La sociedad narca
Lorenzo Meyer
18 Dic. 08
Es en defensa propia que debemos conocer a la sociedad narca y Julio Scherer nos abre una ventana para verla de muy cerca
Un mundo raro
"Un dije en forma de Tutankamón en oro amarillo de 14K con 228 diamantes de 0.01 puntos, 189 zafiros de 0.01 puntos y 83 rubíes de 0.01 puntos, peso 11 grs., falto de dos en la reasa". Cuentas bancarias: 16. Y entre los inmuebles, 223 terrenos localizados en el fraccionamiento Alto Valle, en Hermosillo, Sonora. Lo anterior es parte de la lista de bienes asegurados a Sandra Ávila, capturada el 28 de septiembre del 2007 y acusada de participar a fines del 2001 en un contrabando de nueve toneladas de cocaína. Lo anterior es parte de la historia que Julio Scherer narra en La reina del Pacífico. Es la hora de contar (Grijalbo, 2008), un esfuerzo por penetrar en el mundo del narcotráfico mexicano por la vía del diálogo incisivo con alguien que nació y se formó en ese universo.
El problema
Hoy por hoy, el narcotráfico es una actividad -se le podría calificar de gran industria- que se cuela hasta los cimientos de la sociedad mexicana. Por un lado, la razón de ser y el modo de operar del narcotráfico se asemeja a la de cualquier otra actividad económica -produce, distribuye y vende un producto demandado por consumidores repartidos por todo el mundo. Sin embargo, hay un elemento fundamental que distingue al narcotráfico de otras actividades económicas centradas en productos nocivos como el tabaco y el alcohol: su ilegalidad. En el narcotráfico, tanto la oferta como la demanda están penalizadas, pero las fuerzas que las impulsan -la búsqueda de riqueza rápida y extraordinaria por un lado y de paraísos artificiales por el otro- han resultado más poderosas que la ley. Desde hace casi un siglo las organizaciones encargadas de imponer la norma han fallado. Y si ello ha sucedido en países tan institucionalizados como Estados Unidos, en el nuestro simplemente la institucionalidad ha reventado.
En México, el choque entre la fuerza del mercado ilegal y las estructuras de autoridad amenaza con desembocar en ingobernabilidad. Si a la pujanza del narcotráfico se le suman la crisis económica -el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas acaba de informar que el año próximo la economía decrecerá en 1 por ciento- y un sistema de partidos donde el que está avanzando -el PRI- es el mismo bajo cuya mirada complaciente nació, creció y se fortaleció el narcotráfico, entonces tenemos que concluir que el futuro pinta mal.
En México, el choque entre la fuerza del mercado ilegal y las estructuras de autoridad amenaza con desembocar en ingobernabilidad. Si a la pujanza del narcotráfico se le suman la crisis económica -el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas acaba de informar que el año próximo la economía decrecerá en 1 por ciento- y un sistema de partidos donde el que está avanzando -el PRI- es el mismo bajo cuya mirada complaciente nació, creció y se fortaleció el narcotráfico, entonces tenemos que concluir que el futuro pinta mal.
Lo que sabemos
Sobre el narcotráfico los datos son sorprendentes y terribles. Para empezar, y según el reporte de Naciones Unidas del 2005, el valor del mercado de drogas al nivel del consumidor fluctuaba en el 2003 entre los 322 y los 400 mil millones de dólares. En el reporte del 2008, la ONU calcula que la proporción de consumidores de todo tipo de drogas prohibidas es poco menos del 5 por ciento de la población mundial entre los 16 y los 64 años (208 millones de personas) y que los consumidores de las llamadas "drogas problemáticas" (cocaína, heroína, anfetaminas) son apenas el 0.6 por ciento (26 millones). Según este mismo documento, el mercado mundial de drogas se ha estabilizado. Sin embargo, la realidad mexicana muestra todo menos estabilidad: en lo que va de este año, en nuestro país se atribuyen al narcotráfico alrededor de 5 mil 400 asesinatos, más del doble que el año pasado.
Lo que apenas conocemos
Los estudios especializados, como los de Naciones Unidas, ofrecen multitud de datos. Sin embargo, hay un mundo relacionado con la droga que difícilmente podremos conocer por esa vía, de ahí el valor de trabajos como el de Scherer. Nuestro autor -periodista tan profesional como tenaz- consiguió no sólo que se le abrieran las puertas de la prisión de Santa Martha Acatitla sino que Ávila, la atractiva "Reina del Pacífico", aceptara abrir, aunque parcialmente, una ventana para que observemos de cerca a la "sociedad narca".
Lo que Scherer ofrece es una vista parcial de las formas de vida que rigen en la sociedad de Ávila porque difícilmente ella contaría a los de fuera su auténtica biografía. Y es parcial por dos razones adicionales. Primero, porque aunque mujer singular, la Reina del Pacífico fue habitante de un mundo dominado en grado extremo por los valores del machismo, lo que le obligó a ser un actor subordinado. En segundo, porque nació, creció y maduró entre la élite del narcotráfico; su experiencia es propia de quien se movió entre los jefes y su círculo inmediato, muy distinto al del sicario común o el narcomenudista.
Esta obra de Scherer, como el resto de su bibliografía, es breve pero contiene lo esencial. Cada segmento de la conversación entre el periodista y la acusada no tiene desperdicio en palabras o ideas. Un resumen sería injusto. Sin embargo, en los diálogos destaca lo extraordinariamente violento, cruel y rápido de la vida en el narco. A los 18 años Ávila fue raptada y a estas alturas ya ha experimentado, según su propia visión, tres veces la viudez producto de otros tantos asesinatos. Primero el de su esposo, después el de quien ella llama su marido y finalmente el de su novio. También su hermano fue asesinado y su hijo secuestrado y liberado tras pagar millón y medio de dólares. Varias veces ha experimentado la angustia de vivir bajo amenaza o en fuga.
De las andanzas de la Reina del Pacífico, de la naturaleza de sus experiencias, queda claro que no hay diferencia entre los capos del narco y agentes del gobierno. Su esposo fue primero comandante de la Policía Judicial en Durango y luego se trasladó abiertamente al campo del narco. A su marido lo conoció como militar, luego fue policía y terminó en la sociedad narca. "Mi esposo tenía muchos amigos del gobierno, como le digo, militares, federales. Manejaba Culiacán como si le perteneciera...". Más adelante afirma: "Los narcos ya imponen autoridades a la luz del día, imponen a los presidentes municipales, los jefes de seguridad, los que les importan. Me he ido acostumbrando a esa realidad". En las grandes fiestas en la sierra, vio convivir a los jefes del narco y a los federales como miembros de una sola y nada santa hermandad.
En el mundo de Ávila las fronteras nacionales significan poco. Lo mismo se instaló un tiempo en Brasil que otro en Bolivia. En Tucson la detuvieron con un maletín que contenía millón y medio de dólares, pero la dejaron libre. Cuando consideró imperativo que su hijo se fuera a Canadá, a un internado, el dinero allanó todas las dificultades.
La solidaridad y la brutalidad se combinan sin dificultad en la sociedad narca. Por un lado "El día que un narco cae en prisión, su cártel le pone abogados, compra un departamento para el día que recupere la libertad, protege a su familia de todo a todo y toda la vida". Por otro "Con una acusación sin comprobar, en el mundo del narco se puede dictar sentencia de muerte a cualquiera". Si en un tiempo esposas e hijos no eran objeto de la venganza, ahora lo son.
En un punto Scherer confronta a Ávila: "¿No le ofende tanta riqueza /la suya y la de la sociedad narca/ en un país tan pobre?", y ella responde: "El país se ha ido haciendo así y yo no lo hice así. Habría que preguntarle a los políticos y empresarios, a los del tráfico de influencias, si ya se cansaron de ganar dinero". Desde su perspectiva "cada cual es libre para consumir la droga o rechazarla. Se es adicto por voluntad propia". Por otra parte "El narco se extiende y su dinero hace posible que pueblos y familias enteras del campo dejen el hambre".
En algún momento, Ávila opina sobre la política del gobierno: "Anoche vi al presidente en la tele. Dijo que la guerra contra el crimen organizado será cruenta y larga, pero sin duda la ganará el gobierno y ya la va ganando. Yo no creo que así vayan a darse las cosas... El narcotráfico y la corrupción forman parte de un mismo problema. Se alimentan... No hay manera de combatir el crimen organizado sin combatir la corrupción del gobierno. La guerra es una sola y no habrá manera de ganar media guerra". Para la Reina del Pacífico todo es una gran injusticia: a ella se le acusa de algo que no se le ha probado pero tiene que vivir el infierno de la cárcel mientras constata que: "Vicente Fox y Marta Sahagún vivieron como quisieron y robaron como les dio la gana. Ahora, ni quien se meta con ellos".
"En la sociedad narca la riqueza como que brota... un día eres pobre y al siguiente millonario", dice Ávila. El costo de tamaña oportunidad, la muerte violenta, es uno que los narcos ya decidieron pagar. Esa decisión, en un medio donde la corrupción diluye la diferencia entre criminal y autoridad, imprime una fuerza extraordinaria al narco y un sentimiento de impotencia y rabia a la inmensa mayoría de los mexicanos que ven cómo el país marcha por un mal camino.
kikka-roja.blogspot.com/
Lo que Scherer ofrece es una vista parcial de las formas de vida que rigen en la sociedad de Ávila porque difícilmente ella contaría a los de fuera su auténtica biografía. Y es parcial por dos razones adicionales. Primero, porque aunque mujer singular, la Reina del Pacífico fue habitante de un mundo dominado en grado extremo por los valores del machismo, lo que le obligó a ser un actor subordinado. En segundo, porque nació, creció y maduró entre la élite del narcotráfico; su experiencia es propia de quien se movió entre los jefes y su círculo inmediato, muy distinto al del sicario común o el narcomenudista.
Esta obra de Scherer, como el resto de su bibliografía, es breve pero contiene lo esencial. Cada segmento de la conversación entre el periodista y la acusada no tiene desperdicio en palabras o ideas. Un resumen sería injusto. Sin embargo, en los diálogos destaca lo extraordinariamente violento, cruel y rápido de la vida en el narco. A los 18 años Ávila fue raptada y a estas alturas ya ha experimentado, según su propia visión, tres veces la viudez producto de otros tantos asesinatos. Primero el de su esposo, después el de quien ella llama su marido y finalmente el de su novio. También su hermano fue asesinado y su hijo secuestrado y liberado tras pagar millón y medio de dólares. Varias veces ha experimentado la angustia de vivir bajo amenaza o en fuga.
De las andanzas de la Reina del Pacífico, de la naturaleza de sus experiencias, queda claro que no hay diferencia entre los capos del narco y agentes del gobierno. Su esposo fue primero comandante de la Policía Judicial en Durango y luego se trasladó abiertamente al campo del narco. A su marido lo conoció como militar, luego fue policía y terminó en la sociedad narca. "Mi esposo tenía muchos amigos del gobierno, como le digo, militares, federales. Manejaba Culiacán como si le perteneciera...". Más adelante afirma: "Los narcos ya imponen autoridades a la luz del día, imponen a los presidentes municipales, los jefes de seguridad, los que les importan. Me he ido acostumbrando a esa realidad". En las grandes fiestas en la sierra, vio convivir a los jefes del narco y a los federales como miembros de una sola y nada santa hermandad.
En el mundo de Ávila las fronteras nacionales significan poco. Lo mismo se instaló un tiempo en Brasil que otro en Bolivia. En Tucson la detuvieron con un maletín que contenía millón y medio de dólares, pero la dejaron libre. Cuando consideró imperativo que su hijo se fuera a Canadá, a un internado, el dinero allanó todas las dificultades.
La solidaridad y la brutalidad se combinan sin dificultad en la sociedad narca. Por un lado "El día que un narco cae en prisión, su cártel le pone abogados, compra un departamento para el día que recupere la libertad, protege a su familia de todo a todo y toda la vida". Por otro "Con una acusación sin comprobar, en el mundo del narco se puede dictar sentencia de muerte a cualquiera". Si en un tiempo esposas e hijos no eran objeto de la venganza, ahora lo son.
En un punto Scherer confronta a Ávila: "¿No le ofende tanta riqueza /la suya y la de la sociedad narca/ en un país tan pobre?", y ella responde: "El país se ha ido haciendo así y yo no lo hice así. Habría que preguntarle a los políticos y empresarios, a los del tráfico de influencias, si ya se cansaron de ganar dinero". Desde su perspectiva "cada cual es libre para consumir la droga o rechazarla. Se es adicto por voluntad propia". Por otra parte "El narco se extiende y su dinero hace posible que pueblos y familias enteras del campo dejen el hambre".
En algún momento, Ávila opina sobre la política del gobierno: "Anoche vi al presidente en la tele. Dijo que la guerra contra el crimen organizado será cruenta y larga, pero sin duda la ganará el gobierno y ya la va ganando. Yo no creo que así vayan a darse las cosas... El narcotráfico y la corrupción forman parte de un mismo problema. Se alimentan... No hay manera de combatir el crimen organizado sin combatir la corrupción del gobierno. La guerra es una sola y no habrá manera de ganar media guerra". Para la Reina del Pacífico todo es una gran injusticia: a ella se le acusa de algo que no se le ha probado pero tiene que vivir el infierno de la cárcel mientras constata que: "Vicente Fox y Marta Sahagún vivieron como quisieron y robaron como les dio la gana. Ahora, ni quien se meta con ellos".
"En la sociedad narca la riqueza como que brota... un día eres pobre y al siguiente millonario", dice Ávila. El costo de tamaña oportunidad, la muerte violenta, es uno que los narcos ya decidieron pagar. Esa decisión, en un medio donde la corrupción diluye la diferencia entre criminal y autoridad, imprime una fuerza extraordinaria al narco y un sentimiento de impotencia y rabia a la inmensa mayoría de los mexicanos que ven cómo el país marcha por un mal camino.
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