Visiblemente turbado, el cardenal Norberto Rivera Carrera respondió a un interrogatorio al que fue sometido en la Ciudad de México, para determinar si la Corte Superior de Los Ángeles, California tiene jurisdicción para someterlo a juicio por brindar protección al cura pederasta Nicolás Aguilar. Pese a que las partes establecieron un pacto de confidencialidad para que la prensa no tuviera acceso a la diligencia, Proceso pudo conocer los siguientes detalles
El abogado estadunidense Robert Waters clavó su mirada en el cardenal Norberto Rivera Carrera. A bocajarro, le preguntó si ya sabía que su sacerdote Nicolás Aguilar era pederasta, antes de que lo enviara, en abril de 1987, a la arquidiócesis de Los Ángeles. Tembloroso, angustiado, con una cámara de filmación que no se despegaba ni un momento de su rostro, el cardenal le contestó: “En ese tiempo yo sólo sospechaba que el padre Nicolás tenía problemas de homosexualidad. Fue todo lo que supe”. Waters le recordó que, antes de irse a Los Ángeles, el padre Nicolás recibió una tremenda golpiza, al parecer por cuestiones de pederastia. El cardenal le contestó que sí lo supo. Qué él entonces era obispo de Tehuacán y Nicolás su párroco en el poblado de Cuacnopalan; que fueron unos “chamacos” los que agredieron al cura. Fue la propia policía quien le informó.
–¿Qué entiende usted por chamacos?–le inquirió Waters.
El cardenal contestó que, en México, un ‘chamaco’ puede ser una persona adulta, hasta de “30 años de edad”. Con esto insinuó que los agresores eran ya mayores de edad. Así se desarrollaba el prolongado interrogatorio al que fue sometido el también arzobispo de la ciudad de México, el miércoles 8, en sus oficinas de la curia. Ahí salía a relucir el intento de asesinato que –a fines de 1986 o principios del 87– sufrió el padre Nicolás, cuando se le encontró golpeado y bañado en sangre en la casa parroquial. Éste no quiso entablar ninguna acción judicial, aunque el comisario local de entonces, Miguel Pérez, dijo que los agresores pudieron ser los adolescentes con los que el sacerdote solía pasar las noches (Proceso 1513). De acuerdo con una investigación realizada por los periodistas Brooks Egerton y Brendan Case, publicada el 22 de junio de 2004 en The Dallas Morning News, esta fue sólo una de las acusaciones de pederastia que, desde los años setenta, ya pesaban contra el padre Nicolás en la diócesis de Tehuacán. Pero ahora, en el interrogatorio, Rivera Carrera dijo ignorar esas acusaciones contra su párroco. Lo cierto es que al poco tiempo de aquel sangriento suceso, Rivera Carrera envió a su sacerdote a la arquidiócesis de Los Ángeles, a cargo del cardenal Roger Mahony. Allá abusó sexualmente de 26 menores de edad. Por lo que Mahony le escribió a Rivera reclamándole por qué no le advirtió de las tendencias pederastas de Nicolás. El cardenal mexicano le contestó que sí se lo advirtió, en una carta confidencial donde “le hice un resumen de la problemática homosexual del padre”. Mahony le replicó que jamás recibió esa carta: “Si usted me hubiera escrito que el padre Aguilar tenía algún problema ‘homosexual’, le aseguro que no lo hubiéramos recibido aquí en esta arquidiócesis”. Este carteo entre los prelados se dio en marzo de 1988 (Proceso 1513).
Cartas reservadas
El joven Joaquín Aguilar, quien demandó al cardenal Rivera por su presunta protección al padre Nicolás, estuvo presente en el interrogatorio del pasado miércoles 8. Y revela que ahí se presentaron otras cartas entre Mahony y el cardenal mexicano. “Son las cartas que faltaban”, dice. Y no sólo eso, dice que también se presentaron cartas reveladoras que el padre Nicolás le envió al cardenal Rivera. Sólo que, por motivos de “confidencialidad”, aún no se pueden dar a conocer.
Y agrega:
“El cardenal Rivera estuvo muy nervioso no sólo cuando vio estas cartas, sino durante todo el interrogatorio. Le temblaban las manos como si tuviera el mal de Parkinson.” Refiere que el objetivo del interrogatorio es llegar a establecer los “vínculos Tehuacán-Los Ángeles”, para que así, el juez que lleva el caso, Elihu M. Berle, pueda determinar que la Corte Superior de Los Ángeles sí tiene “jurisdicción” para juzgar al cardenal. Por lo pronto, está previsto que el próximo 11 de septiembre, en una audiencia que se realizará en esa corte, el juez Berle promulgue su fallo. José Bonilla Sada, uno de los abogados de Joaquín que participó en el interrogatorio, comenta sus impresiones sobre esta extenuante audiencia que tuvo ocho horas de duración. De entrada, coincide en que el prelado siempre estuvo nervioso: “Desde el principio, cuando el cardenal levantó la mano para jurar decir la verdad, sin Biblia de por medio, noté que le temblaba el brazo”.
–¿Cuántas preguntas le hicieron?
–Fueron alrededor de 200. Todas las contestó. Hay que reconocerle que en eso mostró muy buena disposición. Eso sí, siempre lo noté nervioso, preocupado; en ocasiones me dio la impresión que no sabía qué contestar.
–¿Llegaría mal preparado?
–Más bien creo que el interrogatorio fue realizado con mucha habilidad. Eso provocó que tuviera dudas en sus respuestas.
El abogado comenta que la diligencia se realizó en un amplio salón de juntas del quinto piso de las oficinas del arzobispado, situado en la calle de Durango número 90, en la colonia Roma de la Ciudad de México. Se sentaron en torno a una enorme mesa rectangular. En un lado, estuvieron Joaquín y sus tres abogados: Bonilla y los estadunidenses David Drivon y Robert Waters. Estos dos últimos pertenecen al bufete Jeff Anderson & Associates. Del otro lado de la mesa estuvieron el cardenal y sus tres defensores: el litigante mexicano Bernardo Fernández y dos abogados más del despacho Mayer, Brown, Rowe y Maw LLP, que defiende a Rivera Carrera en Estados Unidos. Así, la parte acusada y la acusadora estuvieron frente a frente, viéndose las caras durante todo el interrogatorio. De manera previa, ambas habían establecido un pacto de confidencialidad para que la prensa no tuviera acceso a la diligencia. Sin embargo, gracias a las revelaciones del abogado Bonilla, este semanario pudo conocer, en detalle, cómo se desarrolló el encuentro. En la cabecera de la mesa estuvo Danna Christensen, la estenógrafa enviada por la corte de Los Ángeles para que diera fe del interrogatorio. A su costado estuvo el traductor y el camarógrafo, quien filmó al cardenal durante todo el interrogatorio, en casettes de media hora de duración cada uno, por lo que la diligencia se interrumpía en los breves lapsos en que se cambiaban las cintas. En total, fueron 11 las personas que estuvieron en el interrogatorio. Robert Waters fue el designado para hacer las preguntas. Éste escudriñaba al cardenal tratando de sacarle toda la información que tuviera sobre los antecedentes de pederastia de su sacerdote. Pero el prelado –con su blanco alzacuello y su fulgurante crucifijo de oro en el pecho, que contrastaba con su traje oscuro– insistía en que sólo sospechaba de la homosexualidad del padre Aguilar. Nada más.
Dice Bonilla:
“Fue en esa parte del interrogatorio cuando salió a relucir la golpiza que le pusieron al padre Nicolás. Y el cardenal dijo que lo único que supo, siendo obispo de Tehuacán, fue que unos chamacos lo golpearon. Señaló que primero se lo dijeron unos feligreses y luego un policía, cuyo nombre no recordó. Se le preguntó entonces qué entendía por chamacos. Y contestó que, en México, un chamaco es una persona de entre 18 y 30 años de edad. Dijo que, incluso, un chamaco puede ser una persona hasta de 50 años. Lo cual es falso. Un chamaco es un menor de edad. Todos los sabemos. Pero él lo manejó así, quizá para no admitir que sabía de la pederastia de su sacerdote. “El cardenal es una persona preparada, instruida, obviamente que no se iba a incriminar él solo. No podía admitir que estaba encubriendo la pederastia de su sacerdote, que es un delito muy grave aquí y en Estados Unidos. ¡Hombre! resultaría ingenuo pensar que en el interrogatorio se iba a echar la culpa, pues el motivo del juicio es justamente que se le acusa de proteger a un pederasta. Por eso insistía en que sólo sospechaba de la homosexualidad de su sacerdote”.
–¿Se le preguntó directamente si sabía que el padre Nicolás cometió actos de pederastia?
–¡Claro! ¡claro! Y lo negó tajantemente. Manifestó que jamás tuvo ese conocimiento.
–¿Qué dijo el cardenal de su relación con el padre Nicolás?
–Se refirió, por ejemplo, a una carta que el padre Nicolás le mandó cuando éste recién llegó a Los Ángeles. Dijo que fue uno de los últimos contactos que tuvo con su párroco. Pero jamás nos mostró esa carta.
–¿Qué otras preguntas clave se le hicieron?
–Bueno, todo el cuestionario fue importante. El objeto era saber también su relación con el estado de California. Si tiene bienes y negocios ahí, o sí ha realizado viajes por cuestiones de trabajo o de placer.
–¿Cuentas bancarias?
–Claro, todo eso se le preguntó también. Sí ahí tiene aviones, barcos, terrenos, etc. En este momento puede parecer que este tipo de preguntas no son relevantes, pero más delante, si se le abre un proceso, resultarán importantísimas.
–¿Y él qué respondía a esto?
–Contestó que no tenía ninguna propiedad ni negocios. Nada que ver con California. ¡Nada!
Bonilla Sada agrega que al cardenal se le preguntó quiénes fueron y quiénes son las personas cercanas a él, tanto en Puebla como en la arquidiócesis de México.
“Él empezó a dar sus nombres, principalmente mencionó a personas de alto rango eclesiástico, que no necesariamente tienen que ver con el padre Nicolás. Estas preguntas se las hicimos para que el juez se allegue más elementos, y pueda citar a algunas de estas personas en alguna diligencia que considere conveniente”, dice el abogado.
Caso inédito
Indica que, durante la audiencia, Rivera Carrera les comentó a los presentes que esa era la primera vez que, a nivel mundial, un cardenal era llamado a declarar. “Incluso nos dijo que su arquidiócesis era la más grande del mundo, puesto que cuenta con 8 millones de feligreses”.
Añade Bonilla:
“En el interrogatorio se perdió muchísimo tiempo en hacer la traducción. Waters preguntaba en inglés. Se le traducía al cardenal en español. Éste respondía. Y otra vez mediaba el traductor para dar a conocer cada respuesta. ¡Uf! resultó muy cansado. Y para colmo, se fue la luz durante un rato. El camarógrafo no pudo operar. Tuvimos que suspender el interrogatorio durante ese tiempo”. Comenta que la diligencia no sólo consistió en interrogar al prelado, sino que además, a petición del juez Berle, el cardenal Rivera se vio obligado a entregarles documentación de la arquidiócesis de México y de la diócesis de Tehuacán, relativa al caso. “El cardenal nos dijo que encomendó hacer esta recopilación a su vocero, el padre Hugo Valdemar. De modo que éste tuvo que ir hasta Tehuacán a buscar en los archivos secretos y ordinarios y traernos esa información.”
–¿Qué documentos les trajo?
–Por lo que alcancé a revisar son documentos sin relevancia, que no tienen que ver con el caso. Hablan sobre traslados de sacerdotes de una diócesis a otra, sobre cuestiones canónicas de incardinación y excardinación, cosas así. ¡Vaya! ahí ni siquiera me topé con el nombre del padre Nicolás.
–¿No salieron sus traslados de parroquia? ¿Ni siquiera su petición formal cuando pidió irse a Los Ángeles?
–¡Nada de eso! ¡En lo absoluto! Al menos yo no los vi. No creo que al juez le vayan a servir de mucho esos documentos. Ya los analizará con calma. Quizás ordene que le recopilen más información. Estos documentos, al igual que la filmación del interrogatorio, cuyo audio será transcrito, quedaron bajo resguardo de la enviada de la corte, Danna Christensen. Ella se los entregará personalmente al juez. “Todas estas pruebas –los documentos aportados por ambas partes, la filmación, el interrogatorio– le servirán al juez Berle para determinar el sentido de su fallo, que está programado para el próximo mes. Y claro, si lo juzga conveniente, podrá posponerlo y ordenar que antes se hagan otros interrogatorios”, precisa Bonilla. La suposición de Eric Barragán, dirigente de la Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales de Sacerdotes (SNAP, por sus siglas en inglés), es que el juez pospondrá su veredicto, pues primero pedirá que se interrogue a otros jerarcas de la Iglesia que han resultado involucrados, entre los que menciona a Rosendo Huesca, arzobispo de Puebla, y a Marcelino Hernández, obispo auxiliar del cardenal Rivera. Por lo pronto, el juez ya hizo que también se interrogara –un día después del cardenal Rivera– al obispo de Tehuacán, Rodrigo Aguilar, puesto que él preside la diócesis a la que sigue perteneciendo el padre Nicolás. Éste resultó ser un interrogatorio más breve –de apenas dos horas– que también se realizó en las oficinas del arzobispado de México. El abogado Bonilla –quien demandó a un profesor por abusar sexualmente de su hijo, en el Colegio Oxford, de los Legionarios de Cristo– indica que fue el propio Jeff Anderson, cabeza del bufete que litiga contra el cardenal, quien lo invitó a sumarse a la defensa de Joaquín Aguilar. “Jeff se comunicó conmigo y me invitó a participar. Hará un mes que me integré a la defensa de Joaquín. Jeff y yo compartimos la misma misión; luchar contra los abusos de los pederastas”.
–¿Cree que el juez Berle finalmente pida que el cardenal Rivera sea juzgado en Estados Unidos?—se le pregunta.
–Creo que lo más correcto, sensato y justo, es que el cardenal sea juzgado en la Corte de Los Ángeles, pues de otra manera jamás sabremos si es culpable o inocente. Sería lamentable que nunca tuviéramos certeza alguna al respecto.
Proceso No. 1606 pág 28
–¿Qué entiende usted por chamacos?–le inquirió Waters.
El cardenal contestó que, en México, un ‘chamaco’ puede ser una persona adulta, hasta de “30 años de edad”. Con esto insinuó que los agresores eran ya mayores de edad. Así se desarrollaba el prolongado interrogatorio al que fue sometido el también arzobispo de la ciudad de México, el miércoles 8, en sus oficinas de la curia. Ahí salía a relucir el intento de asesinato que –a fines de 1986 o principios del 87– sufrió el padre Nicolás, cuando se le encontró golpeado y bañado en sangre en la casa parroquial. Éste no quiso entablar ninguna acción judicial, aunque el comisario local de entonces, Miguel Pérez, dijo que los agresores pudieron ser los adolescentes con los que el sacerdote solía pasar las noches (Proceso 1513). De acuerdo con una investigación realizada por los periodistas Brooks Egerton y Brendan Case, publicada el 22 de junio de 2004 en The Dallas Morning News, esta fue sólo una de las acusaciones de pederastia que, desde los años setenta, ya pesaban contra el padre Nicolás en la diócesis de Tehuacán. Pero ahora, en el interrogatorio, Rivera Carrera dijo ignorar esas acusaciones contra su párroco. Lo cierto es que al poco tiempo de aquel sangriento suceso, Rivera Carrera envió a su sacerdote a la arquidiócesis de Los Ángeles, a cargo del cardenal Roger Mahony. Allá abusó sexualmente de 26 menores de edad. Por lo que Mahony le escribió a Rivera reclamándole por qué no le advirtió de las tendencias pederastas de Nicolás. El cardenal mexicano le contestó que sí se lo advirtió, en una carta confidencial donde “le hice un resumen de la problemática homosexual del padre”. Mahony le replicó que jamás recibió esa carta: “Si usted me hubiera escrito que el padre Aguilar tenía algún problema ‘homosexual’, le aseguro que no lo hubiéramos recibido aquí en esta arquidiócesis”. Este carteo entre los prelados se dio en marzo de 1988 (Proceso 1513).
Cartas reservadas
El joven Joaquín Aguilar, quien demandó al cardenal Rivera por su presunta protección al padre Nicolás, estuvo presente en el interrogatorio del pasado miércoles 8. Y revela que ahí se presentaron otras cartas entre Mahony y el cardenal mexicano. “Son las cartas que faltaban”, dice. Y no sólo eso, dice que también se presentaron cartas reveladoras que el padre Nicolás le envió al cardenal Rivera. Sólo que, por motivos de “confidencialidad”, aún no se pueden dar a conocer.
Y agrega:
“El cardenal Rivera estuvo muy nervioso no sólo cuando vio estas cartas, sino durante todo el interrogatorio. Le temblaban las manos como si tuviera el mal de Parkinson.” Refiere que el objetivo del interrogatorio es llegar a establecer los “vínculos Tehuacán-Los Ángeles”, para que así, el juez que lleva el caso, Elihu M. Berle, pueda determinar que la Corte Superior de Los Ángeles sí tiene “jurisdicción” para juzgar al cardenal. Por lo pronto, está previsto que el próximo 11 de septiembre, en una audiencia que se realizará en esa corte, el juez Berle promulgue su fallo. José Bonilla Sada, uno de los abogados de Joaquín que participó en el interrogatorio, comenta sus impresiones sobre esta extenuante audiencia que tuvo ocho horas de duración. De entrada, coincide en que el prelado siempre estuvo nervioso: “Desde el principio, cuando el cardenal levantó la mano para jurar decir la verdad, sin Biblia de por medio, noté que le temblaba el brazo”.
–¿Cuántas preguntas le hicieron?
–Fueron alrededor de 200. Todas las contestó. Hay que reconocerle que en eso mostró muy buena disposición. Eso sí, siempre lo noté nervioso, preocupado; en ocasiones me dio la impresión que no sabía qué contestar.
–¿Llegaría mal preparado?
–Más bien creo que el interrogatorio fue realizado con mucha habilidad. Eso provocó que tuviera dudas en sus respuestas.
El abogado comenta que la diligencia se realizó en un amplio salón de juntas del quinto piso de las oficinas del arzobispado, situado en la calle de Durango número 90, en la colonia Roma de la Ciudad de México. Se sentaron en torno a una enorme mesa rectangular. En un lado, estuvieron Joaquín y sus tres abogados: Bonilla y los estadunidenses David Drivon y Robert Waters. Estos dos últimos pertenecen al bufete Jeff Anderson & Associates. Del otro lado de la mesa estuvieron el cardenal y sus tres defensores: el litigante mexicano Bernardo Fernández y dos abogados más del despacho Mayer, Brown, Rowe y Maw LLP, que defiende a Rivera Carrera en Estados Unidos. Así, la parte acusada y la acusadora estuvieron frente a frente, viéndose las caras durante todo el interrogatorio. De manera previa, ambas habían establecido un pacto de confidencialidad para que la prensa no tuviera acceso a la diligencia. Sin embargo, gracias a las revelaciones del abogado Bonilla, este semanario pudo conocer, en detalle, cómo se desarrolló el encuentro. En la cabecera de la mesa estuvo Danna Christensen, la estenógrafa enviada por la corte de Los Ángeles para que diera fe del interrogatorio. A su costado estuvo el traductor y el camarógrafo, quien filmó al cardenal durante todo el interrogatorio, en casettes de media hora de duración cada uno, por lo que la diligencia se interrumpía en los breves lapsos en que se cambiaban las cintas. En total, fueron 11 las personas que estuvieron en el interrogatorio. Robert Waters fue el designado para hacer las preguntas. Éste escudriñaba al cardenal tratando de sacarle toda la información que tuviera sobre los antecedentes de pederastia de su sacerdote. Pero el prelado –con su blanco alzacuello y su fulgurante crucifijo de oro en el pecho, que contrastaba con su traje oscuro– insistía en que sólo sospechaba de la homosexualidad del padre Aguilar. Nada más.
Dice Bonilla:
“Fue en esa parte del interrogatorio cuando salió a relucir la golpiza que le pusieron al padre Nicolás. Y el cardenal dijo que lo único que supo, siendo obispo de Tehuacán, fue que unos chamacos lo golpearon. Señaló que primero se lo dijeron unos feligreses y luego un policía, cuyo nombre no recordó. Se le preguntó entonces qué entendía por chamacos. Y contestó que, en México, un chamaco es una persona de entre 18 y 30 años de edad. Dijo que, incluso, un chamaco puede ser una persona hasta de 50 años. Lo cual es falso. Un chamaco es un menor de edad. Todos los sabemos. Pero él lo manejó así, quizá para no admitir que sabía de la pederastia de su sacerdote. “El cardenal es una persona preparada, instruida, obviamente que no se iba a incriminar él solo. No podía admitir que estaba encubriendo la pederastia de su sacerdote, que es un delito muy grave aquí y en Estados Unidos. ¡Hombre! resultaría ingenuo pensar que en el interrogatorio se iba a echar la culpa, pues el motivo del juicio es justamente que se le acusa de proteger a un pederasta. Por eso insistía en que sólo sospechaba de la homosexualidad de su sacerdote”.
–¿Se le preguntó directamente si sabía que el padre Nicolás cometió actos de pederastia?
–¡Claro! ¡claro! Y lo negó tajantemente. Manifestó que jamás tuvo ese conocimiento.
–¿Qué dijo el cardenal de su relación con el padre Nicolás?
–Se refirió, por ejemplo, a una carta que el padre Nicolás le mandó cuando éste recién llegó a Los Ángeles. Dijo que fue uno de los últimos contactos que tuvo con su párroco. Pero jamás nos mostró esa carta.
–¿Qué otras preguntas clave se le hicieron?
–Bueno, todo el cuestionario fue importante. El objeto era saber también su relación con el estado de California. Si tiene bienes y negocios ahí, o sí ha realizado viajes por cuestiones de trabajo o de placer.
–¿Cuentas bancarias?
–Claro, todo eso se le preguntó también. Sí ahí tiene aviones, barcos, terrenos, etc. En este momento puede parecer que este tipo de preguntas no son relevantes, pero más delante, si se le abre un proceso, resultarán importantísimas.
–¿Y él qué respondía a esto?
–Contestó que no tenía ninguna propiedad ni negocios. Nada que ver con California. ¡Nada!
Bonilla Sada agrega que al cardenal se le preguntó quiénes fueron y quiénes son las personas cercanas a él, tanto en Puebla como en la arquidiócesis de México.
“Él empezó a dar sus nombres, principalmente mencionó a personas de alto rango eclesiástico, que no necesariamente tienen que ver con el padre Nicolás. Estas preguntas se las hicimos para que el juez se allegue más elementos, y pueda citar a algunas de estas personas en alguna diligencia que considere conveniente”, dice el abogado.
Caso inédito
Indica que, durante la audiencia, Rivera Carrera les comentó a los presentes que esa era la primera vez que, a nivel mundial, un cardenal era llamado a declarar. “Incluso nos dijo que su arquidiócesis era la más grande del mundo, puesto que cuenta con 8 millones de feligreses”.
Añade Bonilla:
“En el interrogatorio se perdió muchísimo tiempo en hacer la traducción. Waters preguntaba en inglés. Se le traducía al cardenal en español. Éste respondía. Y otra vez mediaba el traductor para dar a conocer cada respuesta. ¡Uf! resultó muy cansado. Y para colmo, se fue la luz durante un rato. El camarógrafo no pudo operar. Tuvimos que suspender el interrogatorio durante ese tiempo”. Comenta que la diligencia no sólo consistió en interrogar al prelado, sino que además, a petición del juez Berle, el cardenal Rivera se vio obligado a entregarles documentación de la arquidiócesis de México y de la diócesis de Tehuacán, relativa al caso. “El cardenal nos dijo que encomendó hacer esta recopilación a su vocero, el padre Hugo Valdemar. De modo que éste tuvo que ir hasta Tehuacán a buscar en los archivos secretos y ordinarios y traernos esa información.”
–¿Qué documentos les trajo?
–Por lo que alcancé a revisar son documentos sin relevancia, que no tienen que ver con el caso. Hablan sobre traslados de sacerdotes de una diócesis a otra, sobre cuestiones canónicas de incardinación y excardinación, cosas así. ¡Vaya! ahí ni siquiera me topé con el nombre del padre Nicolás.
–¿No salieron sus traslados de parroquia? ¿Ni siquiera su petición formal cuando pidió irse a Los Ángeles?
–¡Nada de eso! ¡En lo absoluto! Al menos yo no los vi. No creo que al juez le vayan a servir de mucho esos documentos. Ya los analizará con calma. Quizás ordene que le recopilen más información. Estos documentos, al igual que la filmación del interrogatorio, cuyo audio será transcrito, quedaron bajo resguardo de la enviada de la corte, Danna Christensen. Ella se los entregará personalmente al juez. “Todas estas pruebas –los documentos aportados por ambas partes, la filmación, el interrogatorio– le servirán al juez Berle para determinar el sentido de su fallo, que está programado para el próximo mes. Y claro, si lo juzga conveniente, podrá posponerlo y ordenar que antes se hagan otros interrogatorios”, precisa Bonilla. La suposición de Eric Barragán, dirigente de la Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales de Sacerdotes (SNAP, por sus siglas en inglés), es que el juez pospondrá su veredicto, pues primero pedirá que se interrogue a otros jerarcas de la Iglesia que han resultado involucrados, entre los que menciona a Rosendo Huesca, arzobispo de Puebla, y a Marcelino Hernández, obispo auxiliar del cardenal Rivera. Por lo pronto, el juez ya hizo que también se interrogara –un día después del cardenal Rivera– al obispo de Tehuacán, Rodrigo Aguilar, puesto que él preside la diócesis a la que sigue perteneciendo el padre Nicolás. Éste resultó ser un interrogatorio más breve –de apenas dos horas– que también se realizó en las oficinas del arzobispado de México. El abogado Bonilla –quien demandó a un profesor por abusar sexualmente de su hijo, en el Colegio Oxford, de los Legionarios de Cristo– indica que fue el propio Jeff Anderson, cabeza del bufete que litiga contra el cardenal, quien lo invitó a sumarse a la defensa de Joaquín Aguilar. “Jeff se comunicó conmigo y me invitó a participar. Hará un mes que me integré a la defensa de Joaquín. Jeff y yo compartimos la misma misión; luchar contra los abusos de los pederastas”.
–¿Cree que el juez Berle finalmente pida que el cardenal Rivera sea juzgado en Estados Unidos?—se le pregunta.
–Creo que lo más correcto, sensato y justo, es que el cardenal sea juzgado en la Corte de Los Ángeles, pues de otra manera jamás sabremos si es culpable o inocente. Sería lamentable que nunca tuviéramos certeza alguna al respecto.
Proceso No. 1606 pág 28
Kikka Roja