En 1859 los norteamericanos perforaron con éxito los primeros pozos con fines comerciales, rápidamente inventaron los métodos para refinarlo e introdujeron masivamente el automóvil, base de una civilización consumidora de hidrocarburos en una escala jamás imaginada. Ningún producto ha influido tanto en el progreso de la humanidad y ninguno podría acarrearle desgracias mayores.
La base del milagro económico norteamericano fue ensamblar el dinamismo propiciado por el liberalismo económico practicado en un territorio inmenso, extraordinariamente rico y abierto a la emigración, con una fuente de energía abundante y barata que propició una larga era de prosperidad económica. Durante más de un siglo Estados Unidos sostuvo su economía y su desarrollo, incluso su condición de imperio sobre la base del petróleo del que durante más de 100 años fue el primer productor y exportador.
El petróleo sin embargo se ha convertido en el Talón de Aquiles de los Estados Unidos que posee todas las armas…excepto una: el petróleo. El 40 por ciento de la energía y casi el 100 por ciento del combustible que utilizan los norteamericanos son importados.
Según algunos autores la decadencia de Estados Unidos comenzó cuando en 1973, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), formada por 13 países del Tercer Mundo, siete de ellos árabes y algunos minúsculos, los desafiaron, imponiendo a todo Occidente un embargo y estableciendo sus precios y sus condiciones. Desde entonces el petróleo es uno de los ejes de la geopolítica mundial.
Actualmente el 60 por ciento de las reservas mundiales de petróleo se concentran en los países del golfo Pérsico, proporción que crece constantemente no sólo porque en esa región se perforan nuevos pozos sino porque las de otros países se consumen rápidamente. En 1950 Estados Unidos producía todo el petróleo que necesitaba y era el primer exportador mundial; hoy produce menos del 30 por ciento del que necesita y su dependencia en lugar de disminuir aumenta.
El petróleo es vital no sólo para mantener en funcionamiento la gigantesca economía norteamericana sino para las operaciones de su descomunal maquinaria militar que consume alrededor de 500 millones de barriles anuales. Si el Pentágono fuera un país, por consumo de petróleo ocuparía el lugar 35 entre doscientos. Las elites imperiales conocen los datos y no ignoran que si el estrecho de Ormuz se cerrara y Venezuela, México y Nigeria dejaran de suministrarle petróleo, su economía colapsaría y su fuerza militar sería un montón de chatarra.
La mala noticia es que los imperios se comportan como tales. Para Estados Unidos que, a pesar de las crisis y otros síntomas de decadencia, está todavía muy lejos de un punto crítico es más viable y rentable controlar las reservas de petróleo existentes que gastar en prospecciones extremadamente caras o en inversiones en fuentes alternativas que, en cualquier caso pueden realizarse sin prisa. A pesar de los precios exuberantes, en adquirir petróleo, Norteamérica gasta alrededor del 10 por ciento de su PIB; el problema no es económico, es de seguridad.
De ahí la estrategia norteamericana vigente desde la década de los setenta cuando a los riesgos de la Guerra Fría se sumó el embargo petrolero de la OPEP, la audacia expansionista de la Unión Soviética que invadió a Afganistán y el derrocamiento del Sha en Irán que llevó al poder a un movimiento islámico radical con el cual hasta hoy no ha podido lidiar y ante lo cual en 1980, el presidente James Carter esbozó una doctrina según la cual: “Cualquier amenaza al acceso de Estados Unidos al petróleo del Medio Oriente enfrentará la resistencia por cualquier medio, incluidos los militares…”
Una peculiaridad del petróleo es que más del 70 por ciento de las reservas probadas se encuentran en los países musulmanes del golfo Pérsico, ubicados en el Medio Oriente, la más conflictiva de las regiones del mundo, el lugar donde desde hace 60 años no cesa el peligro de guerra, un escenario en el cual los conflictos locales inevitablemente adquieren relevancia global y donde la existencia de Israel coloca a todos los países en ruta de colisión con Estados Unidos.
Actualmente no existe ningún asunto estratégico que para Estados Unidos tenga una prioridad mayor que el petróleo, tanto que está a punto de conducirlo a su aventura militar más grande y complicada desde la Guerra de Corea.
La geopolítica del petróleo tiene dos ramas: una la que se realiza por medios pacíficos y otra que presenta fuertes componentes militares
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Geopolítica el petróleo (II)
Estados Unidos debería aprender de Estados Unidos donde, hace setenta años, durante la Gran Depresión, el barril de petróleo se cotizaba a ¡diez centavos! Con mucho esfuerzo Franklin D. Roosevelt logró un acuerdo para reducir la producción hasta llevarlo a ¡un dólar!
Todavía en los años cincuenta en un mercado mundial desregulado, la oferta petrolífera superaba la demanda, por lo cual las políticas públicas y privadas favorecían el aumento del consumo. En 1950 Arabia Saudita vendía su petróleo a 80 centavos el barril. Entre 1945 - 1974 Estados Unidos duplicó su consumo, lo mismo hicieron Europa y Japón. Debido a que cada nuevo hallazgo deprimía los precios, se desestimulaba la prospección y hablar de ahorro era una herejía. El liberalismo económico cuyo dinamismo había sacado a la humanidad del feudalismo la conducía ahora por un camino equivocado.
El primer presidente norteamericano que ejerció un liderazgo mundial real fue Woodrow Wilson, vencedor en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), quien trató de crear un sistema internacional de seguridad colectiva que regulara las relaciones internacionales e impidiera la guerra entre las grandes potencias cuyo eje era la Sociedad de Naciones. Entre los errores de Wilson estuvo el desdén imperial conque trató a los pueblos colonizados, especialmente a los del Medio Oriente, que con la derrota otomana tuvieron una oportunidad única de liberación.
El esquema de Wilson fracasó: el sistema de seguridad colectiva creado en torno a la Sociedad de Naciones no funcionó. En Europa avanzó el fascismo y cuando Alemania se sintió suficientemente fuerte, desencadenó la II Guerra Mundial. Afortunadamente en 1933, año en que Hitler fue electo, en Estados Unidos accedió a la Casa Blanca Franklin D. Roosevelt, Inglaterra era gobernada por Winston Churchill y la Unión Soviética por Stalin: la justeza de la causa, el heroísmo masivo de los pueblos y la calidad del liderazgo aliado marcaron la diferencia y prepararon la victoria.
En febrero de 1945 cuando en Europa Zhukov y Eisenhower, desde diferentes direcciones avanzaban sobre Berlín, MacArthur se imponía en el Pacífico, Oppenheimer daba los últimos toques a la bomba atómica, Roosevelt fue a Yalta para encontrarse por tercera y última vez con Stalin y Churchill, en esta ocasión para hablar no de operaciones militares sino de política, de la ONU, de cómo coordinar el uso del veto y diseñar el mundo de postguerra regido por los “Tres Grandes” que luego serían cinco. Sin darse reposo, de regreso a casa el único presidente norteamericano reelecto tres veces que no podía saber que agazapada en su organismo desgastado por la poliomielitis y por la intensidad que suponen 12 años al frente de Estados Unidos, la muerte le preparaba una celada, prestó un último servicio cuando el 14 de febrero de 1945, día de San Valentín, hizo anclar el crucero Quincy en el Canal de Suez e invitó a subir a bordo al fundador y rey de Arabia Saudita, Abdelaziz ibn Saud.
Usando el enorme poderío de su país y su bien ganado prestigio, el presidente norteamericano ofreció al monarca tres prendas: Estados Unidos protegería para siempre la satrapía árabe, lo consultaría antes de tomar decisiones respecto a la emigración judía a Palestina y pagaría con dólares tan buenos como el oro. A cambio demandaba sólo una: acceso garantizado al petróleo. Aterrado por la voracidad británica, la experiencia de la guerra, el fantasma del comunismo y el auge del nacionalismo, el monarca accedió. La cábala falló: Truman no honró el compromiso respecto a los judíos porque necesitaba sus votos y tanto el presidente como el rey ignoraban que en 1971 Nixon dejaría de respaldar el dólar con oro. No me extenderé en la mezquindad de un compromiso que hasta hoy implicó a Estados Unidos con el más intolerante de los estados del mundo, donde jamás se han celebrado elecciones, no existen partidos políticos y la familia real es dueña de dos tercios del patrimonio económico del país, integrado por la segunda reserva petrolera del mundo.
De ese modo nació una era dominada por la geopolítica del petróleo, que Roosevelt calculó para toda la eternidad, pero duró apenas treinta años, en los cuales el consumo desenfrenado prácticamente agotó los yacimientos norteamericanos y convirtió a Estados Unidos en adicto a la gasolina e importador neto. La geopolítica del petróleo norteamericana es la base, no sólo de la política energética estadounidense, el pilar de su modo de vida y de su concepción del consumo y el confort basado en el automóvil, el plástico y el nylon, sino también el elemento más estable de su política exterior y lo más decisivo para su seguridad nacional. Una superpotencia que prácticamente pudiera prescindir del mundo, depende absolutamente de media docena de suministradores de petróleo.
No obstante las prácticas imperiales, incluido el colonialismo, la patente de corso conferida a las transnacionales petroleras, el respaldo a satrapías vernáculas y la entrega de tierra árabe a los judíos para fundar el Estado de Israel, colmaron la copa a los humillados y empobrecidos árabes, persas y norafricanos que en Egipto, Siria, Líbano, Tunez, Irán, Irak, Libia y todo el Oriente Medio y Africa del Norte se rebelaron levantando las banderas a su alcance: el nacionalismo y la fe y utilizando su única arma: el petróleo.
Al poner fin al colonialismo e introducir el panarabismo las fuerzas que pusieron fin al colonialismo, y la dominación imperial lideradas por Mossadeg, Nasser, Burguiba, Ben Bella, Gaddafi, Arafat, con luces y sombras, trastocaron la geopolítica petrolera imperial y obligaron a Washington a improvisar. En 1953, por temor a que el petróleo iraní escapara a su control, mediante la primera gran operación encubierta de la CIA, según ha reconocido el presidente Barack Obama, en un craso error estratégico, Estados Unidos auspició el derrocamiento del presidente Mossadeg de Irán y facilitó la restauración de la monarquía Pahlevi. El remedio fue muchas veces peor que el presunto mal. La falta de espacio obliga a hacer un alto. Mañana les cuento cómo media docena de países del Tercer Mundo, sin Fidel Castro, Chávez ni Ahmadineyad pusieron contra las cuerdas a los imperios. Fue como para vender las entradas. Allá nos vemos.
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