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jueves, 9 de octubre de 2008

Echaverría, Cínico Impune

Miguel Angel Granados Chapa
proceso
Preso en su casa en los últimos dos años, el expresidente Luis Echeverría está a punto de quedar exonerado del delito de genocidio por el que se le dictó auto de formal prisión. Obtuvo la protección federal contra ese acto procesal y después de ires y venires, un tribunal de circuito está por resolver la revisión. Es de temerse que la sentencia de amparo sea confirmada, y Echeverría quede en libertad uno de estos días.


Abre esa posibilidad la renuencia de los magistrados del quinto tribunal colegiado en materia penal del primer circuito, Guadalupe Malvina Carmona Roig, María Eugenia Estela Martínez Cardel y Manuel Bárcena Villanueva a que su resolución sobre el caso sea pública y difundida. Han guardado silencio ante la petición de que la sesión en que resuelvan sea difundida a través del Canal judicial o por cualquier otro medio. Al formular su petición, a nombre del Comité 68 pro Libertades Democráticas, Raúl Álvarez Garín dijo que "los magistrados que resuelvan deben actuar de cara a la nación, esa es su responsabilidad y ese es nuestro derecho. No hay nada en el marco jurídico que regula las funciones de los tribunales de circuito, tanto unitarios como colegiados, que impida que la sesión sea transmitida por los medios de comunicación electrónicos".

Si la sentencia confirma el amparo y Echeverría queda libre (aunque lo está para todo efecto práctico, ya que su estado de salud en los meses recientes le habría impedido de todos modos desplazarse fuera de su domicilio), quedará judicialmente a salvo de las acusaciones que se formularon en su contra, por los actos de genocidio que perpetró cuando fue secretario de Gobernación y presidente de la República. Es decir, siguiendo la regla que beneficia a cerca de 99 por ciento de los autores de delitos en todo el país, quedará impune. Con ese desenlace adverso para la causa de la justicia llegará a su fin, al menos en el ámbito jurídico mexicano, el esfuerzo del Comité 68 por que se le condena y que consiguió llevarlo al banquillo de los acusados y fuera declarado formalmente preso. Se abrirán entonces las diversas instancias de la justicia internacional, pero es improbable que sus fallos, que de haberlos no serán inmediatos, alcance con vida al acusado, quien acaso vive sus últimos días en su casa de San Jerónimo.

Allí lo visitó catorce veces el periodista Rogelio Cárdenas Estandía, quien desarrolló en esas sesiones una prolongada entrevista que acaba de publicar en forma de libro y del cual Proceso adelantó en su número anterior un extracto significativo, sobre el 2 de octubre de 1968, cuando el entrevistado despachaba en Bucareli. Como es verdad que genio y figura se conservan hasta la sepultura, Echeverría se incomodó con el interrogatorio al punto de "pegar con ímpetu" a la mesita y terminó corriendo de su casa al entrevistador, que dirige el diario El Financiero, fundado por su abuelo y su padre, del mismo nombre los tres. De buenas a primeras, narra, "comenzó a regañarme como lo hace un padre a su hijo; me pidió que me fuera a mi casa, que reflexionara sobre la conducta que había tenido en las últimas sesiones y que le hablara por teléfono cuando hubiese terminado mi examen de conciencia". Cárdenas no lo hizo y no volvió a ser recibido ("La puerta de Magnolia 131 ya no se abrió para mí") por lo cual, supongo, explica que la entrevista no fue autorizada.

A pesar de que en los temas torales Echeverría se muestra elusivo, omiso, sinuoso o miente con descaro, o por ello mismo, no podría desmentir el contenido de la entrevista, donde aparece tal como es, con dificultades para explicarse de modo coherente y para aceptar responsabilidades en su desempeño como secretario de Gobernación o como Ejecutivo. Nadie creería que la entrevista fue trucada, porque el Echeverría que así sale retratado se parece demasiado al que conoció el país en su sexenio o al que se sospecha que fue bajo las máscaras tras las cuales se ocultó antes, durante o después de su sexenio presidencial.

Echeverría se considera excepcional. No se comportó como sus compañeros de gabinete, no abandonó nunca sus deberes. Puritano, acusa a sus iguales con el ánimo y el tono con que lo haría un alumno de escuela religiosa ante su asistente espiritual: "como secretario de Gobernación... no iba a fiestecitas con secretarios de estado, nunca. A veces se reunían ocho o diez de ellos, llevaban muchachas guapas, medio golfas, se echaban una copa y hacían fiesta. Yo nunca fui. Y nunca hice negocios. Me porté muy bien desde que era subsecretario. Ni fiestecitas, ni queridas".

Tampoco admite culpas. No siente necesidad de pedir perdón de nadie. Tampoco hay responsabilidades que puedan atribuírsele. La matanza del 2 de octubre fue ordenada por el presidente: "ni el secretario de Gobernación ni ningún otro secretario podía disolver una manifestación de 150 mil personas. Lo logró el Presidente con el ejército...". La movilización a la que de ese brutal modo se puso fin no era un acto de protesta genuino, era un simple borlote, según su propia visión. Un mitote en que participan no él, que angelicalmente permanecía al margen, sino el secretario de la Defensa, el procurador de la República, el jefe de la policía capitalina, por un lado; y por el otro, "los jefes de los muchachos, con la embajada soviética atrás, los cubanos un poco metidos, manejando a los líderes, y un gran entusiasmo juvenil, como ocurrió en el mundo..."

Como si se ignorara que fue Litempo en su papel de agente de la CIA, el expresidente habló ante Cárdenas de un modo confuso sobre la participación de esa agencia en la guerra fría. No admite que actuara en México, quizá para no incriminarse, experto como se muestra en arrojar las culpas lejos de sí. En cambio insiste en hablar de influencia de la URSS en la política mexicana y en la movilización del 68: "Algunos muchachos mexicanos, los que estuvieron en los comités de huelga, tenían contacto con la embajada soviética, donde les daban sus centavos..."

El periodista le preguntó si creía realmente que el país corría riesgos de no haber intervenido el Ejército, y Echeverría contesta afirmativamente. Llega al extremo de afirmar que la movilización quería impedir los Juegos Olímpicos, y se pregunta: "¿Qué hubiera pasado? Si no hubiera habido Olimpiada quizá hubieran invadido el Palacio y hubieran tirado al Presidente... En una de las manifestaciones comenzaron a quemar la puerta de palacio. Si se hubieran metido, probablemente hubieran intentado asesinar al presidente y entonces el Ejército hubiera intervenido. Yo creo que, de no actuar, sí hubieran quitado al Presidente".

Como responsable de la información política, Echeverría supo sin duda siempre que el movimiento estudiantil no discurrió jamás por esas veredas. Y sin embargo ahora justifica la represión invocando un fantasma.

O sea que, además de quedar impune, Echeverría es cínico


Kikka Roja

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