Durante la filmación de Santo contra el asesino de la televisión, dirigida por Rafael Pérez Grovas, 1981 Foto: Lourdes Grobet. Tomada del libro Luna córnea, número 27
Ampliar la imagen El luchador y los niños, en Guatemala Foto: Estudio M. Miguel, ca. 1958
Unas horas antes de que el comandante Ernesto Che Guevara entrara a La Habana tras la huida del dictador Fulgencio Batista, el primero de enero de 1959, en las calles de esa ciudad, Santo, El Enmascarado de Plata cayó en las garras de un grupo de maleantes, donde un científico demente lo obliga a robar una fórmula para la desintegración molecular, lo que desencadena una batalla campal para evitar que el letal invento terminara en poder de una potencia extranjera.
Lo que parecía un libreto absurdo salido de la retorcida mente de un guionista, en realidad fue una broma del azar que hizo coincidir en tiempo y espacio el nacimiento de dos mitos: el del Che como héroe de la revolución y el de El Enmascarado de Plata, que debutó en el cine con Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales, filmadas simultáneamente en Cuba en aquel histórico diciembre de 1958.
En el ambiente se respiraba la tensión por el inminente arribo de las tropas rebeldes, los integrantes de la producción mexicana, dirigida por Joselito Rodríguez, con gran nerviosismo redoblaron esfuerzos y apresuraron las últimas escenas, inclusive descuidando detalles, con tal de salir lo antes posible de Cuba.
Del sepia a la pantalla de plata
Tras esa primera experiencia cinematográfica, El Santo se encargaría de defender a los desprotegidos, de enfrentar las más bizarras expresiones del mal: vampiros, zombies, cíclopes, marcianos, momias y un sinfín de monstruos y maleficios, entre los que se incluyó la seducción femenina, y con ello, se consagró ante un público devoto.
A 25 años de la muerte de Rodolfo Guzmán Huerta, El Santo adquirió así dimensiones de mito en la cultura popular mexicana, y empezó a producir su propia mitología, a caballo de una carrera exitosa ante un pueblo que lo idolatraba y de los abundantes relatos que paulatinamente enriquecieron el significado del personaje.
Nació en las arenas, pero empezó a construirse como leyenda multimedia en la historieta de José G. Cruz: Santo.
El Enmascarado de Plata. ¡Un semanario atómico! –iniciada en 1952, y que alcanzó tirajes de 300 mil ejemplares–, donde un superhéroe católico y conservador, combatía contra el mismísimo Satán, y no con superpoderes, sino con la protección de una imagen de la Virgen de Guadalupe que siempre llevaba entre sus ropas.
Y del papel sepia a la pantalla de plata, donde filmó 53 películas que fueron blanco de severas críticas por su cuestionada calidad y, al mismo tiempo, celebradas por el público y por una industria en crisis que encontró en El Enmascarado de Plata una tabla de salvación.
“Que me critiquen, no estoy haciendo cine de arte ni estoy concursando en ningún festival, esto que hago es para mi público y porque a la gente le gusta”, respondía El Santo.
Quizá porque el propio Santo se sentía cerca del pueblo que lo encumbró –recuerda El Hijo del Santo–; por eso cambiaba la máscara por una gorra y disfrutaba de acudir con su familia a ver sus propias películas. Ese estigma “populachero” persiguió también a la actriz Lorena Velázquez, quien protagonizó cinco filmes junto al enmascarado, los cuales la inmortalizaron como Chica-Santo. “Me hicieron burla, y hasta perdí un novio. Sí, me daba pena porque yo venía de estudiar en Bellas Artes, pero al final mi trabajo con El Santo tuvo mucha trascendencia”, reconoce la actriz, recordada por el Santo contra las mujeres vampiro, de 1962.
La leyenda de máscara
El misterio de la máscara no llegó por revelación a Rodolfo Guzmán, y la primera cubierta era verdaderamente espantosa: un grotesco rostro fabricado con cuero de cerdo, que al sudarla se volvía insoportable. La creencia popular decía que El Santo nunca se quitaba la máscara ni para bañarse ni para dormir, además de que se dice que nunca reveló su verdadero rostro hasta que apareció en el programa Contrapunto, de Jacobo Zabludovsky, tras lo cual murió días después.
Como leyenda funciona, aunque Rodolfo Guzmán cuidó con esmero este misterio, además de que desarrolló habilidades extraordinarias para cambiar de personaje en las situaciones más inverosímiles, lo cierto es que mucha gente lo conocía sin máscara.
Con todo, era célebre la habilidad de Rodolfo Guzmán para convertirse en El Santo en un parpadeo, y cuando estaba en riesgo su identidad era capaz de cambiar tres o cuatro veces de taxi.
No obstante, era de dominio público el domicilio del luchador, en Tulyehualco, e inclusive las combis que pasaban por enfrente anunciaban: “¡Parada casa de El Santo!”.
Del cine piojito a la sala de arte
El lance más asombroso de El Santo es el que lo saca de las salas pringosas de muégano y cáscara de pepita y lo lleva a los circuitos del cine de culto, donde minorías ilustradas encuentran nuevas lecturas del personaje y de toda la estética en este género de películas.
A esta especie de canonización también la han acompañado versiones no del todo verídicas, considera Orlando Jiménez, investigador especializado en lucha libre, según las cuales mientras en México el cine de luchadores era considerado de la peor calidad, en Europa era celebrado como piezas de arte. Otra vez el mito.
Todo empieza con una reseña que apareció en la revista francesa Midi-Minuit, en un número dedicado al cine fantástico, publicado en noviembre de 1965. Ahí, el crítico Luis Gasca reseña una retrospectiva de cine fantástico durante el festival de San Sebastián, de ese mismo año.
Gasca cuenta con cierta picardía que tras abusar de la sangría típica de la región, se proyectó en ese ciclo Santo contra las mujeres vampiro, de Alfonso Corona Blake. El texto hace una rápida comparación de El Enmascarado de Plata con un ídolo galo de los años 50, conocido como el Ángel Blanco, y destaca la carga erótica representada por la chicas chupasangre, así como la tímida insinuación lésbica del filme.
Décadas después, otra publicación francesa se ocupa del cine de El Santo, aunque esta vez es menos generosa. La revista Mad Movies, aparecida en 1978, se dedica al génesis del fantástico mexicano, y la pluma de Stephane Bourgoin se ensaña describiendo los errores de producción de esas cintas y echa todo el género de luchadores en el costal maldito del cine de bajo presupuesto. “Son de una mediocridad constante”, dice Bourgoin, quien sin embargo, admite, “pese a todo, tienen cierto encanto”.
En esta redefinición de El Santo, como mito y personaje contemporáneo, intervienen las tendencias culturales que caracterizan a las generaciones de los años 90, considera Itala Schmelz, directora del Museo de Arte Carrillo Gil y organizadora de la retrospectiva de ciencia ficción mexicana El futuro más acá.
“De repente mi generación está buscando otros iconos para identificar a la patria, quizá ya no los símbolos de antaño, más pueblerinos, sino unos populares que le parecen muy cool; un valor muy retro, traer una estampilla de El Santo. Los diseñadores para parecer muy mexicanos empiezan a retomar esta iconografía, un fenómeno muy de los años 90. “En parte es la necesidad de identificación, donde tiene mucho que ver la nostalgia posmoderna en la revalorización de los luchadores.
Sin perder de vista el trabajo muy serio que han hecho los investigadores para documentar la historia de la lucha libre, así como de todo lo que está detrás”, añade Schemelz.
Santo copyright
Un día, Rodolfo Guzmán le pidió al menor de sus hijos que lo acompañara a una función que protagonizaría en la arena El Cortijo. El pequeño niño de siete años nunca había visto luchar a su padre; sabía que era El Enmascarado de Plata, pero no tenía claro lo que eso implicaba.
Y ocurrió un milagro al llegar a la arena: el pequeño de los Guzmán fue testigo de cómo su padre desaparecía para trasmutar en Santo, El Enmascarado de Plata; mientras la gente se arremolinaba para golpear el toldo donde viajaba el ídolo y gritaban “Santo-Santo-Santo”, todo era un caos. Así recuerda El Hijo del Santo el momento en que entiendió la dimensión del trabajo de su padre.
Y más tarde fue el único de los cinco hijos de Rodolfo Guzmán que decidió continuar la leyenda, en 1982.
“Nunca dudé ni tuve miedo de que mi padre pudiera hacerme sombra. Ahora es mi guía por todas las cosas que viví con él y que me enseñó en vida.” El Hijo del Santo ha velado por el nombre de su padre sobre los enlonados y en la más violenta de las arenas: el mercado. “Si mi papá viviera estaría feliz con lo que estoy haciendo porque fue un patrimonio que dejó para sus hijos, aunque a la mejor no todos tuvieron esa visión, pero yo sí… Nadie sabe lo que es subirse al cuadrilátero a defender la máscara de El Santo, más que él y El Hijo del Santo.”
Los derechos sobre El Santo, le han generado problemas no sólo con la piratería común, sino incluso pleitos familiares y legales, cuando su sobrino, Axel, quiso luchar con el nombre de El Nieto del Santo.
“Él es nieto de Rodolfo Guzmán, eso nadie se lo quita, pero tanto El Hijo del Santo, como El Nieto del Santo son personajes registrados”, dice el heredero de la máscara, y advierte que no dejara que El Santo esté en manos de todos, porque no es del dominio público. Sin embargo, un cuarto de siglo después de la muerte del luchador que le dio vida a El Enmascarado de Plata, la máscara sigue viva en la galería multicolor del imaginario mexicano, donde aún resuena en la arena el inolvidable grito de “Santo-Santo-Santo”.
- La última entrevista que concedió el legendario luchador a finales de enero de 1984
- La máscara fue un verdadero problema; tuve que enfrentarme a mis seguidores: El Santo
- “Peleaba sucio y la gente me aplaudía, en ocasiones luchaba limpio y la ovación era mayor”
Pedro Aldana Aranda
Ampliar la imagen El Santo en una función en la Arena San Juan Pantitlán, en 1968, en el estado de México El Santo en una función en la Arena San Juan Pantitlán, en 1968, en el estado de México Foto: Antonio Zamora.
Tomada de la revista Luna Córnea, número 27 “Jamás pensé que El Santo fuera a durar tanto tiempo”, confesó Rodolfo Guzmán Huerta, mientras dejaba caer, pesadamente, su cuerpo, aún musculoso, en el sillón… La entrevista se realizó a finales de enero de 1984, en sus oficinas ubicadas en el Teatro Blanquita. Fue la última que concedió el legendario luchador. Éste es un resumen del texto publicado tras su muerte, en el diario unomásuno. “Nunca supe exactamente por qué el público me quiso tanto, A la gente le gustaba verme. Sinceramente yo no me agrado como luchador.
Me he visto en varias películas, en transmisiones de televisión y reconozco que mi estilo no fue de los mejores. Sin embargo, la afición me seguía. Por eso El Santo duró 40 años.”
¿Cuándo comprendió que debería retirarse?, se le preguntó. El enmascarado guardó silencio. A través de la máscara se apreciaba su mirada fija, aunque paradójicamente ajena. Quizás recordando sus últimos combates, en los que el esfuerzo era cada vez mayor.
“La lucha libre ha sido todo para mí”
Al responder, lo hizo con voz quebrada:
–Hace dos, o quizás tres años, sentí el descontrol en el organismo. En tres ocasiones perdí el conocimiento mientras peleaba.
Mis familiares estaban alarmados. Me pidieron que dejara la lucha, que no me arriesgara…. Fue una decisión difícil de tomar. La lucha libre ha sido todo para mí. “Dejar de luchar fue algo muy triste, aún recuerdo la reacción del público cuando me retiré. Me dijo adiós a su manera, con una fuerte ovación. Ésa es una de las más grandes satisfacciones que he recibido en mi vida.”
–¿Cuándo empezaron a proteger al Santo?, ¿cómo es posible que haya conservado durante tanto tiempo la máscara?
–Jamás me protegieron.
Yo me cuidaba solo, con mis conocimientos y experiencia. Siempre fui muy profesional y traté de dar lo mejor de mí. De entregarme en cada lucha, había mucha gente que deseaba desplazarme. Todos los oponentes fueron muy duros. Y si conservé la máscara fue porque siempre defendí mi anonimato. Aunque en muchas ocasiones estuve a punto de perderla.
Ante la mirada incrédula del reportero, El Santo se removió intranquilo, como si le incomodara el sofá en que descansaba. Aún poseía un cuerpo fuerte y compacto, aunque sus movimientos eran lentos. Debió añorar, sin duda, aquellos tiempos en que era peso welter y se movía ligerito por el enlonado y subía a los postes de las esquinas para lanzar su famoso tope con vuelta de campana, que dejaba planchados a sus enemigos.
El enmascarado suspiró hondamente y salió de sus reflexiones para aceptar la posibilidad de que, tal vez, sí lo protegieron.
“Quizás sí, lo hicieron –reflexionó–. En el sentido de que me ponían a buenos compañeros. Los mejores luchadores del momento me acompañaron en varias ocasiones y, a veces, cuando me atrapaban los contrarios, entraban a rescatarme. Pero le repito, la principal protección que tuvo El Santo, fue... El Santo –enfatizó con un movimiento de sus poderosas manos zurcadas por gruesas venas–.
“Mi vida ha sido el deporte. Desde los ocho años jugaba beisbol.
A los 12 años practiqué futbol americano. Cuando cumplí 14 ya sabía jiu jitsu, y a los 16 debuté como luchador profesional… Lo hice por gusto. Vi una función de lucha libre y me agradó. Sabía defenderme en lo que era un combate cuerpo a cuerpo, así que no me costó trabajo ingresar como luchador. Aún recuerdo que me pagaron siete pesos por mi presentación… Luché como técnico, con el nombre de Rudy Guzmán. Lo que más me agradó fue el recibimiento del público, que desde mi presentación hasta el retiro, siempre me ovacionó.
“Después vino mi primera gira, por Monterrey.
Me fui sin contrato ni nada. Apenas si saqué para comer. Pasé muchos sufrimientos. Los viajes eran cansadísimos. Nos hospedábamos en los peores hoteles, con malas comidas. Si aguanté fue porque la lucha me gustó desde el comienzo. No tenía necesidad de andar de un lado para otro. En ese tiempo trabajaba de obrero especializado en una fábrica de medias. Pero mi destino ya estaba escrito y lo seguí.”
Rudy Guzmán se dio cuenta que los luchadores que más llamaban la atención eran los enmascarados y decidió encapucharse. Fue en 1942. Se colocó una máscara, espantosa, de cuero, que con el sudor se convertía en un verdadero suplicio, pues le restiraba la cara y le pesaba bastante.
¿El nombre?… Había que buscar un contraste. Cuando decidí enmascararme también pensé en cambiar mi estilo, convertirme en un rudo desalmado. Entonces quise usar el nombre de Ángel, pero finalmente me decidí por Santo. También me inspiré en un luchador estadunidense que utilizaba el nombre de Máscara de Hierro. Yo me puse el Enmascarado de Plata.
Triunfo
El debut de El Santo sorprendió a los aficionados, pues aquel ágil enmascarado logró triunfar sobre la primera figura de los enlonados de aquel tiempo: Ciclón Veloz. Aquella máscara dio un giro en la vida de Rodolfo Guzmán. El público abarrotó las arenas en donde él se presentó. “Me gustaba enardecer a la gente, no sólo acababa con mis enemigos sino también con los réferis.
Peleaba sucio y la gente me aplaudía, en ocasiones luchaba limpio y la ovación era mayor.”
La máscara cubrió la identidad de Rodolfo Guzmán. De no haberla usado el mito de El Santo no habría existido, pues sus familiares le pidieron que abandonara la lucha después de que dos de sus hermanos, La Pantera Negra y Black Guzmán murieron, uno durante una lucha y el otro mientras entrenaba… “Me dijeron que me retirara. Lo hice, pero a las tres semanas reaparecí como Santo. Mi familia tardó mucho tiempo en descubrir que Rodolfo Guzmán y el Enmascarado de Plata eran la misma persona.
–¿Cuántas veces puso en juego su máscara?
–Muchas. Calculo que fueron más de 70.
La cuidé mucho, con exageración. Cuando sabía que mi identidad estaba en juego, me ponía nervioso, tenía miedo de subir a luchar. Pero ya arriba del encordado la defendí con toda el alma.
–¿Cómo fue que el villano se convirtió en héroe?
–El cambio era necesario. La imagen de El Santo comenzó a explotarse comercialmente, en revistas y películas. El Enmascarado de Plata luchaba contra malos, estaba del lado de la justicia. Así que no podía seguir siendo rudo y me convertí en técnico… Conservar el anonimato no fue tarea fácil para El Santo.
La máscara influyó decididamente para explotar su imagen, crear misterio, pero también significó sacrificio, esclavitud…
“Siempre me gustó la leyenda que se creó alrededor de El Santo. Logré una gran proyección. Visité casi todo el mundo, me recibieron varios presidentes. En cualquier parte donde me presentaba causaba admiración. Pero tuve que sufrir mucho para mantener el misterio. No sólo me enfrenté a verdaderas fieras del cuadrilátero y las vencí para conservar mi identidad, sino que también tuve que enfrentar a mis seguidores, a los curiosos, a muchos reporteros que seguían mis pasos para descubrir quién era El Santo. La máscara fue un verdadero problema.”
–¿En el cuadrilátero no le llegaron a quitar la máscara?
–En muchas ocasiones mi rostro casi quedó al descubierto.
Mis rivales me despedazaron la capucha. Fueron infinitas las veces en que lo intentaron, pero jamás lo consiguieron… Son pocas las personas que me conocen sin máscara.
–¿Qué diferencia hay entre la lucha de antes y la actual?
–Son totalmente distintas. Cuando la lucha libre empezó en México, quienes la practicábamos lo hacíamos de una manera efectiva. Nos la pasábamos aplicando llaves, castigando a nuestros rivales con diferentes tomas; si nos hacían la contra, de inmediato aplicábamos otro agarre.
Así, hasta que uno de los dos tenía que rendirse. Las llaves de lucha son tan fuertes que pueden llegar a causar la muerte de un individuo… Ahora las cosas son muy distintas, la lucha actual es un espectáculo aéreo.
–¿Qué es la lucha?
–Es uno de los deportes más completos que existen. Antes de ser payaso, el luchador debe ser atleta.