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viernes, 3 de febrero de 2012

PALESTINA Y LA MEZQUINDAD DE LA ONU


En el marco de su gira por Jordania, Israel y los territorios palestinos, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, fue reciibido ayer en la franja de Gaza en medio de protestas: el vehículo que lo transportaba fue blanco de piedras y zapatos, y grupos de manifestantes le reclamaron su negativa a reunirse con familiares de presos palestinos en Israel y denunciaron su actitud sesgada a favor del gobierno de Tel Aviv. Horas antes, el propio Ban había rechazado celebrar un encuentro oficial con las autoridades palestinas de Gaza, pertenecientes al grupo islámico Hamas, postura que fue criticada por esa facción como muestra del doble rasero con que se tratan las causas justas del pueblo palestino.


La negativa del secretario general de la ONU a mantener reuniones con grupos y autoridades palestinas democráticamente electas es el más reciente botón de muestra de la mezquindad y la doble moral con que se ha venido desempeñando ese organismo en el conflicto más importante de Medio Oriente: al regateo sistemático de su Consejo de Seguridad –con Washington a la cabeza– para que el pueblo palestino pueda constituir un Estado soberano, como demandan las resoluciones 242 y 338 del propio organismo multinacional, se ha sumado la mezquindad de su Asamblea General, que en septiembre pasado se abstuvo de votar el reconocimiento de Palestina como miembro permanente de la ONU, a pesar de que esa posibilidad contaba con apoyo mayoritario dentro del organismo.



Si algo ha gravitado en contra de una solución efectiva y duradera al conflicto palestino-israelí, además de la intransigencia, el belicismo y el colonialismo de Tel Aviv, ha sido la actitud hipócrita de la comunidad internacional, que en el discurso se pronuncia mayoritariamente por otorgar a los palestinos el lugar que le corresponde y por hacer valer las directrices avaladas por la propia ONU, pero en los hechos no ha hecho nada por impedir la política de devastación, saqueo y masacres que el Estado hebreo practica en los territorios palestinos ocupados, y ni siquiera para sancionar las agresiones cometidas por Tel Aviv contra terceros países en el marco de ese conflicto, como el ataque, en aguas internacionales, a la Flotilla de la Libertad, que buscaba llevar ayuda humanitaria a Gaza, en junio de 2010.


Semejante actitud ha generado no sólo desesperanza y frustración en el pueblo palestino, despojado de su territorio, privado de la posibilidad de constituirse en un Estado nacional y masacrado recurrentemente por Israel, sino también un profundo y justificado escepticismo hacia el organismo internacional encabezado por Ban Ki-moon y hacia la comunidad internacional en su conjunto.


En ese sentido, las expresiones de encono que se produjeron ayer en Gaza son un colofón lógico al desdén, al cinismo y a la simulación de los gobiernos nacionales y las instancias multinacionales frente a un conflicto que demanda soluciones justas, humanitarias y equitativas para los dos bandos en disputa. Los puntos de partida obligados a este respecto son el cese del injerencismo de Occidente en los asuntos internos de los palestinos, el reconocimiento de sus autoridades democráticamente electas –sean de Al Fatah, de Hamas o de cualquier otra fracción–, el fin de las políticas de transformación demográfica y limpieza étnica que el Estado judío practica en los territorios ocupados, el retiro de las tropas israelíes de Cisjordania y el cese del bloqueo inhumano a Gaza, el restablecimiento de los límites de la Jerusalén oriental antes de la Guerra de los Seis Días (1967) y la devolución de las tierras palestinas arrebatadas a partir de 1948 o, en su defecto, el otorgamiento de las indemnizaciones correspondientes a los expulsados.


Corresponde a las instancias de la ONU –al Consejo de Seguridad, pero también a la Asamblea y secretaría generales– orientar la acción internacional para el cumplimiento de estos puntos mínimos, pero hasta ahora la falta de interés, el desdén y la hipocresía han sido las actitudes permanentes de Naciones Unidas ante el viejo conflicto, y Ban Ki-moon cosechó ayer los frutos de esa siembra.
jornada.unam.mx

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