- - . KIKKA: 10/25/07

Páginas

jueves, 25 de octubre de 2007

RUTH ZAVALETA : TRAIDORA CALDERONISTA DENTRO DEL PRD

  • En las inmediaciones de San Lázaro, unas 50 personas la acusan de “traidora”
  • Sigue el fuego amigo contra Ruth Zavaleta; recibe lluvia de insultos
  • La diputada confirma convocatoria a Margarita Zavala para sumarse a cruzada antidrogas
Roberto Garduño y Enrique Méndez
Ruth Zavaleta aparece con el titular del IFAI, Alonso Lujambio Foto: José Antonio López

La pugna derivada del proceso de elección interna de la nueva dirigencia nacional del PRD condujo a Gerardo Villanueva, presidente de la Comisión del Distrito Federal en la Cámara de Diputados, a acusar a su partido de carecer de autocrítica, porque “Andrés Manuel López Obrador tiene 30 por ciento de la intención de voto en el país y el PRD sólo 16. Entonces, ¿quién tiene que hacer autocrítica?” El diputado, identificado ahora con la corriente de René Bejarano y Dolores Padierna –hecho que negó categóricamente–, atizó el diferendo con la presidenta de la Cámara de Diputados, Ruth Zavaleta Salgado, a quien advirtió que “ella sabrá cómo la juzgará la historia; ella sabrá si traiciona a un movimiento social”. La reacción tardía de Villanueva sobrevino una semana después de que la presidenta de la Cámara de Diputados expuso públicamente su postura acerca de lo que le significa Felipe Calderón Hinojosa y de la aclaración del Comité Ejecutivo Nacional perredista en torno a la ilegitimidad del mandatario, declarada por el Congreso Nacional del partido del sol azteca.

A esto se sumó la reclamación que unas 50 personas –situadas afuera del Palacio Legislativo de San Lázaro contra la presidenta camaral, a quien dedicaron cartulinas con las siguientes leyendas:

“Ruth Zavaleta: ¿dices que ni casada eres? ¿Quién se va a querer casar con ese esperpento traidor? No te necesitamos en el PRD. Pinche panista disfrazada de perredista; Ruth, Godoy, Ortega, Zeferino, Arce, Sabines, los lazaritos y (Amalia) García: bola de traidores. ¡Fuera del PRD! ¡Pinches nalgas prontas!”

En medio de esto, Zavaleta Salgado confirmó la convocatoria a Margarita Zavala para participar en una cruzada contra el consumo de drogas: “Tenemos que buscar acuerdos con todos los actores sociales y políticos respecto de este tema; es un problema de Estado”.

–¿Qué piensa su partido de esta alianza?
–Yo no estoy proponiendo una alianza, sino un acuerdo para que podamos revisar en conjunto un tema que es problema de Estado. Por el contrario, el diputado Villanueva se sumó a la coyuntura para emprenderla contra Ruth Zavaleta. Recordó un “hecho ilegal” que presenció en el pasado proceso electoral por la Presidencia de la República, que asoció a la postura de la presidenta de la Cámara de Diputados. “El hecho de que haya diputados que no reconozcamos a Felipe Calderón es porque surge de un fraude que a mí me tocó ver en Campeche, junto con la diputada Layda Sansores. Yo vi la forma como estaban rellenando los paquetes electorales y el culatazo que le propinó un soldado de la Armada a un asesor de la diputada Sansores. Esa realidad existe. Si no lo quiere reconocer Ruth Zavaleta, muy su problema, muy su conciencia. “Yo no estoy de acuerdo con la presidenta de la mesa directiva. Me parece que es un asunto que ella sabrá cómo la juzgará la historia, sabrá si traiciona a un movimiento por el que está sentada en esa curul, pero lo que no podemos admitir, de ninguna manera, es que se ofenda, que se agreda, que se amenace.”

–¿Hay un resquebrajamiento del PRD en el que están metidos los bejaranistas, como usted?
–A mí no me etiquete; yo soy del PRD, pertenezco a una expresión que se llama Izquierda Social. Yo soy leal al movimiento democrático de este país y el único presidente que yo reconozco se llama Andrés Manuel López Obrador.
–¿Cree que López Obrador podría formar un nuevo partido?
–Nada más le diría que Andrés Manuel tiene 30 por ciento de intención del voto en este momento y el PRD sólo 16. ¿Quién tiene que hacer la autocrítica?... Andrés Manuel no se va a ir. Este partido no es de nadie; es una herramienta del pueblo, como todos los partidos deberían serlo.


Kikka Roja

Guadalupe Loaeza : La insumisa

La insumisa
gloaeza@yahoo.com
Guadalupe Loaeza
Ella no tiene un proyecto político como el de Hillary Clinton, no tiene una ambición descomunal como la de Martita, ni es tan sumisa como Betty Ford.
Como bien dice Bruno Jeudy, colaborador del periódico Le Monde: “Esta vez nadie podrá cambiar su decisión. Ni el presidente de la República. Cécilia , la insumisa, se inclinó por la ruptura”. En efecto, la primera dama de Francia fue la primera en decirle a su marido: “ya basta”. La primera en dejarlo junto con el poder. La primera en renunciar a todos los privilegios del Élysée. Y la primera en confesar que está enamorada de alguien más. El 12 de noviembre Cécilia festejará sus 50 años totalmente liberada de todo el protocolo y todos los compromisos que tiene toda esposa del presidente de la República francesa. Por fin ha recuperado el apetito; ya no tendrá que vestirse en Prada, ya podrá ponerse sus jeans y hacer jogging en Nueva York. De hecho desde la primavera del 2005 Cécilia ya había mandado algunas señales al decir que le daba flojera ser first lady y que era políticamente incorrecta. Como hija de un padre ruso y de una madre española, ¡cuántas veces se ufanó de no llevar ni una sola gota de sangre francesa en las venas! Todo el mundo sabía que Cécilia era la única parte non négociable del “preciso”. Todo el mundo sabía que era una extraña relación a la que la opinión pública tenía que acostumbrarse. Todo el mundo sabía que Cécilia no había votado por Nicolas Sarkozy en la segunda vuelta. Y todo el mundo sabía que después de la primera separación que tuvieron en mayo del 2005 se habían vuelto a unir para nunca más separarse. Pero lo que no todo el mundo sabía era que Cécilia ya no quería “tragar camote”, que ya estaba hasta la coronilla y que se trataba de una verdadera insumisa. Ella no tiene un proyecto político como el de Hillary Clinton, no tiene una ambición descomunal como la de Martita, ni es tan sumisa como Betty Ford.

Como el 80% de los franceses, Cécilia y Nicolas se casaron bajo el régimen de bienes mancomunados. En este caso el patrimonio es dividido entre los dos. No obstante, sólo los bienes de Nicolas, que fueron adquiridos antes de su matrimonio, no serán compartidos con Cécilia. Lo que le pertenecía antes de haberse casado con ella quedará como de su propiedad, explica el maître Laurence Mayer, abogado especialista en asuntos familiares. Lo mismo sucedería con Cécilia Sarkozy, ella conservará lo que poseía antes de casarse con Nicolas, es decir antes del 23 de octubre de 1996. Cuando Sarkozy fue elegido en mayo pasado presidente de la República en su declaración patrimonial reportó más de 2 millones de euros. Por lo tanto a Cécilia le correspondería, un millón.

Una vez que leí toda la prensa francesa a propósito de este divorcio presidencial eminente, sobre todo la entrevista que le hiciera Valérie Toranian de la revista Elle a la todavía Mme. Sarkozy, nos permitimos reunir varias declaraciones de Cécilia para hacer con ellas un largo monólogo. Citarlas cada una por separado resultarían muy reiterativas. Escuchemos, pues, la voz sincera de una mujer ciertamente insumisa:

“Sepan de una vez por todas que la vida pública no me corresponde, no me corresponde desde lo más profundo de mi ser. Soy una persona que le gusta estar a la sombra, le gusta vivir con serenidad y tranquilidad. No obstante, siempre supe que tenía un marido que era un hombre público y a pesar de todo lo acompañé a lo largo de 20 años, dos décadas que no fueron nada fáciles y en cuyos años siempre fui su sombra. Pero valió la pena. Juntos dimos la batalla y juntos llegamos a nuestro objetivo, porque Nicolas es un hombre de Estado, un hombre capaz de hacerle mucho bien a Francia y a los franceses. Ahora, intentaré de vivir muy discretamente, en la sombra, como a mí me gusta vivir. Después de haber encontrado a otro hombre y de haberme enamorado de él, cuando me fui quizá un poco precipitadamente en el 2005, regresé con Nicolas porque pensé que podía volver a construir nuestra relación; tratamos todo, yo lo intenté todo lo que pude: me comportaba correctamente, durante un año traté de comprometerme, de involucrarme personalmente, pero había días que resultaba sumamente difícil; comencé a faltar a las ceremonias nacionales e internacionales. Así como no voté por Nicolas en la segunda vuelta en la campaña presidencial el 6 de mayo, me fui demasiado pronto de la reunión del G-8 que se llevó a cabo en Heiligendamm, Alemania, el 6 de junio. Fue cuando los dos nos dimos cuenta que ya no era posible tratar de aparentar. Siempre he pensado en mi familia y ciertamente no por cálculo. Nicolas y yo nunca nos mentimos. Ambos tratamos, hasta las últimas consecuencias, de salvar nuestra pareja. Nunca le mentí, ni pretendí jugar el papel de la esposa perfecta. No me lo hubiera permitido. A lo mejor no soy como las demás primeras damas, pero a mí lo que me hace falta es ir al supermercado con mi hijo Louis. Respecto a mi decisión, también me preocupaba la reacción de mis dos hijas mayores, Judith y Jeanne-Marie. Pero ellas ya son grandes. Nicolas siempre será su padrastro. Curiosamente Louis, el único hijo que tuve con Nicolas, reaccionó lo mejor posible, es un niño que tiene necesidad de estar siempre muy rodeado de cariño, pero sobre todo, de tener, como cualquier niño, un hogar tranquilo. Pienso ocuparme mucho de él. A Nicolas le deseo que encuentre la serenidad, le deseo que sea feliz y que aporte mucho a nuestro país. Honestamente yo ya no le aportaba mucho, ya no le aportaba ni serenidad, ni mucho menos tranquilidad. Tiene derecho a ser feliz, lo merece. Y yo, si no estoy bien anímicamente, ya no puedo hacerlo feliz. A la primera persona en quien pensé al tomar mi decisión de separarme de Nicolas, fue en mi madre. Así como se hubiera puesto feliz de saberlo presidente, igualmente me hubiera apoyado en mi decisión. Mi madre tenía un carácter ejemplar, ella siempre nos educó con la verdad. Nos educó con dignidad. Constantemente nos decía: ‘En la vida hay que mantenerse derechos, muy derechitos; así, con nobleza; hay que actuar con la verdad frente a los demás’. Pienso que ahora mi madre me diría: ‘Cécilia, estoy muy orgullosa de ti porque actuaste con honestidad, estando de acuerdo contigo misma’”.

Me temo que mujeres así de valientes y de honestas como Cécilia ya no existen. Estoy segura que con los años su hijo, el pequeño Louis, un día también le dirá: “Siempre he estado muy orgulloso de ti, mamá”.

gloaeza@yahoo.com
Kikka Roja

Lorenzo Meyer : Una enfermedad profesional peculiar

Una enfermedad profesional peculiar
Lorenzo Meyer
AGENDA CIUDADANA
Articulos recientes del Dr. Lorenzo Meyer Cossio

“Fox es sólo un caso particularmente notorio de una enfermedad tan común como dañina”.
Intento de Explicación. El ex presidente de México, Vicente Fox, pareciera empeñado en permanecer en el ojo del huracán de eso que puede llamarse la “pequeña política” mexicana, una actividad que poco o nada tiene que ver con la grandeza del ejercicio del poder y sí mucho –todo- con sus miserias. Vale pues la pena tomar ese caso para discutir un problema mayor: la enfermedad profesional del político. La distorsión de la personalidad como resultado del ejercicio del poder y que, finalmente, daña no sólo a quien la padece –eso es lo de menos- sino a la sociedad toda. El intento por explicar la conducta del ex presidente, así como la reacción que han suscitado, puede tomar varios caminos. Un columnista de The New York Times, David Brooks, sugiere adentrarnos en el “Yo-ismo”. El término no es elegante, pero sí adecuado ya que el “Yo” es un concepto al que Sigmund Freud y la psiquiatría le han sacado mucho provecho como ego, súper ego e id.

El Mal. Lo que el escritor norteamericano Scott Fitzgerald señaló en relación a los ricos –“no son como nosotros”- se puede decir también de los políticos. Los profesionales de la política son esa minoría que ha hecho de la adquisición, ejercicio y retención del poder público su razón de ser, y que en ese empeño tienden a transformarse cuantitativa y cualitativamente al punto que terminan por ya no ser “como nosotros”, la mayoría. En algunos casos, esa diferencia es muy positiva –por ejemplo, Mahatma Ghandi o Nelson Mandela, para sólo citar ejemplos del inicio y del fin del siglo XX-, pero lo que abundan son los casos dañinos e incluso catastróficos para millones, como bien lo demostró Hitler o Stalin.

En términos generales, al inicio de su carrera, el político profesional puede ser o parecer una persona normal, pero la esencia de su actividad (o vocación) es un elemento muy peligroso que tiende a provocar su cambio pues, como lo advierte Brooks, la política es una profesión altamente contaminante. Y es que los profesionales de esa actividad se enfrentan sistemáticamente a un conjunto de factores muy fuertes que de manera directa o indirecta, tienden a crear o acentuar los elementos negativos de su personalidad: egoísmo, inseguridad, orgullo, envidia, sadismo, ansia de dominio, de acumulación de bienes materiales, etc. Ese cambio fácilmente puede alcanzar niveles patológicos. Una posición de poder en personalidades con esas deficiencias –¿y quién no las tiene en alguna medida?- juega el mismo papel que los nutrientes de un caldo de cultivo en las bacterias: sirve como disparador de un crecimiento rápido, anormal, de ciertos rasgos de personalidad.

En el Viejo Sistema. En México, como en muchas otras partes, el político se tiene que someter a un proceso que erosiona o de plano destruye ciertas conductas y alienta otras que lo alejan de los patrones de normalidad. En el viejo régimen priista, por ejemplo, el político que ingresaba al Partido de Estado tenía que aceptar el sometimiento total a la voluntad del superior, ya que dejar el partido o ir a la Oposición era el “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” (César Garizurieta). Si el Jefe del Ejecutivo decía que había que ir a la izquierda (Cárdenas) pues allá iba; si decía que se debía marchar por la derecha (Alemán), por ahí marchaba. Si el presidente decía que los bancos debían ser nacionalizados (López Portillo) pues se le apoya por patriotismo; y si luego decía que se tenía que privatizar (Salinas), también se le apoyaba, por patriotismo. La contradicción era una forma de sobrevivir.

El viejo sistema exigía no tener lealtad a ningún conjunto fijo de políticas o valores y nunca poner en duda la visión del presidente en turno. Esta sumisión extrema no era la única manera de triunfar, pero sin ella nadie llegaba a una secretaría de Estado, gubernatura, diputación, senaduría, empresa paraestatal, Suprema Corte, etc. Cada seis años un giro de la suerte ponía en la Presidencia u otro puesto de mando a uno de los miles de sumisos disponibles. Entonces, su biografía de humillaciones pasadas era hecha a un lado y, ahora, para compensar, infligía humillaciones sin cuento a sus colaboradores e, indirectamente, a toda la sociedad. El resultado fue un sistema político dominado por personalidades como las de Luis Echeverría que de subordinado extremo se transformó en un megalómano que sólo la bancarrota de la balanza de pagos pudo detener, aunque no antes de que sumiera al país en una crisis política y económica.

En el Nuevo Sistema. A diferencia de quienes le antecedieron –de Calles a Zedillo-, Vicente Fox no ganó la Presidencia por haberse subordinado y humillado ante el poder, ni tampoco por haberse sometido a la voluntad de la oligarquía que dirigía su partido –Diego Fernández de Cevallos, et. al. Las influencias destructivas vinieron de otro lado, de uno inherente a la democracia política moderna.

En primer lugar, en el nuevo sistema el precandidato debe destruir públicamente la imagen de aquellos que, dentro de su propio partido, le disputan el puesto. Luego, ya en la campaña, debe proceder a destruir la imagen pública de los contendientes. En este proceso todo el discurso del candidato se centra en el “Yo” de manera abierta, incluso obscena. En efecto, la campaña obliga a dar rienda suelta a algo que el individuo normal debe reprimir, si no por convicción, por elegancia: el auto elogio. El candidato tiende a decir a voz en cuello y a todas horas, “yo soy el mejor, el único”. Aquí se debe contravenir el principio evangélico “que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” pues la humildad resulta un pecado capital y alienta a hilvanar un rosario interminable de yo-ismos: “yo he dicho”, “cuando yo fui gobernador, yo hice…”, “cuando yo fui responsable de la empresa, su eficiencia fue mayor que nunca”, “con mi conducta yo he demostrado que…”, “cuando yo llegue, yo haré lo que otros no han podido, por corruptos o por cretinos”. Es indispensable atacar al adversario sin respeto, sin apego a la verdad: “ese otro es un peligro para México”, “ese otro es un mandilón”, “ese otro es un deshonesto”, “ese otro es un inepto además de corrupto”, etc.

Durante la campaña y ya en el poder, el político exitoso de antes pero también el de ahora, tiende a ver a los otros como simples medios, no fines, en función de que tan útiles le son como instrumentos, “para que me sirven”. Si el Gobierno anterior fue de otro partido o régimen, como efectivamente fue el caso con Fox, entonces hay que recordar constantemente que “yo estoy haciendo lo que por años los otros no pudieron o quisieron”. La estrategia de este tipo de político –y esto fue particularmente cierto en el caso de Fox- se centró en presentar la mejor imagen “de mi”.

En el caso de Fox, a diferencia de otros sistemas, la reelección no era posible. Ello le llevó a un punto culminante del “Yo-ismo”: trasladar su imagen positiva a su “otro yo”, Marta Sahagún. Gracias a los manejadores de imagen, hasta los errores se convirtieron en aciertos y según su ex vocero, Rubén Aguilar, el grueso de las declaraciones absurdas del entonces presidente, fueron celebradas y presentadas como aciertos. Fox, según confesión propia y siguiendo la costumbre de un antecesor priista, Carlos Salinas, ni leía ni oía a los críticos y sólo se concentró en los que reforzaban su imagen positiva. Al final, sus acciones para impedir el triunfo electoral de la izquierda, calificadas de impropias por el Tribunal Electoral del Poder Judicial, le fueron celebradas por todos los poderes fácticos –los dueños económicos del país- y Fox se vio a sí mismo no sólo como el verdadero arquitecto de la victoria de su sucesor sino el salvador del país.

El Resultado. Sólo personalidades fuertes, una minoría de políticos, logran sobreponerse a los efectos corrosivos de su profesión y conservar o recobrar su humanidad. No fue ése, desde luego, el caso de Fox. Tampoco es difícil entender que tras años de “Yo-ismo” ahora le sea imposible dejar el centro del escenario o que no le parezca mal que en un país de pobres el ex servidor público viva conforme lo demanda su “Yo”, en la opulencia, y le tenga sin cuidado la oportunidad histórica que desperdició: el no haber podido ser el símbolo de una nueva moral y de una nueva sensibilidad en un México muy dañado por su clase política, lograr que una población centenariamente descreída de sus gobernantes y de la autoridad se identificara finalmente con el nuevo régimen. En fin, la enfermedad profesional de los políticos hizo presa en grado agudo del ex presidente Fox y todos hemos salido muy afectados.
Kikka Roja