Estrictamente personal
Raymundo Riva Palacio
El jinete de la tormenta
Lunes, 09 de Febrero de 2009
Un merolico es un charlatán y un embustero, que según el diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, significa que habla mucho y sin sustancia. Si uno se apega a la letra de la acepción, ¿cabría la posibilidad de decirle al presidente Felipe Calderón que es un merolico, un charlatán y un embustero sin que esto sea un insulto sino una mera descripción? Por supuesto que defensores y moderados cuestionarán la señalización porque esas tres palabras se asocian comúnmente de manera peyorativa y socialmente son repudiados. Sin embargo, en los últimos días el presidente ha hablado mucho, sin sustancia, y también incurrido en mentiras.
De las mentiras la más flagrante fue acusar a los partidos de oposición de haber sido los responsables de haberse opuesto a construir refinerías. Calderón se refería a su iniciativa de reforma energética aprobada el año pasado, y juega a la escasez de memoria histórica para acomodar las palabras. Los partidos de oposición nunca se opusieron a la construcción de refinerías, sino a que se edificaran con recursos privados y extranjeros. Peor aún, en contra del discurso presidencial, cuando se aprobó la reforma energética, hizo un discurso a la nación por televisión donde agradeció a los partidos de oposición –que hoy fustiga- que hubieran aprobado la reforma. Si pretende engañar a los mexicanos, pues sí, se le puede llamar embustero.
De hablar mucho y sin sustancia se podría empezar a elaborar un catálogo. Pero basta mencionar otra declaración durante el Foro Económico Mundial en Davos, donde dijo que su equipo económico era el mejor del mundo. Más allá del exceso retórico, ¿qué meritos tienen? Su secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, tiene como su más importante experiencia en el campo ser un exportador de agave azul en Jalisco, sobre tierras que fue adquiriendo a la par de su paso por puestos de gobierno. Su secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, tiene en su expediente ser un empresario mediano de Querétaro, ignorante total de comercio exterior al que, por ejemplo, en una reunión preguntó a uno de los asistentes qué quería decir "IED", porque no sabía de lo que estaban hablando. "IED" significa, en el argot de comercio ordinario, inversión extranjera directa, que es un tema que pasa cotidianamente por su escritorio. A primero los sectores agropecuarios, y al segundo los empresarios, quisieran fuera del gabinete por incompetentes.
La secretaria de Energía, Georgina Kessel, está formada en la academia y la investigación, con un paso menor por la administración pública, y tuvo que ser relevada por los secretarios de Gobernación y de Hacienda para que finalmente pudiera salir avante la reforma. El secretario de Trabajo, Javier Lozano, es un improvisado en el cargo, al que llegó por el veto que le hicieron las televisoras para ocuparse del tema que sí sabe, en la Secretaría de Comunicaciones, y que se ha distinguido en el sexenio, que iba a ser del empleo, por aumentar el desempleo. El único miembro del equipo económico de quien no hay duda tiene un pedigrí en su materia, es el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, quien está siendo observado y criticado por muchos porque es el único responsable de los dineros de un país que dice que al suyo, la crisis financiera mundial no lo arrastrará. Autor de la famosa descripción del "catarrito", el propio presidente lo ha tenido que corregir, hasta reconocer que la crisis está fuerte, pero como buen jinete, sorteará la tormenta.
Ninguno de ellos, salvo Carstens, podrían figurar en ningún equipo económico de ningún país que se respete. Uno podría tratar de entender al presidente Calderón del porqué quiso hacer ese elogio a su gabinete económico, si piensa que fue para tratar de dar expectativas en México o estimular la confianza de los inversionistas. Si no fue así, la descripción de merolico, charlatán o embustero sería insuficiente para explicar el fondo de su discurso. En todo caso, ninguna intención tuvo el efecto esperado. La semana pasada, en una acción sin precedente en más de una década, el Banco de México tuvo que inyectar más de mil 500 millones de dólares al mercado de divisas para frenar la devaluación del peso, y lograron, como si ello fuera un éxito rotundo, que no tocara los 15 pesos por dólar. La subasta de Cetes tampoco dio grandes noticias el martes pasado, al reaccionar gélidamente el mercado en la compra de plazos cortos, y preferir, conservadoramente, buscar los bonos a largo plazo. Para colmo, el índice de confianza al consumidor registró una caída de 20.8% en enero, que es el mayor deterioro desde que empezó a medirse en abril de 2001.
La palabra del presidente, si se mide por resultados, sí ha quedado como la del merolico y la del charlatán, con sus importantes giros hacia el embuste. No se entiende cabalmente cuál es la razón del disparatado discurso presidencial. Si en términos económicos no ha resultado, en términos electorales –coincidió su embestida oral con el arranque de las campañas para la elección de medio sexenio- podría ser una apuesta muy peligrosa: si no gana su partido la mayoría en el Congreso, ¿quién de la oposición le volverá a creer? El costo de una alianza parlamentaria se elevaría significativamente. Calderón no se está viendo en su mejor forma. Rumores sobre su estado anímico y la forma como los resuelve están socializándose rápidamente. Este tipo de discursos no le ayudan a recuperar credibilidad ni liderazgo. Por el contrario, su imagen política se va deteriorando y será cuestión de tiempo para que se traslade al ámbito público.
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