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sábado, 26 de septiembre de 2009

Una carta al Congreso de la República: Epigmenio Carlos Ibarra

Una carta al Congreso de la República

Epigmenio Carlos Ibarra
2009-09-25•Acentos

La pradera está seca y sopla el viento; no caigan ustedes, señores legisladores, en la tentación de desatar un incendio que, aunque ustedes se sientan a salvo, habrá también de consumirlos, como, mucho me temo, habrá de consumirnos a todos.

Los financieros que desde hace dos décadas manejan la economía del país como si llevaran los libros de una empresa y fuera su único objetivo reducir el déficit y maquillar las cifras, quieren hoy imponernos, con la autorización del Congreso, una serie de medidas draconianas que pueden propiciar un estallido social.

No se conviertan señores legisladores en cómplices de tal atropello; no den la espalda al país, no traicionen a quienes, con su voto, los llevaron a la curul desde la cual deben trabajar para mantener la paz social y asegurar el bienestar de la mayoría.

Frenen ya, se los demando, se los exigimos millones, el impuesto de la pobreza (y no para la pobreza como se nos quiere vender) e impidan que el gobierno, en una medida tan desesperada como suicida, recorte los ya de por sí insuficientes presupuestos a la educación superior y a la cultura.

Si el fisco necesita dinero, propongo señores que, en un acto de verdadera austeridad republicana, de urgente defensa de la patria, decreten ya, a partir de este momento, un cese definitivo a todas las campañas publicitarias de los tres poderes de la Unión.

Que para que todos podamos “vivir mejor” el gobierno deje de gastar de inmediato esas millonadas que gastan en restregarnos, minuto a minuto en un bombardeo incesante y ofensivo, las ventajas de su proyecto ideológico, y ponga a trabajar ese dinero en donde realmente se necesita.

Que se callen también los gobernadores, el jefe de Gobierno y los alcaldes a quienes votamos para que sirvan y no para que se sirvan de nosotros. Que así, con este silencio, impuesto con todo el peso de la ley, nadie se aproveche de lagunas en los códigos para autopromoverse y burlar las reglas del juego democrático.

Que la Suprema Corte de Justicia —hoy, vaya despropósito, un anunciante más—, el Tribunal Electoral, el IFE y todas las instituciones que gastan toneladas de plata en decirnos que están haciendo lo que les pagamos por hacer, suspendan su propaganda. Que de ellas, su dignidad y eficiencia hablen sus actos.

Toca a ustedes señores diputados y senadores también callar; votamos por ustedes para que trabajen por nosotros, no para que simulen hacerlo en la pantalla de la televisión. El descrédito de la política, los políticos y las instituciones no se corrige a punta de campañas y eslogans; antes bien —esa es una regla elemental de la mercadotecnia— se acentúa.

Pierden ustedes y pierden los funcionarios adictos a la publicidad miserablemente su tiempo y también, y más miserablemente aun, los dineros públicos.

Si el gobierno necesita dinero a raudales, ahí hay a raudales. Dinero que hoy va a parar a las arcas de las grandes televisoras y a los bolsillos de un ejército de expertos en imagen y charlatanes de toda laya.

El país, en esta hora grave, no necesita políticos con buena imagen, requiere políticos eficientes, armados de integridad, decencia y patriotismo.

La comunicación gubernamental, la de los otros poderes y la de las distintas instituciones del Estado ha de ser sometida a un severo escrutinio y debe tener, como único propósito, el servicio a la población.

Ni instrumento de vanagloria de unos pocos, ni campaña de preventa de sus eventuales sucesores; sólo servicio para alcanzar a toda la población, con rapidez y eficiencia, a través de los medios electrónicos, de manera gratuita, porque, siendo un bien público, así lo estipula el título de concesión.

Ni un peso menos, pues, a las universidades; si ellas no se mantienen e incluso crecen, ningún futuro tendrá el país. Crimen de lesa humanidad comete quien atenta, en esta era de la información y el conocimiento, contra los centros donde éste se produce.

Ni un peso menos a la cultura, a las artes, al cine mexicano. ¿Qué somos sin identidad?, ¿qué sin raíces?, ¿qué sin rostro?, ¿qué sin memoria y sin espejo?, ¿qué sin esa ventana al mundo y a la vida? Crimen de lesa humanidad comete quien, en estos tiempos oscuros, cuando el crimen organizado amenaza con arrebatarnos la nación, decide entregársela a los asesinos sin pelear; porque a eso equivale silenciar el espíritu, oscurecer la pantalla cinematográfica, destruir lienzos y foros de expresión.

Lo que en este país padecemos no es asunto de contadores y tampoco sólo de policías. Incompleta e ineficiente habrá de resultar toda estrategia de combate al crimen si no apuesta también a preservar, a engrandecer las universidades públicas y los organismos de promoción de la cultura. Sólo el conocimiento y la cultura nos vacunan realmente contra la violencia y su triste compañera de viaje: la miseria.

No apuesten, pues, señores legisladores, ni por la una ni por la otra. No voten por profundizar la miseria ni por agudizar la violencia. Callen los aparatos publicitarios. Quítenle al gobierno y quítense a sí mismos el dinero que con tanta urgencia se necesita, sin cortarnos la cabeza ni robarnos el aliento.

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