Juan Villoro
29 May. 09
¿En qué momento la fotografía se convierte en un arte con un sello individual? Al igual que la pintura, comenzó como una tarea anónima. Los primeros espectadores de la fotografía se interesaron más en el hallazgo técnico que en los ojos que decidían esos encuadres. La pregunta no era: "¿quién hizo la foto?", sino: "¿cómo pudo captarse esto?".
La historia de la mirada es, entre otras cosas, la de un desplazamiento. Lentamente, el autor deja de ser visto como un testigo y es apreciado como creador; se vuelve tan importante como su tema.
Los grandes fotógrafos conjugan un alfabeto personal. Sus imágenes son dos veces auténticas: atesoran un momento y expresan algo de sí mismos. Es genuino lo que se atrapa y genuino lo que se entrega.
Los nombres de Gerda Taro y Robert Capa permiten explorar los misterios de la autoría. La joven alemana y el húngaro de aire gitano se conocieron en París, en 1934, bajo los nombres de Gerta Pohorylle y André Friedmann. Obsesionados en registrar la real, cambiaron de identidades para lograrlo.
Las razones para adoptar alias fueron muchas. En su condición de militante comunista, Gerda admiraba los seudónimos revolucionarios: el desconocido Doroteo Arango fue para siempre Pancho Villa y el oscuro León Davidovich Bronstein dirigió al Ejército Rojo como León Trotsky. Tratándose de fotógrafos judíos en tiempos de persecución, el seudónimo también tenía un sello protector.
Robert Capa fue un proyecto compartido. Los motivos iniciales para crearlo fueron prácticos. Inspirados en el nombre del director de cine Frank Capra, Gerda y André concibieron a un artista "célebre" para promoverlo ante los despistados que aún no lo conocían. El fantasma fue visto con más respeto que los jóvenes fotógrafos. La belleza y la capacidad de convencimiento de Gerda ayudaron a la empresa. A este fin pragmático se unió el gusto por la transfiguración; a veces, Gerda llamaba a su compañero André y a veces Bob. Por su parte, ella adoptó un apellido japonés: Taro.
En 1935 André escribió a su madre que había abandonado la vida bohemia. Su relación con Gerda lo llevó a asumir una disciplina difícil de asociar con el aventurero que usaba la cámara para volverse útil en momentos de alto riesgo.
Gerda le reveló la importancia de la fotografía "fuera de campo", la organización del material lejos del territorio donde ha sido registrado. Ella advirtió que las potentes imágenes de André eran algo más que los souvenirs de alguien dispuesto a lanzarse en paracaídas en pos de una imagen. En cierta forma, lo vio como lo vemos ahora; intuyó una coherencia de conjunto en un trabajo hasta entonces marcado por la dispersión.
El bautizo de fuego de Robert Capa fue la guerra civil española. Ahí consolidó su estilo de fotografiar en proximidad extrema. La huella de este atrevimiento fue el libro Death in the Making, que capta la muerte mientras ocurre. El material es atribuido de manera indistinta a Taro y Capa. El nuevo monstruo de la imagen tenía cuatro ojos.
Taro se interesó poco en individualizar su trabajo. Las fotos que tomaba con su Rolleiflex se vendían en París como si salieran de la Leica de Capa. En ocasiones firmaban de manera unitaria como "Reportage Capa & Taro". Esto se debía a la facilidad de comercializar el material y, de modo más significativo, a que carecían de un sentido patrimonial de la fotografía. Taro pasó de la militancia a la documentación visual y contribuyó a politizar a Capa. Al entender su trabajo como una extensión de la conciencia, la noción de autoría pasaba a segundo plano. La urgencia de fotografiar se imponía a la de ser reconocido.
Posteriormente, Gerda pondría un sello al reverso de sus fotos: "Taro Photo". Los biógrafos advierten en este gesto un deseo de desmarcarse de Capa, que había dejado de interesarle como pareja. España fue su tema de trabajo absoluto. Ahí comenzó su aventura visual y ahí murió, poco antes de cumplir 27 años, arrollada por un tanque, cuando el despechado Robert Capa estaba en París. Fue la primera fotógrafa muerta en un frente de combate.
La guerra civil española representó una educación decisiva para Robert Capa. Ante el bombardeo de un gobierno legítimo, entendió la fuerza de su oficio y la implicación moral de su mensaje.
Gerda lo ayudó a asumir la personalidad que lo acompañaría hasta su muerte. Durante casi 20 años, perfeccionó esa relación en su memoria. El biógrafo Richard Whelan escribe al respecto: "Tras su muerte, Gerda se convirtió en la mujer de Capa. Ahora no había nada que le pudiera impedir decir a la gente que habían estado casados [...] Cuando se marchó a China en 1938, se llevó una pequeña bolsa de viaje llena de copias de un retrato de Gerda e iba entregando fotos a todo el mundo, al tiempo que decía que había sido su mujer y que había estado con ella en el momento fatal del accidente".
"Denle una máscara a un hombre y dirá la verdad", afirmó Oscar Wilde. La historia de Gerda Taro y Robert Capa se funda en una paradoja semejante: se inventaron a sí mismos para lograr la autenticidad en la fotografía.
kikka-roja.blogspot.com/
La historia de la mirada es, entre otras cosas, la de un desplazamiento. Lentamente, el autor deja de ser visto como un testigo y es apreciado como creador; se vuelve tan importante como su tema.
Los grandes fotógrafos conjugan un alfabeto personal. Sus imágenes son dos veces auténticas: atesoran un momento y expresan algo de sí mismos. Es genuino lo que se atrapa y genuino lo que se entrega.
Los nombres de Gerda Taro y Robert Capa permiten explorar los misterios de la autoría. La joven alemana y el húngaro de aire gitano se conocieron en París, en 1934, bajo los nombres de Gerta Pohorylle y André Friedmann. Obsesionados en registrar la real, cambiaron de identidades para lograrlo.
Las razones para adoptar alias fueron muchas. En su condición de militante comunista, Gerda admiraba los seudónimos revolucionarios: el desconocido Doroteo Arango fue para siempre Pancho Villa y el oscuro León Davidovich Bronstein dirigió al Ejército Rojo como León Trotsky. Tratándose de fotógrafos judíos en tiempos de persecución, el seudónimo también tenía un sello protector.
Robert Capa fue un proyecto compartido. Los motivos iniciales para crearlo fueron prácticos. Inspirados en el nombre del director de cine Frank Capra, Gerda y André concibieron a un artista "célebre" para promoverlo ante los despistados que aún no lo conocían. El fantasma fue visto con más respeto que los jóvenes fotógrafos. La belleza y la capacidad de convencimiento de Gerda ayudaron a la empresa. A este fin pragmático se unió el gusto por la transfiguración; a veces, Gerda llamaba a su compañero André y a veces Bob. Por su parte, ella adoptó un apellido japonés: Taro.
En 1935 André escribió a su madre que había abandonado la vida bohemia. Su relación con Gerda lo llevó a asumir una disciplina difícil de asociar con el aventurero que usaba la cámara para volverse útil en momentos de alto riesgo.
Gerda le reveló la importancia de la fotografía "fuera de campo", la organización del material lejos del territorio donde ha sido registrado. Ella advirtió que las potentes imágenes de André eran algo más que los souvenirs de alguien dispuesto a lanzarse en paracaídas en pos de una imagen. En cierta forma, lo vio como lo vemos ahora; intuyó una coherencia de conjunto en un trabajo hasta entonces marcado por la dispersión.
El bautizo de fuego de Robert Capa fue la guerra civil española. Ahí consolidó su estilo de fotografiar en proximidad extrema. La huella de este atrevimiento fue el libro Death in the Making, que capta la muerte mientras ocurre. El material es atribuido de manera indistinta a Taro y Capa. El nuevo monstruo de la imagen tenía cuatro ojos.
Taro se interesó poco en individualizar su trabajo. Las fotos que tomaba con su Rolleiflex se vendían en París como si salieran de la Leica de Capa. En ocasiones firmaban de manera unitaria como "Reportage Capa & Taro". Esto se debía a la facilidad de comercializar el material y, de modo más significativo, a que carecían de un sentido patrimonial de la fotografía. Taro pasó de la militancia a la documentación visual y contribuyó a politizar a Capa. Al entender su trabajo como una extensión de la conciencia, la noción de autoría pasaba a segundo plano. La urgencia de fotografiar se imponía a la de ser reconocido.
Posteriormente, Gerda pondría un sello al reverso de sus fotos: "Taro Photo". Los biógrafos advierten en este gesto un deseo de desmarcarse de Capa, que había dejado de interesarle como pareja. España fue su tema de trabajo absoluto. Ahí comenzó su aventura visual y ahí murió, poco antes de cumplir 27 años, arrollada por un tanque, cuando el despechado Robert Capa estaba en París. Fue la primera fotógrafa muerta en un frente de combate.
La guerra civil española representó una educación decisiva para Robert Capa. Ante el bombardeo de un gobierno legítimo, entendió la fuerza de su oficio y la implicación moral de su mensaje.
Gerda lo ayudó a asumir la personalidad que lo acompañaría hasta su muerte. Durante casi 20 años, perfeccionó esa relación en su memoria. El biógrafo Richard Whelan escribe al respecto: "Tras su muerte, Gerda se convirtió en la mujer de Capa. Ahora no había nada que le pudiera impedir decir a la gente que habían estado casados [...] Cuando se marchó a China en 1938, se llevó una pequeña bolsa de viaje llena de copias de un retrato de Gerda e iba entregando fotos a todo el mundo, al tiempo que decía que había sido su mujer y que había estado con ella en el momento fatal del accidente".
"Denle una máscara a un hombre y dirá la verdad", afirmó Oscar Wilde. La historia de Gerda Taro y Robert Capa se funda en una paradoja semejante: se inventaron a sí mismos para lograr la autenticidad en la fotografía.
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