'Ni independencia ni revolución'
Lorenzo Meyer (24 de febrero 68 años) FELICIDADES ¡¡
25 Feb. 10
En un país donde la política parece de caricatura, la auténtica caricatura puede ser alta política
Reconocimiento
Lo ideal es que los reconocimientos públicos se hagan mientras quien los merece esté aún entre nosotros y en activo. Es por eso que al aparecer en este año de centenarios el libro de Eduardo del Río, Rius, 2010, ni independencia ni revolución (Planeta, 2010), se abre la oportunidad de acercarnos a este autor no sólo para examinar sus ideas sobre la independencia y la revolución sino a su empeño por salvar, vía la caricatura y el humor crítico, lo que hay de esencial en México.
Honor y humor
Se dice que en 1525, y tras su derrota en Pavía a manos del emperador Carlos V, Francisco I, rey de Francia, herido y hecho prisionero, escribió a su madre: "todo se ha perdido menos el honor". En realidad, el rey escribió algo un poco más largo, pero lo que finalmente pasó a la historia es lo citado. Pues bien, en México, los herederos de otros derrotados en la misma época, y también por súbditos de Carlos V, podemos parafrasear al desafortunado monarca galo, y afirmar: mucho se ha perdido, menos el humor. Eso es, al menos, lo que se desprende de toda la obra de Rius, donde la ironía va a cuenta de lo perdido.
La buena acogida que desde hace 56 años han tenido los cartones, historietas e historias contadas por Rius con ayuda de sus "monos" -se trata de obras que ya traspasaron las fronteras, pues al menos una docena se ha traducido al inglés-, ha contribuido a mantener la autoestima de los mexicanos que se identifican con ellas. Con la visión, temas y personajes de Rius, y de los otros caricaturistas que han marchado por el mismo sendero, la dignidad ciudadana podrá estar herida pero no destruida.
El humor político de calidad suele ser uno de los ácidos que corroe y destruye esa parte del discurso del poder con el que las élites buscan ocultar abusos y hacer pasar por alta política lo que no es otra cosa que irresponsabilidad y demagogia combinadas con prepotencia, arbitrariedad y corrupción. Las caricaturas al estilo de Rius reafirman la verdad que encierra ese desafío que Miguel de Unamuno lanzó al poder de los franquistas: "venceréis pero no convenceréis".
El instrumento político empleado por Rius tiene una fuerte raíz histórica. Caricaturas en contra de los poderosos eran ya empleadas en la Roma imperial. La estirpe mexicana de donde proviene el distinguido "monero" zamorano construyó su propio espacio vital en la prensa de opinión de principios del siglo XIX. Fue esa época un mal momento para México pero, por lo mismo, un gran momento para la caricatura de oposición. Más adelante, ya en los periodos de estabilidad autoritaria -el Porfiriato y la post revolución-, hubo un esfuerzo sistemático desde el gobierno y con relación a la prensa y sus caricaturistas para combinar censura y represión con una buena dosis de cooptación, al punto que esta última fue ya el elemento dominante durante el régimen del PRI. Como consecuencia, proliferaron los ejemplos de caricaturistas dispuestos a legitimar al poder y contribuir así a diluir el sentimiento público de agravio. Sin embargo, la historia ha terminado por ser generosa y justa con quienes se arriesgaron a tomar el partido de los ofendidos y asumieron las consecuencias.
Rius siempre ha estado en las filas de estos últimos; baste recordar aquí dos episodios: esa caricatura suya de 1964 que fue presentada como portada de la revista Política y que resultó profética: un inconfundible Gustavo Díaz Ordaz (GDO) vestido con sotana y teniendo en su estola dos suásticas; ahora bien, el costo de ese gesto fue alto -Política desapareció- pero la definición del carácter de GDO resultó trágicamente acertada y eso se recuerda. Inmediatamente después del golpe autoritario, Rius reapareció y se superó con esa estupenda historieta que fueron "Los Supermachos", un microcosmos pueblerino que sirvió para destacar las características y consecuencias del ejercicio cotidiano del poder en el México del PRI clásico. "Los Supermachos" fueron todo un éxito, pues su tiraje llegó a ser de cientos de miles, pero el poder decidió castrar a esos personajes inolvidables -Calzonzin, don Perpetuo del Rosal, etcétera- mediante la compra, no del autor -eso era imposible-, sino de la editorial, lo que obligó a Rius a abandonar sus criaturas y éstas, ya pura forma sin contenido, terminaron en la insignificancia y el olvido. Nuestro "monero" volvió a la carga y dio vida a "Los Agachados" (1968-1981). Ambas historietas son hoy una fuente de primer orden para quien quiera conocer o investigar la naturaleza de la vida y la cultura cívica de México en la etapa clásica del autoritarismo priista.
El monero como historiador
Rius lleva ya más de medio siglo reflejando, vía sus "monos", una parte de la realidad mexicana afectada por el mal uso del poder pero, también, divulgando sus ideas en torno a un espectro tan amplio de temas, que el catálogo de sus más de cien libros abarca desde Cuba (fue el primero) hasta Cristo, o Marx, pasando por la filosofía y la alimentación. Hay en Rius un enciclopedista enfebrecido que, quizá por ser autodidacta, tiene la capacidad de llegar a un público tan amplio que es asombro y envidia de los especialistas "serios".
2010, ni independencia ni revolución no es el primer trabajo en que Rius aborda temas de la historia política mexicana, pero éste es ya una síntesis de su interpretación de nuestro pasado, una que busca crear conciencia y explicar la naturaleza de los problemas contemporáneos por vía de sus orígenes.
En las 192 páginas de la obra que aquí se comenta se aborda el pasado mexicano desde sus orígenes prehistóricos hasta el presente, pero poniendo el énfasis en dos tesis propias de este año de centenarios: la naturaleza de los procesos a los que dieron lugar tanto la independencia como la revolución, procesos que finalmente no llevaron ni a una independencia efectiva ni a un cambio realmente revolucionario. En consecuencia, no hay nada que celebrar.
La Independencia
Para Rius, la independencia no cumplió con lo que debió ser su meta central, según Morelos: transformar la estructura social de la colonia. Visto desde abajo, desde la perspectiva de los indios y parte de los mestizos, la transformación de la Nueva España en un Estado soberano no significó otra cosa que cambiar para no cambiar, porque ésa fue la intención de Iturbide y los criollos que le apoyaron. En esas condiciones, el sentido de patria simplemente no podía desarrollarse en la mayoría de los formalmente mexicanos.
La Revolución de 1910
Aquí Rius vuelve a sostener una tesis similar a la anterior y que coincide con la del académico norteamericano Ramón Eduardo Ruiz (The Great Rebellion: Mexico 1905-1924 [Norton, 1980]): la Revolución Mexicana no fue realmente una revolución sino una rebelión -"revolucioncita", la llamó en su libro de 1978-, pues las estructuras e instituciones del país no experimentaron transformaciones de importancia. Desde esta perspectiva, quienes podrían haber llevado a cabo una revolución, como Zapata o Villa, murieron en el intento, y los que finalmente alcanzaron el poder nunca intentaron una revolución, así pues "¿qué revolución festejamos?". Desde luego que terminada la lucha no hubo ni sufragio efectivo ni un cambio significativo en las estructuras de propiedad, sino más bien un cambio de personajes al frente de las estructuras de poder pero sin que éstas modificaran su orientación, al menos no antes de la llegada a la Presidencia del general Lázaro Cárdenas. En esta visión, Cárdenas y el cardenismo son lo inesperado, la notable excepción que confirma que lo ocurrido a partir de 1910 no fue una revolución.
Conclusión
La propuesta de Rius es contundente: en este 2010 no deberíamos festejar una independencia ni una supuesta revolución que finalmente no resolvieron sino apenas pospusieron los problemas y las contradicciones que se incubaron desde la época colonial. No siendo Rius un historiador ni un investigador profesional, y arriesgándose página a página a hacer grandes generalizaciones con pocos matices, tiene ciertos datos y afirmaciones que pueden ser cuestionados. Sin embargo, ese posible ejercicio de crítica al crítico no tiene sentido, pues el objetivo de Rius no es realmente hacer historia en el sentido estricto y puntual del término sino, entre muchas bromas y muchas veras, cuestionar el sentido mismo de la celebración oficial de los centenarios mediante una interpretación radical de nuestro proceso político desde la perspectiva de los agraviados históricos, de los que han constituido la gran base de la pirámide social de cada época.
Honor y humor
Se dice que en 1525, y tras su derrota en Pavía a manos del emperador Carlos V, Francisco I, rey de Francia, herido y hecho prisionero, escribió a su madre: "todo se ha perdido menos el honor". En realidad, el rey escribió algo un poco más largo, pero lo que finalmente pasó a la historia es lo citado. Pues bien, en México, los herederos de otros derrotados en la misma época, y también por súbditos de Carlos V, podemos parafrasear al desafortunado monarca galo, y afirmar: mucho se ha perdido, menos el humor. Eso es, al menos, lo que se desprende de toda la obra de Rius, donde la ironía va a cuenta de lo perdido.
La buena acogida que desde hace 56 años han tenido los cartones, historietas e historias contadas por Rius con ayuda de sus "monos" -se trata de obras que ya traspasaron las fronteras, pues al menos una docena se ha traducido al inglés-, ha contribuido a mantener la autoestima de los mexicanos que se identifican con ellas. Con la visión, temas y personajes de Rius, y de los otros caricaturistas que han marchado por el mismo sendero, la dignidad ciudadana podrá estar herida pero no destruida.
El humor político de calidad suele ser uno de los ácidos que corroe y destruye esa parte del discurso del poder con el que las élites buscan ocultar abusos y hacer pasar por alta política lo que no es otra cosa que irresponsabilidad y demagogia combinadas con prepotencia, arbitrariedad y corrupción. Las caricaturas al estilo de Rius reafirman la verdad que encierra ese desafío que Miguel de Unamuno lanzó al poder de los franquistas: "venceréis pero no convenceréis".
El instrumento político empleado por Rius tiene una fuerte raíz histórica. Caricaturas en contra de los poderosos eran ya empleadas en la Roma imperial. La estirpe mexicana de donde proviene el distinguido "monero" zamorano construyó su propio espacio vital en la prensa de opinión de principios del siglo XIX. Fue esa época un mal momento para México pero, por lo mismo, un gran momento para la caricatura de oposición. Más adelante, ya en los periodos de estabilidad autoritaria -el Porfiriato y la post revolución-, hubo un esfuerzo sistemático desde el gobierno y con relación a la prensa y sus caricaturistas para combinar censura y represión con una buena dosis de cooptación, al punto que esta última fue ya el elemento dominante durante el régimen del PRI. Como consecuencia, proliferaron los ejemplos de caricaturistas dispuestos a legitimar al poder y contribuir así a diluir el sentimiento público de agravio. Sin embargo, la historia ha terminado por ser generosa y justa con quienes se arriesgaron a tomar el partido de los ofendidos y asumieron las consecuencias.
Rius siempre ha estado en las filas de estos últimos; baste recordar aquí dos episodios: esa caricatura suya de 1964 que fue presentada como portada de la revista Política y que resultó profética: un inconfundible Gustavo Díaz Ordaz (GDO) vestido con sotana y teniendo en su estola dos suásticas; ahora bien, el costo de ese gesto fue alto -Política desapareció- pero la definición del carácter de GDO resultó trágicamente acertada y eso se recuerda. Inmediatamente después del golpe autoritario, Rius reapareció y se superó con esa estupenda historieta que fueron "Los Supermachos", un microcosmos pueblerino que sirvió para destacar las características y consecuencias del ejercicio cotidiano del poder en el México del PRI clásico. "Los Supermachos" fueron todo un éxito, pues su tiraje llegó a ser de cientos de miles, pero el poder decidió castrar a esos personajes inolvidables -Calzonzin, don Perpetuo del Rosal, etcétera- mediante la compra, no del autor -eso era imposible-, sino de la editorial, lo que obligó a Rius a abandonar sus criaturas y éstas, ya pura forma sin contenido, terminaron en la insignificancia y el olvido. Nuestro "monero" volvió a la carga y dio vida a "Los Agachados" (1968-1981). Ambas historietas son hoy una fuente de primer orden para quien quiera conocer o investigar la naturaleza de la vida y la cultura cívica de México en la etapa clásica del autoritarismo priista.
El monero como historiador
Rius lleva ya más de medio siglo reflejando, vía sus "monos", una parte de la realidad mexicana afectada por el mal uso del poder pero, también, divulgando sus ideas en torno a un espectro tan amplio de temas, que el catálogo de sus más de cien libros abarca desde Cuba (fue el primero) hasta Cristo, o Marx, pasando por la filosofía y la alimentación. Hay en Rius un enciclopedista enfebrecido que, quizá por ser autodidacta, tiene la capacidad de llegar a un público tan amplio que es asombro y envidia de los especialistas "serios".
2010, ni independencia ni revolución no es el primer trabajo en que Rius aborda temas de la historia política mexicana, pero éste es ya una síntesis de su interpretación de nuestro pasado, una que busca crear conciencia y explicar la naturaleza de los problemas contemporáneos por vía de sus orígenes.
En las 192 páginas de la obra que aquí se comenta se aborda el pasado mexicano desde sus orígenes prehistóricos hasta el presente, pero poniendo el énfasis en dos tesis propias de este año de centenarios: la naturaleza de los procesos a los que dieron lugar tanto la independencia como la revolución, procesos que finalmente no llevaron ni a una independencia efectiva ni a un cambio realmente revolucionario. En consecuencia, no hay nada que celebrar.
La Independencia
Para Rius, la independencia no cumplió con lo que debió ser su meta central, según Morelos: transformar la estructura social de la colonia. Visto desde abajo, desde la perspectiva de los indios y parte de los mestizos, la transformación de la Nueva España en un Estado soberano no significó otra cosa que cambiar para no cambiar, porque ésa fue la intención de Iturbide y los criollos que le apoyaron. En esas condiciones, el sentido de patria simplemente no podía desarrollarse en la mayoría de los formalmente mexicanos.
La Revolución de 1910
Aquí Rius vuelve a sostener una tesis similar a la anterior y que coincide con la del académico norteamericano Ramón Eduardo Ruiz (The Great Rebellion: Mexico 1905-1924 [Norton, 1980]): la Revolución Mexicana no fue realmente una revolución sino una rebelión -"revolucioncita", la llamó en su libro de 1978-, pues las estructuras e instituciones del país no experimentaron transformaciones de importancia. Desde esta perspectiva, quienes podrían haber llevado a cabo una revolución, como Zapata o Villa, murieron en el intento, y los que finalmente alcanzaron el poder nunca intentaron una revolución, así pues "¿qué revolución festejamos?". Desde luego que terminada la lucha no hubo ni sufragio efectivo ni un cambio significativo en las estructuras de propiedad, sino más bien un cambio de personajes al frente de las estructuras de poder pero sin que éstas modificaran su orientación, al menos no antes de la llegada a la Presidencia del general Lázaro Cárdenas. En esta visión, Cárdenas y el cardenismo son lo inesperado, la notable excepción que confirma que lo ocurrido a partir de 1910 no fue una revolución.
Conclusión
La propuesta de Rius es contundente: en este 2010 no deberíamos festejar una independencia ni una supuesta revolución que finalmente no resolvieron sino apenas pospusieron los problemas y las contradicciones que se incubaron desde la época colonial. No siendo Rius un historiador ni un investigador profesional, y arriesgándose página a página a hacer grandes generalizaciones con pocos matices, tiene ciertos datos y afirmaciones que pueden ser cuestionados. Sin embargo, ese posible ejercicio de crítica al crítico no tiene sentido, pues el objetivo de Rius no es realmente hacer historia en el sentido estricto y puntual del término sino, entre muchas bromas y muchas veras, cuestionar el sentido mismo de la celebración oficial de los centenarios mediante una interpretación radical de nuestro proceso político desde la perspectiva de los agraviados históricos, de los que han constituido la gran base de la pirámide social de cada época.
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