Marcos Roitman Rosenmann /y II
La digna rabia y la otra política
Tener dignidad, rabia acumulada, conciencia y un proyecto de futuro a los señores del dinero les molesta, agobia y pone en evidencia. Los estremece saber que hay personas que no se venden, que luchan contra la explotación que abren brecha, que se organizan desde abajo, democráticamente, sin lugar para la resignación y el conformismo.
Allí donde el proyecto emancipador de la condición humana es un mandar obedeciendo, ellos abandonan. Donde los principios de justicia social e igualdad se practican, ellos atacan hostigando las juntas del buen gobierno y los caracoles. No lo conseguirán. Tratan de justificar una ruptura del alto al fuego. Tienen el dinero y creen poder hacer todo o casi todo. Compran voluntades, practican la extorsión, la corrupción y el cohecho. Miles, cientos o millones es el lenguaje para obtener un acuerdo. Al fin y al cabo la democracia, se dicen, consiste en elegir una elite para encauzar los beneficios económicos del capital. Hoy los bancos, las grandes empresas y monopolios se quedan con el Estado. Lo privatizan. ¿Quién era el ingenuo que planteaba que el Estado no tenía un carácter de clase?
No pensarían ustedes que los explotados, los trabajadores, los pensionistas, los sin tierra, los campesinos, los pueblos indios serían, en esta crisis, los beneficiarios del crédito de cientos de millones de dólares y euros a fondo perdido. Los únicos agasajados son los mismos que robaron. Banqueros y financistas. Las reglas del juego son las del mercado, es decir, la del más fuerte, competitivo y contumaz. No importa que se termine en un desastre mayor. El resultado es administrar la crisis en tiempos del capital. Más despidos, miseria, muerte por hambre, desempleo y concentración de la riqueza. ¿Alguien se pregunta quién tiene los millones que dicen haber perdido todos? ¿Se han esfumado? Es sólo una gran operación de ingeniería financiera. Si economistas, políticos, historiadores, sociólogos, antropólogos y demás cuerpo técnico del establishment no han sido capaces de dar una salida a la crisis, tal vez el problema consista en presentar una alternativa al capitalismo. Y el EZLN propone y es alternativa, por ello es un peligro.
Por el contrario, el capitalismo no tiene salida. Sin embargo, es necesario administrar su fracaso. Por eso es obligado tener políticos capaces de entender y manejarse en sus redes. Para tal efecto, hay que educarlos, formarlos. Se les puede cooptar desde la izquierda; provenir de las guerrillas, entre más revolucionario se haya sido en el pasado mejor, otorga credibilidad ante las cámaras de televisión. El clásico “yo fui” pero ahora “ya no” es un antídoto para no caer en voluntarismos. Es parte del manual. Socialdemócrata, liberal, conservador o nueva izquierda, todos son cortados bajo el mismo patrón. Los únicos díscolos son aquellos que plantean la crítica abierta. Contra ellos se unen todos. No hay fisuras. Se les expulsa. Son los detractores, los anticapitalistas, los socialistas y los humanistas, hay que perseguirlos, encarcelarlos, ponerles grilletes, eliminarlos. Tienen conciencia y dignidad y no forman parte del juego.
De esta guisa, llegar a ocupar un cargo público supone invertir millones en campañas electorales y deshacerse de molestos precandidatos por el mecanismo más expedito. Si es el asesinato o la injuria da lo mismo que da igual. Todo vale en esta guerra sucia. La financiación, legal o ilegal, de las grandes compañías multinacionales apoyando a unos y dejando en ascuas a otros; la publicidad engañosa, clave en la formación de la imagen pública de los candidatos, y por último la participación activa de los ideólogos del sistema que dan el visto bueno con sus mensajes en los medios de comunicación social: todo está planificado. Nada excede el ritmo de los acontecimientos. No hay desborde. En este plano, sus hacedores se sienten orgullosos de hacer país, forman una cofradía. Se comunican sus secretos y conocen los trapos sucios del contrincante. Navegan por las cloacas del sistema comprando y vendiendo voluntades. No se dan cuartel. No importa cambiarse de chaqueta. El travestismo político es parte de su existencia.
Por lo enunciado, los candidatos, futuros miembros honorables de las cámaras de diputados, senadores, concejales, alcaldes, gobernadores o jueces han pagado peaje, salvo honrosas excepciones. Muchos son analfabetos funcionales. Todos contratan asesores, una especie de fenicio que acaba, la mayoría de las veces decidiendo, la trayectoria política de su asesorado. Incluso hoy licenciados en ciencias políticas y sociología, aspiran a ser “asesores políticos”. Profesionales de medio pelo, aceitados por el sistema. Los mueven la codicia y el consumismo. Escriben discursos ramplones y tienen un vocabulario propio de las ciencias políticas estadunidenses. Gobernanza, gobernabilidad, globalización, desarrollo endógeno, sociedad de la comunicación, desregulación, privatización, etcétera, su diccionario político no contempla conceptos como clases sociales, autodeterminación, soberanía, dignidad, explotación, alienación, socialismo o igualdad social. Ellos son igualmente víctimas, marionetas en manos de un reducido club de grandes banqueros y de una elite de la clase dominante que prefiere manejar los hilos tras bambalinas.
La lucha es hoy, como apunta la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, “hacer un acuerdo con las personas y organizaciones mero de izquierda, porque pensamos que es en la izquierda política donde está la idea de resistirse contra la globalización neoliberal, y de hacer un país donde haya, para todos, justicia, democracia y libertad. No como ahorita que sólo hay justicia para los ricos, sólo libertad para sus grandes negocios y sólo hay democracia para pintar las bardas con propaganda electoral. Y porque pensamos que sólo de la izquierda puede salir un plan de lucha para nuestra patria, que es México, no se muere”.
El noble camino elegido por el EZLN define la diferencia. Presupone sentirse parte de la condición humana, donde se respetan y ejercen las libertades y se reconocen en igualdad para todos. Es otra manera de entender y hacer política. Conlleva el retorno de la ética. Es abrir caminos de dignidad, espacios transitados desde perspectivas no hegemónicas, no coloniales, que rompen la dinámica del capital y el neoliberalismo. Éste ha sido el sendero por donde discurre el hacer del EZLN y ello tiene el valor de arriesgar propuestas y convivir con la incertidumbre de ver plasmado el proyecto. Por esta razón hay tanto que perder si no llega a realizarse. Sus enemigos son muchos y acechan en cada esquina, su forma es variada, acá sólo se visualiza la del dinero y sus cómplices. Como señaló Pablo González Casanova, el levantamiento de Chiapas el 1º de enero de 1994 no fue última revolución del siglo XX, sino la primera del siglo XXI. Su triunfo no es cuestión de marketing electoral, sino de articular conciencias y dignidad, y ello se ha producido. Ahora es cuestión de perseverar y no dejarse avasallar por el poder del dinero ni por el canto de sirenas de la sociedad de consumo.
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