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miércoles, 11 de julio de 2007

Guadalupe Loaeza

“LA TERCA MEMORIA”

Guadalupe Loaeza
Desde que lo empecé a leer, no lo solté en dos días. Lo compré en el aeropuerto. Sin exagerar, había tres torres de libros muy altas y derechitas cuyo título en letras negras aparecido en cada uno de los lomos, asemejaba un grito, una llamada de atención a todos los pasajeros que iban y venían frente al expendio: “La terca memoria” (Edit Grijalva), “La terca memoria”, “La terca memoria”, iban leyendo mis ojos en tanto me acercaba para comprarlo. “Déme uno de ésos”, le pedí a la empleada. “Quién sabe qué tanto contará porque se ha vendido como pan caliente”, me respondió muy ufana por contar entre sus títulos, el que sin duda está destinado a convertirse en un best seller.

Pienso que el título del libro le queda como anillo al dedo al autor. Al autor que es terco como debe ser un buen reportero; terco como debe ser el periodista que no sabe de concesiones, ni mucho menos de claudicaciones y terco como debe ser el ejercicio de la memoria para poder denunciar, pero sobre todo para no olvidar.

Sí, la memoria de don Julio Scherer tiene el arte de saber reportear sus recuerdos, sus vivencias y sus reflexiones en torno a los últimos sucesos políticos de la historia moderna de nuestro país, porque como el mismo dice en su Introducción: El periodismo padece la esclavitud del presente pero no estaría de más volver, por ejemplo, a Miguel Alemán como el presidente corrupto que fue. Haría falta ocuparse de Alemán como iniciador de una serie de mandatarios parecidos a ély que no se han dado por generación espontánea. Cada uno ha dejado el testimonio de su propia negación del país hasta llegar a Fox”.

Reportero desde hace 60 años, don Julio tiene el arte de saber reportear sus recuerdos, vivencias y reflexiones en torno a personalidades como: Abel Quezada, Juan Sánchez Navarro, Carlos Denegri, Juan Francisco Ealy Ortiz, Carlos Hank González, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Héctor Aguilar Camín, Jorge Kahk Rhon, Daniel Cosio Villegas, Fox y Calderón entre muchos más. Obsesionado hasta la terquedad por descubrir la verdad, por denunciar la corrupción, las bajezas y traiciones, el autor nos hace unas radiografías de sus personajes implacables. Los desmaquilla, los balconea, los exhibe y nos los muestra tal cómo son con sus debilidades, hipocrecías y sus profundas mezquindades. Ejemplo de su prosa inteligente y mordaz, de Juan Francisco Ealy Ortiz, dice: “Retoma su juventud en el quirófano millonario de los cirujanos plásticos y para los momentos estelares luce un traje con hilos de oro en el entramado del género. Lo atraen los relojes de pulso y los cambia con las estaciones del día y las circunstancias climáticas que se presenten. Ealy Ortiz Garza pertenece a la especie de filantrópicos que hicieron su riqueza desde los rincones oscuros del fraude, el golpe bajo, el tráfico de influencias, la corrupción”.

Qué importante es que don Julio, en su libro, nos refresque la memoria, que nos cuente cómo pasó, que nos diga que es lo que vio y comprendió desde su posición como periodista tan privilegiada ya sea como cuando era director de Excelsior (antes del terrible golpe que diera Luis Echeverría) o cuando era el director de la revista Proceso. ¡Los mexicanos somos tan olvidadizos!

Pero para que no nos sumamos en una lectura exclusivamente de denuncia y de horror, don Julio nos habla también de sus “primeros años”, como se intitula el capítulo onceavo. Lo hace con tal generosidad, pero sobre todo, con tal sabiduría, que éste habría que leerlo despacito. En lo personal quería saber cómo había surgido el hombre que no ha dejado de jugársela, el hombre apasionado y comprometido con su vocación y el hombre cuyos inicios no fueron ciertamente fáciles: “Yo avanzaba en el trabajo, no así en la autoestima. Baja como era, muy baja, la atribuía a la timidez, un embarazoso encogimiento del alma, y buscaba afanoso el éxito como un principio de solución al conflicto interior”. Don Julio fue al Colegio Alemán, pero no le gustó. Ingresó a Bachilleratos, prolongación del Instituto Patria, jugaba futbol, nadaba sin ánimo competitivo y se confesaba a sabiendas que volvería a las andadas y “comulgaba con íntima lejanía”. Entonces lo atormentaba el “pecado de la carne” y así se lo hizo entender al jesuita Angelo Arpa. Más tarde estudiaría Derecho, sin saber: “que el derecho niega la justicia, razón de la ley”. En San Ildefonso, a don Julio lo visitó el tedio, el mismo que lo haría abandonar sus cursos de filosofía y letras en el Centro Cultural Universitario y sus clases en Mascarones, del la UNAM. Pero justo en su patio, el destino le hizo un regalo enorme, conoció a Susana, la mujer de su vida. “La vi de lejos, delgada, bonita, festiva entre un grupo de muchachas” Pero llegó el día inevitable; el día en que se vio obligado de confesarle a su padre: “No sé hacer nada”. No obstante sí sabía hacer algo, algo que le recordó su padre que sabía hacer y muy bien, ¡escribir!. A pesar de que en esa época don Julio no tenía la menor idea de lo que era el periodismo y nada más leía la sección deportiva, entró a Excelsior. A partir de ese día y colaborando con el director de la segunda edición de Ultimas Noticias, La Extra, bajo las órdenes de Enrique Borrego Escalante, su vida dio un vuelco de 180 grados.

Del profesor Carlos Hank González, se ha escrito mares de tinta, pero lo que nos cuenta don Julio que le contó Enrique Maza y Heberto Castillo, hace que nuestra memoria se indigne doblemente, al enterarnos la manera en que ejerció el tráfico de influencias, la manera en que se hizo archimultimillonario y la manera en que repartió dinero a diestra y siniestra con tal de lograr sus asquerosos objetivos. ¿Quién será peor el profesor o su hijo Jorge Hank Rohn, ahora candidato a la gobernatura de Baja California por el PRI? Tengo la impresión que este último porque aparte de que don Julio le dedica ocho páginas en el interior del capítulo de su padre en donde se narra la historia del “Hipódromo de Agua Caliente” gracias a la información que obtuvo el autor con Manuel Bartlett, escribe todo un capítulo a partir de la página 195 hasta la 205. (Por favor bajacalifornianos, antes de votar en las próximas elecciones para gobernador, lean el libro de don Julio, de lo contrario, si votan por el PRI se arrepentirían toooooda su vida).

El libro de don Julio, escrito “con todo el coraje del mundo” es espléndido. Es una lectura obligada. Como bien dice Elena Poniatowska es el mejor libro que ha escrito Scherer. Su libro no nada más nos cimbra la memoria, sino que es un exhorto a que nos volvamos ciudadanos mucho más tercos; hay que leerlo para no perder la memoria, en otras palabras para no olvidar “los hechos y los personajes públicos que han fraguado la compleja realidad de nuestro país”.

gloaeza@yahoo.com


Kikka Roja

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