EL ORIGEN DE LOS CHUCHOS TRAIDORES
PRD: no todos son iguales
Aunque es imposible disculpar a ninguna corriente del Partido de la Revolución Democrática de las trampas y maniobras ilícitas que produjeron la peor elección interna en ese partido, es claro que no puede hacerse tábula rasa de la personalidad de los dirigentes de ese partido.
En Nueva Izquierda, por ejemplo, hay distancia amplia entre la trayectoria de los dos Chuchos que han dado nombre a esa corriente. Jesús Zambrano Grijalva, que perdió ante Alejandra Barrales la presidencia del comité del Distrito Federal vivió su juventud en la rebeldía estudiantil, pasó por la acción armada y la cárcel. Cuando quedó en libertad y resolvió continuar la lucha política por otros medios, fue propulsor y dirigente de Corriente socialista, un agrupamiento en que sobresalieron otros militantes con trayectoria semejante, entre ellos los sinaloenses Juan N. Guerra, hoy diputado federal, y Camilo Valenzuela, que fue candidato al liderazgo que hoy se disputan Jesús Ortega y Alejandro Encinas, y encabeza el Consejo Nacional perredista, máximo órgano de dirección de ese partido, al que correspondería tomar decisiones sobre una prolongación del mandato de Leonel Cota o la designación de un presidente interino en el que caso de que dentro de una semana, el 22 de abril, subsistiera el enigma de quién ganó los comicios del 16 de marzo.
El otro Chucho antonomásico, Ortega Martínez, a diferencia de su tocayo y compañero se inició en la vida política en la comodidad del subsidio. Fue lugarteniente de Rafael Aguilar Talamantes en el Partido Socialista de los Trabajadores, que gozó de la simpatía y, más importante aún, del patrocinio gubernamental para crear una corriente que estorbara, se opusiera y eventualmente anulara el esfuerzo de Heberto Castillo por crear el Partido Mexicano de los Trabajadores, ofreciendo una opción falsa, producto de la simulación. Junto a Ortega dirigieron ese partido, creado por Luis Echeverría, los hoy senadores Carlos Navarrete y Graco Ramírez.
En agosto de 1988, en una entrevista hecha por el finado Óscar Hinojosa, citada recientemente por el también reportero de Proceso, Álvaro Delgado, Aguilar Talamantes se sinceró (aunque sólo parcialmente, según es de suponerse por la fluidez de recursos que ostentaba el PST):
“Echeverría dio instrucciones a Víctor Bravo Ahúja, secretario de Educación Pública, para que se nos proporcionara 30,000 pesos mensuales. Con esa cantidad, más el auxilio que logramos con Fausto Cantú Peña (director del Instituto Mexicano del Café) el PST pudo sostener su actividad durante un largo periodo”.
La eminente presencia de Ortega y Graco Ramírez a la cabeza del PST se evidenció en la composición de la primera bancada legislativa de ese partido, que obtuvo su registro condicionado para participar en la elección de 1979. De modo que el debut parlamentario de ambos se produjo en el seno de un partido con cuyo dirigente principal romperían en 1987, lance a partir del cual se integraron al Partido Mexicano Socialista y por esa vía resultaron fundadores del PRD, a cuyo liderazgo ha aspirado Ortega repetidamente. Lo intentó en 1996, pero antes del proceso electoral pactó una alianza con Andrés Manuel López Obrador de quien fue candidato a secretario general. Contendió con Amalia García en el anulado proceso de 1999 y con Rosario Robles en 2002.
Acaso los diversos orígenes y prácticas explican la diferente reacción de los Chuchos ante el resultado electoral. Zambrano se ha rendido a la evidencia de que su candidatura fue batida por la de Barrales en porción superior a dos por uno. En cambio, Ortega litiga la conclusión de un cómputo que incluya contar votos surgidos de casillas ¡que no se instalaron!, y cuya suma le ofrece ventaja sobre Encinas.
Un caso paradigmático, no único, pero sí el peor quizá, ocurre en Chiapas, donde se previó instalar 249 casillas. Es claro, porque está documentado desde el 16 de marzo mismo, que al menos 28 de ellas no se instalaron. Pero, en un caso que debe resolver no sólo una investigación política sino quizá una cavilación metafísica, de esas casillas que por no haberse instalado no existieron, surgieron actas y votos: ¡de la nada brotaron sufragios, la mayor parte a favor de Ortega según sus propias copias de actas!
Ortega venció en Chiapas a Encinas con una diferencia abrumadora, una desproporción aun mayor que la observada en el DF en sentido contrario, si bien la vertiente local de la elección capitalina no ha sido objetada. Ortega obtuvo en las lejanías chiapanecas 49,546 votos contra sólo 3,857 para Encinas. A ese resultado contribuyeron los sospechosos votos de casillas no instaladas, en que se produjeron diferencias análogas a las del total: 832 contra 40; 265 contra 15; 251 a 4; 988 a cero; 926 a 31, etcétera.
Encinas planteó que resultados como ésos, o los registrados en casillas donde hubo más de mil votantes, no se consideran en el cómputo nacional pues su rotunda inexistencia haría ridícula su anulación (¿Cómo invalidar la nada?). No fue escaso el número de esas casillas ubérrimas, o prodigiosas, a que acudieron más de mil votantes, que al hacerlo dieron ejemplo de velocidad pues sufragaron uno cada 36 segundos (o, más admirablemente, cada seis, si se considera que se realizaban seis elecciones simultáneamente). En promedio, en las entidades donde no se objetó la elección, votaron 265 militantes, mientras que en Chiapas la media fue del doble: 540, dos veces también el promedio de la elección estatal de 2006.
En Nueva Izquierda, por ejemplo, hay distancia amplia entre la trayectoria de los dos Chuchos que han dado nombre a esa corriente. Jesús Zambrano Grijalva, que perdió ante Alejandra Barrales la presidencia del comité del Distrito Federal vivió su juventud en la rebeldía estudiantil, pasó por la acción armada y la cárcel. Cuando quedó en libertad y resolvió continuar la lucha política por otros medios, fue propulsor y dirigente de Corriente socialista, un agrupamiento en que sobresalieron otros militantes con trayectoria semejante, entre ellos los sinaloenses Juan N. Guerra, hoy diputado federal, y Camilo Valenzuela, que fue candidato al liderazgo que hoy se disputan Jesús Ortega y Alejandro Encinas, y encabeza el Consejo Nacional perredista, máximo órgano de dirección de ese partido, al que correspondería tomar decisiones sobre una prolongación del mandato de Leonel Cota o la designación de un presidente interino en el que caso de que dentro de una semana, el 22 de abril, subsistiera el enigma de quién ganó los comicios del 16 de marzo.
El otro Chucho antonomásico, Ortega Martínez, a diferencia de su tocayo y compañero se inició en la vida política en la comodidad del subsidio. Fue lugarteniente de Rafael Aguilar Talamantes en el Partido Socialista de los Trabajadores, que gozó de la simpatía y, más importante aún, del patrocinio gubernamental para crear una corriente que estorbara, se opusiera y eventualmente anulara el esfuerzo de Heberto Castillo por crear el Partido Mexicano de los Trabajadores, ofreciendo una opción falsa, producto de la simulación. Junto a Ortega dirigieron ese partido, creado por Luis Echeverría, los hoy senadores Carlos Navarrete y Graco Ramírez.
En agosto de 1988, en una entrevista hecha por el finado Óscar Hinojosa, citada recientemente por el también reportero de Proceso, Álvaro Delgado, Aguilar Talamantes se sinceró (aunque sólo parcialmente, según es de suponerse por la fluidez de recursos que ostentaba el PST):
“Echeverría dio instrucciones a Víctor Bravo Ahúja, secretario de Educación Pública, para que se nos proporcionara 30,000 pesos mensuales. Con esa cantidad, más el auxilio que logramos con Fausto Cantú Peña (director del Instituto Mexicano del Café) el PST pudo sostener su actividad durante un largo periodo”.
La eminente presencia de Ortega y Graco Ramírez a la cabeza del PST se evidenció en la composición de la primera bancada legislativa de ese partido, que obtuvo su registro condicionado para participar en la elección de 1979. De modo que el debut parlamentario de ambos se produjo en el seno de un partido con cuyo dirigente principal romperían en 1987, lance a partir del cual se integraron al Partido Mexicano Socialista y por esa vía resultaron fundadores del PRD, a cuyo liderazgo ha aspirado Ortega repetidamente. Lo intentó en 1996, pero antes del proceso electoral pactó una alianza con Andrés Manuel López Obrador de quien fue candidato a secretario general. Contendió con Amalia García en el anulado proceso de 1999 y con Rosario Robles en 2002.
Acaso los diversos orígenes y prácticas explican la diferente reacción de los Chuchos ante el resultado electoral. Zambrano se ha rendido a la evidencia de que su candidatura fue batida por la de Barrales en porción superior a dos por uno. En cambio, Ortega litiga la conclusión de un cómputo que incluya contar votos surgidos de casillas ¡que no se instalaron!, y cuya suma le ofrece ventaja sobre Encinas.
Un caso paradigmático, no único, pero sí el peor quizá, ocurre en Chiapas, donde se previó instalar 249 casillas. Es claro, porque está documentado desde el 16 de marzo mismo, que al menos 28 de ellas no se instalaron. Pero, en un caso que debe resolver no sólo una investigación política sino quizá una cavilación metafísica, de esas casillas que por no haberse instalado no existieron, surgieron actas y votos: ¡de la nada brotaron sufragios, la mayor parte a favor de Ortega según sus propias copias de actas!
Ortega venció en Chiapas a Encinas con una diferencia abrumadora, una desproporción aun mayor que la observada en el DF en sentido contrario, si bien la vertiente local de la elección capitalina no ha sido objetada. Ortega obtuvo en las lejanías chiapanecas 49,546 votos contra sólo 3,857 para Encinas. A ese resultado contribuyeron los sospechosos votos de casillas no instaladas, en que se produjeron diferencias análogas a las del total: 832 contra 40; 265 contra 15; 251 a 4; 988 a cero; 926 a 31, etcétera.
Encinas planteó que resultados como ésos, o los registrados en casillas donde hubo más de mil votantes, no se consideran en el cómputo nacional pues su rotunda inexistencia haría ridícula su anulación (¿Cómo invalidar la nada?). No fue escaso el número de esas casillas ubérrimas, o prodigiosas, a que acudieron más de mil votantes, que al hacerlo dieron ejemplo de velocidad pues sufragaron uno cada 36 segundos (o, más admirablemente, cada seis, si se considera que se realizaban seis elecciones simultáneamente). En promedio, en las entidades donde no se objetó la elección, votaron 265 militantes, mientras que en Chiapas la media fue del doble: 540, dos veces también el promedio de la elección estatal de 2006.
Kikka Roja
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