Raymundo Riva Palacio
El gallo azul
Domingo, 25 de Octubre de 2009
César Nava tiene un trato de dama, formas suaves y ponderación. Discreto y con buen temple, ha sido un panista funcional para Felipe Calderón a lo largo de los años. Vinculado estrechamente con las familias en el ala radical del PAN, sirvió también de puente con esos grupos en el ala derecha de un partido de sí conservador. Siempre se la jugó con Felipe Calderón y fue su vocero en la campaña presidencial. Al conquistar Los Pinos fue un inevitable secretario particular hasta que, metido en una serie de conflictos personales en la casa presidencial, salió rumbo a lo desconocido.
DOBLE CARA
Al achacarle la paternidad de la iniciativa de aumento al IVA al PRI, César Nava, líder panista, mostró el gallo de pelea que traía adentro. Foto: Archivo correo
Tan desconocido, que en los últimos días Nava, quien ahora es presidente nacional del PAN, ha desconcertado a propios y extraños. El político de las buenas maneras, se convirtió en una noche, la del martes pasado, en un golpeador desconocido: la sesión en la que se votó la Ley de Ingresos. Nava estuvo en la sesión y observó cómo el presidente del Congreso, Francisco Ramírez Acuña, naufragó una y otra vez en llamar al orden al PT, que tenía tomada la tribuna, e iniciar la sesión. Veía a la coordinadora Josefina Vázquez Mota, tratar de llegar a un acuerdo con los líderes de los partidos de oposición. Hablaba en corto, nunca en alto. Pero cuando con el apoyo del PRI se votó un incremento de uno por ciento al IVA, explotó.
Fueron ellos, los del PRI, los que aumentarán el impuesto al consumo, dijo a la prensa. Fueron ellos, los del PRI, los que bloquearon un incremento de dos por ciento etiquetado a los programas para combatir la pobreza. Nava, que sabe que cualquier aumento al consumo genera polémica y atrae críticas, le trasladó inmediatamente el costo político del incremento del IVA al PRI. Todos los líderes del PRI se le echaron encima. "Mentiroso", le dijeron unos. "Tramposo", le echaron otros. Levantó las pasiones priistas. Quizás, porque en efecto, al impuesto al valor agregado, aunque llegó de la Secretaría de Hacienda, le pusieron el sello de manufactura tricolor.
Al atraer todas las gargantas vociferantes del PRI, César Nava exhibió sus contradicciones. Pero sobretodo, mostró un gallo de pelea que traía adentro.
La salida de Nava de Los Pinos fue 23 días después de la muerte de Juan Camilo Mouriño, el delfín de Calderón para 2012, a quien había depositado no sólo su amistad y cariño, sino también la construcción de una red de jóvenes empresarios –que encontró el campechano en el sector energético en todo el sur del país- para remplazar a los paquidermos grupos de los capitanes de la industria que siempre repartieron sus apoyos electorales entre el PAN y el PRI. Para esconder las razones de su salida, se dejó correr que había sido por una molestia con el presidente porque a Mouriño no le organizó Nava un funeral de Estado.
Nava no se fue a la calle. Era demasiado caer para un político que como Calderón había llegado de Michoacán a trabajar en el PAN en 1995 –a los 21 años-, convirtiéndose en el secretario general de Acción Juvenil, bajo la batuta del entonces presidente Carlos Castillo Peraza y su lugarteniente Felipe Calderón. Nava coordinaba a jóvenes que hoy son protagonistas, como las aguerridas Gabriela Cuevas, presidente de la Comisión del Distrito Federal en la Cámara de Diputados, y Mariana Gómez del Campo, coordinadora de la bancada panista en la Asamblea Legislativa de la capital mexicana. Las dirigía en las calles colocando pendones y carteles, pasacalles y pintando vallas. Su destino fue regresar al PAN.
El entonces líder nacional del PAN, Germán Martínez, también michoacano, lo llamó de regreso al partido. Le encargó la estrategia electoral mientras contendía para una diputación federal por un distrito en la políticamente conservadora Delegación Benito Juárez, donde no obstante, ganó 3 a 1, en la votación más alta que hubiera tenido un panista en la zona. Aún así, no estaba en el ánimo de la casa presidencial para que fuera el coordinador de la bancada en el Congreso. Francisco Ramírez Acuña y Josefina Vázquez Mota, nunca lo dejaron ocupar siquiera el tercer lugar en la fila. Pero tras la derrota del PAN en las elecciones del 5 de julio, el esquema político-partidista se le descompuso a Calderón.
La extrema derecha acusó a Martínez –para que me entiendas Calderón-, de haber cometido un error estratégico en la campaña. Nava, que tenía el título de estratega electoral, sólo lo ocupó nominalmente, pero nunca en forma. Martínez estaba rumbo a la calle y Calderón se fue quedando sin piezas. ¿Quién podría servir como enlace con los radicales y atemperar sus ánimos? Pensó en el embajador en España, Jorge Zermeño, pero no se pudo concretar. ¿Rodolfo Elizondo, el político de gran bohonomia? Tampoco. Un viernes por la mañana, a días de que se votara en el PAN al nuevo presidente, llegó Nava y otro grupo de leales al presidente a una reunión convocada por Calderón en la casa de Martínez. Cuando salió de ella, Nava ya sabía que iba a ser el candidato oficial a presidir el partido. Con el control de la mayoría del Consejo Político Nacional, se pudo imponer al candidato de Calderón.
Pero lejos de ajustar cuentas con los radicales y los disidentes, Nava comenzó a tender puentes para todos lados. Invitó a la cabeza visible de los duros al PAN, donde presentó su libro, y Manuel Espino se sintió reconfortado.
DOBLE CARA
Al achacarle la paternidad de la iniciativa de aumento al IVA al PRI, César Nava, líder panista, mostró el gallo de pelea que traía adentro. Foto: Archivo correo
Tan desconocido, que en los últimos días Nava, quien ahora es presidente nacional del PAN, ha desconcertado a propios y extraños. El político de las buenas maneras, se convirtió en una noche, la del martes pasado, en un golpeador desconocido: la sesión en la que se votó la Ley de Ingresos. Nava estuvo en la sesión y observó cómo el presidente del Congreso, Francisco Ramírez Acuña, naufragó una y otra vez en llamar al orden al PT, que tenía tomada la tribuna, e iniciar la sesión. Veía a la coordinadora Josefina Vázquez Mota, tratar de llegar a un acuerdo con los líderes de los partidos de oposición. Hablaba en corto, nunca en alto. Pero cuando con el apoyo del PRI se votó un incremento de uno por ciento al IVA, explotó.
Fueron ellos, los del PRI, los que aumentarán el impuesto al consumo, dijo a la prensa. Fueron ellos, los del PRI, los que bloquearon un incremento de dos por ciento etiquetado a los programas para combatir la pobreza. Nava, que sabe que cualquier aumento al consumo genera polémica y atrae críticas, le trasladó inmediatamente el costo político del incremento del IVA al PRI. Todos los líderes del PRI se le echaron encima. "Mentiroso", le dijeron unos. "Tramposo", le echaron otros. Levantó las pasiones priistas. Quizás, porque en efecto, al impuesto al valor agregado, aunque llegó de la Secretaría de Hacienda, le pusieron el sello de manufactura tricolor.
Al atraer todas las gargantas vociferantes del PRI, César Nava exhibió sus contradicciones. Pero sobretodo, mostró un gallo de pelea que traía adentro.
La salida de Nava de Los Pinos fue 23 días después de la muerte de Juan Camilo Mouriño, el delfín de Calderón para 2012, a quien había depositado no sólo su amistad y cariño, sino también la construcción de una red de jóvenes empresarios –que encontró el campechano en el sector energético en todo el sur del país- para remplazar a los paquidermos grupos de los capitanes de la industria que siempre repartieron sus apoyos electorales entre el PAN y el PRI. Para esconder las razones de su salida, se dejó correr que había sido por una molestia con el presidente porque a Mouriño no le organizó Nava un funeral de Estado.
Nava no se fue a la calle. Era demasiado caer para un político que como Calderón había llegado de Michoacán a trabajar en el PAN en 1995 –a los 21 años-, convirtiéndose en el secretario general de Acción Juvenil, bajo la batuta del entonces presidente Carlos Castillo Peraza y su lugarteniente Felipe Calderón. Nava coordinaba a jóvenes que hoy son protagonistas, como las aguerridas Gabriela Cuevas, presidente de la Comisión del Distrito Federal en la Cámara de Diputados, y Mariana Gómez del Campo, coordinadora de la bancada panista en la Asamblea Legislativa de la capital mexicana. Las dirigía en las calles colocando pendones y carteles, pasacalles y pintando vallas. Su destino fue regresar al PAN.
El entonces líder nacional del PAN, Germán Martínez, también michoacano, lo llamó de regreso al partido. Le encargó la estrategia electoral mientras contendía para una diputación federal por un distrito en la políticamente conservadora Delegación Benito Juárez, donde no obstante, ganó 3 a 1, en la votación más alta que hubiera tenido un panista en la zona. Aún así, no estaba en el ánimo de la casa presidencial para que fuera el coordinador de la bancada en el Congreso. Francisco Ramírez Acuña y Josefina Vázquez Mota, nunca lo dejaron ocupar siquiera el tercer lugar en la fila. Pero tras la derrota del PAN en las elecciones del 5 de julio, el esquema político-partidista se le descompuso a Calderón.
La extrema derecha acusó a Martínez –para que me entiendas Calderón-, de haber cometido un error estratégico en la campaña. Nava, que tenía el título de estratega electoral, sólo lo ocupó nominalmente, pero nunca en forma. Martínez estaba rumbo a la calle y Calderón se fue quedando sin piezas. ¿Quién podría servir como enlace con los radicales y atemperar sus ánimos? Pensó en el embajador en España, Jorge Zermeño, pero no se pudo concretar. ¿Rodolfo Elizondo, el político de gran bohonomia? Tampoco. Un viernes por la mañana, a días de que se votara en el PAN al nuevo presidente, llegó Nava y otro grupo de leales al presidente a una reunión convocada por Calderón en la casa de Martínez. Cuando salió de ella, Nava ya sabía que iba a ser el candidato oficial a presidir el partido. Con el control de la mayoría del Consejo Político Nacional, se pudo imponer al candidato de Calderón.
Pero lejos de ajustar cuentas con los radicales y los disidentes, Nava comenzó a tender puentes para todos lados. Invitó a la cabeza visible de los duros al PAN, donde presentó su libro, y Manuel Espino se sintió reconfortado.
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