En El desprecio como destino nuestro entrañable escritor Eduardo Galeano puso en negro sobre blanco: Como Dios, el capitalismo tiene la mejor opinión sobre sí mismo, y no duda de su propia eternidad. Es posible que el capitalismo del que habla Galeano empiece a asumir otro punto de vista, si nos atenemos al documento Global Risks Report 2011 encargado por la élite mundial que se reunió en Davos, que bien podría subtitularse Las cosas duran hasta que se acaban. Esa es quizá la principal conclusión del reporte: en breve, advierten que el derrame de la actual crisis financiera agotó la capacidad del mundo para hacer frente a nuevas crisis.
Concluyen también que la gravedad y la profundidad de los riesgos para la estabilidad mundial se han vuelto más frecuentes, mientras que resulta evidente que la idoneidad de los sistemas de gobernanza (?) para enfrentar tales problemas ha periclitado. El sinceramiento es impresionante.
Como era de esperarse, las élites llegaron a Davos, cada una con su propio discurso, a decir a las demás qué debían hacer, y regresaron a sus lares con el mismo discurso con que llegaron; no pueden asumir que todos vamos en el mismo barco. Dilma Rousseff dijo: prefiero asistir a Porto Alegre, un foro creado como alternativa a la política capitalista de los banqueros del mundo.
Todos reconocen que navegamos en el mismo barco: George Osborne, responsable de la Hacienda de Cameron, dijo en Davos al referirse a Grecia (0.028 por ciento del PIB de la eurozona, en 2010): La cola mueve al perro. Grecia tiene en jaque, dadas las articulaciones financieras internacionales, a la poderosa Alemania y a la eurozona como conjunto. Y más allá, la eurozona (20.5 por ciento del PIB mundial en 2010), hizo exclamar a Donald Tsang, jefe del gobierno autónomo de Hong Kong: Nunca había tenido tanto miedo como ahora como efecto de lo que está pasando en la eurozona.
Los sistemas de libertinaje financiero del siglo XX y primera década del XXI están diseñados para que los banqueros repleten de ganancias sus alforjas. Todos parecen saberlo, pero no tienen un acuerdo para someterlos al orden y ponerlos al servicio de la economía productiva.
El director general del propio foro de Davos, Robert Greenhill, mira, impotente, el caos: La interconexión y la complejidad de las cuestiones significa que las consecuencias no intencionales [los cisnes negros del capitalismo occidental] abundan, y los mecanismos tradicionales de respuesta a esos riesgos simplemente transfieren el riesgo a otros grupos de interés o a partes de la sociedad.
Con todo, en Davos aparecieron unos aliens en la primera sesión formal de sus actividades. Cinco ponentes que representan a cinco países que, sumados, tienen más de 200 millones de habitantes, con economías en crecimiento constante durante toda la década pasada y un potencial de transformación económica y social que escapa a la imaginación de gringos y europeos.
La región donde se encuentran estos cinco países, que mandaron a tres presidentes y dos primeros ministros a Davos, es la segunda región de mayor crecimiento económico del mundo, una zona emergente que atrae inversiones de las grandes potencias inversoras, aunque no tiene aún ninguna visibilidad y traducción en influencia política. Las oportunidades de crecimiento que hay allí son inusitadas, pues está experimentando el mayor crecimiento urbano de toda su historia, con la aparición de unas extensas e incipientes clases medias urbanas emergentes. Cuentan con una extensa población muy joven, un don invaluable que puede tener cualquier país si sabe aprovecharlo mediante una educación extensa, profunda, educada desde el principio en el pensamiento complejo.
Hacia estos países de enorme oferta de mano de obra se puede conducir la próxima oleada de deslocalizaciones, una vez se encarezcan los sueldos en Asia. Aunque sufren dificultades de corrupción e inseguridad, también están mejorando la gobernanza económica, así como unas políticas monetarias y fiscales hasta hace poco inexistentes. Todo es aún, claro, muy incipiente.
Estos cinco hombres se plantaron convencidos de que en sus manos están cinco países que serán parte de una nueva geografía económica que definirá el siglo XXI, donde todo o casi todo está por hacerse en infraestructuras de todo tipo, carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos o redes eléctricas. Esto es así por el enorme caudal de materias primas que tiene escondido en su suelo, origen del caudal de riqueza de los últimos diez años, cuando la globalización y el incremento del consumo mundial ha hecho explotar su potencial comercial y también los pecios.
Uno de ellos cree que deben buscar el ejemplo de la Unión Europea, que partió de la Comunidad del Carbón y del Acero, para construir también paso a paso la unidad de su continente a partir de un mercado común de la energía y de las infraestructuras. También hay que romper las barreras del comercio y eliminar las fronteras. Hay que cambiar hábitos culturales y acostumbrarse a las tecnologías.
Esto es África y entre los cinco países representados hay de todo, en ingresos, en democracia y en crecimiento: Guinea, Tanzania, Kenia, Etiopía y Sudáfrica. Detrás está, en gran medida, China. El barco capitalista occidental, se hunde.
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