Domingo, 22 de Marzo de 2009
Hillary Clinton en Davos. Bill Clinton, su esposo tenía poco de haber llegado a la Casa Blanca cuando fue invitada a dar una conferencia magistral al salón plenario del Foro Económico Mundial. Ante decenas de los industriales más ricos del mundo, dueña del lugar, se plantó en el podium y sin discurso alguno comenzó a improvisar sobre el papel de la mujer en las sociedades modernas. Impactó. Y cautivó.
Hillary Clinton en Estados Unidos. Congruente, trabajó intensamente en una gran reforma de salud. Pero a los políticos estadounidenses no les gusta tener presidentes que dejan que las primeras damas intervengan en los asuntos públicos –ya habían neutralizado antes a Nancy Reagan -, se le fueron encima. La golpearon. La humillaron. Derrotaron nacionalmente un plan que el 75% de sus opositores no habían leído ni su primera página. Su esposo, la metió en la congeladora durante su primer cuatrienio.
Hillary Clinton en Washington. La extrema derecha le lanzó una embestida. Brillante abogada, entre los 100 más influyentes de Estados Unidos mucho tiempo atrás de que Bill fuera tomado en serio, querían destruirla. La quisieron reventar con un fraude de bienes raíces denominado Whitewater, y un fiscal la volteó por todos lados y no le encontró nada. Quisieron involucrarla en el suicidio de su viejo amigo Vince Forster, con sugerencias insidiosas y acusaciones de que estaba encubriendo un asesinato. Varias investigaciones concluyeron suicidio.
Hillary Clinton en la Casa Blanca. Con la cara erguida y la mirada congelada junto a Bill cuando mostró arrepentimiento por haber tenido una debilidad de carácter con una joven practicante en la oficina presidencial de nombre Mónica Lewinsky, mostró su enorme pragmatismo. Otra vez la extrema derecha iba tras la cabeza de los Clinton. Le buscaron al Presidente un delito constitucional que permitiera su desafuero, sin hallarlo jamás, pero en el proceso aparecieron otros romances, cuando gobernador de Arkansas, que quisieron quebrarlo políticamente. Tampoco pudieron. Hillary siempre detrás de él, lo detuvo moralmente cuando parecía quebrarse.
Hillary Clinton, en la política. Formada en las mejores universidades, Hillary conoció a Bill en la Escuela de Leyes de la Universidad de Yale, donde se unieron para no volverse a separar. Ella siempre lo aventajó. Más sofisticada. Más cosmopolita. Más ambiciosa. Y más inteligente. Ya lo había dicho Bill cuando apelaba pedía: por un voto, se llevan dos Clinton. La dimensión de esa frase se conformó con el tiempo, mientras ella se levantaba de la derrota de su reforma de salud, resistía estoicamente las infidelidades de su esposo, y enseñando la imagen por la cual la extrema derecha siempre quiso siempre su cabeza: demasiado poderosa; demasiado fuerte.
Hillary, en Capitol Hill. Aprendió bien la lección en los primeros años en la Casa Blanca. Necesitaba un bajo perfil para sobrevivir en un campo minado. Sobrevivió los últimos años en la Casa Blanca mostrando su temple. Con el objetivo y los tiempos perfectamente claros, dispuesta a tragarse todos los sapos, como hacen los políticos de largo alcance, estableció su ruta crítica al poder. Fría y estratégica, esperó ocho años, ocho años de Presidencia de su esposo, para reclamar el lugar en la política que sentía merecer. Sin problemas, se convirtió en senadora por Nueva York.
Hillary, en la escalera al cielo. Aunque senadora novata, por lo que nominalmente pasaría a ocupar lugares en comités de segundo nivel, movió sus hilos políticos y relaciones para que la ubicaran dentro del influyente Comité de Relaciones Exteriores, que ayuda a formular la política exterior del gobierno de Estados Unidos y que da una de las mejores proyecciones políticas a las que puede aspirar cualquier legislador en el Capitolio. Ahí mostró ser una halcón demócrata en los momentos en que ser un pichón era mal visto por todos los estadounidenses. Sin dudarlo en ese momento, votó a favor de la guerra contra Irak.
Hillary, hacia la Casa Blanca. En el final de la administración Bush, nadie dudaba que Hillary se lanzaría por la candidatura presidencial. Todo el aparato tradicional de los demócratas, ayudado a movilizar por su jefe durante ocho años, Bill, marchó detrás de ella, hacia lo que parecía la candidatura asegurada. Sólo la novedad de un fuereño, que no venía contaminado por la aventura en Irak iniciada con mentiras, logró derrotarla. Barack Obama conquistó la candidatura, pero no pudo deshacerse de ella; sería como partir el partido.
Hillary, finalmente cobra la factura. Obama se quedó con la Presidencia, pero la fuerza de Hillary era demasiado. Los viejos políticos recomiendan siempre al presidente entrante que nunca de empleo a quien no pueda correr. Pero Obama no tenía opción. Le ofreció la fundamental cartera de secretaria de Estado. Cuando los donantes secretos de la Fundación Clinton, de su esposo, se convirtieron en un obstáculo para aceptar el nuevo cargo por el conflicto de interés posible con el cargo, Hillary cobró los servicios prestados a Bill, quien tuvo que dar a conocer los 200 mil donantes de su fundación. Hillary se quedó con el puesto.
Hillary en México. Esta mujer viene por primera vez en calidad de canciller a México. Con Hillary no hay que soñar. Sabe qué quiere, para dónde va y tiene la fuerza y la frialdad para alcanzar sus objetivos. No hay que engañarse. Detrás de la figura cautivadora, hay una política sin escrúpulos a la que no le gusta perder el tiempo. Como lo refleja su biografía, no se anda con cuentos. Que los románticos en el gobierno mexicano, lo recuerden estos días.
Nota: En la anterior columna, "El Chapo", se reportó que la discoteca donde intentaron asesinar a los hermanos Arellano Félix se encontraba en Ixtapa, pero en realidad es la de Puerto Vallarta, y que el cardenal Juan José Posadas Ocampo fue asesinado en 1983, cuando lo fue en 1993. Los errores son totalmente del autor, que ofrece una disculpa a los lectores.
Hillary Clinton en Estados Unidos. Congruente, trabajó intensamente en una gran reforma de salud. Pero a los políticos estadounidenses no les gusta tener presidentes que dejan que las primeras damas intervengan en los asuntos públicos –ya habían neutralizado antes a Nancy Reagan -, se le fueron encima. La golpearon. La humillaron. Derrotaron nacionalmente un plan que el 75% de sus opositores no habían leído ni su primera página. Su esposo, la metió en la congeladora durante su primer cuatrienio.
Hillary Clinton en Washington. La extrema derecha le lanzó una embestida. Brillante abogada, entre los 100 más influyentes de Estados Unidos mucho tiempo atrás de que Bill fuera tomado en serio, querían destruirla. La quisieron reventar con un fraude de bienes raíces denominado Whitewater, y un fiscal la volteó por todos lados y no le encontró nada. Quisieron involucrarla en el suicidio de su viejo amigo Vince Forster, con sugerencias insidiosas y acusaciones de que estaba encubriendo un asesinato. Varias investigaciones concluyeron suicidio.
Hillary Clinton en la Casa Blanca. Con la cara erguida y la mirada congelada junto a Bill cuando mostró arrepentimiento por haber tenido una debilidad de carácter con una joven practicante en la oficina presidencial de nombre Mónica Lewinsky, mostró su enorme pragmatismo. Otra vez la extrema derecha iba tras la cabeza de los Clinton. Le buscaron al Presidente un delito constitucional que permitiera su desafuero, sin hallarlo jamás, pero en el proceso aparecieron otros romances, cuando gobernador de Arkansas, que quisieron quebrarlo políticamente. Tampoco pudieron. Hillary siempre detrás de él, lo detuvo moralmente cuando parecía quebrarse.
Hillary Clinton, en la política. Formada en las mejores universidades, Hillary conoció a Bill en la Escuela de Leyes de la Universidad de Yale, donde se unieron para no volverse a separar. Ella siempre lo aventajó. Más sofisticada. Más cosmopolita. Más ambiciosa. Y más inteligente. Ya lo había dicho Bill cuando apelaba pedía: por un voto, se llevan dos Clinton. La dimensión de esa frase se conformó con el tiempo, mientras ella se levantaba de la derrota de su reforma de salud, resistía estoicamente las infidelidades de su esposo, y enseñando la imagen por la cual la extrema derecha siempre quiso siempre su cabeza: demasiado poderosa; demasiado fuerte.
Hillary, en Capitol Hill. Aprendió bien la lección en los primeros años en la Casa Blanca. Necesitaba un bajo perfil para sobrevivir en un campo minado. Sobrevivió los últimos años en la Casa Blanca mostrando su temple. Con el objetivo y los tiempos perfectamente claros, dispuesta a tragarse todos los sapos, como hacen los políticos de largo alcance, estableció su ruta crítica al poder. Fría y estratégica, esperó ocho años, ocho años de Presidencia de su esposo, para reclamar el lugar en la política que sentía merecer. Sin problemas, se convirtió en senadora por Nueva York.
Hillary, en la escalera al cielo. Aunque senadora novata, por lo que nominalmente pasaría a ocupar lugares en comités de segundo nivel, movió sus hilos políticos y relaciones para que la ubicaran dentro del influyente Comité de Relaciones Exteriores, que ayuda a formular la política exterior del gobierno de Estados Unidos y que da una de las mejores proyecciones políticas a las que puede aspirar cualquier legislador en el Capitolio. Ahí mostró ser una halcón demócrata en los momentos en que ser un pichón era mal visto por todos los estadounidenses. Sin dudarlo en ese momento, votó a favor de la guerra contra Irak.
Hillary, hacia la Casa Blanca. En el final de la administración Bush, nadie dudaba que Hillary se lanzaría por la candidatura presidencial. Todo el aparato tradicional de los demócratas, ayudado a movilizar por su jefe durante ocho años, Bill, marchó detrás de ella, hacia lo que parecía la candidatura asegurada. Sólo la novedad de un fuereño, que no venía contaminado por la aventura en Irak iniciada con mentiras, logró derrotarla. Barack Obama conquistó la candidatura, pero no pudo deshacerse de ella; sería como partir el partido.
Hillary, finalmente cobra la factura. Obama se quedó con la Presidencia, pero la fuerza de Hillary era demasiado. Los viejos políticos recomiendan siempre al presidente entrante que nunca de empleo a quien no pueda correr. Pero Obama no tenía opción. Le ofreció la fundamental cartera de secretaria de Estado. Cuando los donantes secretos de la Fundación Clinton, de su esposo, se convirtieron en un obstáculo para aceptar el nuevo cargo por el conflicto de interés posible con el cargo, Hillary cobró los servicios prestados a Bill, quien tuvo que dar a conocer los 200 mil donantes de su fundación. Hillary se quedó con el puesto.
Hillary en México. Esta mujer viene por primera vez en calidad de canciller a México. Con Hillary no hay que soñar. Sabe qué quiere, para dónde va y tiene la fuerza y la frialdad para alcanzar sus objetivos. No hay que engañarse. Detrás de la figura cautivadora, hay una política sin escrúpulos a la que no le gusta perder el tiempo. Como lo refleja su biografía, no se anda con cuentos. Que los románticos en el gobierno mexicano, lo recuerden estos días.
Nota: En la anterior columna, "El Chapo", se reportó que la discoteca donde intentaron asesinar a los hermanos Arellano Félix se encontraba en Ixtapa, pero en realidad es la de Puerto Vallarta, y que el cardenal Juan José Posadas Ocampo fue asesinado en 1983, cuando lo fue en 1993. Los errores son totalmente del autor, que ofrece una disculpa a los lectores.
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