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jueves, 20 de marzo de 2008

Lorenzo Meyer : Nuestra “clase política”

Nuestra “clase política”

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“El concepto de ‘clase política’ que se emplea desde el poder, no está libre de problemas”.

¿Nueva? No ha mucho el joven Germán Martínez, presidente del Partido Acción Nacional (PAN) declaró, a propósito de su defensa de Juan Camilo Mouriño, el problemático ocupante de la Secretaría de Gobernación, que en México había una “nueva clase política” de la que él estaba orgulloso.

Si por nueva clase política simplemente se entiende que los de hoy ya no son los de ayer a causa del cambio generacional, entonces la afirmación es una obviedad. Pero si se pretende que la novedad reside en un cambio de la naturaleza de esa clase, entonces la afirmación se vuelve dudosa. Por su conducta y resultados, esa clase no es muy diferente de la que le antecedió y justo por ello es difícil encontrar la causa del orgullo del señor Martínez.

Talento. El concepto de clase política es parte de la teoría de las élites. Gaetano Mosca (1858-1941), portador de una visión un tanto cínica del poder y la política –reflejo de su entorno en el sur de Italia-, concluyó que, desde la perspectiva del ejercicio del poder político, todas las sociedades se han dividido en dos: una minoría que gobierna –y se otorga privilegios- y una mayoría que es gobernada. Esa división existe en cualquier sistema, incluido el democrático. La característica de este último es que la minoría –precisamente la clase política- tiene que recurrir a medios más sutiles para manipular a la mayoría.

La minoría en el poder o clase política, dice Mosca, controla a la mayoría por dos razones: la primera, porque está organizada y la segunda, por su talento. Mosca, como político y académico, se veía a sí mismo como parte de la clase política y necesitaba de un supuesto elemento de excelencia para justificar moralmente su propia posición privilegiada y la de la burguesía liberal de la que provenía. Así, el teórico italiano cimentó la legitimidad de los que mandan en una supuesta superioridad intelectual.

Aquí y en cualquier parte el examen histórico muestra que, salvo excepciones que no hacen regla, las minorías que gobiernan lo hacen básicamente apoyadas en la ventaja que les da su origen social y, sobre todo, su organización. Es el control sobre la red institucional, sobre la burocracia, lo que mejor puede explicar el control de los pocos sobre los muchos. En el caso mexicano, un examen, incluso superficial, de las biografías, obras, escritos o discursos de presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, ministros, directores de paraestatales, diputados, senadores, líderes sindicales, jefes de partidos, etcétera, muestra que, mídase como se mida el talento, éste no ha existido dentro de la clase política en mayor grado que fuera de ella. En realidad, y empezando por los presidentes, abundan las instancias de absoluta mediocridad.

Justificar lo Injustificable. La clase política mexicana pareciera haber leído a Mosca -cosa, en realidad, poco probable- y haber asumido íntegramente que su posición de mando realmente es, efectivamente, resultado de su superioridad natural, de su talento excepcional. Un buen indicador de que esa clase política se considera muy por encima del ciudadano común es la naturalidad con que se otorga y recibe sus privilegios económicos.

Examinemos casos concretos. Según se publicó recientemente, los ministros de la Suprema Corte (SC) tienen un ingreso anual de 3 millones 998 mil pesos. Ahora bien, en la práctica sus talentos jurídicos no dan la impresión de ser tan notables y dignos de esas percepciones. Ganar tan fuera de toda proporción respecto del trabajador promedio podría justificarse si las decisiones de la SC fueran dignas de quedar plasmadas como ejemplos salomónicos de justicia, pero ni de lejos es el caso. Por ejemplo, pese a la evidencia presentada por el ministro ponente, la mayoría de los miembros de la SC justificaron con razones simplonas y ridículas la escandalosa conducta del gobernador de Puebla, Mario Marín, contra la periodista Lydia Cacho. Como se sabe, la señora Cacho se atrevió a denunciar al amigo de un poderoso amigo del gobernador poblano al poner al descubierto a toda una red de pederastas que funcionaba en Quintana Roo. La reacción del amigo del gobernador fue acudir a él para llevar a cabo una venganza usando al sistema de justicia estatal y humillando y amenazar en el proceso de arresto y traslado a la periodista. Sin embargo, cuando el caso contra Marín llegó a la SC, la mayoría de los ministros encontró, sin quebrarse mucho la cabeza, la salida para proteger a un gobernador que, como ellos, es miembro prominente de la clase política. El resultado fue concluir que las garantías individuales de Lydia Cacho sí se habían violado, pero no de manera fundamental y por tanto el gobernador podía continuar haciendo lo que había hecho. Este conocido caso ilustra tanto la solidaridad de la clase política como la pobreza de los argumentos. Si aquí hay algún talento especial como supuso el teórico italiano que debía de haber en toda clase política, es la gran capacidad para aparentar calidad y dignidad cuando en realidad se está moralmente desfondado.

El Instituto Federal Electoral (IFE) sirve como otro botón de muestra semejante al de la SC. El presidente de esa organización justificó a finales de febrero un aumento de 13% en las percepciones de los consejeros –un porcentaje tres veces superior al que el Gobierno otorgó a sus trabajadores- porque es “obligación constitucional” homologar a la élite del IFE con los ministros de la SC. No es necesario ahondar aquí en el hecho de que la cúpula del IFE no estuvo, ni de lejos, a la altura de las circunstancias pues fue incapaz de otorgar a las elecciones de 2006 la certeza e imparcialidad debidas. Es claro que ninguno de esos consejeros ha destacado por su brillo intelectual o moral.

Otro ejemplo de la naturaleza real de la clase política mexicana -no de la nueva, pero sí de ese sector veterano en el que se apoya la nueva-, es Elba Esther Gordillo, la líder indiscutible del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, (SNTE). En este caso, se puede aceptar que la maestra posee un talento político excepcional porque ha aprovechado en su beneficio todas las crisis recientes del sistema político, especialmente a partir de la Presidencia de Carlos Salinas. Tras cada coyuntura crítica, ella y su sindicato han salido fortalecidos al punto que la líder sindical y su aparato corporativo se han vuelto indispensables para la supervivencia de los últimos presidentes, priistas o panistas.

Sin embargo, si bien el caso específico de la maestra Gordillo se apega a la hipótesis de Mosca, lo hace en un sentido muy negativo. Nadie puede negar que el talento político de la maestra y su grupo íntimo ha quedado comprobado por su capacidad para sobrevivir y prosperar en condiciones adversas. Sin embargo, ese talento está ausente justamente en lo que se supone que es su área de responsabilidad pública: la educación. En una de las últimas pruebas efectuadas a los estudiantes de los treinta países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, los mexicanos quedaron en el último lugar por lo que se refiere a su capacidad para razonar científicamente e innovar. De esta manera, si en Finlandia el 20 por ciento de los examinados se ubicó en los niveles más altos, en México apenas lo hizo el 0.3%. El sistema educativo mexicano simplemente está en bancarrota por ser incapaz de preparar a los jóvenes como lo exigen los desafíos de su tiempo. De esta manera, queda claro que cuando algunos miembros de la clase política realmente tienen talento -a primera vista no parece que sean muchos- lo aplican de tal forma que afectan al interés general.

El Joven Secretario de Gobernación. Fue en la defensa del acosado Juan Camilo Mouriño que el líder del PAN dijo encontrar un buen espécimen, un motivo de orgullo, de la nueva clase política. Sin embargo, resulta que hasta el momento ese joven exitoso que, según sus propias declaraciones, hizo el sacrificio supremo de desprenderse de sus intereses en 80 empresas familiares y dejar la comodidad de Campeche para venir a la molesta capital para servir al país, no parece disponer del talento que la pertenencia a la clase política supone. En efecto, el conflicto de intereses de Mouriño -ése entre las exitosas empresas de su familia y sus responsabilidades como funcionario público-, le ha creado un gran problema a Felipe Calderón y sin haberle resuelto ninguno.

En Suma. Como en cualquier otro país, México tiene una clase política, pero en ella no hay nada de nuevo. Se asemeja en todo lo esencial a la vieja clase política y por eso no hay razón para que sea objeto de legítimo orgullo de alguien, ni siquiera de ella misma.

Kikka Roja

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