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viernes, 26 de diciembre de 2008

El mapa de lo que no está: Juan Villoro

El mapa de lo que no está
Juan Villoro
26 Dic. 08

Para Foucault, la historia de la clínica "trata del espacio, del lenguaje, de la muerte; trata de la mirada". Lo mismo puede decirse de Purgatorio, la nueva novela de Tomás Eloy Martínez.

La trama comienza con una aparición: Emilia Dupuy, cartógrafa argentina, encuentra en una cafetería de Nueva Jersey a su marido, Simón Cardoso, a quien no ha visto en 30 años. Él no ha envejecido y lleva ropas anacrónicas. Desde 1976, cuando Simón fue detenido en Tucumán, Emilia ha soñado el reencuentro. Incapaz de aceptar su muerte, creyó hallar pistas suyas en varias ciudades; harta de esa errancia, se estableció en Estados Unidos, esperando que fuera él quien la encontrara. Al fin, el momento ha llegado.

El arranque es sobrenatural: la mujer ha envejecido, pero su esposo está intacto. ¿El anhelo propició la llegada de un fantasma? El episodio tendrá explicación fáctica; en esta obra lo alucinatorio no es atributo de la mente, sino de la historia.

Emilia y Simón son cartógrafos, oficio emblemático para una trama de desaparecidos y exiliados. A propósito de los mapas que dibujó en colchones, Guillermo Kuitca hizo una elocuente observación: no se sirvió de camas pequeñas para sugerir que se trataba de muebles infantiles, sino para que parecieran vistas de lejos. Al disminuir la escala, el espectador se aleja sin moverse. Purgatorio ofrece el mismo desconcierto. Los cartógrafos buscan una realidad distante, ilocalizable, un relato cierto que sólo se explicará como locura, historia clínica.

La detención de Simón cuenta con la complicidad del doctor Dupuy, padre de Emilia. La pareja es enviada a Tucumán, a "relevar diez kilómetros de un camino invisible". En el trayecto, una caterva de mendigos anticipa el infierno por venir: "Eran dieciocho o veinte, y vivían de la caridad. Algunos se hacían pasar por locos y divertían a la gente tocando guitarras que eran palos de escoba o escribiendo poemas en papel de diario. Otros gozaban, en cambio, de una locura sincera". Poco después, Simón es arrestado. Emilia usará en vano sus recursos de cartógrafa para localizarlo: los mapas "no son metáforas sino metamorfosis, como las palabras y como las sombras que proyectamos. Basta que un mapa dibuje la realidad para que la realidad ya no sea igual". La condición esencial del purgatorio es su transitoriedad, una zona apropiada para el agrimensor de Kafka y para la cartografía, aproximación siempre corregible. Al fracasar en su búsqueda territorial, Emilia traza un resistente mapa del deseo.

En sus conversaciones con Graciela Speranza, apuntó Kuitca: "La cama y el mapa eran para mí imágenes de dos espacios extremos -la cama como el espacio más privado y el mapa como el espacio más público posible- y pienso que, cuando pinté los mapas sobre colchones, esos extremos, la cama y el mapa, se reunían". Purgatorio logra esa condensación. Secues- trado por la historia, el cartógrafo regresa para definir la intimidad de su amada; habita espacios límite: el mapa, la cama. Es demasiado lejano o demasiado próximo. Un desaparecido.

Desconcertada, la protagonista busca la complicidad de un testigo que resulta ser el autor de la novela. En la segunda parte, Tomás Eloy Martínez aplica el recurso maestro de Santa Evita: investiga su propia narración; desconfía de ella; agrega hipótesis que la vuelven plausible de otro modo. Como Emilia, vive exiliado en un suburbio que se resiste a producir sucesos. En ese campus del tedio, escribe una novela sobre otro tema. No tiene especial interés en Emilia ni en la extravagante aparición que relata. Esta desconfianza cambia la credibilidad de la novela. El autor recela de su tema y así lo refuerza; pasa por su propio purgatorio -una enfermedad que lo lleva al borde de la muerte-, y al recuperarse, en la extrañeza de sobrevivir, reconstruye el infierno de Emilia.

Como Santa Evita, Purgatorio explora la condición fantasmagórica, la irrealidad compartida hasta la demencia que suscita el poder omnímodo. La propaganda es ahí un desaforado simulacro. En un pasaje memorable, Dupuy visita a Orson Welles para ofrecerle que dirija un documental sobre el Mundial de 1978. Saga de espectros en la vida pública, Purgatorio desata una historia creíble como testimonio y como delirio.

Tomás Eloy Martínez describe el horror con calma, casi con armonía. Un pulcro contable levanta su inventario. El efecto es certero. Basta una composición de lugar para sugerir el oprobio que ahí sucederá: "Llegó a la cita casi a medianoche. Los pasillos de la Casa de Gobierno estaban desiertos: Dupuy los había recorrido muchas veces y sabía que debía avanzar con cautela. Cada veinte o treinta metros alguien salía de las sombras y le exigía que mostrara los documentos. El aire era cada vez más cálido. Se apoyó en la baranda de la galería y contempló las palmeras del patio. La noche crecía, la oscuridad crecía (no hay otro modo de explicar la lenta inflamación de la realidad) y el polen teñía las baldosas de un amarillo pegajoso. Un edecán se le acercó y lo acompañó al salón donde los comandantes terminaban la cena". La sede del poder es una zona de detención equivalente al retén donde desaparece Simón.

"Del exilio nadie regresa", dice el narrador. Su relato es un espacio compensatorio, un mapa conjetural: "Las novelas se escriben para eso: para reparar en el mundo la ausencia perpetua de lo que nunca existió".

Ángel Crespo, traductor de la Comedia, señala que, aunque Dante suele ser más celebrado por su Infierno, el Purgatorio es la única de las tres cantigas donde suena su nombre. La razón es obvia, sólo esa región provisional se asemeja a la tierra.

Tomás Eloy Martínez ha jugado ahí sus cartas. Sus logros se anuncian en el otro Purgatorio:

Mas si el mundo se extravía,
que cada cual en sí la causa vea;
por ti seré su más veraz espía.

kikka-roja.blogspot.com/

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