http://www.milenio.com/node/81905
Recibí esta carta de Epigmenio Ibarra en respuesta al texto que publiqué el martes. La reproduzco en dos partes: Estimado Ciro: Como, mucho me temo, asuntos más graves, habrán de ocupar nuestra atención en los próximos días y ante la imposibilidad entonces de hacer uso de mi espacio de los viernes en MILENIO para responderte, quisiera compartir contigo y con nuestros lectores, por medio de esta carta, algunas reflexiones sobre tu artículo del pasado martes titulado “No lo sé, Epigmenio”. Dices que no te dedicas a la prospección, ni a la ciencia ficción, ni a profetizar calamidades y agregas “tampoco a la propaganda”, sin embargo, de inmediato te lanzas por ese sendero, el del discurso propagandístico, cuando dices que conoces bien y cito: “el lloriqueo marrullero del pueblo bueno lopezobradorista, sus voces y plumas”. A eso me refería Ciro cuando hablaba del “dedo flamígero”. A esa tendencia, tan en boga en nuestros días, a sustituir el debate por la descalificación. A esa costumbre de colgar, a cualquiera que se atreva a mantener vigente su inconformidad con el proceso electoral del 2006, el sambenito de lopezobradorista, sinónimo, en esa misma jerga, de intolerante, violento, intransigente y resentido. Nada más nos falta y como en los tiempos de la Santa Inquisición, ser condenados a la hoguera por “diminutos y relapsos” en tanto que no podemos entender el dogma de fe de la legitimidad de Felipe Calderón. Lo mío –que por cierto ni soy parte de “sus plumas” ni pertenezco tampoco al “pueblo bueno”- no son, de ninguna manera, lloriqueos. Mantengo una posición y expongo mis razones para hacerlo. En la democracia, desde mi punto de vista, no caben ni la amnesia, ni la resignación. Es un derecho y una obligación ciudadana –que no se extingue ni con el tiempo, ni con la propaganda- inconformarse con los resultados de un proceso electoral en el que intervinieron ilegalmente el entonces Presidente de la República, Vicente Fox y los poderes fácticos. En cualquier otro país y dada la mínima distancia final entre los dos candidatos punteros, lo más razonable, lo más sano para la democracia y sus instituciones hubiera sido –habida cuenta de que esa intervención flagrante pudo torcer la volunta popular- un recuento “voto por voto”. Esto, que hubiera limpiado la elección, desgraciadamente no se produjo. gomezleyva@milenio.com Continúa la carta de Epigmenio Ibarra, en respuesta al artículo que publiqué el martes: Hay pues Ciro –para muchos millones de mexicanos como yo– un muy razonable margen de duda y habemos en consecuencia quienes, sin lloriquear, consideramos que entre los muchos males que nos aquejan está precisamente el de carecer, como carecemos y los hechos lo demuestran, de un gobierno con la legitimidad necesaria y suficiente para generar el consenso que México, en esta hora grave, demanda. No te considero un “fusilero de la guerra sucia”. Cuestiono, eso sí, el análisis que haces sobre los supuestos intentos “golpistas” y sobre todo, de la viabilidad de los mismos a manos de un movimiento político al que si bien no le faltan razones le sobra –y los hechos lo demuestran– institucionalidad. Nunca he escuchado nada que vaya más allá de un programa de resistencia civil pacífica. Entendiendo claro, de eso se trata, que resistir –un derecho ciudadano– es poner coto a la acción del gobierno. Tanta insistencia tuya en el “cuento del derrocamiento”, puede, mucho me temo, además de representar una falla de puntería analítica y una especulación apocalíptica de esa que dices que no haces, alentar el linchamiento y la persecución de la que tu mismo te dices víctima. Que Calderón no termine su mandato es, como en cualquier régimen democrático y más todavía en nuestras circunstancias, algo posible y quizás, incluso, algo deseable. Me pregunté, te pregunté qué pasaría si eso sucediera. El país se hunde Ciro, creo que en eso estaremos de acuerdo. Hay un pensamiento de Miguel de Unamuno, el mismo que dijo a los franquistas: “Venceréis pero no convenceréis”; que, a propósito de la magnitud de los retos que como nación enfrentamos, ronda con frecuencia en mi cabeza: “De escultores y no de sastres es la tarea”. Lloriquear, termino con esto Ciro y perdona que insista, no es lo mío. Llorar sí; de dolor, de rabia, de impotencia como lloran hoy muchos otros mexicanos ante la patria rota. Epigmenio Ibarra gomezleyva@milenio.com |
Sin co-men-ta-rios.
Kikka Roja
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