Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Manos sucias abundan en México. Sobran pero ahí siguen. Los que tienen manos sucias a menudo tratan de lavarlas en los medios. Hay de suciedades a suciedades: las hay dignas, como quien en la miseria de todos los días no tiene agua corriente, o el campesino que se las ensucia amasando la tierra de su parcela hostil, y en cambio hay manos sucias en los medios masivos, como la televisión, que suele tener manos manchadas de inmoralidad que trueca en dinero, pringadas de complicidad, de connivencia, de censura, de compicheo. Felipe Calderón, quien hoy se sienta en la silla presidencial, presumía, cuando era candidato, de manos limpias y mostró lo contrario en el estercolero electoral con el que sigue queriendo convencernos de que ganó la Presidencia. Tienen manos sucias los miembros de su gabinete. El que dirige la hacienda pública las tiene sucias. Sucias las tiene también su secretario de Seguridad, y ya no hablemos de la inmundicia en que se revuelca gentuza como Javier Lozano Alarcón, Elías Ayub, Elba Esther Gordillo, Francisco Ramírez Acuña o Miguel Ángel Yunes…
La embestida contra el sindicalismo mexicano, mal disfrazada de decreto que buscaba la eficiencia de una empresa pública, no ha sido más que otra mal articulada bofetada –en los hechos ilícita, vergonzante, retorcida– de la derecha radical y protoempresaria a los movimientos sociales de México. Se ha lanzado una campaña en los medios, principalmente en la televisión, en Televisa y tv Azteca, que hace creer que las conquistas laborales del Sindicato Mexicano de Electricistas (ojo: el gobierno no controla al SME, a diferencia de lo que pasa con el SNTE, en garras de la mafia que encabeza Elba Esther Gordillo) son privilegios inmerecidos. Precisamente uno de los postulados del sindicalismo militante es la lucha por obtener las mejores condiciones de vida para los agremiados en un sindicato: es en los hechos la puesta en práctica de un socialismo no dogmático y el ejercicio del compromiso social. Lo que en realidad algunos pensábamos que estaba en juego detrás de la extinción de LyFC ahora ha quedado más claro que el agua: además de golpear uno de los pocos organismos socialistas exitosos todavía vivos en México, el motivo no es, en realidad, la presunta ineficacia de la compañía pública, sino el jugoso negocio del tendido de fibra óptica en el centro del país que es la zona de influencia de LyFC . “Casualmente”, el SME proponía en un futuro la provisión gratuita (ojo: gratuita... eso es un pecado en el mundillo ultra capitalista en el que viven los poderes fácticos en este país) de lo que en la industria de las telecomunicaciones llaman triple play, es decir, televisión de cable, internet y telefonía convergentes con la red de fibra óptica. Se decía y se sabe ahora que quienes sin tapujos ni reconcomios morales están detrás de la andanada, son los empresarios Claudio X. González, muy cercano siempre a Emilio Azcárraga Jean y todo lo que huela a Televisa y, desde luego, el infaltable Carlos Slim. Todo el jelengue mediático, el empleo de la fuerza pública, los amagos de represión por parte del secretario de gobernación (el abogado salinista Gómez Mont) no son más que una cortina de humo, una mascarada con que disimular apenas otro afán privatizador, plagado de mentiras, de ocultamientos, de trácalas esquineras que se sumarán a las otras, las del pasado, las que suponían, con el involucramiento de los tiburones empresarios, una mejoría y el presunto abaratamiento de los servicios de telecomunicaciones al desatarse la competencia entre particulares, pero que en los hechos no es, verbigracia lo que padecemos con Telmex o Telcel, lotes del magnate relámpago Slim, sino la consecución del abuso: en México pagamos las tarifas telefónicas más caras del mundo.
Incómodo revés fue que se aireara públicamente la información que el sindicato de taimados que es el gabinete de Calderón pretendiera escamotear al Congreso. Pero ninguna ilusión se hace esta columna: México es en los hechos un país gobernado por las televisoras privadas del duopolio y por fortunas amasadas con la cobija del despotismo. La Constitución, el poder parlamentario, el diálogo, la confianza en las decisiones gubernamentales (presupuestas en pos del bien común y republicano) y conceptos tan sobados, como decencia, honestidad, justicia o verdad, no son más que piedritas en el zapato de la avaricia desmedida, entelequias, incomodidades. Al final, casi de seguro y como siempre, prevalecerá el abuso. Otra vez.
kikka-roja.blogspot.com/
La embestida contra el sindicalismo mexicano, mal disfrazada de decreto que buscaba la eficiencia de una empresa pública, no ha sido más que otra mal articulada bofetada –en los hechos ilícita, vergonzante, retorcida– de la derecha radical y protoempresaria a los movimientos sociales de México. Se ha lanzado una campaña en los medios, principalmente en la televisión, en Televisa y tv Azteca, que hace creer que las conquistas laborales del Sindicato Mexicano de Electricistas (ojo: el gobierno no controla al SME, a diferencia de lo que pasa con el SNTE, en garras de la mafia que encabeza Elba Esther Gordillo) son privilegios inmerecidos. Precisamente uno de los postulados del sindicalismo militante es la lucha por obtener las mejores condiciones de vida para los agremiados en un sindicato: es en los hechos la puesta en práctica de un socialismo no dogmático y el ejercicio del compromiso social. Lo que en realidad algunos pensábamos que estaba en juego detrás de la extinción de LyFC ahora ha quedado más claro que el agua: además de golpear uno de los pocos organismos socialistas exitosos todavía vivos en México, el motivo no es, en realidad, la presunta ineficacia de la compañía pública, sino el jugoso negocio del tendido de fibra óptica en el centro del país que es la zona de influencia de LyFC . “Casualmente”, el SME proponía en un futuro la provisión gratuita (ojo: gratuita... eso es un pecado en el mundillo ultra capitalista en el que viven los poderes fácticos en este país) de lo que en la industria de las telecomunicaciones llaman triple play, es decir, televisión de cable, internet y telefonía convergentes con la red de fibra óptica. Se decía y se sabe ahora que quienes sin tapujos ni reconcomios morales están detrás de la andanada, son los empresarios Claudio X. González, muy cercano siempre a Emilio Azcárraga Jean y todo lo que huela a Televisa y, desde luego, el infaltable Carlos Slim. Todo el jelengue mediático, el empleo de la fuerza pública, los amagos de represión por parte del secretario de gobernación (el abogado salinista Gómez Mont) no son más que una cortina de humo, una mascarada con que disimular apenas otro afán privatizador, plagado de mentiras, de ocultamientos, de trácalas esquineras que se sumarán a las otras, las del pasado, las que suponían, con el involucramiento de los tiburones empresarios, una mejoría y el presunto abaratamiento de los servicios de telecomunicaciones al desatarse la competencia entre particulares, pero que en los hechos no es, verbigracia lo que padecemos con Telmex o Telcel, lotes del magnate relámpago Slim, sino la consecución del abuso: en México pagamos las tarifas telefónicas más caras del mundo.
Incómodo revés fue que se aireara públicamente la información que el sindicato de taimados que es el gabinete de Calderón pretendiera escamotear al Congreso. Pero ninguna ilusión se hace esta columna: México es en los hechos un país gobernado por las televisoras privadas del duopolio y por fortunas amasadas con la cobija del despotismo. La Constitución, el poder parlamentario, el diálogo, la confianza en las decisiones gubernamentales (presupuestas en pos del bien común y republicano) y conceptos tan sobados, como decencia, honestidad, justicia o verdad, no son más que piedritas en el zapato de la avaricia desmedida, entelequias, incomodidades. Al final, casi de seguro y como siempre, prevalecerá el abuso. Otra vez.