- Rechazar la foto de un auditorio semivacío, su primera decisión al frente del sol azteca
- Reformar para volver a creer, predica Jesús Ortega ante la peor crisis interna
- El otrora pequeño grupo de los chuchos conquistó la hegemonía luego de apoyar a AMLO
Arturo Cano- ¿PARA VOLVER A CREER? NI LA MAMÁ DE JESUS ORTEGA LE CREE, NUNCA MÁS UN PINCHURRIENTO VOTO PARA LOS DESPRECIABLES CHUCHOS
Ampliar la imagen Hortensia Aragón y Jesús Ortega, en la ceremonia de ayer Hortensia Aragón y Jesús Ortega, en la ceremonia de ayer Foto: María Luisa Severiano
La primera decisión de Jesús Ortega Martínez, unos minutos antes de ser ungido presidente del PRD, fue rechazar la fotografía de un auditorio semivacío. Así, su toma de protesta, su llegada a un cargo que buscó por primera vez hace 12 años, se realizó en la explanada de la delegación Venustiano Carranza, “el corazón de Nueva Izquierda”, según definía la propaganda de esa corriente, puesta en una enorme manta. El auditorio, sede del Consejo Nacional, tiene capacidad para mil 200 personas; adentro sólo estaban unos 150 consejeros y algunos invitados. De modo que todos acompañaron a Ortega a encontrarse con la gente venida de colonias populares del Distrito Federal y municipios conurbados.
Una canción de banda recibió y despidió a Ortega. Las banderas amarillas se movían al son del estribillo: “Que me toquen la godocha pa’ bailar”. Estuvieron todos los que tenían que estar, es decir, los consejeros y dirigentes de Nueva Izquierda (NI) y sus aliados, esta vez con el añadido de los cuadros de la corriente Foro Nuevo Sol, que encabeza la gobernadora Amalia García, pese a que en la elección interna jugaron con el adversario de Ortega. La razón era simple: Hortensia Aragón, integrante de Foro, asumía el segundo cargo en importancia. Ella fue la primera en hablar y mencionó a Alejandro Encinas. Tras nombrarlo, reafirmó su compromiso de “luchar por un PRD de firme oposición al gobierno espurio de Felipe Calderón”.
Un solitario silbido siguió al momento en que Aragón nombró a Andrés Manuel López Obrador. No pasó de ahí, aunque los chuchistas reunidos apenas le dieron a la secretaria general un aplauso de rigor. Otros vientos soplaban hace cuatro años, cuando estos mismos militantes y dirigentes despidieron a Cuauhtémoc Cárdenas con abucheos y gritos de “¡Obrador, Obrador!” No lo nombró Ortega, metido este domingo en un traje negro, con una corbata amarilla repleta de loguitos del PRD (afuera del auditorio, corbatas iguales estaban en oferta: 400 pesos).
Habló Ortega, en cambio, de la desigualdad en el país, de la oportunidad de derrotar a la derecha y, sobre todo, de la izquierda “moderna” y “democrática” que entrará –con él– en la presidencia del PRD, en la quinta etapa de una treintañera historia de unidad. El big bang de las izquierdas, se explicó, fue la formación del Partido Socialista Unificado de México. La segunda etapa fue el Partido Mexicano Socialista. La tercera, el Frente Democrático Nacional. La cuarta, naturalmente, el PRD. La quinta etapa, definió Ortega bajo el sol de mediodía, será un “nuevo frente político y electoral” que unifique al mayor número posible de las izquierdas del país. El nuevo presidente del PRD subrayó la fórmula: “Nuevo frente”, quizá para dejar claro que no hablaba de un Frente Amplio Progresista recargado.
Mensaje para descreídos
Aunque no le interesa encontrarse ya con Alejandro Encinas (“dirigente de una minoría”, lo definió), Ortega propuso en su discurso formar una comisión para, “en un tiempo corto”, contar con un proyecto de “reforma profunda, radical y urgente” del PRD. Soltó su eslogan, dirigido a los descreídos: “Reformar es volver a creer”. Por lo pronto, en esa ruta, el jefe de los chuchos –y desde ayer presidente del PRD– propuso fiscalizar todos los dineros del partido, además de la integración, para sorpresa de algunos, de “una comisión investigadora de los comicios anteriores”, con la finalidad de que “quien haya hecho fraude, que sea castigado con todo el peso de nuestros estatutos, sea quien sea”.
Ayer, los perredistas sólo se pudieron poner de acuerdo en la integración de la Comisión Política Nacional, a la que puede definirse, según antiguas expresiones, como una suerte de “buró político”. Las demás instancias partidistas quedaron pendientes. Resultado de lo que Ortega llama “pérdida de tiempo y energía” en querellas internas. Todo eso dijo Ortega, poco después de que la bandera del PRD se cayera y fuera rápidamente alzada por su esposa, Angélica de la Peña. Todo eso dijo en su rendición de protesta, un acto con gran carga de improvisación, aunque –pese a ello– transcurrió sin mayores sobresaltos.
La propuesta “plural y posible”
“No hemos engañado a nadie. Nos vamos a disolver, pero nos vamos a reagrupar como otra corriente más fuerte, con más presencia y sin lastres”, dijo el entonces senador Jesús Ortega el 28 de marzo de 2004, tras el anuncio –nunca cumplido– de la desaparición de las corrientes del PRD. Hoy algunas de esas corrientes se han fortalecido y otras prácticamente se han extinguido. Todas siguen con sus “lastres”, si con eso se refería Ortega a algunos militantes que no se han movido de sus agrupamientos. Ayer se repartieron 13 de las 15 posiciones de la Comisión Política Nacional. Seis posiciones fueron para Izquierda Unida y siete para NI y aliados. Trece militantes, entre los que destacan los jefes de las corrientes, como Héctor Bautista, Dolores Padierna, René Arce, Armando Quintero y Jesús Zambrano, quienes se suman a Ortega y Aragón.
Si nos atenemos a sus historias anteriores al big bang, los ganadores son los ex miembros del Partido Comunista, con cinco posiciones, seguidos por las dos del Partido Socialista de los Trabajadores. A esa agrupación perteneció Ortega –en sus mocedades–, cuando Graco Ramírez se lo topó en reuniones de la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, en 1972. Antes, este último había conocido en Aguascalientes a Antonio Ortega, hermano del ahora presidente del PRD. Por esa ruta llegó a Jesús, a quien describe como una persona “callada e introvertida, aunque muy reflexiva”.
Graco Ramírez lo convenció de dejar los estudios y dedicarse a la política profesional. Muy joven, Ortega fue diputado federal y repitió dos veces, ya con posterioridad a la ruptura con Rafael Aguilar Talamantes. En 1996 Ortega, ya jefe de la todavía pequeña corriente que recibiría su mote por los nombres de pila de él y de Jesús Zambrano, buscó la presidencia del PRD, pero no llegó a contender porque se sumó a López Obrador. Gracias a esa jugada obtuvo la secretaría general y mucho más. Esos tres años significaron para los chuchos “un salto en nuestro desarrollo y el inicio formal de la nuestra como una corriente nacional”, como definió hace algún tiempo Jesús Zambrano.
En 1999 Ortega se enfrentó a Amalia García por el cargo que ocupa desde ayer. La elección fue anulada tras uno de los primeros escándalos que los perredistas ofrecieron al país. Aquel enredo terminó con una “candidatura de unidad”, decidida vía encuesta en favor de Amalia García. Tres años después cayó frente a Rosario Robles. Hace tres años declinó nuevamente postularse, aunque su corriente pactó la secretaría general a cambio de apoyar a Leonel Cota. Ayer, tras un nuevo y prolongado escándalo, que sus adversarios bautizaron como el chuchinero (el concepto se atribuye a Enrique Vargas, diputado local por Azcapotzalco), Ortega es al fin presidente del PRD.
Es el primer presidente del partido que llega sin el aval del “gran líder”, presumieron los dirigentes de Nueva Izquierda, quizá porque quieren olvidar con toda intención a Porfirio Muñoz Ledo. Es un político hecho para las antesalas y los pasillos, para las negociaciones tras bambalinas, dueño de un pragmatismo sin límites, definieron sus adversarios. Ya en el auditorio, Ortega fue el encargado de leer los 15 nombres del buró político perredista. No dijo que eran los mejores hombres y mujeres del PRD, lo usual en estos casos. “Es una propuesta plural y además posible”, soltó. Luego se tomó la foto que antes rechazó y se arrancó a dar abrazos.
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