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miércoles, 11 de julio de 2007

Sergio Aguayo Quezada

Plaza Pública
sergioaguayo@infosel.net.mx
www.sergioaguayo.org

Algunas biografías, como la de Miguel Ángel Granados Chapa, se fusionan en vetas de historia nacional. Sólo por el contenido de “Plaza Pública”, columna que esta semana cumple 30 años de ser publicada, el columnista ya se ganó el nombramiento honorífico de cronista de la transición.

El 13 de julio de 1977 Cine Mundial publicó por primera vez “Plaza Pública”. Para entonces Miguel Ángel ya llevaba 13 años en el periodismo mexicano. Se inició en 1964 en el semanario Crucero que dirigiera Manuel Buendía. Luego pasó por El Universal, vivió los intensos años del Excélsior de Julio Scherer y siguió su trayectoria profesional en Proceso, UnomásUno, La Jornada para incorporarse a Reforma desde su fundación el 20 de noviembre de 1993.

Estos diarios capitalinos comparten con algunos del interior el mérito de haber defendido, con diferentes estrategias y estilos, la libertad de expresión. Granados Chapa la ha ejercido a plenitud escribiendo durante su larga carrera decenas de miles de cuartillas en columnas y libros. Tanta producción es fruto del raro don de producir, desde la primera versión, textos muy bien armados. Una virtud cultivada, supongo, de su hábito de encerrarse a leer noticias en voz alta durante su infancia hidalguense. Costumbre que terminó de afirmar la sintaxis enseñada por una madre normalista.

Su influencia no radica solamente en la cantidad o la pulcritud del lenguaje. Ha sido determinante su puritanismo frente a los privilegios y su obsesión con el dato duro. Escrupuloso al extremo, no acepta ni un boleto para asistir gratis a algún espectáculo. Él mismo explicó a Angélica Palacios Luciano en entrevista para la Revista mexicana de Comunicación que lo hacía por una “cuestión de ética, no tengo por qué no pagar el acceso a ciertos espectáculos. Soy una persona como todas las demás y me atengo a las reglas comunes”.

Miguel Ángel se distingue por la abundancia de conocimiento que atesora en una memoria prodigiosa y rescata en una búsqueda permanente de información precisa. En la entrevista antes citada menciona como su principal carencia la “falta de tiempo para una reflexión y la investigación. Puedo pasar hasta dos horas buscando un dato y ya en el momento mismo de escribir, a veces con más frecuencia de lo deseable, incurro en una inexactitud, en una interpretación insuficiente”.

Puritanismo y precisión le han servido para demostrar que se puede dialogar sin capitular con gobernantes famosos por su capacidad para mediatizar y cooptar a periodistas por medio de la corrupción y/o la intimidación. Que analistas como él sobrevivieran día tras día y año con año tuvo un enorme efecto en la transición porque demostraron que era posible enfrentar al autoritarismo de manera pacífica, siempre y cuando se tuviera la evidencia.

Su travesía ha estado plagada de incidentes tan desagradables como la feroz golpiza que le propinó un grupo de ultraderecha que lo secuestró a las puertas de la UNAM para abandonarlo medio muerto en los bosques de la Magdalena Contreras. La irritación que provoca entre algunos conservadores, dentro y fuera del Gobierno, viene de su ubicación en un centro-izquierda teñido de matices socialdemócratas y de los principios de ese catolicismo que optó por los desposeídos. Ese compromiso con la igualdad, la justicia y los derechos humanos es hasta cierto punto lógico en alguien marcado por una infancia de privaciones.

Con esos antecedentes resulta lógica la temática que aborda. Tomo como ejemplo la muerte de la indígena Ernestina Ascensio cuyos restos han sido enterrados por las autoridades después de cubrirlos con un sudario tejido con ambigüedades e impunidades. En las nueve columnas que ha escrito entre el 6 de marzo y el 9 de julio sobre “las muertes de Ernestina Ascensio” ha demostrado la frivolidad del presidente Felipe Calderón, las contradicciones de la Secretaría de la Defensa Nacional, la cobardía del gobernador y el procurador de Veracruz y la inoperancia y oportunismo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

Miguel Ángel ha incursionado en la vida pública como directivo de diversos medios públicos e intentó, sin éxito, ser diputado, senador y gobernador. Compensó con creces sus descalabros siendo uno de los consejeros del primer Instituto Federal Electoral ciudadanizado (1994-1996); aquel que contribuyera a quebrarle la columna vertebral al monopolio oficial sobre las elecciones. En ese cargo demostró que podía mantener la calidad de sus escritos y ser un buen funcionario público.

El impulso a ocupar cargos públicos es un riesgo de quien analiza el poder en esa compleja interrelación analizada por Max Weber en El político y el científico. Al constatar y describir la mezquindad y superficialidad de un porcentaje importante de políticos es natural la tentación de ocupar un cargo y ser diferente. Sin embargo, en México el recién llegado debe vencer los obstáculos creados por la burocratización y el exceso de dinero en los partidos; son distorsiones tan profundas que ponen a prueba las convicciones de un anacoreta con olor de santidad.

Estas contradicciones se han ido resolviendo y aumenta la circulación de personas entre el mundo de las ideas, de la empresa y de la política, al mismo tiempo que se acrecienta la presión para que los comunicadores apuntalen sus opiniones con hechos verificados.

Nuestra transición ha sido tan larga y tortuosa que resulta imposible evaluar con precisión cuáles han sido los aportes individuales. Miguel Ángel Granados Chapa y “Plaza Pública” han demostrado durante 30 años que sí es posible ejercer la libertad de expresión con independencia, responsabilidad y rigor. Celebrémoslo.

Esta columna se benefició con los recuerdos y opiniones de tres amigos de Miguel Ángel: Francisco José Paoli Bolio, José Agustín Ortiz Pinchetti y Luis Javier Solana.

La miscelánea

En su columna de este lunes, Granados Chapa hizo suya la sugerencia del profesor John Ackerman de que los ciudadanos presentemos solicitudes al Instituto Federal Electoral para tener acceso a las boletas utilizadas el 2 de julio de 2006. Me uniré al llamado aun cuando sé que las autoridades electorales se las arreglarán para mantener la opacidad; al menos constatarán que se mantiene viva la determinación de ejercer el derecho de saber lo que sucedió en la elección de 2006, la más competida costosa y lodosa de nuestra historia.


Kikka Roja

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