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Y de aquí..., ¿hacia dónde vamos?
Agenda ciudadana
Lorenzo Meyer
Posibilidad. La incertidumbre es hoy el rasgo más acusado del proceso político mexicano. Ningún análisis sobre el tema puede hacer predicciones sólidas, apenas consideraciones más o menos informadas. Entre las rutas que podría seguir nuestro desarrollo político está, obviamente, la consolidación de una democracia política limitada, según la concibe la derecha, pero también podría tomar forma un movimiento social de izquierda que frustre tal consolidación. Este último camino ya se ha intentado, aunque sin buen resultado, pero actualmente hay una cierta posibilidad de éxito; la empresa es harto difícil pero no imposible. Punto de comparación. Un reporte conjunto de las agencias de inteligencia que existen en Estados Unidos llegó a la siguiente conclusión: “La guerra de Iraq ha hecho que el problema del (combate al) terrorismo se haya complicado más”. Y es que la invasión de un país islámico por la única superpotencia, Estados Unidos, partió del supuesto de que el poder de Washington aplastaría de un gran golpe a la Jihad proclamada por los fundamentalistas islámicos. Sin embargo, el resultado ha sido el opuesto: la invasión ha expandido en el mundo árabe el apoyo desde abajo a ese tipo de lucha contra Occidente, (The New York Times, septiembre 24).
Pues bien, algo parecido al resultado imprevisto en Iraq pudiera ocurrir en México con la política diseñada por la gran coalición conservadora para impedir, “a como diera lugar”, que triunfara en las urnas el “peligro para México” en que habían convertido a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y a su Coalición Por el Bien de Todos. En efecto, el supuesto “peligro” fue atajado combinando buenas y malas artes, el PAN se reafirmó en “Los Pinos” y quedó como mayoría relativa en el Congreso, pero el “factor AMLO” no desapareció. El político tabasqueño se mantiene a la ofensiva y aunque sus recursos materiales son más limitados que antes, ha ganado en libertad para articular su discurso y sostener una base de apoyo minoritaria pero firme. Hoy, el personaje considerado por los suyos como el “presidente legítimo” podría dar una batalla más de fondo ya que no está constreñido por ese papel de candidato que le obligó a apegarse a un guión que en varios momentos limitó su margen de maniobra en un fallido intento por no despertar los temores y los odios de los dueños de México. La gran coalición de fuerzas conservadoras que Vicente Fox encabezó a partir de 2003 para impedir que en 2006 se produjera una alternancia a la izquierda llevó a cabo su tarea empleando medios legales e ilegales, como lo tuvo que admitir el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, aunque sin hacer nada al respecto. Se trató no sólo de retener la presidencia, sino también de poner los cimientos para que la derecha se quede al frente de las instituciones públicas por los siguientes 20 ó 30 años, como lo reconoció Ramón Muñoz —hasta hace muy poco el “segundo de a bordo” en “Los Pinos” como jefe de la Oficina de Innovación Gubernamental y hoy miembro de la bancada del PAN en el Congreso— ante Porfirio Muñoz Ledo, (Proceso, N° 1560, septiembre 24, 2006). Y si bien algo muy parecido pronosticó hace una docena de años Ángel Gurría en relación con el grupo salinista y no resultó, tal vez Muñoz y los suyos sí consigan lo que se proponen.
Sin embargo, también existe la posibilidad contraria.
La forma abusiva como se impuso la gran coalición de derecha y la negativa a limpiar la elección volviendo a contar los votos ha agraviado a una parte importante de la sociedad mexicana que, si se le dan los argumentos adecuados, quizá apoye el llamado de un AMLO itinerante que en los años por venir se propone hacer una política diferente de la puramente electoral y parlamentario. Obviamente se trata sólo de una posibilidad. Discursos y movilización. El último gran discurso político en México hecho desde el poder —el de Carlos Salinas— resultó un gran engaño, pero no se puede negar su importancia y pretensión. Sin abjurar de la Revolución Mexicana, Salinas reemplazó a la gesta de 1910 por un concepto empleado en la elaboración de la visión más progresista que tuvieron los liberales del siglo XIX —la de Ponciano Arriaga— y que fue el “liberalismo social”. Ese término permitió a Salinas y a sus tecnócratas elaborar un discurso que mantuvo las propuestas de justicia social y responsabilidad del Estado para con los más pobres —ideas que en México venían de muy atrás— y cuya contraparte material fue el Pronasol. A la vez, ese liberalismo bautizado como social le permitió a Salinas justificar su adhesión a los principios del “Consenso de Washington”: apertura y predominio del mercado, privatización, austeridad fiscal y el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (ver: Luis Enrique Concepción Montiel, El Discurso Presidencial en México: el Sexenio de Carlos Salinas de Gortari, Porrúa, 2006). Ernesto Zedillo ya no se ocupó del discurso, sino de preparar la entrega del poder al PAN, pues el PRI ya no tenía forma de seguir monopolizándolo. Vicente Fox, a pesar de encabezar lo que parecía ser un cambio histórico de régimen, no supo o no quiso articular ningún gran discurso pese a que la democracia le hubiera dado materia de sobra. El primer presidente panista se limitó a instalarse en lo que había sido lo suyo como mánager de una gran empresa (Coca-Cola): el “marketing”, los spots y el “rating”. Hasta ahora, el sucesor de Fox, Felipe Calderón, no ha dedicado la mayor parte de su energía política a desarrollar una argumentación propia, sino a descalificar a AMLO, sin siquiera intentar analizar a fondo —para contrarrestar y neutralizar— la propuesta del tabasqueño.
El discurso alternativo. La oferta de AMLO parte de un diagnóstico avalado por todas las estadísticas y análisis disponibles desde, al menos, la época colonial: la mexicana ha sido y sigue siendo una sociedad cuya estructura de poder ha mantenido una explotación sistemática, a veces brutal y finalmente ilegítima, de las mayorías por una minoría que, sin recato alguno, ha corrompido y manipulado en su favor cada uno de los arreglos institucionales que han surgido a lo largo de la historia del país. La necesidad de poner el problema de la pobreza en el primer lugar de la agenda nacional está dictada por la historia y el sentido de la justicia y la dignidad. Para hacer efectivo el “Primero los Pobres” ya no es suficiente una nueva edición de Pronasol, Progresa u Oportunidades. Una política social compensatoria es importante, pero lo fundamental es la solución estructural, es decir, usar la política económica para crear empleo y, sobre todo, hacer lo que hasta hoy se ha soslayado: dar forma a un sistema educativo de calidad que impida que México siga reprobando en la evaluación internacional de la materia. Finalmente, lo que queda de nuestros recursos naturales estratégicos y no renovables —los hidrocarburos— no deben de ir a parar al sector privado y menos al extranjero, sino permanecer como propiedad pública y ser fuente de renta para que el Estado lleve a cabo la gran política social y económica que se requiere. Para que este proyecto no termine en fracaso y corrupción, como le ha sucedido a todos los de los dos últimos siglos, es indispensable transformar el entramado político y legal por el que hoy transcurre el desanimado y contradictorio desarrollo mexicano.
El cambio institucional en México es una empresa en extremo difícil, pero que se puede intentar por varias vías, una de ellas es a través de un movimiento social. Ese movimiento debe ser un intento colectivo, idealmente mayoritario, por darle expresión política a las exigencias de los que están en el fondo —y que son el sostén— de nuestra inaceptable pirámide social. Se trataría de estimular y canalizar la única energía que puede transformar el marco en que se desenvuelve la vida colectiva y poner al tema social como la meta cardinal del conjunto de las acciones públicas. Articular un discurso que contenga los elementos señalados no es fácil de refutar, porque es una propuesta cargada de legitimidad. Sin embargo, las estructuras de los intereses creados y la mental de la clase política en el poder están decididamente en contra de hacer realidad ese tipo de propuesta. En las condiciones actuales, ¿podrán AMLO, la Convención Nacional Democrática y el Frente Amplio Progresista —donde, para empezar, hay tantos personajes con biografías contrarias a la meta propuesta— generar y mantener vivo el entusiasmo y el compromiso que tamaña empresa demanda? Nadie puede responder satisfactoriamente a la interrogante, pero al menos hay un líder, una base social y una coyuntura para intentarlo.
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Pues bien, algo parecido al resultado imprevisto en Iraq pudiera ocurrir en México con la política diseñada por la gran coalición conservadora para impedir, “a como diera lugar”, que triunfara en las urnas el “peligro para México” en que habían convertido a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y a su Coalición Por el Bien de Todos. En efecto, el supuesto “peligro” fue atajado combinando buenas y malas artes, el PAN se reafirmó en “Los Pinos” y quedó como mayoría relativa en el Congreso, pero el “factor AMLO” no desapareció. El político tabasqueño se mantiene a la ofensiva y aunque sus recursos materiales son más limitados que antes, ha ganado en libertad para articular su discurso y sostener una base de apoyo minoritaria pero firme. Hoy, el personaje considerado por los suyos como el “presidente legítimo” podría dar una batalla más de fondo ya que no está constreñido por ese papel de candidato que le obligó a apegarse a un guión que en varios momentos limitó su margen de maniobra en un fallido intento por no despertar los temores y los odios de los dueños de México. La gran coalición de fuerzas conservadoras que Vicente Fox encabezó a partir de 2003 para impedir que en 2006 se produjera una alternancia a la izquierda llevó a cabo su tarea empleando medios legales e ilegales, como lo tuvo que admitir el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, aunque sin hacer nada al respecto. Se trató no sólo de retener la presidencia, sino también de poner los cimientos para que la derecha se quede al frente de las instituciones públicas por los siguientes 20 ó 30 años, como lo reconoció Ramón Muñoz —hasta hace muy poco el “segundo de a bordo” en “Los Pinos” como jefe de la Oficina de Innovación Gubernamental y hoy miembro de la bancada del PAN en el Congreso— ante Porfirio Muñoz Ledo, (Proceso, N° 1560, septiembre 24, 2006). Y si bien algo muy parecido pronosticó hace una docena de años Ángel Gurría en relación con el grupo salinista y no resultó, tal vez Muñoz y los suyos sí consigan lo que se proponen.
Sin embargo, también existe la posibilidad contraria.
La forma abusiva como se impuso la gran coalición de derecha y la negativa a limpiar la elección volviendo a contar los votos ha agraviado a una parte importante de la sociedad mexicana que, si se le dan los argumentos adecuados, quizá apoye el llamado de un AMLO itinerante que en los años por venir se propone hacer una política diferente de la puramente electoral y parlamentario. Obviamente se trata sólo de una posibilidad. Discursos y movilización. El último gran discurso político en México hecho desde el poder —el de Carlos Salinas— resultó un gran engaño, pero no se puede negar su importancia y pretensión. Sin abjurar de la Revolución Mexicana, Salinas reemplazó a la gesta de 1910 por un concepto empleado en la elaboración de la visión más progresista que tuvieron los liberales del siglo XIX —la de Ponciano Arriaga— y que fue el “liberalismo social”. Ese término permitió a Salinas y a sus tecnócratas elaborar un discurso que mantuvo las propuestas de justicia social y responsabilidad del Estado para con los más pobres —ideas que en México venían de muy atrás— y cuya contraparte material fue el Pronasol. A la vez, ese liberalismo bautizado como social le permitió a Salinas justificar su adhesión a los principios del “Consenso de Washington”: apertura y predominio del mercado, privatización, austeridad fiscal y el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (ver: Luis Enrique Concepción Montiel, El Discurso Presidencial en México: el Sexenio de Carlos Salinas de Gortari, Porrúa, 2006). Ernesto Zedillo ya no se ocupó del discurso, sino de preparar la entrega del poder al PAN, pues el PRI ya no tenía forma de seguir monopolizándolo. Vicente Fox, a pesar de encabezar lo que parecía ser un cambio histórico de régimen, no supo o no quiso articular ningún gran discurso pese a que la democracia le hubiera dado materia de sobra. El primer presidente panista se limitó a instalarse en lo que había sido lo suyo como mánager de una gran empresa (Coca-Cola): el “marketing”, los spots y el “rating”. Hasta ahora, el sucesor de Fox, Felipe Calderón, no ha dedicado la mayor parte de su energía política a desarrollar una argumentación propia, sino a descalificar a AMLO, sin siquiera intentar analizar a fondo —para contrarrestar y neutralizar— la propuesta del tabasqueño.
El discurso alternativo. La oferta de AMLO parte de un diagnóstico avalado por todas las estadísticas y análisis disponibles desde, al menos, la época colonial: la mexicana ha sido y sigue siendo una sociedad cuya estructura de poder ha mantenido una explotación sistemática, a veces brutal y finalmente ilegítima, de las mayorías por una minoría que, sin recato alguno, ha corrompido y manipulado en su favor cada uno de los arreglos institucionales que han surgido a lo largo de la historia del país. La necesidad de poner el problema de la pobreza en el primer lugar de la agenda nacional está dictada por la historia y el sentido de la justicia y la dignidad. Para hacer efectivo el “Primero los Pobres” ya no es suficiente una nueva edición de Pronasol, Progresa u Oportunidades. Una política social compensatoria es importante, pero lo fundamental es la solución estructural, es decir, usar la política económica para crear empleo y, sobre todo, hacer lo que hasta hoy se ha soslayado: dar forma a un sistema educativo de calidad que impida que México siga reprobando en la evaluación internacional de la materia. Finalmente, lo que queda de nuestros recursos naturales estratégicos y no renovables —los hidrocarburos— no deben de ir a parar al sector privado y menos al extranjero, sino permanecer como propiedad pública y ser fuente de renta para que el Estado lleve a cabo la gran política social y económica que se requiere. Para que este proyecto no termine en fracaso y corrupción, como le ha sucedido a todos los de los dos últimos siglos, es indispensable transformar el entramado político y legal por el que hoy transcurre el desanimado y contradictorio desarrollo mexicano.
El cambio institucional en México es una empresa en extremo difícil, pero que se puede intentar por varias vías, una de ellas es a través de un movimiento social. Ese movimiento debe ser un intento colectivo, idealmente mayoritario, por darle expresión política a las exigencias de los que están en el fondo —y que son el sostén— de nuestra inaceptable pirámide social. Se trataría de estimular y canalizar la única energía que puede transformar el marco en que se desenvuelve la vida colectiva y poner al tema social como la meta cardinal del conjunto de las acciones públicas. Articular un discurso que contenga los elementos señalados no es fácil de refutar, porque es una propuesta cargada de legitimidad. Sin embargo, las estructuras de los intereses creados y la mental de la clase política en el poder están decididamente en contra de hacer realidad ese tipo de propuesta. En las condiciones actuales, ¿podrán AMLO, la Convención Nacional Democrática y el Frente Amplio Progresista —donde, para empezar, hay tantos personajes con biografías contrarias a la meta propuesta— generar y mantener vivo el entusiasmo y el compromiso que tamaña empresa demanda? Nadie puede responder satisfactoriamente a la interrogante, pero al menos hay un líder, una base social y una coyuntura para intentarlo.
Mantener vivo el entusiasmo. No se vayan con la finta, los medios sólo están presentando nohttp://www.blogger.com/img/gl.link.gifticias de Oaxaca, ese conflicto está más que ganado no van a dejar titere con cabeza, el paro de los empresarios (IP) no funcionó. La familia de Fecal está viviendo en el extranjero, según los rumores; La figura de presidente electo no tiene validez no existe por lo tanto debe haber una ceremonia o protocolo que legalize la toma de posesión, si creen que esto no va a subir de intensidad, ¡esperense! Todas las pistas apuntan a que Calderón tiembla de nervios, ¡suda petroleo! como en la pelicula del quinto elemento, ¿porqué se agarraron como perico a toallazos a calderón?, "la agenda de calderón, es la agenda del bostezo Nacional " anótenle ésta frase para el salón de la fama a Abraham Zabludovsky. Nunca crei que fuera posible dejar la cochina televisión, hice cuentas, ¡tres meses! sin ver a las brujas de "Dame-la-micha" la Mear-ker, Truquillo y López Doriga...Y LA CADENA HUMANA PROGRAMADA del 27 de sept. la boicoteo el PAN, pero que si se va hacer. que ahora si nos van avisar con tiempo. Tiene mucha tarea el pelele...
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