y ocho de cada 10 eran pobres.
El ingreso rural de los pobres ha tendido a descansar más en el trabajo no agrícola, cuya proporción respecto del total pasó de 42 por ciento en 1992 a 61 por ciento en 2002, lo que ha generado mayores demandas de educación y conocimientos, pues las posibilidades de insertarse productivamente en otros sectores de la economía o de emigrar están vinculadas con la posesión de activos educativos.
La migración en el periodo continuó a tasas elevadas. Las remesas contribuyeron a mitigar tanto la pobreza como el descenso del bienestar rural. Para el primer y segundo quintil de los hogares rurales las remesas constituyen 20 y 7 por ciento de sus ingresos, respectivamente, y alcanzan a 13 por ciento de los hogares rurales. Parte importante de estos ingresos fueron utilizados en la adquisición de servicios de educación y salud, y vivienda.
México muestra elevados niveles de desigualdad. En 2000 mientras que el 10 por ciento más rico de la población participaba del 43 por ciento del ingreso, y el 20 por ciento más pobre apenas recibía 3.1 por ciento. Durante el periodo 1994-2002 en el medio rural el coeficiente de Gini aumentó de 0.43 a 0.51. La modalidad de ejecución de algunos programas ha contribuido a mantener esta tendencia. Así, una estimación muestra que 47 por ciento de los apoyos del Procampo en 2002 se canalizaron al 9.2 por ciento de los productores, y 44 por ciento de los agricultores beneficiados recibieron apenas el 15 por ciento de los apoyos.
La concentración del ingreso se elevó entre 1994 y 2002: el primer quintil de los más pobres que captaban el 5.4 por ciento del ingreso rural redujeron su participación a 4.7 por ciento; en tanto, el quintil mayor de los más ricos elevó su participación de 51 a 56 por ciento, concluye la Cepal.
Y así, con la cabeza enterrada, el gobierno “enfrenta” la apertura total en el sector agropecuario.
- Las rebanadas del pastel
PANISTA VOTASTE POR UN DEMAGOGO QUE SIGUE HACIENDO FRAUDES, TU ODIO A AMLO Y A LOS POBRES, TIENE A LOS RICOS, MÁS RICOS QUE NUNCA
PANISTA: "EL PENDEJO Y EL GÜEVON TRABAJA 2 VECES"
¿YA VISTE QUIEN ES EL VERDADERO PENDEJO GÜEVON QUE NO LEE NI SE INFORMA?
..no te vayas a mirar en un espejo cuando pierdas tu amado empleo dizque bien remunerado
que tu mujer siga llendo a la iglesia, el padrecito le ha de compartir las limosnas que dejan los feligreses más pobres que tú...
¿tu negocio se va a la quiebra? Trabaja más pues,
y nunca veas a tu familia, amárgate sin que te des cuenta. Te lo mereces.
al fin que el oligarca te ama tanto, "que te incluira en su testamento".
...a ver si como roncas duermes güey.
Kikka Roja
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentarios. HOLA! deja tu mensaje ...