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lunes, 4 de mayo de 2009

Angustia: Agustín Basave

Angustia
Agustín Basave
04-May-2009
Etimológicamente, angustia viene de angosto; el vocablo se inspiró en una aprehensión que comprime el pecho e impide respirar. A mi juicio, esa afección respiratoria es hoy en México más preocupante que la otra. Confío en que superaremos pronto la emergencia sanitaria porque, si bien somos lentos e ineficientes en circunstancias normales, los mexicanos nos sublimamos en momentos críticos.

Para Francisco Salomón, con mis felicitaciones anticipadas por sus 11 años. Que nunca te gane la angustia, hijo.

Según la Real Academia, el miedo es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Esto quiere decir que cuando nos amedrentamos nuestro ánimo se perturba angustiosamente y, en ese sentido, podría pensarse que miedo y angustia son sinónimos. Sin embargo, el mismo diccionario define la angustia como “aflicción, congoja, ansiedad” y “temor opresivo sin causa precisa”. O sea que las sensaciones pueden parecerse pero hay una diferencia fundamental entre ellas: podemos explicar qué nos amedrenta pero no acertamos a identificar qué es lo que nos angustia. La semántica de la Academia es en este caso imprecisa pero distingue correctamente las dos palabras. Por su parte, la biología considera al miedo como algo útil —un mecanismo de defensa vinculado al instinto de supervivencia que hace que el ser humano reaccione más rápida y agudamente ante un peligro— y el sicoanálisis le otorga a lo que Freud llamó “angustia neurótica” una connotación patológica —una carga de energía síquica asociada a la represión—. Y si esas ciencias dicen que al individuo el miedo le hace bien y la angustia le hace mal, la sicología social advierte que las sociedades modernas angustiadas pueden entrar en una espiral de descomposición.

Tengo la impresión de que México sufre una epidemia de angustia. Los mexicanos acumulamos tantos miedos en los últimos tres años —a ser víctimas de la violencia del crimen organizado, a perder nuestro patrimonio por la crisis económica, a morir a causa de un extraño virus de influenza— que ahora ya no sabemos bien a bien qué tememos. Reina el aturdimiento y la confusión. Nos han caído encima las diez plagas y no entendemos qué pasa y, sobre todo, qué nos puede pasar. Nos asedia una incertidumbre mucho mayor a la que somos capaces de digerir. No discernimos qué puede sucedernos, pero inconscientemente esperamos algo muy malo, algo peor que el secuestro, el desempleo o la muerte misma. Estamos afligidos, acongojados y ansiosos. El miedo se ha convertido en angustia.

Los rumores son la sustancia con la que se llenan los vacíos de información. Cuando no conocemos toda la verdad de lo que está ocurriendo tratamos de adivinarla, y cuando se nos dan demasiados datos, particularmente si son inconsistentes, inventamos conclusiones. Y si se combinan ausencia y exceso de mensajes, nos entregamos de lleno al sospechosismo. Eso es lo que está pasando en México. Hay cosas que no se nos explican: se nos dice que el virus es nuevo y por eso no hay vacuna, pero resulta que sí hay laboratorios que pueden detectarlo y antivirales que lo curan porque ya habían surgido casos en Estados Unidos desde diciembre de 2005; se nos dan cifras de hospitalizaciones y fallecimientos que no cuadran, se nos bombardea con estadísticas contradictorias. ¡Y luego se sorprenden de que circulen versiones descabelladas de lo que está aconteciendo! Son formas de desahogar la angustia.

Yo sé que la epidemia es grave. No es producto de la imaginación de nadie ni un plan malévolo de gobiernos o de empresas extranjeras (y vaya que, si encontrara el móvil, creería cualquier cosa de las transnacionales farmacéuticas, que se han ganado a pulso su mala fama). Pero también sé por qué mucha gente sospecha que se oculta o que se exagera la gravedad de la situación. Los gobiernos tienen los pueblos que se merecen: el expediente de este país en términos de transparencia deja mucho que desear, y si sumamos las mentiras oficiales que se nos han dicho antes y después de la alternancia, nuestra proclividad al conspiracionismo resulta tan lamentable como comprensible. Es natural que haya ciudadanos que lean de más entre líneas, como lo es que la Secretaría de Salud cometa errores en el manejo de los números. Ahora bien, me queda claro que habrá quienes pretendan medrar electoralmente con la angustia. Es un comportamiento deleznable que se repite porque los votantes no solemos castigarlo. No es un complot porque cada dirigente político, sin ponerse de acuerdo, siente la tentación y discurre por su propio cauce. La democracia y el capitalismo están diseñados para llevar la ganancia de votos y de dinero hasta el límite de lo contraproducente; sus mecanismos son automáticos y no requieren conspiraciones.

Nada de eso, sin embargo, es lo más grave que nos sucede. Vivir angustiados es peor que ver realizadas cualquiera de las cosas que nos amedrentan. Etimológicamente, angustia viene de angosto; el vocablo se inspiró en una aprehensión que comprime el pecho e impide respirar. A mi juicio, esa afección respiratoria es hoy en México más preocupante que la otra. Confío en que superaremos pronto la emergencia sanitaria porque, si bien somos lentos e ineficientes en circunstancias normales, los mexicanos nos sublimamos en momentos críticos y somos tan rápidos y eficaces para resolverlos como el que más. Pero no soy tan optimista respecto de la emergencia angustiosa. Mucha gente está tan aterrada, tan agobiada, tan desconcertada, que puede paralizarse o desbocarse en pos de falsas certezas. La angustia es la peor consejera. Racionalicemos las cosas, serenémonos un poco y regresemos al miedo focalizado. Aunque ya no sentimos lo duro sino lo tupido, pueden venir tiempos mejores. De nosotros, de nuestra capacidad de conservar la templanza y recobrar la sensatez, depende que lleguen.

abasave@prodigy.net.mx

kikka-roja.blogspot.com/

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