El agua del molino
Raúl Carrancá y Rivas
Jorge Carpizo
Organización Editorial Mexicana
31 de marzo de 2012
La Universidad Nacional Autónoma de México está de luto. México está de luto. Ha fallecido un mexicano de excepción. "¡Yunques sonad;/ enmudeced campanas!", escribió Antonio Machado a la muerte de Don Francisco Giner de los Ríos. Sigamos trabajando, cada quien en lo suyo, pero humildemente digo: Por su raza hablará siempre el Espíritu. Jorge Carpizo fue sin duda un gran hombre, y esto lo resume todo. Ya se escribirán en su homenaje elogios, panegíricos, artículos sesudos, libros. Yo me contento en esta mi hora triste con hablar del hombre, del amigo entrañable, del hijo. Su campechanía, palabra en honor de "nuestra" tierra -con la que él siempre me identificó-, su dadivosidad, me deslumbraron desde el primer momento. Su madre, una venerable dama de Campeche, fue amiga de una hermana de mi padre, lo que recordó a la mesa de mi casa, en compañía de su progenitora a la que amaba con un señorío muy singular, departiendo con nosotros el pan y el vino cuando era rector. Lo cuento porque de allí en adelante fui poco a poco conociendo al hombre, al amigo, al ser humano. Y dejo debida constancia, en mi tristeza, de que nada de lo que hizo Jorge Carpizo como eminente jurista y constitucionalista fue ajeno a eso.
Hay hombres, si vale la aparente contradicción, que se olvidan del hombre, de lo humano. Pero él no, lo llevaba siempre consigo. En la Facultad de Derecho de nuestra Universidad presentó mi Filosofía del Derecho Penal, y no es por gratitud que lo evoco. Verá usted. Dijo en aquella ocasión cosas que aunque tenían que ver con el libro eran también relativamente ajenas a él. Se refirió a sus andanzas y a las mías, en pos de la libertad. Y en espíritu allí nos encontramos los dos, en ese evento. Flotaba entre nosotros, como un viento apacible y evocador, la remembranza de cuando me hizo el honor de integrarme a una comisión, presidida por el hoy rector Jorge Narro (en la cual estaban Gastón García Cantú y el ex rector José Sarukhán Kermez), para defender la Universidad de la agresión de grupos adversos a ella. Y por eso lo conocí a fondo, en medio de esa hazaña hidalga. Fue un hombre de una pieza, de una voluntad aguerrida, universitario cabal. Entereza le sobraba y valor para decir las cosas, sin cortapisas que le impidieran servir a sus ideales. Y así lo hizo en su condición de rector, de Procurador General de la República y de Secretario de Gobernación. Y tan lo hizo que el propio Presidente de la República le pidió públicamente, en un momento de crisis, que no abandonara su cargo después de que renunció a él por discrepancia de opiniones.
Hombre completo y exacto, de espíritu singular. Político y universitario que jamás cruzó la frontera de la indignidad. Hay poquísimos como él, contados (para no decir que no se sabe contar). Deja el mundo en que vivimos en momentos muy difíciles para México. Harán falta su prudencia, su coraje, su sabiduría. Era del sureste mexicano, "tempestuoso y apacible", con un dejo de tranquilidad segura en su cadencioso hablar. Siempre docto y acertado en su condición de hombre público e impecable, lo que es raro, rarísimo, en el panorama público de la nación. Pero si algo puede y debe consolarnos en esta hora es que él ha hablado y seguirá hablando al amparo de nuestro lema. Como ya lo dije al comienzo de estas líneas, por su raza hablará siempre el Espíritu. Ojalá, por el bien de ellos y de la República, lo oigan los hombres que aspiran a un alto cargo en la conducción del país.
Jorge Carpizo es de lo mejor que ha dado la Patria, y no la puede abandonar.
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kikka-roja.blogspot.com
Raúl Carrancá y Rivas
Jorge Carpizo
Organización Editorial Mexicana
31 de marzo de 2012
La Universidad Nacional Autónoma de México está de luto. México está de luto. Ha fallecido un mexicano de excepción. "¡Yunques sonad;/ enmudeced campanas!", escribió Antonio Machado a la muerte de Don Francisco Giner de los Ríos. Sigamos trabajando, cada quien en lo suyo, pero humildemente digo: Por su raza hablará siempre el Espíritu. Jorge Carpizo fue sin duda un gran hombre, y esto lo resume todo. Ya se escribirán en su homenaje elogios, panegíricos, artículos sesudos, libros. Yo me contento en esta mi hora triste con hablar del hombre, del amigo entrañable, del hijo. Su campechanía, palabra en honor de "nuestra" tierra -con la que él siempre me identificó-, su dadivosidad, me deslumbraron desde el primer momento. Su madre, una venerable dama de Campeche, fue amiga de una hermana de mi padre, lo que recordó a la mesa de mi casa, en compañía de su progenitora a la que amaba con un señorío muy singular, departiendo con nosotros el pan y el vino cuando era rector. Lo cuento porque de allí en adelante fui poco a poco conociendo al hombre, al amigo, al ser humano. Y dejo debida constancia, en mi tristeza, de que nada de lo que hizo Jorge Carpizo como eminente jurista y constitucionalista fue ajeno a eso.
Hay hombres, si vale la aparente contradicción, que se olvidan del hombre, de lo humano. Pero él no, lo llevaba siempre consigo. En la Facultad de Derecho de nuestra Universidad presentó mi Filosofía del Derecho Penal, y no es por gratitud que lo evoco. Verá usted. Dijo en aquella ocasión cosas que aunque tenían que ver con el libro eran también relativamente ajenas a él. Se refirió a sus andanzas y a las mías, en pos de la libertad. Y en espíritu allí nos encontramos los dos, en ese evento. Flotaba entre nosotros, como un viento apacible y evocador, la remembranza de cuando me hizo el honor de integrarme a una comisión, presidida por el hoy rector Jorge Narro (en la cual estaban Gastón García Cantú y el ex rector José Sarukhán Kermez), para defender la Universidad de la agresión de grupos adversos a ella. Y por eso lo conocí a fondo, en medio de esa hazaña hidalga. Fue un hombre de una pieza, de una voluntad aguerrida, universitario cabal. Entereza le sobraba y valor para decir las cosas, sin cortapisas que le impidieran servir a sus ideales. Y así lo hizo en su condición de rector, de Procurador General de la República y de Secretario de Gobernación. Y tan lo hizo que el propio Presidente de la República le pidió públicamente, en un momento de crisis, que no abandonara su cargo después de que renunció a él por discrepancia de opiniones.
Hombre completo y exacto, de espíritu singular. Político y universitario que jamás cruzó la frontera de la indignidad. Hay poquísimos como él, contados (para no decir que no se sabe contar). Deja el mundo en que vivimos en momentos muy difíciles para México. Harán falta su prudencia, su coraje, su sabiduría. Era del sureste mexicano, "tempestuoso y apacible", con un dejo de tranquilidad segura en su cadencioso hablar. Siempre docto y acertado en su condición de hombre público e impecable, lo que es raro, rarísimo, en el panorama público de la nación. Pero si algo puede y debe consolarnos en esta hora es que él ha hablado y seguirá hablando al amparo de nuestro lema. Como ya lo dije al comienzo de estas líneas, por su raza hablará siempre el Espíritu. Ojalá, por el bien de ellos y de la República, lo oigan los hombres que aspiran a un alto cargo en la conducción del país.
Jorge Carpizo es de lo mejor que ha dado la Patria, y no la puede abandonar.
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