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martes, 24 de enero de 2012

La rebelión mundial de la población sobrante: ¿Guerra sucia? ¿Elección para el pueblo?: NO : ALTO A LA INVASIÓN GRINGA EN MEXICO

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  • La rebelión mundial de la población sobrante

Proletarización, “globalización” y lucha de clases en el siglo XXI
Eduardo Sartelli

Una de las consecuencias de la derrota de la última oleada revolucionaria que vivió el mundo capitalista, la de los años ’70, y que la distingue de otras, fue la profundidad que alcanzó en el plano ideológico. Uno de los temas más recurrentes fue el de la muerte de la clase obrera. Ahora se trataba de “nuevos” sujetos y “nuevos” movimientos sociales. Sin embargo, la negación de la clase obrera es un fenómeno más profundo, además de recurrente y no sólo entre los enemigos sino en el seno mismo del marxismo. En particular, la negación de la clase obrera en el marxismo asume la forma de invisibilización del proletariado rural y la asignación de sus batallas históricas a su antagonista, el campesino. Veamos el asunto con más detalle.(1)

¿Nueva ruralidad o neocampesinismo?

En los años ’70 se llevó adelante un debate muy importante sobre el futuro del campesinado, la controversia entre “campesinistas” y “descampesinistas”. Los primeros postulaban la persistencia del campesinado mientras los segundos su progresiva desaparición bajo los procesos de concentración y centralización del capital. Veamos como reseña hoy ese debate un participante por el lado “campesinista”. “25 años de estudios rurales”, de José Bengoa, es testimonio de una deriva peculiar: el mundo ya no es el mismo, el campesino desapareció pero sigue existiendo, los descampesinistas tenían razón pero no la tienen, los obreros rurales bien, gracias.(2) Hay una “nueva ruralidad”, eufemismo para no reconocer la proletarización masiva de millones de “campesinos”.(3)

Bengoa comienza reconociendo la importancia de los cambios, señalando, incluso, que los textos clásicos de los años setenta ya no tienen relevancia. Es más: la cuestión rural ya no es un problema más que simbólico, porque la idea de un mundo agrario diferenciado ha pasado a la historia. Los cambios en la temática se deben, sobre todo, a las transformaciones objetivas en la producción agraria, por un lado, y a la introducción de las categorías étnicas y de género, por otro. Es decir, un cambio en el objeto y en la forma de estudiarlo. En los ’70, la manera predominante era enfocar el problema desde el ángulo de la necesidad del desarrollo rural. Esta “mirada” ya era, a su vez, un intento de superar la perspectiva “criollista”, romántica, más preocupada por la opresión del indígena a través de una mirada compasiva. Según Bengoa, “esta mirada ocultaba la condición de productores de los indígenas, su mundo cultural vivo, su participación en las luchas políticas”. Como se ha dicho, el desarrollismo, en los ’50, sucedió a la perspectiva criollista, imponiendo una lectura desde la economía y la historia económica, donde el problema es la estructura agraria como obstáculo al desarrollo. Es esta perspectiva la que transforma a los indígenas en “campesinos”, categorización que los mismos protagonistas adoptan. No queda claro si es la forma en que los estudiosos miran lo que provoca el cambio o la adopción por los indígenas de la nueva categoría la que reformula el problema, pero está claro que los “indios” desaparecen y emergen los “campesinos”. La política que se impone es la reforma agraria, desde una perspectiva “urbana”, que percibe un “campo” atrasado y fuente de la opresión campesina.

La reforma agraria, en general, fracasó en sus ilusiones, pero inició un proceso de cambio rural profundo, que incluyó la transformación de latifundios en empresas agrícolas, la transformación de muchos campesinos en productores capitalistas y la apertura de nuevas tierras en colonización. Sobre las consecuencias de este proceso se producirá el debate entre campesinistas y descampesinistas. Obviamente, los campesinistas reflotaron a Chayanov y los anti-campesinistas a Lenin. Según Bengoa, el debate terminó a comienzos de los ’80, con la fórmula elaborada por David Lehman, “ni Chayanov ni Lenin”. ¿Qué es lo que resultó? Otra vez, en palabras de Bengoa:

“Quienes miraban desde una perspectiva más proletarista, afirmaban el inexorable proceso de destrucción de la vida rural. Seguían tendencias europeas claramente descriptas que finalmente no ocurrieron en América Latina. Los campesinos que abandonaron el campo no se proletarizaron. Los que quedaron tampoco se transformaron en obreros agrícolas. Un extraño proceso económico y político ocurrido en los ochenta, marcado por la crisis más generalizada (y aún no concluida) condujo a que esas enormes masas de personas humanas no quedaran incluidas en una categoría social claramente detectada por las ciencias sociales. Masas pobres flotantes entre las ciudades y los campos, trabajadores de temporada, semiasalariados, habitantes de poblados semirurales, en fin, una nueva masa poblacional sobre la cual tenemos muy poco que decir y de la que los intelectuales y cientistas sociales latinoamericanos sabemos muy poco, ya que la tratamos de aprehender con categorías anejas, europeas, norteamericanas y sin “imaginación sociológica”.”

Bengoa se niega a sacar las conclusiones de lo que está describiendo, el fin del campesinado y la aparición de una masa de proletarios distribuidos en diferentes capas: “semiproletarios” (¿qué son si no los “semiasalariados”?), obreros pertenecientes a la desocupación estacional (los “pobres flotantes”), a la infantería ligera (“trabajadores de temporada”), etc. Lo que no quiere reconocer es que los descampesinistas tenían razón (y Lenin con ellos). Frente a la evidencia que resume, prefiere, simplemente, afirmar que “nos encontramos con sociedades y culturas campesinas más vivas que nunca”. Paradójicamente, se celebra el “retorno” del “indígena”, ahora que se reconoce que el campesino se ha “des-subordinado”, es decir, se enfrenta ahora no a un “patrón” sino al mercado. Dicho de otra manera: Bengoa no arriesga la hipótesis de que el neoindigenismo no sea sino la ideología de la burguesía rural emergente post-reforma agraria.(4) Esta burguesía agraria “indígena” emergente arrastra tras sí a los obreros rurales “indígenas”, a quienes utiliza como masa de maniobra. La masa de los ex-campesinos se proletariza y no se da cuenta porque no pasa de campesino a obrero fabril o rural, sino a población sobrante. El mismo Bengoa reconoce que el productor directo ahora ya no es el trabajo subordinado sino el asalariado. ¿Por qué insistir en el campesinismo cuando se reconoce el fin del campesino? El autor confunde la representación con la realidad: como ahora se reconocen indios, son eso, indios. Es más, festeja y se congratula por esta “re-indianización”, cuando debería pugnar porque el sujeto se reconozca en su realidad, es decir, como obrero.

Esta negación del obrero rural, aun cuando por todos lados reaparece, se encuentra incluso en quienes lejos están de negar el leninismo. Veamos el caso de James Petras y Henri Veltmeyer.(5) En efecto: a pesar de considerar los cambios sociales vividos por la agricultura latinoamericana en los últimos años, insisten no sólo en la conceptualización de “campesino” sino que defienden el “hecho” de que “bajo las condiciones combinadas de una crisis fiscal y de un profundo “impasse teórico” en los ’80, y el consecuente avance del capitalismo, los campesinos han desafiado una vez más la teoría y la historia para constituirse a sí mismos en la fuerza más dinámica de resistencia contra el desarrollo capitalista en su última fase”. A renglón seguido se señala que campesinos y trabajadores rurales sin tierra, muchos “proletarizados”, han protagonizado revueltas y luchas contra el capital. El ejemplo más importante es el del MST brasileño. Por qué un “trabajador sin tierra” es considerado un campesino incluso por marxistas, es todo un síntoma de los tiempos. Aún así se insiste en que la “centralidad del campesinado en estos movimientos es clara”. Como si faltara cereza en la torta, a los campesinos y trabajadores rurales se agregan los “indigenas”. Y esto aún reconociendo que probablemente dos tercios de la población rural de América Latina ha sido proletarizada y que más de la mitad de los llamados campesinos en realidad han sido transformados en obreros.

Petras y Veltmeyer reconocen que en realidad, la lucha “rural” en la actualidad se ha trasladado a las grandes ciudades, junto con los obreros rurales migrantes y ex campesinos que no pueden romper sus relaciones definitivamente con la tierra. También reconocen que aun el MST brasileño, con sus logros, no ha logrado detener la tendencia a la expulsión de la población rural. Revisando la política de los movimientos campesinos de los últimos años, los autores declaran que “el abandono de la perspectiva de clase del análisis político y de la política de alianzas estratégicas ha socavado los avances sociales conseguidos entre 1985 y 2003 por los movimientos sociales”. Demandan también que se retorne a una política de clase independiente. Sin embargo, ¿cómo exigirle a otros lo que uno mismo no hace? Su análisis tiene una conclusión lógica: el problema es la categoría misma de “campesino” y la política que de ella se desprende. Hoy, cuando la mayoría de los campesinos (sin entrar a discutir si alguna vez lo fueron) ya no lo son, en vez de enfatizar en la teoría lo que la propia realidad subraya, los “teóricos” marxistas mantienen con vida categorías muertas en la realidad.

La población sobrante

Como señalamos más arriba, el caso del obrero rural es sólo un ejemplo clásico de la negación del proletariado y su capacidad de acción. Podríamos dar varios más: los “inmigrantes” en Estados Unidos; los “piqueteros” argentinos; los “jóvenes” en Europa. A todos se los engloba bajo “nuevos” conceptos, que excluyen, naturalmente, el de clase obrera, tarea en la que los “intelectuales” de europeos y norteamericanos (muchos de los cuales se autotitulan “marxistas”) tienen un lugar fundamental, auxiliados diestramente por los medios burgueses, que escapan al proletariado como a la peste por razones que no es necesario explicar. Piénsese, por ejemplo, en la fama de personajes como Naomi Klein o Toni Negri y se tendrá una idea de la colusión entre la burguesía y los “nuevos” pensadores “globales”.
En realidad, detrás de los “inmigrantes” se esconde, lisa y llanamente, la clase obrera. Las últimas y extraordinariamente multitudinarias manifestaciones por la legalización de su permanencia en los Estados Unidos y Europa muestran, más que la importancia de la categoría “étnica”, el renacimiento de la fracción más explotada de la clase obrera del “Primer Mundo”. Las rebeliones de los “mileuristas” europeos no es otra cosa que la expresión de las condiciones de existencia de generaciones enteras de desocupados, es decir, de obreros. Los “piqueteros” argentinos, a los que se ha llegado a caracterizar como “lúmpenes”, cumplen con las mismas características. Ya se ha hecho alusión al MST brasileño, que no es otra cosa que una organización de raíz proletaria, igual que las masas chavistas en Caracas o las que se encolumnan tras Evo Morales. Hay que preguntarse, entonces, por las razones por las cuales estos personajes resultan excluidos de la clase a la que pertenecen. Es decir, explicar por qué parece tan difícil aceptar que son parte de la clase obrera.
Sin querernos extender demasiado en un tema para el cual estamos preparando un texto mucho más largo, podemos señalar dos razones particularmente importantes, la primera, de orden “teórico” y la segunda, de orden político. La primera causa del “desvanecimiento” de porciones enteras del proletariado mundial, en especial las más movilizadas, es la persistente idea de que sólo lo integran los obreros industriales. “Empleados” a tiempo parcial, desocupados y “pobres” rurales, no entran en una definición, no sólo restrictiva sino arbitraria. Obrero es todo aquel que carece de medios de producción y de vida y Marx es muy explícito al respecto. Puede ser que desde otras posiciones se pretenda defenderla, pero debe quedar claro que un marxista no puede pretender serlo e idenficar al proletariado solamente con el viejo proletariado fabril.
Esta arbitrariedad terminológica es la que da base “teórica” a la segunda razón: liberados de la teoría marxista, “porque el mundo ya no es el que era”, se hace posible no sólo definir de otra manera a la clase obrera, sino extender esa maniobra a otros conceptos fundamentales. No habiendo ya clase obrera, no hay razones para pensar en el socialismo en los mismos términos que antes: ahora hablaremos del “socialismo del siglo XXI”, de la “redistribución de la riqueza” vía impuestos, de reformas agrarias sui generis y de la peculiaridad de los “ritmos políticos” de los “pueblos originarios”. Todo ello mientras se construyen aparatos políticos gigantescos para contener la irrupción de las masas y desarrollar políticas perfectamente burguesas, como sucede en la Venezuela de Chávez, el Ecuador de Correa, el Brasil de Lula, la Argentina de los Kirchner y la Bolivia de Evo Morales. Algo a lo que ya nos tiene acostumbrados el Chile de Bachelet, la Nicaragua de Ortega y el Uruguay de Tabaré, y que no hará más que confirmar, otra vez, el Uruguay del “tupamaro” Mujica. Si hasta Obama es considerado socialista y entusiasma a más de un izquierdista…
Ambas razones son, lo dijimos, solidarias. No se entiende lo que realmente ha pasado en el mundo en los últimos treinta años y, al mismo tiempo, esa inconsciencia tiene una enorme utilidad para el poder burgués. Lo que parece constituir un obstáculo epistemológico es el hecho de que buena parte de la insurgencia mundial es protagonizada hoy por la población sobrante. El concepto de población sobrante excede con mucho el mundo de los desocupados: es la parte de la población que ha dejado de rendir plusvalía en forma directa para el capital en condiciones de productividad media del trabajo mundial. Va desde los desocupados efectivos (en cualquiera de las categorías en que los separa Marx) hasta los “empleados” estatales que constituyen desocupación oculta y los jóvenes que no encuentran ningún trabajo real y viven de los sistemas de caridad pública, pasando por las masas rurales expulsadas del campo y que fluctúan entre las ciudades y la campiña en busca de ocupación, tanto como los obreros formales de las industrias que sólo sobreviven gracias a subsidios abiertos o encubiertos (eso que suele llamarse sector “pyme” o el mundo de las empresas “recuperadas”).
Esa población, que en el mundo monta centenares (si no miles) de millones de personas, es el resultado del desarrollo de la acumulación del capital en los últimos treinta años, de los procesos de concentración y centralización que han barrido capas enteras de burguesía y pequeña burguesía, por no hablar de “campesinado”. El proceso de polarización social que previera Marx en El capital, se ha cumplido acabadamente. Sorprende que hoy, cuando el mundo se parece más que nunca a esa pintura que adelantó en más de un siglo el escenario actual, haya quienes lo declaren un libro caduco y busquen otros conceptos y otras ideas para entender una realidad más que obvia. Semejante ceguera sólo se explica como consecuencia de la derrota de la que hablábamos al comienzo de esta presentación, pero también por el uso político que las variantes centro-izquierdistas latinoamericanas (incluyendo allí a sus intelectuales, como Atilio Borón o Martha Harnecker) han hecho de ella. Contra esa ceguera, se alza hoy la rebelión mundial de la población sobrante. Es tarea de revolucionarios no sólo abrir los ojos, sino organizarla. Los materiales que integran este dossier, aunque podamos divergir con muchas de sus conclusiones, ayudan en esa tarea.

NOTAS

1Lo que sigue es un acápite de nuestra tesis doctoral que será publicada en breve bajo el título La sal de la tierra, Ediciones ryr, Bs. As., 2010.
2Bengoa, José: “25 años de estudios rurales”, en Sociologias, n°10, jul/dez de 2003, Porto Alegre.
3Qué se entiende por “nueva ruralidad” no es algo tan fácil de explicar, más allá del reconocimiento implícito de que los últimos años han dado por tierra con todas las ilusiones campesinistas. Véase Giarraca, Norma (comp.): ¿Una nueva ruralidad en América Latina?, Clacso, Bs. As., 2001; Barkin, David y Mara Rosas: “¿Es posible un modelo alterno de acumulación? Una propuesta para la Nueva Ruralidad”, en Polis: revista académica de la Universidad Bolivariana, nº 13, Caracas, 2006; Gómez, Sergio: La “nueva ruralidad”: ¿Qué tan nueva?, Universidad Austral de Chile, Santiago de Chile, 2002
4La costumbre de adoptar la “identidad” campesina por miembros de la “élite” es un fenómeno muy extendido y conocido. Véase Edelman, Marc: “Movimientos sociales y campesinado. Algunas reflexiones”, Conferencia dictada en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Costa Rica, 1/6/2003, http: //www.iis.ucr.ac.cr/publicaciones/libros/textos/5/medelman.pdf
5Veltmeyer, Henry and James Petras: “Peasants in an Era of Neoliberal Globalization: Latin America on the move”, en Theomai, n° 18, 2° semestre de 2008. La traducción de los párrafos citados es nuestra.
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